El Mad Cool cerró su segunda edición ensombrecido por el fallecimiento del acróbata aéreo el viernes antes del concierto de Green Day
La vida está por encima de todas las cosas. Por eso este segundo Mad Cool, que partía con la ventaja estratégica de haber sido el primer festival español en colgar el cartel de sold-out, será desgraciadamente recordado por la muerte de Pedro Aunión, acróbata aéreo de la compañía In Fact que falleció el viernes al caer al suelo desde una altura de 30 metros durante una performance voladora que homenajeaba a Prince realizada justo antes de la actuación de Green Day.
Se ha hablado mucho estos días sobre la seguridad, sobre los derechos de los trabajadores, sobre la callada por respuesta que dio la organización tras el suceso. Billie Joe Armstrong de Green Day acaba de aclarar que a la banda no se le dijo nada del suceso hasta después del concierto, que si lo hubieran sabido podrían no haber tocado (como hicieron Slowdive, que comentaban en Twitter que no les parecía apropiado), y a la prensa nos llegó un escueto correo a eso de las 3.30 de la madrugada en el que se hacía referencia a Pedro como «el acróbata aéreo fallecido».
Al día siguiente el Mad Cool dio más explicaciones en otro comunicado en el que entre otras cosas justificaba la decisión de seguir adelante con el festival por cuestiones de seguridad (ya que no todos los asistentes podían estar al tanto de la tragedia y podía ser peligroso desalojar de repente a unas 45.000 personas) y la de mantener un cierto secretismo sobre el asunto en colaboración con las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, pendientes de la intervención de la Comisión Judicial, pero quizá ya había quedado todo un poco sumergido en el caos. En la entrada del recinto, el sábado, pudo verse a diferentes asociaciones clamando contra el «asesinato» cometido por el Mad Cool y defendiendo los derechos de los trabajadores (la explotación de la que habla El Confidencial no es distinta de la que sufren prácticamente todos los trabajadores en prácticamente todas las empresas).
Al final, y tenga quien tenga la culpa, porque no se trata de buscar culpables y sería justo condenar unilateralmente al festival por una circunstancia bastante ajena a su control, es evidente que todo debía haberse tratado con mayor naturalidad y respeto, que se entiende que no se dieran nombres porque los primeros interesados son los familiares y amigos pero que no se entiende que se retrase tanto cualquier explicación, que se mantengan las dudas más de cuatro horas y que empezáramos a saber más sobre la tragedia de manos de Efe y no de los responsables. Igual que que todo ha terminado eclipsando a aquello que nos reunió a todos en la capital el primer fin de semana de julio: la música.
Aunque el Mad Cool empezara con la amenaza incontrolable del clima, que sacudió lluvias torrenciales en Madrid durante buena parte de los dos primeros días, al final hizo buen tiempo y un fresquito de agradecer, y fueron Warpaint, el primer día, y Viva Suecia el segundo los que hicieron el milagro del sol. En el concierto de las primeras fue casi de película: empezaron envueltas en levitas que ondeaban al azote del viento, desenvolviendo su oscuridad, más electrónica y bailable después de su último disco, al ritmo de la lluvia, que por momentos calaba a los que aguantábamos descubiertos. Después, mientras hacían ‘Whiteout’, miraban a la inmensidad y agradecían la caricia del calor, que había borrado de pronto todo rastro de nubes. Precioso momento para empezar a redondear un concierto que empezó bien, pareció dormirse por momentos y retomó la garra al final, mientras observaba atento Kurt Ville entre bambalinas, a lomos de la densísima ‘Love is To Die’, la infecciosamente radiofónica ‘New Song’ y ‘Disco//Very’.
Rock y fuegos artificiales
Así que no, llover no llovió en el Mad Cool. Si acaso rock con contundencia, como el que desenfundaron Foo Fighters el jueves. Los de Dave Grohl, tótem indiscutible, saldaron su deuda con España con dos horas y media de bolo impecable que arrancó a por todas con ‘Everlong’, que soltó casi de primeras una rockabillizada ‘The Pretender’ y que dejó para el final ‘Best of You’ (esto último me lo han contado) pero que pareció demasiado impostado a veces, con continuos y repetitivos speeches de Grohl alentando a sus pequeños motherfuckers a gritar toda la noche, devaneos extraños (sobre todo el de ‘Skin and Bones’ en versión cantina country) y algunas outros excesivas. A parte de que no funcionaron durante toda la primera jornada las pantallas de ningún escenario, que en Foo Fighters hubieran resultado vitales debido al llenazo para verles, y de que el sonido no llegó nunca a ser todo lo atronador que esperábamos. Mejoraba tanto según te alejabas que pese a lo bajo que se percibía entre la masa daba para interponerse en los momentos de silencio de unos delicadísimos Belle & Sebastian que dieron un pedazo de concierto con un setlist sorprendente y que acabó convertido en una fiesta colectiva, con la habitual invasión del escenario a ritmo de ‘The Boy With The Arab Strap’ y con final a lo fiestón electrónico con ‘The Party Line’. Genial Murdoch, como siempre, ácido, ingenioso y chispeante, preguntándose cómo podía saberse una muchachilla una canción tan antigua como ‘If You’re Feeling Sinister’ y aludiendo al reciente cierre de la Línea 5 del Metro de Madrid.
