Crónica Primavera Sound 2017

El Primavera Sound vuelve a batir récord de asistencia en una edición con luces y sombras que tardó en arrancar y que al final, muy en parte gracias a la revolucionaria propuesta #UnexpectedPrimavera, salió como siempre triunfal, con Arcade Fire, Bon Iver, Haim y Flying Lotus como claros vencedores


El Primavera Sound empezaba la semana con mal pie, con mala cara. Algo inusual para un festival con tantos años de carrera y tantas alabanzas a sus espaldas, tanto de crítica como de público, profesionales y artistas. Siempre se espera casi con ansiedad a que allí se escriban los primeros capítulos de la historia musical del año, pero ante esta decimoséptima edición había una nube de bruma, levantada fundamentalmente por la (previsible) cancelación a última hora de Frank Ocean y el peligro que corría la actuación de Solange, que se había borrado poco antes de un bolo en Boston alegando, como Ocean, “problemas de producción” cuando seguramente estaba pendiente de su hermana Beyoncé y de su ya avanzado embarazo. Las dudas flotaban en el aire, los temores acuciaban y también resonaban aquellos cantos de sirena que criticaron desde el principio un cartel de altura descomunal que ha hecho del riesgo su valor último principal. Quien no arriesga no gana, y quizá eso, el cómputo de todos esos fantasmas, es lo que ha convertido un Primavera para el que conocíamos meses antes de lo normal su line-up en un evento desplegable y sorprendente que ha ido cerrando sus propios círculos, resolviendo sus carencias y amplificando sobremanera su impacto según iban avanzando las jornadas. Esta es la historia de un Primavera inesperado, un ente vivo al que aprendimos a sentir con los ojos vendados, con el tacto de los dedos. La de un Primavera que parecía una cosa y fue otra totalmente diferente sin apenas cambiar nada. La del amor y el odio. La de cómo se puede redescubrir el Primavera Sound.

Concebido el cartel como el fondo de un océano en el que sumergirse en busca de joyas, este año la nómina más destacable del festival estaba en su letra medio pequeña, con grupos y artistas con discos más que contrastados pero con la prueba del directo todavía pendiente. Y la sensación general es más bien de derrota en este sentido. Dejando a un lado la coincidencia de Badbadnotgood con Bon Iver y el estropicio de Mitski que perpetró el sonido del escenario Pitchfork, que nos dejan con ellos todavía en el aire, pocas promesas se confirmaron con honores, dejando la mayoría conciertos descafeinados con grandes momentos y otros más tediosos, sin alcanzar del todo la consistencia. Fue el caso de Priests o de Pinegrove (ambos probablemente por la hora, ya hundidos en la madrugada), o especialmente el de Alexandra Savior, con un concierto terriblemente plano la tarde del viernes, también en el Pitchfork. Sí superaron con creces la expectativas Kevin Morby y Weyes Blood, deliciosa y sutil (y mucho menos onírica, contemplativa y pausada que en su versión de estudio).

Foto: Eric Pamies

La parte alta del cartel, azotada por el borrado de Frank Ocean, se negó por su parte a resistirse, y lo que empezaba con las incógnitas sobre la actuación de Solange, el nuevo disco de Arcade Fire o los problemas de vuelo de la crew de Justin Vernon acababa por resolverse en verdadero apoteosis, en una sarta de victorias que han convertido esta edición quizá no en una de las mejores pero sí en una de las más especiales que se recuerdan. La caída de Ocean se solventó con un apaño sobre la marcha, un parche en forma de DJ set de Jamie xx (que además resultó bastante pobre y previsible según me comentan), pero quedaba guardado en la recámara el as más revolucionario del festival: una nueva propuesta que, bajo el hashtag #UnexpectedPrimavera, añadió a la programación in situ un nuevo escenario con cuatro actuaciones diarias de madrugada (el Backstage Parties, situado en el lugar donde antes de la ampliación al Primavera Bits se encontraba el escenario de electrónica con el Bowers & Wilkins soundsystem y al que se accedía tras conseguir uno de los tokens que se repartían en el puesto de información desde las 9 de la noche; por él pasaron nombres del cartel como Local Natives, Kelly Lee Owens, The Wedding Present o Pond y otros nuevos como Algiers o The Magician en DJ set) y, sobre todo, los conciertos sorpresa, anunciados poco a poco a través de redes sociales (Twitter e Instagram Stories fundamentalmente) y la aplicación del Primavera. El de Arcade Fire (que sin embargo no estuvieron tan inspirados como siempre en su slot del escenario principal) y el de Haim ya son historia viva del festival, y supusieron momentos tan épicos como lo fueron el precioso y emotivo concierto de The xx o el arrollador set de Bon Iver, lo mejor de esta edición.

Vamos, poco a poco, a desgranar este Primavera Sound que vivimos, viví, con la ilusión del que hace por primera vez lo que más le gusta en el festival que más le gusta. Con paciencia, desde el concierto de Cigarettes After Sex hasta la jornada de puertas abiertas de la tarde del domingo en el CCCB. Que entienda quien lea lo inabarcable que puede resultar el Primavera Sound Festival para un redactor solo ante el peligro. Allá vamos…


Jornadas de Inauguración

Foto: Dani Cantó

Los días previos a los tres días grandes del Primavera Sound son un verdadero hervidero. Ya no solo el miércoles, que entre la programación gratuita del Parc del Fòrum y las de las salas Barts y Apolo constituye prácticamente una jornada principal y obliga a empezar cansado un festival que solo disfrutan al máximo los locos y los valientes (sus actividades se extienden desde las 11 de la mañana hasta las 6 de la mañana jueves, viernes, sábado y domingo y de 5 de la tarde a 6 de la mañana el miércoles), sino por el lunes y el martes, días en los que hay cada vez conciertos más importantes.

Como el de Cigarettes After Sex, «cabezas de cartel» del martes 30 de junio. Los de Brooklyn, comandados por Greg Gonzalez, manejan con solvencia una propuesta sedosa y onírica, absorbente, pero al final dejan una enorme sensación de repetición dando un innumerable número de vueltas anodinas sobre el mismo patrón. Como en una aburrida carrera de Fórmula 1 en la que no hay ningún accidente ni ningún imprevisto, Cigarettes After Sex pueden ser agradables en si mismos a la vista y al oído pero corren por la misma canción tomando igual las curvas y metiendo las mismas marchas. Todas podían haber sido ‘Affection’ y el concierto hubiera resultado igual de emocionante. Nos esperábamos más, y eso que suenan como si llevaron años encima del escenario, gordos y precisos.

Foto: Dani Cantó

El miércoles lo más destacable fue la sorpresa de la australiana Gordi, con un folk con baterías épicas y tintes electrónicos que sigue la estela (desde la distancia) del último Bon Iver y su fascinación por el Phil Collins de Face Value; el conciertazo de Local Natives con versión de ‘Ultralight Beam’ incluida, que hizo valer muy por encima su mediocre último trabajo y les confirmó como una banda con un brillante futuro por delante (ambos en el Parc), y el recital de Kate Tempest en la sala Apolo. La británica desgranó su Let Them Eat Chaos de principio a fin y en riguroso orden para hacernos entender la historia que hay detrás de él, la del canibalismo capitalista, la de la pérdida del amor y la confianza, la del asesinato de la humanidad en uno de los mejores bolos del festival, cargado de intensidad, de filosofía y de saber hacer musical. Ella, atroz, implacable al micrófono; la banda, honda y ampulosa… música en estado puro, más allá de cualquier superficialidad.

Foto: Dani Cantó

No llegaron a ese nivel Saint Etienne, monótonos y a veces faltos de intensidad pese a un indiscutible savoir faire  y a un setlist cargado de temazos que terminó de forma apoteósica con ‘He’s On The Phone’, ni Marc Piñol con una sesión más pensada para rellenar un hueco disponible con un house muy alejado de cualquier compromiso rítmico y no con su estilo colorista y versátil, el que le ha llevado a convertirse en uno de los primeros puntales de la escena de Barcelona desde el sello Hivern de Talabot… quizá le hubiera apetecido cerrar uno de los días grandes mirando al mar mediterráneo desde Primavera Bits.

