Unexpected Primavera
Esta primera jornada del Primavera Sound será recordada como la del aterrizaje de Arcade Fire sobre la colina del escenario que este año se ha llamado Primavera, en torno al que orbita la zona principal del festival (la que no está en Mordor), y como la del nacimiento de un nuevo Mordor, este eso sí mucho más agradable a la vista. Por Arcade Fire por lo que en parte sospechábamos desde hace tiempo pero supera todas las expectativas una vez cumplido, un show secreto de una hora y diez minutos que arrancó hacia las 8:30 y en el que, a parte de estar eufóricos, certeros, apasionados y a un palmo del público en un escenario en 360º, foguearon la ya publicada ‘Everything Now’, muy ABBA, y una nueva ‘Creature Confort’ que me parece de lo más interesante (ambas suenan a la conversión surgida del sonido barroco de Funeral pasado por el filtro festivo de Reflektor [aprovechamos también para decir que el nuevo disco, Everything Now, verá la luz el próximo 28 de julio]), a parte de hits ya clásicos como una incendiada ‘No Cars Go’, ‘Reflektor’ con recuerdo a David Bowie («we miss you so much») o la clausura apoteósica de ‘Rebellion’. Pero lo mejor de todo fue poder disfrutarlos con el atardecer de fondo. No, Arcade Fire no se la jugaron al Primavera Sound y, pese a no haber disco a tiempo, la publicación del primer sencillo en plataformas de streaming y del videoclip en YouTube llegó precisamente durante este show secreto anunciado a través del Instagram del Primavera Sound muy poco antes… este era el regalo, algo que el propio Butler medio reconoció luego en el concierto en sí del sábado: «este es uno de nuestros lugares favoritos en Europa y por eso hemos decidido empezar aquí nuestro tour. Amamos al Primavera».
Esta frase, que puede ser baladí o un tópico para casi todos los conciertos de todos los artistas en todas las ciudades del mundo, cobra un sentido especial en el Primavera Sound, pues en pocos sitios se escucha tanto como aquí a los músicos alabar al festival, ya sean estos consagrados que han crecido en el Primavera (como The xx, los propios Arcade Fire, Metronomy o Aphex Twin, que fue cabeza de cartel en la edición de 2002 junto a Pulp, cuyo líder, Jarvis Cocker, sigue estrechamente vinculado a la organización —este año presentaba junto a Steve Mackey Dancefloor Meditations y se le pudo ver por el press lounge en varios momentos del festival—) como artistas noveles que viven su actuación con la ilusión de un niño con un juguete nuevo, como Operators. Tan especial es que en un momento nos topamos con The Molochs rodando un vídeo entre las palmas del camino que va de Ray-Ban al Night Pro (las mismas que de noche acaban decorando el headline del mismo Ray-Ban) y pudimos ver a varios artistas disfrutando del festival como uno más (entre ellos Antonio Luque, un fijo; Taylor Rice de Local Natives o Hayden Thorpe de Wild Beasts).
Por el nuevo Mordor, el Primavera Bits, por haber supuesta una inteligentísima ampliación del recinto que permite darse un bañito en el mar a la hora de comer (así lo hicimos durante el final del DJ set de Kiasmos y Jackmaster en el Desperados Bowers & Wilkins) como pegarse un fiestón de madrugada, con estructuras orgánicas de luces y un ambiente bastante chill que puedes decidir tú mismo endurecer o no: el cierre ofrecía a Bicep y a Ben UFO en un recinto enorme (bastante apartado también; hay que cruzar un puente de asfalto sobre el puerto) en el que se puede hacer de todo: beber, correr, jugar, saltar, tumbarse en el césped, sentarse en sillas, lavarse las manos con agua y jabón, bailar…
Tuve la suerte de ser uno de los afortunados, además, que recibió una de las entradas del sorteo del nuevo formato satélite Primavera a Casa Teva organizado por Sofar Sounds para ver a Kelly Lee Owens en el 73 de La Rambla. Citados allí un poco de estrangis a la 1 de la tarde, así dimos por comenzado nuestro jueves. Después, electrónica y playita. Y a las 5 Soledad Vélez en el Ray-Ban. Un poco a deshoras, a mí me gusta arriesgar y no me equivoco diciendo que la chilena es una de las voces femeninas con mayor proyección y actualidad con su estilo de banda de rock desértico del futuro, instigada por latigazos de electrónica.
.@kellyleeowens a un palmo en un piso de La Rambla dentro de la programación del #PrimaveraACasaTeva.@Primavera_Sound + @sofarsounds pic.twitter.com/t64LyBw0P6
— Bandalismo (@Bandalismonet) 7 de junio de 2017
Kevin Morby, vestido con traje all-white con tachuelas brillantes formando sus iniciales y estampado de motivos musicales, asaltó el escenario Heineken a eso de las 6.20 con uno de los mejores discos de 2016 y con un rock perfiladísimo que viaja entre el folk, el country, la americana y el pop barroco. Su pose está a medio camino entre Jack White y Win Butler, y ya tiene un repertorio de altura descomunal: ‘Harlem River’, temazo, la recién estrenada ‘1 2 3 4’, ‘I Have Been To The Mountain’ o ‘Dorothy’. Terminó con una inflamada versión del ‘Rock And Roll’ de Lou Reed y nos dejó con sabor a poco.
