Jungle regresaron a los escenarios desplegando su maquinaria neo soul y ofreciendo varios temas nuevos. Crónica de la explosión…
Hay pocas cosas que puedan salir mal en un concierto de Jungle. Ya lo han demostrado de largo. Su directo funciona a la perfección y les ha valido, y esto puede parecer una exageración o algún devaneo sacado de contexto, o incluso ser parte de una elucubración totalmente subjetiva, para salir por la puerta grande de cada ruedo en el que han toreado. Con el rabo y tres orejas. Triunfaron en el Primavera Club de 2014, y obviamente repitieron en el hermano mayor al año siguiente; no es fácil derrotar a todos y cada uno de los cabezas de cartel en un Primavera Sound, pero Jungle lo consiguieron en 2015. En el Dcode de 2016 dieron la lección que ninguno a excepción de Bunbury supo dar. Aquel era su primer concierto en la capital, y llegaba ahora el momento de igualar las tornas con Barcelona y disfrutar de los británicos bien de cerca, en formato de sala.
En todos y cada uno de los conciertos mencionados la idea y la propuesta eran claras, y pasaban por exprimir al máximo las rentas de su debut homónimo, uno que con los años, desde que lo editara XL en 2014, ha ido madurando como el buen vino hasta convertirse en un icono del revival del funk que ha ido marcando toda esta década que nos ocupa. Poca broma, Jungle pudo parecer al principio un paso más cuando estaba siendo el primero notorio y personalísimo de toda una formación, y después de ver que en el Dcode no se daban espacio para nada nuevo incluso llegamos, llegué a pensar que podían haber sido una de aquellas luminarias. Casi como la que fueron en su día Fleet Foxes, que llegaron, vieron y vencieron, y fundaron una escena a la que luego abandonaron a su suerte, a la del precipicio, bajándose en marcha de un coche condenado al siniestro total.
Su regreso a los escenarios de nuestro país, de la mano del Primavera Sound, nos pillaba un poco de sorpresa, y es que solo habían hecho unos pocos conciertos en todo 2017 y no podíamos parar de relacionarlo con el rodaje de nuevo material, aunque en las premisas del concierto todo girara en torno a las magníficas virtudes de su debut y unas pocas sorpresas. Evidentemente, esas»sorpresas» terminaron dando sentido a un espectáculo que tampoco las necesita pues sigue vívido e inflamable, así que todo se resume en que el concierto del lunes en el Teatro Barceló representó un redescubrimiento. Y, oye, qué placer volver a recordar de algún cuántico modo aquel concierto en que les conocí sin apenas haber escuchado tres temas. Porque qué gusto escuchar sin prejuicios y sin sabérselas cuando las que te sabes son las que son y siguen poblando el setlist con lucidez. Qué gusto que te vuelen un poco la cabeza. No fue para tanto, o al menos no para como fue aquella primera vez, pero desde luego si fue de nuevo memorable.
Ya no sorprende la propuesta, una ensemble/colectivo/motor de funk electrónico salvaje con maneras de uk garage, gospel urbano y fluidez acuosa que arrolla con un tratamiento del ritmo sobrecogedor y con un trabajo coral emocionante que siempre crece en torno a pequeñas fórmulas implosivas, como burbujas que estallan en el aire y que se reconstruyen a cámara lenta, fundiéndose en el sexo de las guitarras dolientes y los febriles sintetizadores. No hay excusas ni dolor de cabeza en este coito controlado y animal, en este sudor de relamerse. Sorprende por arrancar ya de primeras con ‘House in L.A.’, un tema-intro de elaboración lenta y con una progresión ascendente casi psicodélica que han estrenado apenas hace una semana. Declaración de intenciones hecha, el concierto continúa como lo hubiera hecho en el pasado, sacando a relucir algunas de las mejores virtudes de Jungle en los medios tiempos. El groove incendiariamente gélido de ‘Platoon’ y sus susurros, las luces del Barceló (¿la sala con la mejor iluminación de Madrid ahora mismo?) dibujando la hoguera en la que Jungle quieren poner a bailar a tus pecados, cada sample que lanzan con precisión francotiradora en ‘The Heat’, con destreza de artillería (las sirenas de policía, ay, las sirenas de policía)… Cómo las voces hacen piruetas con los dos coristas, la chica que cada vez hace más adornos de soul y el tipo cool que siempre lleva sombrero y que pone el recuerdo a Prince en el plano físico (en el musical es omnipresentemente sutil). Cómo cada golpe, cada ritmo, cada respiro, cada exhalación copulan en perfecta armonía en un impresionismo efervescente de ballet de burbujas de copa de champán, como lo hacen en ‘Accelerate’.
Pero esta era una noche para volver a la acción, para dar un paso adelante y no para quedarse en el pasado, así que hacia la mitad del concierto llegó la batería de novedades, muchas más de las que podíamos siquiera imaginar. ‘Give Over’, más contundente y asentada en ritmos trap, una evolución evidente de la que por suerte parecen no haber abusado; ‘Cherry’, más balada r&b, con pulsos profundos y una sonoridad suave y delicada; ‘Beat 54’, un número de disco infeccioso que tiró el Barceló y que nos dejó con muchas ganas de escuchar un sofomoro con el que ya estamos en modo hype on. Entre ellas se coló la oscuridad serena y sexual de ‘Lucky I Got What I Want’, otro de los hits que pueblan Jungle y que sirvieron para desatar el final del concierto.
‘Julia’, ‘Crumbler’ y ‘Lemonade Lake’ funcionan como la seda en directo, haciéndose grandes en torno a su sutileza, con esas cascadas de oro líquido recorriéndolas por detrás, deshaciendo el escenario en una marea de quilates. Y ‘Happy Man’, otra nueva, sirve para enlazar a la transición con el último incendio, aportando su propia chispa, esparciendo gasolina sobre la pista de baile. Son sus estribillos, su falsete, sus síncopas como cuchillos las que prenden la llama. ‘Drops’ lanza el mechero y ‘Busy Earnin», aquel tema viral con el que emergieron hace tres intensos años, es el que conduce al delirio y la fiebre. Casi cuatro años después, por fin están listos para salir de aquel cascarón en el que se refugiaron para darle continuidad, para seguir creciendo y para enfrentarse a la prueba de verdad, a la gran prueba, la del segundo trabajo.
Si siguen haciendo cosas como ‘Time’, el temazo indiscutible con el que se despiden a voces después de haber puesto el Barceló patas arriba, la historia de estos chicos puede no haber hecho más que comenzar, y puede grabar en hilo dorado las letras de su nombre en la sudadera del funk.