Mención especial merece el esperpento perpetrado por Elmini, una vergüenza pregrabada que unió en un mismo racimo todos los flecos que hacen del trap nacional un estilo criticable y que se convirtió más que en un bolo en una fiesta de amigos pasándose canutos. Ni La Vendición Records ni el Primavera Sound se merecen que los mancillen así, y constituye un flaco favor al trabajo que han ido haciendo los chicos de PXXR GVNG o Agorazein para convertir el trap en un género respetable.

Foto: Dani Cantó

Como curiosidad, al día siguiente nos enteramos de que durante el miércoles se estuvieron vendiendo en la tienda de Rough Trade copias del vinilo de 12 pulgadas del primer sencillo del nuevo disco de Arcade Fire, un ‘Everything Now’ del que ya empezamos a tener noticias y rumores desde el martes por la noche gracias a la fanpage «oficial» Arcade Fire Tube. Los chicos de Discos Paradiso, la mítica tienda de Barcelona, consiguieron uno de los ejemplares (que volaron) y subieron su reproducción a YouTube. Empezaba así toda una gymkana promocional que al día siguiente terminaría de explotar en nuestras narices.


Jueves 1 de junio.
Unexpected Primavera

Foto: Eric Pamies

Esta primera jornada del Primavera Sound será recordada como la del aterrizaje de Arcade Fire sobre la colina del escenario que este año se ha llamado Primavera, en torno al que orbita la zona principal del festival (la que no está en Mordor), y como la del nacimiento de un nuevo Mordor, este eso sí mucho más agradable a la vista. Por Arcade Fire por lo que en parte sospechábamos desde hace tiempo pero supera todas las expectativas una vez cumplido, un show secreto de una hora y diez minutos que arrancó hacia las 8:30 y en el que, a parte de estar eufóricos, certeros, apasionados y a un palmo del público en un escenario en 360º, foguearon la ya publicada ‘Everything Now’, muy ABBA, y una nueva ‘Creature Confort’ que me parece de lo más interesante (ambas suenan a la conversión surgida del sonido barroco de Funeral pasado por el filtro festivo de Reflektor [aprovechamos también para decir que el nuevo disco, Everything Now, verá la luz el próximo 28 de julio]), a parte de hits ya clásicos como una incendiada ‘No Cars Go’, ‘Reflektor’ con recuerdo a David Bowie («we miss you so much») o la clausura apoteósica de ‘Rebellion’. Pero lo mejor de todo fue poder disfrutarlos con el atardecer de fondo. No, Arcade Fire no se la jugaron al Primavera Sound y, pese a no haber disco a tiempo, la publicación del primer sencillo en plataformas de streaming y del videoclip en YouTube llegó precisamente durante este show secreto anunciado a través del Instagram del Primavera Sound muy poco antes… este era el regalo, algo que el propio Butler medio reconoció luego en el concierto en sí del sábado: «este es uno de nuestros lugares favoritos en Europa y por eso hemos decidido empezar aquí nuestro tour. Amamos al Primavera».

Foto: Jordi Sintes

Esta frase, que puede ser baladí o un tópico para casi todos los conciertos de todos los artistas en todas las ciudades del mundo, cobra un sentido especial en el Primavera Sound, pues en pocos sitios se escucha tanto como aquí a los músicos alabar al festival, ya sean estos consagrados que han crecido en el Primavera (como The xx, los propios Arcade Fire, Metronomy o Aphex Twin, que fue cabeza de cartel en la edición de 2002 junto a Pulp, cuyo líder, Jarvis Cocker, sigue estrechamente vinculado a la organización —este año presentaba junto a Steve Mackey Dancefloor Meditations y se le pudo ver por el press lounge en varios momentos del festival—) como artistas noveles que viven su actuación con la ilusión de un niño con un juguete nuevo, como Operators. Tan especial es que en un momento nos topamos con The Molochs rodando un vídeo entre las palmas del camino que va de Ray-Ban al Night Pro (las mismas que de noche acaban decorando el headline del mismo Ray-Ban) y pudimos ver a varios artistas disfrutando del festival como uno más (entre ellos Antonio Luque, un fijo; Taylor Rice de Local Natives o Hayden Thorpe de Wild Beasts).

Por el nuevo Mordor, el Primavera Bits, por haber supuesta una inteligentísima ampliación del recinto que permite darse un bañito en el mar a la hora de comer (así lo hicimos durante el final del DJ set de Kiasmos y Jackmaster en el Desperados Bowers & Wilkins) como pegarse un fiestón de madrugada, con estructuras orgánicas de luces y un ambiente bastante chill que puedes decidir tú mismo endurecer o no: el cierre ofrecía a Bicep y a Ben UFO en un recinto enorme (bastante apartado también; hay que cruzar un puente de asfalto sobre el puerto) en el que se puede hacer de todo: beber, correr, jugar, saltar, tumbarse en el césped, sentarse en sillas, lavarse las manos con agua y jabón, bailar…

Tuve la suerte de ser uno de los afortunados, además, que recibió una de las entradas del sorteo del nuevo formato satélite Primavera a Casa Teva organizado por Sofar Sounds para ver a Kelly Lee Owens en el 73 de La Rambla. Citados allí un poco de estrangis a la 1 de la tarde, así dimos por comenzado nuestro jueves. Después, electrónica y playita. Y a las 5 Soledad Vélez en el Ray-Ban. Un poco a deshoras, a mí me gusta arriesgar y no me equivoco diciendo que la chilena es una de las voces femeninas con mayor proyección y actualidad con su estilo de banda de rock desértico del futuro, instigada por latigazos de electrónica.

Kevin Morby, vestido con traje all-white con tachuelas brillantes formando sus iniciales y estampado de motivos musicales, asaltó el escenario Heineken a eso de las 6.20 con uno de los mejores discos de 2016 y con un rock perfiladísimo que viaja entre el folk, el country, la americana y el pop barroco. Su pose está a medio camino entre Jack White y Win Butler, y ya tiene un repertorio de altura descomunal: ‘Harlem River’, temazo, la recién estrenada ‘1 2 3 4’, ‘I Have Been To The Mountain’ o ‘Dorothy’. Terminó con una inflamada versión del ‘Rock And Roll’ de Lou Reed y nos dejó con sabor a poco.

Con Alexandra Savior, sin embargo, asistimos a una de las primeras decepciones del festival, pues terminó de confirmarnos que lo descafeinado de algunos momentos de Belladonna Of Sadness inundan una puesta en escena algo pobre y plana musicalmente, que no termina de estallar en ningún momento ni parece dejar licencia alguna para la improvisación o para una mínima salida de guion.

Foto: Alba Rupérez

Caos y descontrol, pude ver un rato a Miguel arrancar los gritos de una explanada inundada de mujeres con su pose de superstar y su mirada egipcia, pero corrí despavorido al encuentro de la troupé de Montreal. Después, ya extasiado, volví a correr para enfrentarme a una Solange que se presenta con una performance visual teñida de rojo con una luna de fondo. La hermanísima de Beyoncé sonó brillante especialmente en los temas de su anterior EP, sobre todo en un ‘Losing You’ que clausuró el set principal, y resultó especialmente inspiradora en un discurso no excesivamente politizado. Se apoya en el impacto visual de las coreografías, con sus músicos y bailarinas alineados con ella en primer plano, y mantiene una apariencia de seriedad que no puede contener cuando habla de Carlota, la mujer que trabajó con ella durante más de dos meses en un intenso periplo para elaborar el concepto de artwork de A Seat At The Table y extraer las imágenes de los videoclips de ‘Cranes In The Sky’ y ‘Don’t Touch My Hair’. Esta sirvió para despedir un concierto (echamos de menos que se subiera Sampha, a poder ser con una capa-edredón) bastante efectivo en el que la pequeña Knowles llegó a darse un baño de masas.

