God Is An Astronaut siguen siendo, tras más de dos lustros de carrera impecable, un oasis de esperanza al que recurrir si profundizamos con energía positiva en su particular visión del post-rock entre patrones slowcore, ramalazos kraut y actitudes progresivas. Así lo demostraron el pasado martes en la sala Copérnico de Madrid ante más de 500 personas, que al final del concierto rindieron pleitesía a la banda con una ovación unánime y más que sincera.
La banda del condado de Wicklow estuvo precedida por la banda local de math rock Jardín de la Croix, un cuarteto que ha facturado contundentes e intensas melodías en su último EP, 187 Steps To Cross The Universe, y que dará mucho que hablar en la escena musical de los próximos años, pero de momento se encuentran a un nivel cualitativo muy inferior al de los verdaderos protagonistas de la noche: God Is An Astronaut.
Vinieron con motivo de la publicación de su séptimo álbum de estudio, Origins, un trabajo que muestra el excelente estado de salud creativa de la banda, en el que aúnan grandes dosis de electricidad ruidosa con efectos electrónicos en muchos de sus pasajes sonoros, debido fundamentalmente a las recientes incorporaciones de un nuevo guitarra (Gazz Carr) y técnico de sintetizadores (Jamie Dean).
(Imagen: Muzikalia)
Empezaron con la magnética canción ‘Weightless’, del último disco, y con ella sentaron las bases de un concierto que iba a marcar durante la próxima hora y media un inexorable y placentero camino hacia la sordera (garantizo que más de uno salió con acúfenos).
Después continuaron la actuación con un setlist acertado, pero quizá demasiado promocional debido a la obligación profesional de presentar “Origins”. Alternaron temas de su nuevo trabajo, como ‘The Last March’, ‘Calistoga’, ‘Spiral Code’, o ‘Exit Dreams’, con temas ya intemporales de discos anteriores, como ‘Fireflies and Empty Skies’, ‘Suicide by Star’, ‘Worlds In Collision’, o ‘Echoes’. Quiero destacar varias piezas que me impactaron y asombraron totalmente.
Sobresalió la interpretación de ‘Forever Lost’, un tema creado mediante su peculiar arquitectura sonora de ruido/calma/ruido, básicamente es de esas canciones que te noquean en un único asalto después de una apacible tranquilidad. El caso es que God Is An Astronaut consiguió dejar la canción bajo mínimos, casi en coma, para después convocar a un ente furibundo dispuesto a arremeter con violencia contra toda barrera humana.
‘Zodiac’ sonó especialmente brutal, con sus versos invisibles que brotan y desaparecen en ráfagas a través de sólidas bases de elegante rock instrumental; y por último, destacar ‘From Dust To Beyond’, un vaticinio del ineludible fin del mundo y de la noche más larga, en el que el bajo va marcando una portentosa línea sonora hasta su volatilización.
(Imagen: Musiczine)
El corte final de la actuación fue ‘Route 666’, que cerró una velada perfecta y sirvió para establecer la comunión definitiva entre grupo y público.
Los irlandeses ofrecieron una experiencia de catarsis emocional irrenunciable. Los gemelos Kinsella evidenciaron que sólo a algunos privilegiados les bastan ciertas notas, acordes y silencios para hacer sentir un mundo nuevo, colmado de elegías existencialistas, poesía emocional, percepciones extrasensoriales, sueños en blanco y negro y proezas sonoras que se descomponen y se esparcen en el vacío.
Jonsi de Sigur Rós (otro virtuoso de nuestros tiempos) dijo que “la música es algo más que sonidos, es una experiencia artística total de la que todos debemos ser partícipes, así la gente puede escuchar nuestra música y adaptarla a sus propias vidas, darle su significado”. Así lo atestiguó God Is An Astronaut en Madrid.