Con Alexandra Savior, sin embargo, asistimos a una de las primeras decepciones del festival, pues terminó de confirmarnos que lo descafeinado de algunos momentos de Belladonna Of Sadness inundan una puesta en escena algo pobre y plana musicalmente, que no termina de estallar en ningún momento ni parece dejar licencia alguna para la improvisación o para una mínima salida de guion.
Caos y descontrol, pude ver un rato a Miguel arrancar los gritos de una explanada inundada de mujeres con su pose de superstar y su mirada egipcia, pero corrí despavorido al encuentro de la troupé de Montreal. Después, ya extasiado, volví a correr para enfrentarme a una Solange que se presenta con una performance visual teñida de rojo con una luna de fondo. La hermanísima de Beyoncé sonó brillante especialmente en los temas de su anterior EP, sobre todo en un ‘Losing You’ que clausuró el set principal, y resultó especialmente inspiradora en un discurso no excesivamente politizado. Se apoya en el impacto visual de las coreografías, con sus músicos y bailarinas alineados con ella en primer plano, y mantiene una apariencia de seriedad que no puede contener cuando habla de Carlota, la mujer que trabajó con ella durante más de dos meses en un intenso periplo para elaborar el concepto de artwork de A Seat At The Table y extraer las imágenes de los videoclips de ‘Cranes In The Sky’ y ‘Don’t Touch My Hair’. Esta sirvió para despedir un concierto (echamos de menos que se subiera Sampha, a poder ser con una capa-edredón) bastante efectivo en el que la pequeña Knowles llegó a darse un baño de masas y donde se mostró sobre todo inspiradora.
Paren las rotativas, pues después llegaría el que por excelencia sería el momento de la jornada. Que Arcade Fire o el estreno del Primavera Bits no ensombrezcan la presencia celestial de Justin Vernon al frente de Bon Iver. Espectacular todo el concierto, desde el apartado visual con todos los símbolos relacionados con 22, A Million hasta el sonido, el mejor de todo el festival, atronador y apocalíptico. Cuesta imaginar como una banda tan distante, tan de otro planeta puede aterrizar con tanta contundencia ante nosotros para fundir nuestra mente con mantras de cyborg futurista. Desde los lamentos maquinistas de ’22 (OVER S∞∞N)’ que ya enmudecieron a la explanada desde el primer segundo hasta el final no hubo descanso a la emoción más brutal y descarnada, a una pasión honda y dolorosa que penetra todas las barreras del espacio y del propio cuerpo, que infecta como un virus y destruye los oídos, el cerebro, quiebra la voz con un rugido alienígena que a veces parece poner a prueba a los altavoces hasta la extenuación, al borde de la implosión. Repasó de golpe y en orden los seis primeros temas de 22, A Million, combinando el precioso acapella robótico de ‘715 – CR∑∑KS’ con la tormenta mental que es ’33 «GOD»‘, pero sobre todo dando una lección de enmudecimiento, haciendo cada vez más divina, inalcanzable e intocable su venida sobre el Parc del Fòrum. La gente lloraba e imploraba al cielo con las manos…
El concierto alcanza una nueva dimensión cuando las baterías empiezan a incendiarse en una épica de corazón latente para ‘666 ʇ’. Pero lo más interesante de todo es cómo la transformación sonora, casi una aleación de algún material extraterrestre, que ha experimentado Bon Iver con su tercer trabajo afecta a todas las canciones anteriores para albergarlas dentro del abrazo de un discurso coherente, sólido y unificado, dotándolas de una nueva dimensión desconocida y de una vida renovada. Como ocurre con el riff pesado de ‘Bracket, WI’, que se endurece y oscurece, o con los pulsos electrónicos sutiles que apoyan el final de ‘Minnesota, WI’, que con la nueva gira se convierten en las siete trompetas del apocalipsis y hunden las cabezas bajo un techo invisible de vibraciones imposibles de electricidad. Antes de encarar una recta final amparada en clásicos se deshacen con otras tres de 22, A Million (solo faltó ‘00000 Million’): la progresiva y preciosa ‘(8) Circle’, con su recuerdo a Phil Collins; el aullido lunar ’21 M◊◊N WATER’ y ‘___45____’. La gente está en comunión trascendental; el amor, en estado químicamente puro, flota entre suspiros y caricias decibélicas. En esta misa el silencio no es una opción sino más bien una imposición ineludible, pues sin querer has empezado a notar cómo se atoran las cuerdas vocales, cómo Bon Iver te han enmudecido. La aparición celestial metálica muta en agujero de gusano en ‘Holocene’ y arrastra a la belleza absoluta una newwavizada ‘Calgary’ convertida en de lo mejor de un nuevo espectáculo reservado a aquellos preparados para atreverse a comprenderlo dentro de una violación mental y auditiva. «Habéis sonado jodidamente preciosos», dijo Vernon tras acabarla con su calma de bajamar y de exhalación cansada.