Foto: Sergio Albert

Paren las rotativas, pues después llegaría el que por excelencia sería el momento de la jornada. Que Arcade Fire o el estreno del Primavera Bits no ensombrezcan la presencia celestial de Justin Vernon al frente de Bon Iver. Espectacular todo el concierto, desde el apartado visual con todos los símbolos relacionados con 22, A Million hasta el sonido, el mejor de todo el festival, atronador y apocalíptico. Cuesta imaginar como una banda tan distante, tan de otro planeta puede aterrizar con tanta contundencia ante nosotros para fundir nuestra mente con mantras de cyborg futurista. Desde los lamentos maquinistas de ’22 (OVER S∞∞N)’ que ya enmudecieron a la explanada desde el primer segundo hasta el final no hubo descanso a la emoción más brutal y descarnada, a una pasión honda y dolorosa que penetra todas las barreras del espacio y del propio cuerpo, que infecta como un virus y destruye los oídos, el cerebro, quiebra la voz con un rugido alienígena que a veces parece poner a prueba a los altavoces hasta la extenuación, al borde de la implosión. Repasó de golpe y en orden los seis primeros temas de 22, A Million, combinando el precioso acapella robótico de ‘715 – CR∑∑KS’ con la tormenta mental que es ’33 «GOD»‘, pero sobre todo dando una lección de enmudecimiento, haciendo cada vez más divina, inalcanzable e intocable su venida sobre el Parc del Fòrum. La gente lloraba e imploraba al cielo con las manos…

El concierto alcanza una nueva dimensión cuando las baterías empiezan a incendiarse en una épica de corazón latente para ‘666 ʇ’. Pero lo más interesante de todo es cómo la transformación sonora, casi una aleación de algún material extraterrestre, que ha experimentado Bon Iver con su tercer trabajo afecta a todas las canciones anteriores para albergarlas dentro del abrazo de un discurso coherente, sólido y unificado, dotándolas de una nueva dimensión desconocida y de una vida renovada. Como ocurre con el riff pesado de ‘Bracket, WI’, que se endurece y oscurece, o con los pulsos electrónicos sutiles que apoyan el final de ‘Minnesota, WI’, que con la nueva gira se convierten en las siete trompetas del apocalipsis y hunden las cabezas bajo un techo invisible de vibraciones imposibles de electricidad. Antes de encarar una recta final amparada en clásicos se deshacen con otras tres de 22, A Million (solo faltó ‘00000 Million’): la progresiva y preciosa ‘(8) Circle’, con su recuerdo a Phil Collins; el aullido lunar ’21 M◊◊N WATER’ y ‘___45____’. La gente está en comunión trascendental; el amor, en estado químicamente puro, flota entre suspiros y caricias decibélicas. En esta misa el silencio no es una opción sino más bien una imposición ineludible, pues sin querer has empezado a notar cómo se atoran las cuerdas vocales, cómo Bon Iver te han enmudecido. La aparición celestial metálica muta en agujero de gusano en ‘Holocene’ y arrastra a la belleza absoluta una newwavizada ‘Calgary’ convertida en de lo mejor de un nuevo espectáculo reservado a aquellos preparados para atreverse a comprenderlo dentro de una violación mental y auditiva. «Habéis sonado jodidamente preciosos», dijo Vernon tras acabarla con su calma de bajamar y de exhalación cansada.

Foto: Eric Pamies

Nos habíamos ganado un premio, debía ser, porque tras el final apocalíptico de ‘Creature Fear’, nunca antes viva de este modo, nunca antes dolorosa como ahora, con su outro explosiva amparada en el atronador y furioso ruido de los efectos y los pedales convirtiendo la guitarra en un arma de destrucción masiva, en un can cerbero de tres cabezas que amenazan con conocer y exponer las tripas de los más bizarros secretos de una existencia irónica, tras despedirse la banda al completo, Justin Vernon nos regaló él solito a la guitarra una emotiva interpretación de ‘Skinny Love’ que quedó resonando en nuestras almas durante todo el festival. Que lo hará durante todas nuestras vidas. Triunfo colosal de química y momento, sigo con las caras de algún amigo en la cabeza, como perdidos, absortos, incapaces de comprender lo que allí acababa de pasar. Devueltos a la tierra tras hora y media de abducción.

No era el momento después de disfrutar del thrash extremo de Slayer en el escenario principal, así que lo dejamos para otro momento, pero sí nos sirvieron muy bien para poner banda sonora al proceso de asimilación de lo que habíamos visto, oído, vivido y sentido en el concierto de Bon Iver (fue la misma tarde que el aterrizaje de Arcade Fire… demasiadas emociones para un solo día) los chicos de S U R V I V E, con un ambient sintético que iba pintando de colores mi cansada imaginación.

Foto: Dani Cantó

No estuve tan fino, sin embargo, para disfrutar del todo la sesión de Aphex Twin, que terminó de decidirme a abandonar hacia la mitad para ver a King Gizard & The Lizard Wizard en el escenario Primavera. El mítico DJ, piedra angular de la IDM, torturó los sonidos como acostumbra, con contundencia y con efecto de sorpresa, con una improvisación extraña y compleja que podía pasar de la zapatilla histérica a un proto dubstep deconstruido, pero que también podríamos llamar «trapstep» por su loca fusión sin mucho sentido de ritmos, sonidos y sus inversiones en forma de ceros, unos y pura electricidad. Cuando empezó a mezclar ritmos latinos (reggaetón… ahí estaba ‘Paleta’, casi un WTF) con su cortocircuito sonoro y sus látigos de electroshock con sirenas y pitos de puertas de coches abriendo y cerrándose, decidí que había tenido suficiente. La única idea de Aphex Twin era freírnos el cerebro, y seguro que a alguno de las primeras filas, cuyas caras aparecían proyectadas y deformadas digitalmente en la estructura mondrianista de pantallas que cubría el escenario, se le escapó un poco por la oreja en forma de fluido.

Foto: Eric Pamies

Los australianos King Gizard & The Lizard Wizard, por su parte, pusieron patas arriba el Primavera Stage a eso de las 2 de la madrugada. Desde el arranque, con ‘Rattlesnake’, se decidieron a asestarnos puñalada tras puñalada histérica de rock psicodélico y fuzzy que miró poco al pasado y sí fue fiel a la nueva etapa del grupo, más afilada y menos freak. Pero lo que les hace verdaderamente aplastantes es su marcialidad incansable, su kraut loco y machacón que se llevó a más de uno por delante y que despertó unos pogos pocas veces vistos en un Primavera Sound, no solo dentro de la marabunta, sino también por la colina, por la que rodaban algunos que se habían pasado de copas (o de Red Bull mágico). Los primeros compases del concierto fueron de menos a más, más fijados en Flying Microtonal Banana y su sesenterismo esotérico e hinduísta, dejando una ‘Nuclear Fusion’ de pausado desarrollo y llena de rollazo. Y para entrar en materia tiraron de la espídica ‘Evil Death Roll’. Dejando un mínimo espacio para algo de recogimiento etéreo y ensoñación con ‘Invisible Face’, extraña excepción, regresaron a su habitual locura para desplegar los más de diez minutos del trayecto ‘Altered Beast/Alter Me’ sin apenas respirar y demostrando que Murder of The Universe viene a sintetizar la furia desatada de Nonagon Infinity y el desert trip galopante de Flying Microtonal Banana y a representar el enorme momento de forma de la que es la banda más demoledora de la generación psicodélica australiana (por momentos les faltó hacer stage diving para acercarse a Thee Oh Sees —que, por cierto, ahora son simplemente Oh Sees—). Pero el final lo encarrilaron con el tremendo Nonagon Infinity, su mejor álbum, desatando toda su locura (dos baterías, tres guitarras en hiperactiva ebullición, un sinte que no sabes por donde viene) y con Stu Mackenzie comiéndose literalmente el micrófono. ‘Robot Stop’, ‘Gamma Knife’ y ‘People Vultures’ anticiparon la recientemente estrenada ‘The Lord of Lightning’, y la única concesión al pasado de la banda, ‘Cellophane’, cerró el concierto por todo lo alto, sumido en una viscosa oscuridad post punk y en el delirium tremens de un pedo de ácido. Grupazo.

