(Crítica de @Daviddepain)
No consigo entender ese movimiento histérico que cada década inunda el panorama musical proclamando el fin de los días. Tenemos un miedo irrefrenable por abandonar el confort de nuestras ideas y lanzarnos al vacío en busca de otras nuevas, y una manía absurda de comparar unas décadas con otras con el prejuicio siempre presente de que “todo tiempo pasado siempre fue mejor”. Durante casi tres años he leído artículos añorando la frescura de bandas como The Libertines, preguntándose dónde quedó la irreverencia de Doherty y Barât, o qué mala droga se ha tomado Casablancas durante la grabación de sus últimos discos. No podría estar más en desacuerdo.
Cada década tiene su magia y ésta no será menos. El rock es un estado de ánimo, el propio de la juventud, así que, mientras haya adolescentes dispuestos a gritarle a un micrófono, habrá rock. Obviamente, a los que nos cambió la voz la década pasada a ritmo de Muse, The Strokes o Arctic Monkeys, pensaremos que ya nada lo podrá igualar. ¿Sabéis algo? Lo mismo pensaron aquellos que vivieron en primera persona la preciosa batalla Blur / Oasis en los noventa.
Como no nací gurú, no tengo ni idea de cuáles serán los nombres que grabaremos a fuego durante esta década, pero sí puedo afirmar que propuestas hay unas cuantas y los londinenses Palma Violets son una de ellas.
No son los únicos, hace dos años The Vaccines nos dieron una clase de furor juvenil, y aún sigo sin entender como el debut de Howler ha pasado tan desapercibido, un disco, por cierto, con considerables similitudes al que hoy nos ocupa: 180. Tampoco me quiero olvidar del impresionante Ty Segall (Thank God For The Sinners debería ser un himno de la adolescencia).
Pero hoy nos toca hablar sobre estos chicos londinenses y su debut. Está formado por los imberbes Samuel Thomas Fryer, guitarrista y cantante; Alexander «Chilli» Jesson, bajista y cantante; Jeffrey Peter Mayhew a los teclados y William Martin Doyle en la batería.
Funcionan como banda desde 2011 y en tan sólo dos años han conseguido meterse a toda Inglaterra en el bolsillo. Al igual que pasó con los Arctic Monkeys, los Palma Violets ganaron mucha fama sin necesidad de editar ningún disco, gracias al apoyo de muchos fans que subían vídeos caseros de sus conciertos a YouTUbe. El año pasado llegó la edición de su primer single ‘Best Of Friends’, que fue elegido mejor canción del año por la gigante NME. Ahí es nada.
Centrándonos en el álbum, nos encontramos con un trabajo más bien sucinto, de tan sólo once cortes (muy a la moda actual) que apenas pasan los tres minutos, excepto el tema final, ’14’, que es de lo mejorcito del disco y se alarga hasta los ocho. 180 suena a rock fresco, adolescente, acelerado e irreverente. Hormonas y acné en estado puro, que nos regalan estribillos alocados rara vez percibidos desde la desaparición de los Libertines. Escuchad ‘I Found Love’ o ‘All The Garden Birds’ y veréis de qué hablo.
Es el milagro de la primavera, un nuevo rebrote del rock justo cuando más lo necesitamos, ante el silenciamiento de las guitarras eléctricas producido por el azote de la electrónica y la alarmante falta de frescura de las bandas que lideraron la pasada década. La declaración de intenciones de Palma Violets es seria, pero para entenderla tenemos que sacar nuestro espíritu juvenil y dejarnos llevar por el furor de sus canciones. Entonces todo encajará.
‘Johnny Bagga’ Donuts’ y su primera línea: «I will rock your life and the beat of your breathing»; o la magnífica ’14’, ejemplifican la filosofía de este álbum, sin pretensiones más allá de una merca catarsis hormonal. Ponedle a un crío de 16 años ‘Tom The Drum’ y creerá que Dios existe, luego enseñadle ‘Step Up For The Cool Cats’ y no habrá quien le quite la idea de que son unos genios del rock. Hasta temas relajados como ‘Three Stars’ (en el que muestran una asombrosa madurez) terminan con alocados golpes de batería.
La simpleza de las letras define el disco pero a esta edad eso es irrelevante, importa más cómo se dice que realmente qué se dice, y lo dicen con el punto de frescura, reminiscencias e innovación perfectas que desembocan en un sonido rock muy desenfadado con dejes psicodélicos la mar de atractivos.
Igual me he contagiado del furor juvenil de estos chicos, pero no dudo en decir sin ambages que Palma Violets apuntan maneras para llegar alto, pero eso sólo el tiempo lo dirá. De momento, sólo nos queda escuchar este debut como medicina contra el hastío y el envejecimiento, como una píldora que nos desinhiba y nos haga hacer locuras como si no hubiera mañana. En definitiva, un disco para jóvenes o para rejuvenecer.
Por último, no quiero terminar esta entrada sin recomendar encarecidamente a todos los escépticos la escucha de este grupo y también de otros como Splashh (nombrados por algunos como los nuevos Oasis), Deap Vally o Swim Deep (aunque estos últimos parece que están encaminándose hacia un sonido más pop), con el único propósito de demostrarles que hay existencia más allá de los dos mil. Larga vida al rock.
Nota bandálica: 9