En la línea de los Foo, mucho ruido (o no tanto) y pocas nueces, estuvieron Green Day el viernes. La primera media hora de su concierto es efervescente y estimulante, con fuego, petardazos, saltos constantes, energía desbordante, zarandeos al público y chavales subiendo al escenario a cantar y abandonándolo tirándose en plancha. Después, todos los «oh-oh», «eh-oh», las incontables alusiones a Madrid, guitarrazos y pantomimas se convierten en el día de la marmota (hasta tres veces creo recordar que presentaron a la banda, como hasta tres veces hubo menciones anti Trump, llegando a llevar BJA una máscara con su cara en ‘Bang Bang’), y el concierto, que se alargó hasta cerca de las dos horas y media, acaba hundido en el tedio, pese a la constante hiperactividad de Billie Joe. Se atreve a tirarse por los suelos, a repasar ‘Hey Jude’, ‘Satisfaction’ o el ‘Allways Look On The Bright Side Of Life’, a regalarle una guitarra a un chaval extasiado de gusto y a subirse a Rancid al escenario en ‘Knowledge’ para liar una de sus innumerables juergas sobre las tablas, en las que también hubo espacio para saxos ska que vacilaban con George Michael y su ‘Careless Whisper’. Pero sobre todo ataca con fiereza cada tema que toca, que es al final lo que hace ser a Green Day quienes son: los temas. Desde el inicial ‘Know Your Enemy’ hasta los coreadísimos ‘American Idiot’ y ‘Jesus Of Suburbia’ con que atacaron el primer bis (hubo un segundo que ya no aguanté conformado por tres interpretaciones acústicas de Billie solo a la guitarra) y pasando por la mítica ‘Basket Case’, Green Day demuestran por qué en Broadway se hizo un musical con su música. Puro espectáculo, pirotecnia de ópera punk, adolescencia exacerbada y un discurso de corte un tanto emo. Una montaña rusa del rock, llena de aristas y requiebros pero no infinita. Quedará para la memoria, también, el emotivo momento vivido durante ‘Boulevard Of Broken Dreams’… qué recuerdos.
Y tampoco respondieron como nos hubiera gustado Foals, que ya han perdido en esta gira la capacidad de sorprendernos. Esperábamos al menos que su abrasión rockera hipersaturada se hiciera valer, pero tampoco sonaron el jueves antes de unos Foo a los que mencionaban (aunque luego Philipakis acabara infiltrado entre el público del concierto de Jagwar Ma) todo lo gruesos que pueden llegar a sonar. ‘My Number’, por ejemplo, no terminó de lograr consistencia ni asentar su groove hasta pasada la mitad de la canción. Les salva atesorar temazos indiscutibles como ‘Inhaler’, una bomba, 0 una ‘Spanish Sahara’ que nos sigue poniendo los pelos como escarpias (aunque echáramos demasiado de menos ‘Late Night’; ambas tienen poderes místicos comunionales).
Saber hacer americano
Sí lo hicieron, y con notable, Kings Of Leon. Primero por tener un set adaptado en tiempo a las necesidades horarias de un festival, lo que permitió además hacer que la jornada del sábado resultara la más completa y entretenida. Segundo, por limitarse a tocar, y es que aunque soy de los que piensa que son casi obligatorias las excentricidades y los baños de masas en las grandes bandas de rock, prefiero que el exceso lo pongan en la música, y no en la parafernalia. Y tercero por su apariencia madura, sólida, sobria y consistente. Muy destacable cómo los temas de su último disco crecen en directo, demostrando que están hechos para sonar mejor en estadios (el desafío técnico que supone ‘Find Me’, ‘WALLS’ o una ‘Waste A Moment’ que sirve para cerrar por todo lo alto), pero más notable aún la batería de hits con que precipitaron el final: ‘Knocked Up’, ‘Radioactive’, ‘Pyro’, ‘Supersoaker’… ‘Sex On Fire’. Ya habían sonado ‘Use Somebody’, la canción que les llevó a las radios de todo el mundo, ‘Manhattan’ o la que (por desgracia) fue la única concesión de la noche al estupendo Aha Shake Heartbreak: ‘The Bucket’.
