No conocía a Kurt Vile hasta que hace dos años me recomendaron Slave Ambient, su por entonces recién estrenado segundo disco con The War On Drugs. Una sola escucha me bastó para quedar absolutamente enamorado de la música de este chico, cuya atmósfera, saturada de capas y capas de instrumentos, era adictiva.
Tras dos años, cuando ya le tenía casi olvidado, Kurt Vile ha vuelto con el que es su quinto disco de estudio (con sólo 33 años) para recordarnos, en once canciones, lo bien que se le da el rock americano.
El disco comienza con la que es, hasta hoy, mi canción favorita de este año: ‘Waking On A Pretty Day’. Casi diez minutos de homenaje al folk rock que, al contrario de lo que podría pensarse, se hacen cortos en su escucha y largos en su recuerdo (no me la puedo quitar de la cabeza). Durante todo ese tiempo desfilan los Buffalo Springfield, Bod Dylan o The Byrds, por citar unos pocos.
‘Too Hard’, que sobrepasa los ocho minutos y ‘Goldtone’, que llega hasta los diez, muestran la predilección de Kurt por las canciones extensas, de estructura repetitiva pero sin que resulten pesadas (aunque estas dos no están tan inspiradas como la primera, también hay que decirlo).
‘KV Crimes’ abandona el folk para juguetear con el rock. Sin duda, se trata de la segunda canción más inspirada del disco y ejemplifica la calidad de Vile como compositor de atmósferas repletas de instrumentos. ‘Was All Talk’ me recuerda mucho a su otro proyecto, pues podría haber sido incluida perfectamente como parte de cualquier disco de The War On Drugs; el ritmo se acelera, los efectos de sonido se comen a la guitarra y Vile nos invita a viajar en un viaje psicodélico.
‘Girl Called Alex’ es otra de las joyas de este Walking On A Pretty Daze. Los mismos patrones de siempre, pero con un oscurantismo hasta entonces desconocido, dan forma a una canción que crece a lo largo de los minutos hasta regalarnos un clímax como sólo Kurt Vile podría hacerlo; finalmente la canción termina un poco floja, todo hay que decirlo.
‘Never Run Away’ y ‘Pure Pain’ huelen a América, a ese rock tan yanqui como las barras y estrellas. De ellas, me quedo con la segunda, por sus cambios de ritmo, drásticos como el día y la noche, aunque la primera tampoco se queda corta.
‘Shame Chamber’ es, en mi opinión, la canción más floja del disco. Puede que le pese ser la octava canción del álbum y llegar tras una gran canción de ocho minutos, pero lo cierto es que suena ciertamente repetitiva (sobre todo el estribillo). No obstante, ‘Snowflakes Are Dancing’, remonta el vuelo del disco aportando dinamismo y ritmo a la parte final del elepé. Una de mis preferidas, sin duda.
El disco lo cierran ‘Air Bud’ y ‘Goldtone’, dos pelotazos que ponen el broche de oro final a uno de los mejores discos del 2013. La primera hace gala de la mezcla folk rock con psicodelia que tanto ha explorado Vile, siendo uno de los más claros referentes de su forma de componer; la segunda merece mención por el atrevimiento de Kurt a alargarla hasta los ocho minutos. Un arrebato final donde el músico norteamericano vuelve a sacarse de la chistera una canción ágil, que evoluciona hasta llegar a un clímax muy interesante (el último minuto es una delicia).
En definitiva, los que escuchen a Kurt Vile no deben buscar innovación musical, sino un pequeño oasis en el que todo florece gracias a una mente privilegiada capaz de emular a nombres como Neil Young o Bob Dylan, a los que recuerda si quitamos las capas y capas de instrumentación que tanto le gusta añadir al músico de Philadelphia. Una joya en un año que no termina de arrancar musicalmente; un disco homenaje a la música. Merece la pena escucharlo.
Nota bandálica: 8.5