Foto: Garbiñe Irizar

Antes de terminar la noche en el Primavera Bits me puse en manos de Tycho en el Ray-Ban Stage para bajar las revoluciones de la jornada. Apoyado por una banda de enorme solvencia, con bajo, sintetizador, batería y él mismo a la mezcla, teclados y guitarra, dio rienda suelta especialmente a su último Epoch en un concierto de ejecución perfecta que se quedó frío en muchos momentos, extasiado en su excesiva contemplación. Su estilo es indiscutiblemente etéreo, vaporoso, pero también lo es el de Bonobo, por ejemplo, y él si sabe adaptarse a las más difusas leyes del directo. Aunque el sonido fue impecable y pocas pegas se le pueden poner a viejas joyas como ‘A Walk’ o la clausura espacial que supone ‘Awake’, sí me faltó algo de ritmo, algo de intensidad y alguna arista que les separara un poco de la versión de estudio a la que se aferran con tozudez matemática (o algún vocalista invitado para romper la bruma instrumental). Lo mejor, el empalme climático de ‘Horizon’ y ‘Epoch’, el único momento en que el ambient de Scott Hansen pareció mirarnos a nosotros más que a sí mismo.

https://www.youtube.com/watch?v=Zgo3DQeMHeY


Viernes 2 de junio
Un cachondeo muy serio

Foto: Eric Pamies

Arranqué el día buscando el único momento en el que me encajaba, dentro de la locura horaria del Primavera Sound, ver a Sinkane, una de nuestras joyas previamente escogidas. Actuaba una media hora larga en el escenario Firestone, una especie de camión a un lado del merendero, y fue suficiente para comprobar que funcionan más bien como una big band cargada de recursos en la que Ahmed Gallab cede protagonismo vocal a Amanda Khiri que como un simple proyecto en solitario. El funk sabrosón se mezcla con el soul y con aires de fiesta tropical para levantar temazos como ‘U’huh’ o ‘Telephone’.

Foto: Nuria Rius

Muy bonito lo hicieron después los catalanes internacionales El Petit de Cal Eril, que amenizaron la tarde desde el Ray-Ban con su folk orgánico y festivo que mira de cerca a bandas como Beirut. Enormes estuvieron en los temas más etéreos y apegados a tímidos sonidos electrónicos de su nuevo trabajo, La Força, como en la sutilísima ‘El Plor’ o en ‘El Cor’, pero sigue siendo la excepcional y optimista ‘Amb Tot’ la que marca un hito en sus conciertos, invocando un espíritu comunitario que cierra siempre de forma mágica y expansiva.

Una pena lo de Mitski a media tarde en el escenario Pitchfork, pero parece que todos los años tiene que haber un concierto maldito en este escenario que suele dar enormes alegrías y que este año le tocó a la neoyorquina de origen japonés. El trío salió dubitativo, con Mitski mirando inquieta al lateral del escenario pidiendo que le subieran la voz o que le bajaran el bajo y con Patrick Hyland, guitarrista y productor de Puberty 2 y verdadero responsable de sus aludes sonoros, bastante metido en sus pensamientos, mirando a la lona y desconectándose cada vez más del público. ‘I Don’t Smoke’ sonó a ratos irreconocible, y toda la furia contenida y densa que deberían haber desatado en ‘I Bet on Losing Dogs’ se quedó en acoples desagradables. Y aún así faltaban los sintetizadores, que son innegociables en ‘First Love/Late Spring’ y necesarios en muchas otras, y eso no es culpa del sonido. Así que agradecí que pasada algo más de la mitad del show se deshiciera de ‘Your Best American Girl’, que tampoco llegó a igualar el impacto abrasivo del disco, para poder resolver una de las dicotomías más duras del festival y correr a ver a Whitney.

Y no me equivoqué. Perfección, belleza y good vibes fueron todo lo que destilaron los chicos de Chicago. Con su debut, Light Upon The Lake, han parecido ponerse a la cabeza de un estilo revivalero que se asienta en el pop clásico y catedralicio de toda la vida, el de los Beach Boys, el más brillante y soleado que pueda imaginarse, con permiso de un Mac Demarco que se subió con ellos al escenario para solear fumándose un piti en ‘Red Moon’. Y desde luego demostraron por qué con interpretaciones magníficas de temazos como la deliciosa ‘No Matter Where We Go’, en la que destaca por encima de todo la guitarra de Max Kakacek, o ‘The Falls’, donde se luce Julien Ehrlich, dulce como pocos a la voz cantante mientras marca preciso el ritmo a la batería en una configuración de banda que además resulta siempre sorprendente. Para el final reservaron una divertida versión de ‘Magnet’ de NRBQ y su tema bandera, ‘No Woman’. Tan chicos buenos parecen que no nos podíamos creer verles luego a ambos liándola en el concierto de Mac Demarco, haciendo hasta stage diving.

A partir de aquí llegarían algunos de los grandes momentos de la jornada, empezando por el bolazo de Sampha en el Ray-Ban Stage, pura emoción y dominio de los tiempos con una propuesta que en disco puede excederse en su intimismo pero que en directo sabe incendiarse para alcanzar una dimensión mucho más combativa. Con una banda entregada en cuerpo y alma a lo instintivo y radical del ritmo, con un batería, otro dedicado a un pad de percusión electrónica y un teclista que también tenía una caja, la fórmula pasaba por endurecer todos los lamentos del británico, como ocurrió en ‘Too Much’, uno de los más explosivos momentos del set. Los músicos de Sampha saben cuando apartarse y limitarse a escuchar sus palabras, su voz personalísima, y cuando incendiarse y acompañar con su estallido unas baladas que trascendieron siempre sus límites. Es lo que sucede con ‘Incomplete Kisses’, en la que la tormenta rítmica representa la ansiedad del joven productor de la familia Young Turks. Una ‘Kora Sings’ endurecida que terminó con los cuatro integrantes reunidos en torno a un kit de batería dio paso al temazo por excelencia, ‘Blood On Me’, que crece en directo amparándose en un desgarradora interpretación vocal en la que Sampha, que a veces llega justito, consigue echar el resto y hacernos sentir el raspado de sus cuerdas vocales. Después, tras correr una cortina invisible y consciente de que con esta poco más se puede hacer, se sentó al piano mientras la banda se sentaba a disfrutar y observar para acometer la intimista y desgarradora ‘No One Knows Me Like The Piano’, un momento precioso de esos que suelen enamorarnos del Primavera Sound.

Foto: Garbiñe Irizar

Y de lo bello de Sampha pasamos sin mucho tiempo de asimilación a lo bestia de Mac Demarco. El canadiense hizo lo que mejor sabe y demostró por qué no hay que tener nunca dudas de él. Si en su actuación de 2015 fue capaz de colgarse como pocos el papel de animador de tarde, para este año ha entendido perfectamente el contexto de «abrir» para The xx, desde el escenario Mango y ya caída la noche. ¿Qué iba pedo? Seguramente (¿cuándo no?). ¿Que dio uno de los conciertos del festival? Seguramente también. La preciosidad de los temas de su nuevo disco, como ‘On The Level’, una dulce caricia de smooth synth psicodélico, se tornó en ironía romántica, en cachondeo con amigos después de que te deje la novia, en un resacón de polvazo. Los chicos de Whitney, Kakacek y Ehrlich, se subieron a liarla y acabaron abandonando el escenario por encima del público, consiguiendo sacarle a un chaval una botella (botella, entera, de cristal, a saber cómo la metió… he visto apaños interesantes para colar alcohol en todos los festivales, unos más profesionales o chapuceros que otros, pero lo de la botella me dejó loco) de algo que parecía whisky del Mercadona y pegando tragos de ella. El propio Demarco brindaba a su salud y a la de todo el Primavera con otra botella, en su caso una Font Vella de plástico rellena de alcohol. A todo esto, el batería salió al escenario completamente desnudo, y en ‘Together’ Mac acabó en tanga fumándose un cigarrillo y dando berriditos con una pose de frontman salvaje, desfasado e irresistible.

En una especie de homenaje paródico a la película Cruce de Caminos, inspirada en Robert Johnson, guitarrista del diablo, y en la que Ralph Macchio, el famoso Karate Kid, reta a un duelo shredder al todopodeo Steve Vai, Mac se enfrentó a su guitarrista durante un solo eterno y chirriante y acabó lanzándose al suelo sobre el micrófono, golpeándose con él en el pecho. Y las carcajadas diabólicas de ‘Moonlight On The River’, el tema que más me ha enamorado del nuevo hueso de este perro viejo que ya es Mac Demarco, resonaron atronadoras por toda la explanada, como nunca pudo imaginarse seguramente el propio Demarco, que dio probablemente en el Primavera Sound uno de los mejores conciertos de su vida. Como las viejas ruinosas estrellas del rock.