Los otros que se unieron a esta facción de demostrar que se puede hacer rock sin excesos y sin demasiado artificio fueron Wilco, Dinosaur Jr. y Spoon.
Los primeros volvieron a poner de manifiesto por qué son toda una institución en un concierto que fue de menos a más y que atravesó momentos más extraños con los temas del último Schmilco, que conectó con el público mucho más cuando desempolvó algunos de los temas clave de Yankee Hotel Foxtrot (‘Jesus, etc.’, ‘Heavy Metal Drummer’, ‘War On War’ o el momentazo epiquísimo de ‘I’m Trying To Break Your Heart’; lástima que siga desaparecida ‘Kamera’) y que manejó, como siempre, los avatares del indie rock, viajando sutil entre pasajes mucho más folk, acústicos, soleados y melancólicos como los de las preciosas ‘Via Chicago’ e ‘Impossible Germany’ y otros infundados de ruido, con las guitarras afiladísimas, el órgano incendiado y la batería en cuarta o quinta velocidad. Y es que Wilco son gigantes, versátiles y mastodónticos en su compendio de la música popular. Valga ‘Art Of Almost’, de lo mejorcito del set, para demostrarlo de largo, o los derroteros que toma el final del concierto con los temas del progresivo A Ghost Is Born.
Los segundos estuvieron bien pero comedidos para su habitual descarga de ruido (no se puede negar que Dinosaur Jr. pertenecen a una generación de músicos que le pegaron a la industria un puñetazo del que todavía no ha terminado de recuperarse). Solos de guitarra en los que perderse y buenas dosis de noise brillante, entre Pixies y los primeros Planetas, pero una elección del setlist bastante desacertada (pese a temazos como ‘Freak Scene’ o ‘Feel The Pain’), que dejó de lado canciones emblema como ‘Get Me’ o ‘Lose’ pero que sí incluyó la versión de ‘Just Like Heaven’ de The Cure, tras la que se interrumpió momentáneamente el show para el homenaje a Pedro Aunión anunciado desde la organización para la tarde del sábado.
Spoon, por su parte, son una banda cargada de recursos que puede hacer desde temas bailables a trayazos rock sin dejar de ofrecer destellos de electrónica, groove o psicodelia, expansiva y enorme, infalible en directo, que aspira siempre a crecer y que demuestra el buen hacer de todos sus componentes. No fallaron en Mad Cool, amparados tanto por enormes temas de su último disco (abrieron con una intensa interpretación de ‘Hot Thoughts’ y ‘Can I Sit Next To You’ se confirmó como una de las canciones del año) como por clasicazos del indie rock de los que no nos cansaremos nunca: ‘I Turn My Camera On’, ‘Don’t You Evah’ o ‘The Underdog’ (faltó ‘The Way We Get By’, qué mal).
