Los Planetas elevaron la noche del jueves 7 de diciembre en Madrid a la categoría de historia viva de nuestra música
El WiZink, gracias al ingenio del formato ring, ha albergado estas últimas semanas varias despedidas de giras, varios apoteosis (y aún faltan algunos como el de Sidonie). Ninguno, me atrevo a decir, como el de Los Planetas. Ningunos, me atrevo a decir, y disculpad mi osadía, llegan al alcance lumínico del que son capaces estos pasotas de libro que bien merecen una estatua en la puerta de algún acorde, de algún canal de distorsión.
Viven inundados de luz aunque sea imposible captarla con el ojo en sus conciertos, más bien una mística penumbra espectral. Otros deciden amplificarse en escena, otros en sonido o en aparataje. Los Planetas no. Ellos hacen lo suyo, música sublime, y es la sola configuración de ella lo que da a sus conciertos matices especiales. Puede haberlos malos, puede haber desgana. Pero también puede ocurrir lo que sucedió anoche en el Wizink. Una comunión, una alineación planetaria, un viaje interestelar.
Puede ocurrir que aparten para la ocasión, porque les da la real gana, La Leyenda del Espacio (de él se ahorraron habituales como ‘Reunión en la Cumbre’ o ‘Ya No Me Asomo a la Reja’), y que terminen el concierto abrazados a Super 8. Puede ocurrir que empiecen con ‘Los Poetas’ y que caiga de primeras ‘Señora de las Alturas’, y que en ellas se asienten los misereres que marcan Zona Temporalmente Autónoma y esa épica de arabescos y aflamencá.
No fue el gran protagonista de la noche pues las presentaciones ya estaban hechas. Fue una celebración de su éxito y de como sus mejores temas, como ‘Hierro y Níquel’, encajan y elevan las alturas ya magníficas de la noche, entre ‘Corrientes Circulares’ y ‘Parte De Lo Que Me Debes’. Pero quizá más fue una celebración de la grandeza misma de Los Planetas, de la infinidad de su universo. Lo inalcanzable de la cognoscencia de lo infinito. Un destello que quedará reverberando en cada ínfima posibilidad.
‘Islamabad’ despertó el canto como una llamada de almuédano, con esa coda infinita que regresará en cada canción para sublimarse por obra y gracia de Eric, a día de hoy el mejor de los planetas. Y la espiral pasó entonces por ‘Santos Que Yo Te Pinte’ y por ‘Un Buen Día’, por ‘David y Claudia’, por ‘Jose y Yo’. Por cada clásico interestelar, pero también por galaxias diferentes, menos habituales como ‘Prueba Esto’ o la ‘Canción del Fin del Mundo’.
Todas encontraban su coherencia, su punto gravitacional en ZTA; esta vez en la colosal ‘Ijtihad’. Todas derivaban en él y en la constatación de que en él han resurgido en brazos de una redefinición de su sonido, igual que siempre pero más espiritual, más maduro, más simbólico. Y en él le han dado un nuevo sentido, ya sí creíble y enfocado, a cada palabra que Jota barrunta con cada vez mayor definición.
En el viejo Palacio de los Deportes, en un escenario de magnitudes desconocidas para ellos, envueltos en ‘Nuevas Sensaciones’, sonaron claros como nunca, prístinos y relucientes. ‘Alegrías del Incendio’ puso punto y aparte a un concierto que ya había dejado claro la supremacía de Los Planetas, pero el regreso de manos de La Bien Querida para hacer ‘No Sé Cómo Te Atreves’ y ‘Espíritu Olímpico’, el single más redondo que han hecho en más de 10 años, terminan de poner los pelos de punta.
Tras ‘Zona Autónoma Permanente’ y su bisoña declaración de amor, que lo es también hacia su Granada del alma, lugar mágico que les inspira y les abraza, llegaría la culminación definitiva de su grandeza, en brazos de Super 8. Uno de mis mejores amigos aún lo guarda en la guantera del coche, y aún lo ponemos de vez en cuando y recordamos los días en los que nos unió nuestra pasión por Los Planetas en un lejano ya primero de carrera. ‘De Viaje’ por la inmensidad de los planetas, en círculos cuánticos por corrientes circulares en el tiempo.
No estuvo mi amigo en el WiZink y la pregunta de después fue evidente. ¿Tocaron ‘Qué Puedo Hacer’? Era el día, en plena celebración del alineamiento, en pleno apogeo astronómico. Y cuando podía acercarse, vistos ya dos bises y la sensación de que aquello podría alargarse para siempre (será por canciones), cuando sonaron los que acabarían siendo los últimos acordes de esta noche mágica, entendimos que, al menos de momento, ese día seguirá siendo el día que no llegue nunca. No, no hicieron ‘Qué Puedo Hacer’. Incendiaron en lágrimas de fuego el escenario, lo condenaron a la hecatombe y lo convirtieron en ‘La Caja del Diablo’.
Condenados a su propia ley gravitacional. Perdidos en su deriva interplanetaria.
Fotografías: Live Nation.