Foto: Eric Pamies

Muchísimas ganas tenía del bolo de The xx, pasadas las once de la noche en el escenario Heineken, sobre todo por comprobar en propias carnes por qué una propuesta tan minimalista ha conseguido alcanzar la cima de los festivales y, en definitiva, la cima del pop. I See You, su tercer disco, les ha puesto en el epicentro de la corriente, algo que ellos mismos buscaban pero sin sumergirse a fondo en su fluir, manteniéndose siempre en el difícil filo entre la autenticidad y el best seller. Y el paso, en directo, refuerza su condición de golpe maestro, de órdago inapelable, de envido y de jaque mate. Sirva como prueba la irrelevancia que adopta ‘Crystalised’, soltada de primeras tras la apertura con ‘Say Something Loving’ y la que antaño fuera su canción de estudio más directa, en un setlist arrollador que la hace palidecer frente al brillo deslumbrante de los temas del nuevo disco. El tercer concierto de The xx en el Primavera Sound (ellos mismos reconocían lo mucho que ha significado el festival en toda su evolución: han presentado en él todos sus discos y ya han asistido como público más de una vez) arrancaba quizá a medio gas, poniéndose en rotunda evidencia el hecho de que es Jamie xx el que conduce el hilo narrativo de esta historia de emoción y sensibilidad electrónicas. Con él más moderado, era Oliver Sims el que tomaba la voz cantante, actuando con una solvencia y firmeza de frontman seguro que fue lo que más me sorprendió de los primeros compases del show; nunca me había planteado con tanta seriedad la idea de que es él el que sirve de pegamento para The xx, el que pese al indiscutible protagonismo de Jamie en el devenir musical, ejerce de líder, de cabeza visible y mantiene unidos a los tres en espíritu.

Es a partir de ‘Lips’ cuando el trío de Londres empieza a desatar su verdadera potencia y profundidad, pese a un sonido que nunca llegó a ser todo lo atronador que quería imaginarme, con un Jamie preciso y letal en ese ritmo latino tan nicolasjaariano. Enorme noticia también que hicieran ‘Replica’, una canción que como el propio Sims reconocía tenían un poco olvidada en el tour porque fallaba cada vez que la tocaban (volvió a entrar mal y la empezaron otra vez, entre risas, qué maravilla ver a Oliver tan jodidamente feliz) y que en directo se confirmó como un temazo en el que los tres asteroides orbitan en perfecta y sutilísima armonía, especialmente hacia el final, con ese mantra definitorio y preciosista que reza «do I chase the night or does the night chase me?».

Los tres, que como espejos en movimiento mostraban a veces caras oscuras e introvertidas y otras mucho más luminosas, tuvieron sus momentos de autoafirmación y confesionario en un espectáculo que al final termina emocionando por mostrar a una banda en armonía y sincronismo celebrando su amistad, su profesión y la disparidad de sus vidas, personalidades y problemas, exorcizando sus propios demonios con valentía en una orgía comunitaria. Es lo que hace Romy en ‘Performance’, sola a la guitarra y acaparando el único foco de luz mientras canta «You won’t see me hurting / when my heart it breaks /I’ll put on a perfromance / I’ll put on a brave face» (momento emotivísimo). O lo que hace Oliver en ‘Dangerous’, dedicada por su parte a todos los solteros como él y a lo agridulce del amor, o en ‘Fiction’. El momento de máximo apogeo de Jamie es el que precipita el final del concierto, con el clímax lumínico en el que el pequeño genio de las calderas convierte ‘Shelter’, transformada en himno house, y con cómo la hace empalmar con su hit en solitario ‘Loud Places’, en fin una de las canciones más agudas, coloristas y efectivas de The xx (aunque se echara de menos el estallido vibrante que aportarían unos vientos en directo). Romy y Oliver se marchan y Jamie se hace con todo el escenario, lo convierte en pista de baile y deja una muestra de lo que es capaz a los platos (luego le tocaría hacer de sustituto de Frank Ocean, y no se le olvidaría tampoco hacerle referencia, abriendo con un remix de ‘White Ferrari’ y cerrando con un mash up de su ‘Gosh’ con el ‘Nikes’ del californiano). Lo que hace es preparar el bis, que se desata con una ‘On Hold’ confirmada ya como verdadero himno contemporáneo.

Y para himno, este desde un punto de vista completamente diferente, la progresión guitarrera eterna de la implosivamente épica ‘Intro’, la instrumental más reconocible de los últimos 20 años. Sirvió como punto final para un concierto que todavía tenía reservada la guinda de ‘Angels’ en reprise acústico, para deleite de todos los corazones, los sanos y los rotos. Pura emoción, pura sensibilidad, lo verdaderamente impresionante de estos nuevos The xx es que consiguen mantener vivo el pulso de una fiesta sin olvidar que han venido aquí a hacerte llorar, que logran que bailes de felicidad en un halo constante de melancolía. Bravo por la que de momento es la banda que quizá mejor esté definiendo su década y su generación.

Foto: Eric Pamies

Run the Jewels, después en el escenario Mango, tenían papelón, pues asumían como Mac Demarco la responsabilidad del ascenso desde los escenarios secundarios al escenario principal y con la condición de cabeza de cartel (hemos hablado de agradecimientos, y ellos recordaban en la clausura con ‘Run The Jewels’ a todos los que habían estado en el Primavera de 2012 apoyando su debut; esta es otra de las bandas que ha visto reflejada su progresión en el festival de Barcelona). Y, pese a sufrir durante ‘Blockbuster Night, Part 1’ un apagón que les dejó sin luz ni sonido más de diez minutos, los raperos de Nueva York consiguieron dar la talla y mejorar un show que la última vez se quedaba largo en su repetición de conceptos y que esta ganaba en consistencia gracias a varios temas poderosísimos de su tercer disco, como ‘Legend Has It’, nuevo martillo pilón, ‘Talk To Me’ o ‘Panther Like a Panther’. O ‘Down’, que les sirvió para cerrar el set principal y para que Killer Mike diera un discurso inspirador y le declarara su bro-love a El-P.

https://www.youtube.com/watch?v=Ui96pvC-Tdw

Con el puño y la pistola pendiendo sobre sus cabezas, se valieron de la contundencia oscura y mercúrica de los trayazos de su segundo disco (‘Oh My Darling Don’t Cry’, ‘Close Your Eyes And Count To Fuck’; imposible olvidar su sample de base con el nombre de la banda, último grito en el soylapollismo hiphopero) y del temazo que firmaron para el último de DJ Shadow, ‘Nobody Speak’, para redondear una gran noche de rap.

Foto: Sergio Albert

Los cambios de planes de última hora no iban a hacer que me perdiera a Operators, así que con bastante dolor renuncié al DJ set de Jamie xx para pegarme el fiestón que me debía el último proyecto de Dan Boeckner. En él se desquita a gusto con todas sus obsesiones ochenteras, y llega al delirio del Jarvis Coker de Pulp o al dramatismo doliente que ha heredado Win Butler del eterno David Bowie, con unas canciones que pueden oscilar entre el éxtasis dance punk a lo LCD Doundsystem de ‘Control’ y ‘Ecstasy in My House’ (curioso cómo crecen cuando Dan deja a un lado la guitarra) o el synthrock ochentero de ‘Nobody’, pero el concierto, que fue divertido en general, quedó un poco lastrado por una mezcla confusa y por unos visuales bastante deficientes y mal encuadrados. Un gustazo, eso sí, ver disfrutar tanto a Boeckner, emocionadísimo por tocar en el Primavera Sound y echando el resto en consecuencia. El final, con ‘Blue Wave’, ‘Cold Light’ y ‘True’, para enmarcar.