Las guitarras victoriosas
Eso sí, en cuanto a rock y según lo que pudimos ver, los que estuvieron en otro nivel fueron el viernes Ryan Adams y el sábado Savages. Del primero teníamos muchas ganas, teniendo en cuenta además que no pasaba por estos lares desde hace unos largos diez años, y renunciamos aunque nos pesara para verle a los matemáticos alt-J (llegamos al final, para temas como ‘Fitzpleasure’ o ‘Breezeblocks’, y lo que vimos fue a una banda sólida y precisa, con un sonido excepcional y que ha dado un paso más, aunque sutil, en cuanto a puesta en escena, recurriendo sin embargo a los mismos tópicos). Y la sensación que nos dejó fue un tanto agridulce. Agria por una intensidad inestable que dificultaba la completa inmersión y por un repertorio más cargado de tralla que de las reflexiones y excentricidades que esperamos del de Jacksonville, que por momentos pareció poner el play y dejar cero espacio para la improvisación. Y dulce por su presencia misma, su innato carisma incontestable, por salir a por todas con Bruce Springsteen en la garganta con ‘Do You Still Love Me’ y por tratar ‘Doomsday’ como un nuevo clásico, por tocar ‘Cold Roses’ y ‘New York, New York’ (¿para cuando también la ‘New York’ que le rehizo a Taylor Swift?). Por sus amplis falsos que quedaban de miedo con el decorado fijo del escenario Radio Station, una original radio años 50 (fue de los pocos que la dejó; la mayoría de bandas decidieron que no pegaba con su puesta en escena), y por ese beef previo que vivimos cuando Benjamin Booker, que le sucedía en él, se deshacía a gusto en reproches a través de Facebook contra un Adams que lo había capitalizado impidiéndole probar sonido en condiciones (además de aludir a sus críticas a alt-J, una banda «mucho más original de la que tú serás nunca», o de la presencia de un tío con pandereta detrás del escenario). Después contestaría Tod Wisenbaker, guitarrista de Ryan Adams, a través de Twitter, y más tarde le retaba en un duelo de guitarras, pero nada va a eclipsar lo suficiente el enorme talento del autor de Heartbreaker. Puede llevar años anclado en una situación de perpetuo y prolífico declive, pero siempre sin tocar fondo, volando a ras de suelo y dejándonos ver sus escaras. En el Mad Cool las vistió de ruido, nos dejó pensando que podría haber cabido con claridad en el escenario principal y, sobre todo, nos dio la oportunidad de disfrutarle en directo. Un regalo.
De casi el mismo calibre que el que suponen Savages siempre que se presentan en directo. La fórmula ni ha cambiado ni suponemos vaya a cambiar por el momento, pues su post punk purista y oscuro, conducido por un bajo galopante, una batería marcial y una armonía de guitarra crispante son infalibles, pero es la presencia y actitud de Jenny Beth al frente lo que las diferencia por encima de todo. Su apariencia masculina contrasta con unos dejes muy femeninos, como los taconazos o el retocarse el pintalabios cada dos o tres canciones, aunque sea para corrérselo después por la boca con el dorso de la mano, como la que se limpia la sangre del labio después de una pelea. También escupe al suelo y se descalza cuando la ocasión lo requiere, que es casi siempre en su inagotable descarga de energía y exhorta a la gente a volverse loca, desatando algunos de los pogos más intensos de todo el festival. El delirio llega cuando se da su habitual aunque siempre excitante baño de masas (esta vez durante una canción que desconocíamos y no durante ‘Husbands’ como es habitual), pero además hay que reconocer que dieron un concierto completísimo, que a parte de presentar una inédita no se olvidaron prácticamente de nada (solo de ‘City’s Full’ y ‘She Will’, y a penas se notó), y que aun descargando de primeras dos de sus temas principales, ‘Sad Person’ (locura) y ‘Husbands’ (más locura), empalmaron un final apoteósico con la híper revolucionada ‘T.I.W.Y.G.’, con el descanso de maldición oscura que es ‘Adore Life’, pura densidad controlada, y con la final ‘Fuckers’, con recuerdo a Pedro Aunión, en cuyo nombre pedían celebrar el amor.
Y la electrónica triunfa de nuevo
Pero, y aunque a algunos les parezca un pecado decirlo, una herejía, los mejores bolos del festival los ofrecieron artistas de electrónica, desde unos alt-J que nos perdimos pero que triunfaron evidentemente por la expectación generada y por las caras de los asistentes a su concierto.
El jueves, ante Kurt Ville, elegimos a UNKLE por la exclusividad, teniendo en cuenta que este del Mad Cool fue su noveno concierto en 5 años, y no decepcionó en absoluto. Y es que, a falta de Depeche Mode, buenos son UNKLE. Salieron al escenario Radio Station en formato de cinco piezas con dos vocalistas y desde el principio, con ‘Eye For An Eye’, envolvieron el otro lado del muro (la nueva configuración del recinto, que se estrenó en el Download, dividía la zona de los dos escenarios secundarios de la de los dos principales con un muro decorado con carátulas míticas) en su atmósfera electro rock de épica progresiva, marcialidad rítmica y bajos contundentes. Aquí cobró protagonismo War Stories, con ‘Restless’ o la industrial ‘Hold My Hand’, y para el final dejaron su vertiente más clásica, más trip-hop, terminando con la liberación espacial de ‘Heaven’.
