¿Cómo de grande tiene que ser la épica? ¿Cómo de azul la tristeza? ¿Cómo de bello el sufrimiento?
Florence Welch tiene una voz peculiar. Hasta ahí todos de acuerdo. Entre el folk y el soul, entre bien y mal, entre quiero y no puedo, al final emerge un vozarrón. E Isabella Machine coordina a la perfección sus necesidades: espacios, ritmos, suspensos, respiros y pianos incendiados. Pero la clave de todo está en la elección de los productores. Ahí Florence + The Machine no hacen más que dar en el clavo. Empezaron adaptando el estilo de banda soulera de bar de Ashok (el primer grupo de Welch) a las necesidades modernas trabajando con James Ford de Simian Mobile Disco. Luego le entregaron aquel magnífico Lungs a Paul Epworth, la gallina de los huevos de oro, el productor de Adele, el tío cuyo 21 conquistó el planeta, una fábrica de hits sobre base soul, pura épica actualizada, un especialista en hacer que las voces se pierdan en orquestas de fuego. Pero a Florence le gusta el rock (escuchad a Ashok, en serio), y no podía dejarlo todo en corales, subidones y progresividad. ‘Kiss With A Fist’, ¿os acordáis? Pues eso son: un beso como un hostión, y para eso está Steve Mackey, bajista de Pulp. Casi ná.
El paquete iba a seguir estable para reforzar la propuesta en Ceremonials. «Más oscuro, más duro, con baterías más profundas y bajos más gordos» le dijo Welch a Billboard cuando los productores de Los Angeles se mataban por apuntarse el nuevo disco. Eso quería. Eso y trabajar «en un solo lugar y con un solo productor»: Paul Epworth. Por ello se prestó después el álbum a arreglos más abiertos, a remixes sutiles como el de Calvin Harris sobre ‘Spectrum’, o a que colaboraciones como ‘Sweet Nothing’ tuvieran perfecta cabida en lo que eran Florence + The Machine en ese momento. Era un álbum compacto y contenía ahora sin ninguna duda un hitazo histórico como ‘What The Water Gave Me’. Número uno de ventas y sleeper en un número incalculable de listas.
Pero volvamos al presente. Para How Big, How Blue, How Beautiful han querido cambiar de tercio. Y después de cuatro años escuchar ‘What Kind Of Man’ resulta refrescante. Pero es que claro: que te deje de producir Epworth y te coja Markus Dravs… pues eso. Ya todo él es una lucha constante entre el rock y el pop, entre lo alternativo y lo mainstream, entre guitarrazos y vientos (a cargo del arreglista de Goldfrapp, por cierto) para acercarse al panorama independientillo (los vientos eran indies hace unos quince años, con Belle & Sebastian). Ahí están sus referencias, bastante significativas: The Suburbs y Reflektor para Arcade Fire, Babel para Mumford & Sons o Viva la Vida! para Coldplay. De esas bandas que aún haciendo relativamente lo que les sale de los cojones consiguen llenar estadios, y de esos discos que critican los talifans por acercarse a la masa y ser visibles en la ceremonia de los Grammy de turno. Y el caso es que me pega, y mucho, para Florence + The Machine.
¿Cómo de grande tiene que ser la épica? ¿Cómo de azul la tristeza? ¿Cómo de bello el sufrimiento?
«Hey man… do you like rock n’ roll music? Cause I don’t know if I do», se dice en uno de esos discos. Y está empezando a convertirse en la marca musical de esta década. En la piedra filosofal. Florence lo sabe, así que había muchas ganas de escuchar el nuevo trabajo. Había muchas ganas de darse una vuelta en este barco y ver si está o no hecho para naufragar. Y no. En plena vorágine sentimental de Welch, en el centro del tifón de una ruptura amorosa, esta nave no va a pique aunque acabe haciendo aguas. Desde el principio te sitúa en la tormenta. Desde ‘Ship To Wreck’ y ‘What Kind Of Man’ te sacude de lado a lado al ritmo de una percusión frenética y te suplica con una voz reposada pero desgarradora que la saques de aquí. Desde el principio aparecen las guitarras con protagonismo y, a partir del suspenso de la segunda, se presentan con honores, rugiendo power-pop.
Va de presentaciones porque el disco se va desenvolviendo casi conceptualmente e iluminando poco a poco cada uno de los rincones instrumentales que Dravs ha diseñado para Florence + The Machine. Unos vientos deliciosos y sutiles se asoman para mecer ‘How Big, How Blue, How Beautiful’. Buena pregunta. ¿Cómo de grande tiene que ser la épica? ¿Cómo de azul la tristeza? ¿Cómo de bello el sufrimiento? «Suddenly I’m overcome, dissolving like the setting sun, like a boat into oblivion cause you’re driving me away», canta en ‘Queen Of Peace’, que sintetiza todas las virtudes del largo. Épica moderada, despojada de los clásicos excesos barrocos de la banda, baterías ascendentes y el abrigo de una orquestación a base de vientos y cuerdas que pone los pelos de punta.
Las guitarras son olas en ‘Various Saints & Storms’, son caricias, y se hace patente ese «no crecer» en que toda la intensidad recae en la voz de Welch y las cuerdas sobre las que reposa. Reposa ella y reposas tú porque hay calma después de la tempestad. Y después de la tempestad no queda más que bailar. ‘Delilah’ te enseñará cómo entre unas percusiones y unas corales que, ahora sí, sin miedo a decirlo, beben directamente del The Suburbs de unos Arcade Fire que son ya más que inspiración.
La calma sigue mecida por guitarras acuosas en ‘Long & Lost’, y adquiere un tono más melancólico y reflexivo («I need the clouds to cover me, pull in the dark, surround me» ). ‘Caught’ baja un poco el nivel mostrando una cara más clásica y ‘Third Eye’ busca remontar tirando de nuevo de esa épica contenida que en otros casos cercanos (¿os suenan Mumford & Sons?) huele demasiado a búsqueda de hit fácil y aquí sí funciona, sí suena sincera. Lo confirma ‘St. Jude’, patrón de las causas perdidas, con Welch vestida esta vez solo con un delicadísimo arreglo de órgano y demostrando que es de todo menos una causa perdida.
El remonte final llega con ‘Mother’, que muestra la faceta más rockera de The Machine y, en su cruce de influencias entre el pop de marca británica y el soul más incendiario del otro lado del charco,se acerca hasta a los Rolling Stones. Y así acaba, en plena tormenta pero con los mandos bien cogidos, con el timón bien aferrado y con un rumbo definido. Si Chris Martin saldaba el año pasado las cuentas de su divorcio con un disco más bien testimonial, Florence Welch resuelve su caos en forma de pura belleza, en forma de un álbum que no cambiará la vida de nadie pero disfrutarán muchos y que sirve para reconfirmar la brillante trayectoria de una banda que está ya más que instituida. Así de grande, así de azul, así de bello.