Después de la relativa decepción que sufrí el jueves con Aphex Twin, un placer poder disfrutar de una sesión decente de IDM para quitar el sabor de boca agridulce. Y digo decente y digo IDM por no cebar mucho las expectativas del que lea y pueda sorprenderle como a mí me sorprendió lo que vi hacer a Flying Lotus en el Primavera Sound de 2017. Una figura enorme, casi monstruosa y amenazadora, erguida en completa oscuridad tras los platos y una enorme pantalla transparente sobre la que iba proyectándose un engendro de paranoias visuales eran toda la escenografía, pero el avanzado genio de este adicto a la marihuana terapéutica se las arregló para hacer de la manipulación del espacio y del tiempo su propio hábitat, para conseguir que escenario, foso, cielo, sonido y personas de en derredor desaparecieran y pasasen a ser hologramas de las diatribas que guarda en su cabeza Steven Ellison. Sí, las leyendas eran ciertas. Flying Lotus te saca del cuerpo en un viaje astral apenas perceptible y sin que repares en ello te sumerge en sus pensamientos, en sus ideas, en su cabeza, en sus pesadillas. Aphex Twin quería freírnos el cerebro; Flying Lotus lo hizo sin compasión destruyendo el sonido de todas las formas posibles, mezclando el jazz con el trap , el g-funk con la música clásica y el soul con un rugido futurista y alienígena que recordaba por momentos a las bocinas apocalípticas de los trípodes de La Guerra de los Mundos que también acompañaron a Bon Iver y que otras se asentaba sobre technazo. No hacía falta vocal alguna para hacerte caer en la cuenta de lo que cada una de las vibraciones a las que FlyLo hacía retorcerse chillaba más allá de los umbrales que podrías reconocer: el sentido de la vida, el incansable y húmedo aliento de la muerte tras la nuca, la locura, el caos, la física cuántica o la ironía tecnológica. Todo era una amalgama brutal de deconstrucción rítmica, sonora, estética… el viento se comportaba al corte de cada vibración como un líquido no newtoniano, fluía a veces con acuosidad o con viscosidad de mercurio y golpeaba seco y contundente otras, como poniendo cada vez más muros entre el entendimiento y la abstracción más degradante.

Surrealismo embarrado, dadaísmo constructivista, futurismo sustentado en la marcha militar de un ejército de cuchillos sin orden ni concierto, sin formación estudiada más que la retórica azarosa del comportamiento más natural del pentagrama con el ritmo, de las caderas con el suelo, de los pies con el pabellón central de la carretera al lado más oscuro de la mente. Un pasadizo de espectros, de aullidos, una salvajada que trasciende los límites de la electrónica, de la performance, del espectáculo, de la música en general, y que apela mucho más a lo demoníaco del baile, como en una especie de ritual de electrónica voodoo. Sonó el tema de ‘Twin Peaks’ de Angelo Badalamenti, y los de ‘Ghost In The Sell’ o ‘Final Fantasy’, lo que habla en parte de las obsesiones distópicas y del absurdo lynchiano que exuda el discurso de Flying Lotus, y presentó la sinfonía caníbal de ‘Kuso’, su recientemente estrenada película gore, pero lo que no podré olvidar nunca será ese sonido atronador que fraccionaba el cerebro en parcelas de atención, que distorsionaba la realidad y los sentidos con ella, o al revés, en el infierno más frío y delicioso en el que se habría imaginado acabar algún diablillo perdido. Sigo buscando las palabras para definir el show de Flying Lotus, y al final lo único coherente que me sale decir es filosofía, muerte, apocalipsis, sombra, oscuridad y destrucción, una albricia de puentes sin luz, carretera farola muelle, sin más, no más, no menos, mental, fluir, gris, verde, sonido, explosión. Un sinsentido que venga a representar el pasote tremendo que levantó el californiano en el escenario Ray-Ban, una de las sesiones más flipantes que he tenido la suerte de disfrutar en toda mi vida, algo diferente, indescriptible, absorvente y mágico, una puta ida de olla que no fue lo mejor del festival porque el Primavera es tan grande que también vivió el apocalipsis post industrial de Bon Iver, el estreno mundial de lo nuevo de Arcade Fire o a las esperadísimas Haim, pero que se codeó con todos ellos por su descarnado vanguardismo. Brutal es poco; locura es conformista y reduccionista… y decir que fue una puta pasada me parece malsonantemente innecesario. Pero, como no hay palabras, me limito a decirlas todas, para avasallar como lo hizo Flying Lotus cada pequeño cerebro desorientado que caía inocente en su tela de viuda negra gigante, de Ella Laraña marciana. El final lo marcó además, su vertiente como colaborador del gran ausente de esta edición (no, no fue Frank Ocean): Kendrick Lamar. Un puro gustazo poder escuchar la voz del mejor rapero del mundo en un Primavera Sound en el que en varios momentos echamos de menos el que de momento puede ser el mejor disco del año (con permiso de I See You), Damn. Sonaron ‘Eyes Above’, ‘Wesley’s Theory’ (epic win) y ‘Never Catch Me’. Un show tan completo como la vida misma, incluso más. Un vórtice en el que se cruzan, en el mismo abrir y cerrar de oídos, muchas de las posibilidades de un universo infinito de ellas. No hay palabras para definirlo porque habría que inventar una que sonase en si misma a infinitas cosas a la vez. La palabra definitiva, esa que lo significa todo y que tampoco signifique nada. F-L-Y-I-N-G / L-O-T-U-S.

Foto: Nuria Rius

Aunque me escapé un rato a ver a Priests al escenario Pitchfork (a lo mejor es que no son horas para las bandas de rock, pero estuvieron bastante activos para ser las cuatro de la madrugada, con un punk trémulo y oscuro) renunciando a la apertura de la sesión del tándem electrónico conformado por John Talabot y Axel Boman en el Ray-Ban Stage, al final acabé completamente entregado a este proyecto llamado Talaboman. El resultado es una cooperación viva y vibrante entre el barcelonés y el sueco, que integra todo el discurso deep house de uno con el imaginario colorista y lleno de detalles del otro, dejándose llevar los dos por un back to basics rítmico que a veces encuentra en la pureza machacante del tech house su principal valor ofensivo y otras recupera el tribalismo al que tanto de apelan los dos productores para invocar al espíritu comunitario del baile. Si buscaban el trance no llegaron a producirlo del todo, pues al final sus recursos se vuelven repetitivos y falta algo de acidez psicodélica, pero desde luego dieron una clase magistral de mezcla de estilos, de clase y de empaste elegante para clausurar una jornada quizá algo por debajo de la media y que pudo notar ligeramente el descalabro de Frank Ocean.

Foto: Eric Pamies

Sábado 3 de junio
El Olimpo del pop, la Orquesta del fuego

Foto: Sergio Albert

Este año, lo reconozco, el cansancio ha hecho más mella en mí que en ediciones anteriores y no conseguí estar a tiempo para atrapar uno de los boletos de reserva del segundo bolo de los Magnetic Fields en el Auditori Rockdelux, un espectáculo que por lo que me cuentan fue a ratos introspectivo, a ratos festivo y electrónico y siempre teatral y preciosista. Eso y que otros compromisos más políticos me hicieron perder la oportunidad de ver a Thurston Moore en el Heineken Hidden Stage, sin embargo, no iban a estropear en absoluto una tarde que empezó con la grata sorpresa de Weyes Blood. Personalmente no conecto con Front Row Seat To Earth y su estilo folk de cantautora hippie sesentera tipo Joan Baez, pero en directo me atrapó en su nebulosa psicodélica sutil de sintes expansivos con su voz profunda y engolada. Precioso concierto que rompió todos mis esquemas y recelos y me reabrió los ojos ante un tema tan poderoso como ‘Used To Be’.

Foto: Garbiñe Irizar

Por poner la nota discordante y más world music que siempre me gusta poner a todo Primavera Sound (no olvidaré jamás el concierto de Caetano Veloso en 2014), por la tarde me asomé al Ray-Ban para llevarme otra grata sorpresa, otra más dentro de este Unexpected Primavera. Junun es el resultado de un ambicioso proyecto llevado a cabo por el cantautor israelí Shye Ben Tzur junto a una veintena de músicos indios que componen la banda de fusión The Rajasthan Express y el guitarrista de Radiohead Jonny Greenwood (no, no estaba él invitado al bolo), y en directo desplegó toda su identidad sostenida en el contraste entre tradición y progreso, entre organicidad y tecnología. Sonidos de raíz árabe, desde el qawalla hindú hasta el misticismo de la música sufí del norte de África, se retuercen con escalas andalusíes traídas a la guitarra eléctrica sobre sutiles sintetizadores fantasmagóricos para generar un efecto de transgresión espacio-temporal que necesita un mayor recogimiento para ser verdaderamente apreciado en directo pero que no pasó desapercibido para ninguno de los que lo veíamos casi hipnotizados. Un puntazo dentro de una programación tan extensa.