Y después de los británicos nos pusimos en las manos de Trentmøller. Aunque ya nos sabemos su espectáculo, siempre resulta estimulante. Una puesta en escena completamente negra, una vocalista con una potencia brutal que recuerda a las grandes divas en las que se fija Jenny Beth y una bruma densa y certera que, siguiendo la línea del último Fixion, alterna los pasajes más machacones, melódicos y esclavos del ritmo con momentos instrumentales más amplios donde el noruego intensifica su vaporwave y se va a terrenos más ambientales, de una densidad oscura que maneja a la perfección. Carisma arrollador en el escenario, arengando a las masas con una mezcla de autoridad militar y elegancia andrógina, Trentmøller están hechos para un fiestón que, pese a pecar de monótono a veces, demasiado reiterativo en su fórmula de pegada fácil, no falla en su propósito último.
Dos buenos conciertos, sí, pero todavía faltaba lo mejor, que se empezó a calentar el viernes con Kiasmos en el escenario Radio Station. Un inmersivo show de techno ambiental con espacios más oníricos dominados por una calma tensionada y secciones de ritmo atronador y poderoso y desbordante energía. Química pura, el dúo formado por Janus Rasmussen y Olafur Arnalds conjugan en su directo elementos tradicionales de la música clubber con deconstrucciones rítmicas de conservatorio y con samples de instrumentos clásicos de Arnalds, generando una atmósfera levitante que despega suavemente en ‘Lit’, un viaje en sí misma, se asienta en ‘Bent’, mucho más tenebrosa y profunda, sumergida como una anguila electrónica en una corriente alterna, y alcanza su plenitud en ‘Burn’, suspendida en la visión del universo desde algún lugar de la galaxia lejano a cualquier gravedad. La intensidad, la violencia que puede contener en su carga atómica una molécula en la que están impresos el principio y el fin de todas las cosas. Una explosión silenciosa de la que sólo puede emanar la belleza del apocalipsis, de las cuerdas teóricas implosionando y dibujando en el espacio erupciones de fuego en ingravidez.
Tras ellos, y después de 40 minutos de retraso en el escenario principal debido al accidente mortal de Pedro Aunión (no sabemos ni siquiera si a los artistas les dijeron algo, o que excusas se puso para el retraso del show), asistiríamos al que fue sin duda uno de los mejores y más enérgicos bolos del Mad Cool, y eso que tuvieron que recortarlo por la hora: el de Röyksopp. La pareja de DJs se presentaba tras una mesa en la que, además de diferentes motivos visuales, se proyectaba el nombre de la banda en letras lúbricas y tridimensionales, acompañada por Ionna Lee de Iamamiwhoami y por Jamie de The Irrepressibles y reforzada por una espectacular puesta en escena visual, con láseres sólidos que se proyectaban sobre el público, que dibujaban falsos techos de luz y que serpenteaban como el humo. Le dieron a su set aparencia de fiestón constante, con pocas momentos introspectivos (suelen hacer ‘Eple’ y no la hicieron por el recorte, igual que no hicieron una favorita personal, ‘This Must Be It’) y con mucho dance machacón, pero es que lo valen enormes temas de, por ejemplo, su EP con Robyn, como la inicial ‘Monument’ o la climática ‘Do It Again’. Bonito momento la toma del escenario de Jamie McDermott con torera de flecos para hacer ‘Something In My Heart’, pero más todos los momentos en los que aparecía Ionna, como en la deconstruída ‘What Else Is There’ o en ‘The Girl And The Robot’, en la que Svein Berge abandona los platos, se pone un casco robótico y va a cantar junto a ella, escenificando el impossible affaire. ¿Daft quién?
En otro orden de cosas, y aunque su concierto fuera difícilmente clasificable dentro del grueso general del Mad Cool, estuvo M.I.A. De otro nivel en cuanto a carisma individual lo que ofrece Maya Arulpragasam, diva underground indiscutible que se presenta acompañada de un dj, una vocalista de apoyo y dos bailarinas y maneja el beat como se doma un león. Su acercamiento a la crisis de los refugiados en el último AIM se traduce en toda la estética del show, con una gabardina naranja que alude tanto al color del álbum como al del pijama de cadena perpetua y con el único decorado de una valla, en la que se encarama como una gata elegante, por encima de fronteras y muros. Y aunque no sea un disco para nada focalizado, ha aportado al repertorio de su autora temas indiscutibles como una primeriza ‘Borders’ o ‘Fly Pirates’, que anuncia el final con una crítica explícita a la compañía aérea Fly Emirates (también se hace referencia, más velada, a su patrocinio del Paris Saint-Germain), y que en general ofrecen más apertura genérica que nunca. El trap y la reconstrucción del hip-hop se unen ahora a sus distintos recursos, que pasan de la world music de ‘Galang’ al dance pop saltarín de influencia arábica de todo Matangi: ‘Pull Up The People’ parece casi un himno de rock disfrazado, y poco se puede decir que no se halla dicho ya de su hit indiscutible, que sirvió para clausurar el concierto tras varios minutos de silencio y expectación («no se va a ir sin tocarla, ni de coña», se escuchaba entre la multitud), una ‘Paper Planes’ cargada de distintas cadencias. Eso sí, su mejor versión, la más oscura y hiphopera, la que lo parte en ‘Bad Girls’ envuelta en mala leche y vestida con las ropas coloridas y brillantes de los beats de Diplo. Su canto de almuédano es una bocina de discotecón gincharraco, e invita a una oración de baile, a una reunión de almas envueltas en el fuego purificador de una noche loca, la misma que conjura en ‘Story To Be Told’ para acabar haciéndome dudar de si era M.I.A. realmente la que estaba sobre o el escenario o si la había poseído por algún momento el espíritu más diabólicamente animal de Animal Collective. Además, se acordó de Pedro Aunión e invitó a la gente a homenajearle alzando las manos al cielo entrelazadas formando una paloma durante ‘Fly Pirates’.
El colofón al festival lo pusieron Moderat. Cierto que después de ellos pincharon SBTRKT en el escenario Koko (la mítica sala de Camden; ¿cómo llegó al Mad Cool?) y Floating Points en el Radio Station, que el primero estuvo más centrado en su versión más comercial y pandillera (con remezclas de sí mismo en algunos de sus mejores temas con Sampha y de otros ídolos urbanos como Kanye y Kendrick Lamar) y que el segundo terminó en una versión hortera de sí mismo por culpa de una flojísima selección de clásicos del sonido Chicago (poca gente se opuso con vehemencia cuando le dijeron amablemente que cortara), pero es que poco se puede decir después de que hayan hablado Moderat. Su hábitat natural es la sala, son berlineses y eso se nota, o escenarios más recogidos como el del NOS Primavera Sound del pasado año, donde se aprecian mejor a flor de piel las texturas que manejan, como moldean el sonido con puño de hierro y sedosa delicadeza, pero aún así da gusto comprobar cómo su puesta en escena de haces láser se proyecta expansiva por el cielo y por todo el recinto. Y, en cualquier caso, su propuesta goza siempre de una pegada irrestiblemente diferente por aunar en un concepto inspiradísimo una electrónica intrincada y muscular y una rutilante vertiente pop. ‘A New Error’, de primeras, sonó grandiosa, épica, progresiva y machacona, pero también introspectiva, y es que Moderat son berlineses, y eso se nota. Son capaces de hacerte transitar tu propio camino del calvario a ritmo militar. Juro que quería ver a Junior Boys y no me dejaron, que me engancharon completamente. Que fueron capaces de darle la vuelta a ‘Running’ para convertirla en una explosión de techno elegante, que le dieron alas de deep house a ‘Eating Hooks’ para cortar el viento de su ambient hiperestésico inicial, y que después del chillido de ‘Reminder’ y de su centrífuga espiral electro no recuerdo más que un fiestón en el que sale lo mejor de cada parte y donde la mezcla se hace más heterogénea (quizá tenga que ver también que es donde suelen encajar los temas de su primer disco, y que es evidente que según han ido avanzando han insistido en refinar su empaste y su lado melódico), para alcanzar la catarsis en ‘Bad Kingdom’, que reúne sus mejores virtudes en siete minutos de orgía colectiva. «This is not what you wanted… not what you had in mind».
El año pasado titulé la crónica del Mad Cool Madrid no sabe torear el miura de los festivales, y este año bien podría haber supuesto esta crónica la segunda parte. Madrid sigue sin saber torear en condiciones el miura de los festivales, pese a un cartel que este año sí ha mostrado una mejora evidente. La promesa (que veremos si se confirma definitivamente) de un cambio de recinto, que estaría más cerca de Madrid, en principio en IFEMA y sin tener nada que ver con Metrorock, y mucho mejor diseñado para albergar un evento de estas características y con estas aspiraciones (son evidentes cuando el Mad Cool anuncia para el próximo curso un cambio de fechas que sigue al cambio efectuado por el mastodóntico Rock Wertchter, y no tanto por entrar en competición con un FIB que suponemos también se beneficiará a su manera), sin embargo, nos invitan a creer que a la tercera pueda ir la vencida. A ver si podemos hablar para entonces de una consolidación que, de momento y tragedias aparte, no se ha materializado.