Foto: Nuria Rius

Me fui sin acabar para poder ver un rato más o menos representativo de Pond, que para cuando llegué ya estaban metidos entre el público. Su versión de la psicodelia australiana, tan bien representada en este Primavera Sound por los apabullantes King Gizard & The Lizard Wizard, parece encontrar en directo un punto medio entre el desfase rock de estos y la oniria pop electrónica de Tame Impala, banda con la que Pond siempre han tenido una vinculación especial (actualmente comparten batería y Kevin Parker es productor de Pond). Además, pude comprobar el desparpajo y carisma de Nick Allbrook, antiguo miembro de Tame Impala, y cómo se entrelaza su guitarra con la de Shiny Joe Ryan para crear una atmósfera expansiva y excéntrica que alcanza su máxima expresión en el clímax de ‘The Weather’.

Y después de ver un par de canciones de Van Morrison en el Heineken, otra de los interesantes brasileños Aeromoçase e Tenistas Russas en el Night Pro y un rato del concierto de los atronadores Jardín de la Croix en el Adidas Originals (los madrileños son estandartes del sello Aloud Music y del math rock estatal, superando siempre las barreras del género y tocando el thrash o el metal progresivo), me fui directo al Ray-Ban Stage para el concierto de Angel Olsen.

Quizá la poderosa cantautora de Missouri no sea la mejor opción de un festival a las ocho y media de la tarde, pero que no engañe la apariencia reposada, la sutileza de sus canciones o su tímida sonrisa pícara. Angel Olsen se subió al escenario del anfiteatro apoyada por una banda enorme y consistente para demostrar por qué My Woman la ha situado en la primera línea de voces femeninas de los últimos años… cero impostación en sus movimientos, una brillante interpretación que navegaba desde la rabia rockera hasta el morderse el labio inferior, hasta hacer falsete de ardillita juguetona, hasta el coqueteo y la firmeza. Su voz pesa y se retuerce, y flirtea con el ritmo y con la caricia a veces rasposa de las guitarras. Como si una banda de rock de bar se hubiese mudado para siempre a la carretera, Angel Olsen y su séquito saben expandirse fuera de sus propios límites con ‘Not Gonna Kill You’, saben volver a la tácita oscuridad de días pretéritos envolviendo en una renovada sensibilidad instrumental ‘Acrobat’ y saben tomarse su tiempo para ir desenvolviendo las progresiones a fuego lento de la descomunal ‘Sister’ («una canción sobre puestas de sol en una puesta de sol», dijo seductora) o de la psicodélica ‘Woman’, cierre narcótico con el toque Auerbach-Danger Mouse.

Foto: Nuria Rius

Metronomy fueron los encargados de abrir una larga estancia en la zona de los escenarios principales. Tenía muchas ganas de comprobar la actualización de la banda de Devon tras el último Summer 08, uno de nuestro mejores discos de 2016, especialmente para ver como regresaban a un sonido más rítmico y contundente tras el escarceo pop kitsch de Love Letters, y aunque no hubo decepción, sí le pedimos algo más de intensidad a un concierto que por momentos pecó de falta de aristas, puede ser que lastrado por los problemas de sonido que acompañaron al escenario Mango durante todo el fin de semana. En principio Joe Mount hizo este disco al margen del resto de integrantes buscando recuperar la esencia más electrónica de Nights Out y no entraba en sus planes girarlo, pero al final, decidido a hacerlo, lo que esperábamos de Metronomy era precisamente eso, un fiestón tecnotrónico. Sí disfrutamos de un espectáculo sobrio y medido llevado a cabo por unos músicos de precisión francotiradora: Mount, excelente guitarrista, además de cantar se intercambió en ‘Everything Goes My Way’ los papeles con Anna Prior, a la que dejó la voz cantante mientras él hacía los coros a la batería; Gbengan Adelekan puede ser fácilmente uno de los mejores y más carismáticos bajistas del mundo, como demuestra por ejemplo en ‘Corinne’ o ‘Night Owl’, que sonó deliciosa; ’16 Beat’ está conducida, además de por el magistral dominio que tiene la banda completa sobre los parámetros del ritmo, por la destreza a los sintetizadores de Oscar Cash, y Micahel Lovett, que les acompaña en la gira, redondea un sonido que a veces recuerda al synthrock de los ochenta, como en la acertadísima revisión de ‘Love Letters’. Fueron de menos a más, de la introspección al despiporre, pero sin llegar nunca a desatar por completo la orgía rítmica que nutre los sueños húmedos de Joe Mount. Y se despidieron con ‘Reservoir’. Pocas pegas se pueden poner, sin embargo, a la que es, desde la sombra, una de las bandas más definitivas de nuestra generación.

Si Metronomy miraron a los ochenta con ternura y nostalgia, Grace Jones, que les sucedía en el escenario contrario, lo hacía con desdén y recelo. La diosa de ébano apareció más bien como una personificación diabólica del lúbrico funk, envuelta solo en una capa negra rematada en cuernos y con el cuerpo desnudo decorado con bodypainting blanco, con una máscara de calavera dorada y recordando a un espectro de las noches del ritmo. Así, desde un pedestal, acometió ‘Nightclubbing’. Poco a poco fue revelando a través del vestuario nuevas personalidades, siempre envuelta del halo de la mística voodoo y de lo tribal, como en ‘Libertango’ o en ‘Shenanigans’, donde interactuaba con un gigante musculado también «vestido» con bodypainting que hacía acrobacias en una barra de striptease. Para el final, con ‘Pull Up To The Bumper’, se dio un baño entre las masas fieles y agradecidas (el foso del escenario principal, al que después se subirían triunfales Arcade Fire, estaba lleno durante el concierto de Grace Jones) a lomos de uno de los de seguridad, y finiquitó definitivamente un concierto redondo con ‘Slave To The Rhythym’, esclavizada durante sus 8 minutos por el ritmo de un hula-hoop. Quien tuviera dudas las vio despejadas con rotunda claridad.

Foto: Eric Pamies

Como dudas no caben con los que al final acabaron convirtiéndose en los indiscutibles cabezas de cartel y triunfadores en todos los aspectos externos del festival: Arcade Fire. Los de Montreal no solo escogieron el Primavera Sound para dar por comenzada oficialmente su gira europea, sino también para desatar todo el aluvión de anuncios relacionados con su quinto disco, Everything Now, con todo lo que esto conlleva para el festival, que estuvo en boca de todos los medios especializados del mundo, incluso más de lo que acostumbra (hasta en la página de la letra de ‘Everything Now’ en Genius hay mención al festival de Barcelona, que este año ha vivido además su edición más internacional, afianzando su posición como lugar de peregrinaje para todo trotamundos musical que se precie: a día de hoy, la semana de transición entre mayo y junio hay que estar en el Primavera Sound, igual que en Coachella en el ecuador de abril o en Austin City Limits para la primera semana de octubre).

Sin embargo, después del arrojo mostrado en el concierto secreto del jueves, Arcade Fire no estuvieron tan activos y desatados como cabría esperar en su concierto del sábado. No sé muy bien si fue el sonido del escenario Mango, muchas veces con volumen insuficiente, o el cansancio acumulado de la banda tras una intensa semana de ensayos, o un problema que tuvo Win Butler cuando bajó al foso en la tempranera ‘Hear Comes The Night Time’ con uno de los de seguridad que pudo dejarle desganado para el resto del show. O si el problema de las pantallas, que se quedaron bloqueadas en la parte baja y no terminaron en ningún momento de subir del todo, fue culpa del equipo del festival o daños colaterales de la nueva escenografía de la banda, como se comenta. Pero el caso es que fueron unos Arcade Fire fríos y distantes, con poco espacio para la improvisación y con pocas ganas de enfrentarse a un público que se limitó a observar el espectáculo que suponen ellos mismos cambiándose todos los instrumentos (cada vez hay más… partiendo de la base de que han mantenido los incorporados en Reflektor, incluidas las congas reflectantes y el pad de efectos vocales de Butler, además han recuperado el megáfono y el contrabajo de la era Neon Bible y han añadido el keytar de Règine y el xilófono de Sarah Neufeld para la conversión disco que parece supondrá Everything Now) y el nuevo aparato visual que llevan, probablemente el más ambicioso de su carrera. Pese a que en Reflektor el escenario quedaba más lleno por las estructuras móviles de espejos, ahora emplean de fondo una celda transparente atravesada por haces láser que al llenarse de humo da sensación tridimensional a las imágenes que en ella se proyectan y que también sirve para albergar a Règine y darle aspecto fantasmal. Sobre ella se levanta una pantalla de LED en la que se dibujan siempre motivos espaciales, y es que la nueva estética de la banda parece sacada de la Red Ribbon de Dragon Ball o del Team Rocket de Pokémon, una corporación interespacial con intereses económicos, sociales, políticos, etc. y vestida de uniforme, con monos de cuero estampados con el logo ‘EN’…

Foto: Sergio Albert

Esto que puede parecer una nueva vocación política puede venir a explicar la insistencia de la banda en recuperar joyas de la era Neon Bible, desde la propia ‘Intervention’, que vino con mención a Trump incluida, o ‘Neon Bible’, una pequeña maravilla introspectiva sin apenas barroquismo que hacía nueve años que no tocaban en directo y que sirve con su intensa y poderosa letra como manifiesto renovado para la edad de oscuridad que se aproxima. Terminaron, después de la revolución sónica que perpetran empalmando ‘Power Out’ y ‘Rebellion’, con ‘Windowsill’, esa que dice «I don’t want to live in America no more», y aunque me dejara sensación de coitus interruptus (podría haber sido ‘My Body Is A Cage’, ya que nos ponemos dramáticos), también habla de la vuelta de tuerca que le han dado a su setlist, recuperando ‘Wake Up’ como apertura como en los días de Funeral o temas olvidados de su discografía como la catártica ‘In The Backseat’, que por su parte viene a ejemplificar el mayor protagonismo de Règine a la voz en esta nueva gira, dando sensación casi de alteridad con Butler en cierto momento del concierto: cayeron también ‘Haiti’‘Sprawl II’ o ‘Reflektor’.

Foto: Sergio Albert

Entre una interpretación por desgracia blandita de ‘Afterlife’ y su funk espectral ‘We Exist’ colaron un breve snippet de ‘I Give You Power’, y volvieron a tocar ‘Creature Confort’, donde lucen gloriosos todos los nuevos sintetizadores de Will Butler, que dan un aire renovado a todas las canciones anteriores (vendría a representarlo perfectamente los rugidos de ‘No Cars Go’). En ella y en ‘Everything Now’, sus dos nuevas bazas, se ve claro el viraje al disco, a una suerte de fusión de su primera épica con la electrónica de su última era, y sobre todo se aprecia que mantienen intacto su don de construir coros eternos. ‘Everything Now’, con su espíritu viajero y su cruce entre Bowie, ABBA y ‘Can’t Take My Eyes Off You’, es ya un rompepistas clásico de Arcade Fire, un momentazo de sus directos y otro capítulo victorioso más de la banda con mayor repercusión del siglo XXI. No fue su mejor noche, pero ¿qué más da? Lo que nos dieron fue toda la emoción de una semana, una experiencia extramusical que nos tuvo a todos expectantes, conectados, activos, ilusionados. Un regreso de apoteosis que pudimos vivir en nuestras propias carnes los 200.000 asistentes a este Unexpected Primavera Sound. Una canción que nos acompañó en la vuelta a casa y que nunca podremos escuchar sin vincularla al atardecer de Barcelona, a una noche de sábado épica en el Parc del Fòrum. Un regalo de los que ya no se hacen, de los que tienen valor incalculable. De los que quedan en la memoria colectiva.

Difícil disfrutar bien de Skepta tras asimilar mínimamente el hecho de haber formado durante ese fin de semana parte de la historia de la música y de una banda tan grande como Arcade Fire, más cuando ya sabíamos la sorpresa que el Primavera Sound nos había reservado para el final, probablemente la más consistente de todas: las hermanas Haim. Sonó espectacular ‘Konnichiwa’ para abrir un recital de grime que alcanzó cumbre en la oscuridad trapera y sintética de ‘Crime Riddim’, pero me fui después de ‘Skepta Interlude’, la colaboración del rapero británico en el último disco-playlist de Drake, More Life. Lástima perderse ‘Shutdown’ o una canción nueva con la que cerró el concierto, ‘Hypocresy’.

Tenía que asegurarme un buen sitio para asistir al que, al final, fue el probablemente el concierto que más ilusión me hizo del Primavera Sound. Mi idilio con Haim fue algo espontáneo y natural, a primera vista y a primera oída, cuando en 2013 publicaron Days Are Gone. Me sonaban a las Fleetwood Mac del siglo XXI, jugando a empastar sus voces y a mezclar en un cóctel exquisito el pop con el rock pero producidas por Dev Hynes, como ocupando un espacio que venía a cerrar un ciclo y suponiendo por fin un paso adelante dentro de su género aun manteniéndose continuistas. Su actuación en el Primavera Sound de 2014 terminó de conquistarme, así que su nuevo disco empezaba el año como uno de mis más esperados personales. Ya publicados dos sencillos, a cada cual más maravilloso, seguía devanándome la cabeza pensando en cómo a ningún promotor nacional se le había ocurrido (teniendo en cuenta que casi todos los carteles están completos) traer a Haim a presentarlo. ¿Que por qué cuento todo esto? Pues porque en la charla con Gabi Ruiz y otros miembros de la organización del Primavera a través de Facebook Live hice la pregunta «¿falta algo gordo por anunciar?» teniendo en mente principalmente a las hermanas de Los Angeles, y Gabi me respondió que no, que por qué iban a guardarse algo gordo, que no tenía sentido. Y sí, se lo guardaban. El mismo sábado, Primavera Sound lanzaba el mensaje «We have something to tell you» y saltaban todas las alarmas (el sofomoro de Haim se llamará Something To Tell You); todo se confirmaba sin confirmarse cuando las propias Haim, en su Instagram, colgaban una foto frente a la Sagrada Familia. Nos citaban a las 3 de la madrugada en el Ray-Ban Stage, y ahí estábamos más que puntuales para recibir otra de las sorpresas más flipantes de este Primavera.

Haim saltaron al escenario como fieras con dos temas nuevos, la ya publicada ‘Want You Back’ que trae todos los efluvios de los Fleetwood Mac más Christine McVie y una nueva ‘Little Of Your Love’, que mira a la misma banda pero desde el lado de Lindsay Buckingham. Entre chascarrillos, bailecitos, incitaciones al público, arengas y hasta parones para hacer foto de familia, las hermanas más prometedoras del pop (¿promesa? ¿Haim? Ya no…) desgranaron las mejores canciones de su debut, desde la excéntrica ‘My Song 5’ a la inconmensurable ‘Falling’, hit indiscutible, y pasando por las irresistibles ‘The Wire’, ‘Don’t Save Me’ o ‘Forever’. Cerraron con la que ya es su nuevo clásico, ‘Right Now’, con una potentísima interpretación de una Danielle cada vez más segura al frente de Haim y serie a postulante a frontwoman del año. Las tres hermanas se reúnen como brujas en torno a un kit de percusiones y desatan un final rítmicamente épico que las confirma como el evidente cabeza de cartel fantasma de este Primavera Sound inesperado, el que sí nos hizo olvidar a Frank Ocean y el que cerró una noche de leyenda que elevó considerablemente la media de una edición que por momentos pudo quedarse a las puertas de estar a la altura. Pero no, esto es el Primavera Sound y nunca pueden permitirse las dudas. Al final, siempre ganan.

Poco más pudieron hacer !!! en el mismo escenario para preparar el fin de fiesta con DJ Coco. En su nuevo espectáculo son el post disco, el funk más salvaje y la electrónica secante las verdaderas protagonistas, y Nic Offer comparte protagonismo vocal con una cantante para dar vida en directo al alter ego femenino que ha construido en Shake The Sudder, su último trabajo al frente de chk chk chk. Pero aunque montan una fiesta encomiable, echamos de menos algunos de sus éxitos más cantables, como ‘Must Be The Moon’.

Foto: Garbiñe Irizar

Confeti, invasión del escenario por parte de la organización y todas las celebraciones que rodean la fiesta de despedida del Primavera Sound, la edición de 2017 cierra con un nuevo récord de asistencia y con su mayor volumen de público internacional. Las fechas de la edición de 2018 ya están fijadas, del 31 de mayo al 2 de junio (más toda la programación que se irá adhiriendo), en principio se mantendrá la propuesta #UnexpectedPrimavera (a mí me ha parecido un triunfo absoluto) y está previsto reformar y ampliar en la medida de los posible el macroespacio reservado a los escenarios principales. De lo que estamos seguros es de que el Primavera Sound volverá a sorprendernos y, sobre todo, volverá a enamorarnos. Como hace siempre.

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