Nos habíamos ganado un premio, debía ser, porque tras el final apocalíptico de ‘Creature Fear’, nunca antes viva de este modo, nunca antes dolorosa como ahora, con su outro explosiva amparada en el atronador y furioso ruido de los efectos y los pedales convirtiendo la guitarra en un arma de destrucción masiva, en un can cerbero de tres cabezas que amenazan con conocer y exponer las tripas de los más bizarros secretos de una existencia irónica, tras despedirse la banda al completo, Justin Vernon nos regaló él solito a la guitarra una emotiva interpretación de ‘Skinny Love’ que quedó resonando en nuestras almas durante todo el festival. Que lo hará durante todas nuestras vidas. Triunfo colosal de química y momento, sigo con las caras de algún amigo en la cabeza, como perdidos, absortos, incapaces de comprender lo que allí acababa de pasar. Devueltos a la tierra tras hora y media de abducción.
No era el momento después de disfrutar del thrash extremo de Slayer en el escenario principal, así que lo dejamos para otro momento, pero sí nos sirvieron muy bien para poner banda sonora al proceso de asimilación de lo que habíamos visto, oído, vivido y sentido en el concierto de Bon Iver (fue la misma tarde que el aterrizaje de Arcade Fire… demasiadas emociones para un solo día) los chicos de S U R V I V E, con un ambient sintético que iba pintando de colores mi cansada imaginación.
No estuve tan fino, sin embargo, para disfrutar del todo la sesión de Aphex Twin, que terminó de decidirme a abandonar hacia la mitad para ver a King Gizard & The Lizard Wizard en el escenario Primavera. El mítico DJ, piedra angular de la IDM, torturó los sonidos como acostumbra, con contundencia y con efecto de sorpresa, con una improvisación extraña y compleja que podía pasar de la zapatilla histérica a un proto dubstep deconstruido, pero que también podríamos llamar «trapstep» por su loca fusión sin mucho sentido de ritmos, sonidos y sus inversiones en forma de ceros, unos y pura electricidad. Cuando empezó a mezclar ritmos latinos (reggaetón… ahí estaba ‘Paleta’, casi un WTF) con su cortocircuito sonoro y sus látigos de electroshock con sirenas y pitos de puertas de coches abriendo y cerrándose, decidí que había tenido suficiente. La única idea de Aphex Twin era freírnos el cerebro, y seguro que a alguno de las primeras filas, cuyas caras aparecían proyectadas y deformadas digitalmente en la estructura mondrianista de pantallas que cubría el escenario, se le escapó un poco por la oreja en forma de fluido.
Los australianos King Gizard & The Lizard Wizard, por su parte, pusieron patas arriba el Primavera Stage a eso de las 2 de la madrugada. Desde el arranque, con ‘Rattlesnake’, se decidieron a asestarnos puñalada tras puñalada histérica de rock psicodélico y fuzzy que miró poco al pasado y sí fue fiel a la nueva etapa del grupo, más afilada y menos freak. Pero lo que les hace verdaderamente aplastantes es su marcialidad incansable, su kraut loco y machacón que se llevó a más de uno por delante y que despertó unos pogos pocas veces vistos en un Primavera Sound, no solo dentro de la marabunta, sino también por la colina, por la que rodaban algunos que se habían pasado de copas (o de Red Bull mágico). Los primeros compases del concierto fueron de menos a más, más fijados en Flying Microtonal Banana y su sesenterismo esotérico e hinduísta, dejando una ‘Nuclear Fusion’ de pausado desarrollo y llena de rollazo. Y para entrar en materia tiraron de la espídica ‘Evil Death Roll’. Dejando un mínimo espacio para algo de recogimiento etéreo y ensoñación con ‘Invisible Face’, extraña excepción, regresaron a su habitual locura para desplegar los más de diez minutos del trayecto ‘Altered Beast/Alter Me’ sin apenas respirar y demostrando que Murder of The Universe viene a sintetizar la furia desatada de Nonagon Infinity y el desert trip galopante de Flying Microtonal Banana y a representar el enorme momento de forma de la que es la banda más demoledora de la generación psicodélica australiana (por momentos les faltó hacer stage diving para acercarse a Thee Oh Sees —que, por cierto, ahora son simplemente Oh Sees—). Pero el final lo encarrilaron con el tremendo Nonagon Infinity, su mejor álbum, desatando toda su locura (dos baterías, tres guitarras en hiperactiva ebullición, un sinte que no sabes por donde viene) y con Stu Mackenzie comiéndose literalmente el micrófono. ‘Robot Stop’, ‘Gamma Knife’ y ‘People Vultures’ anticiparon la recientemente estrenada ‘The Lord of Lightning’, y la única concesión al pasado de la banda, ‘Cellophane’, cerró el concierto por todo lo alto, sumido en una viscosa oscuridad post punk y en el delirium tremens de un pedo de ácido. Grupazo.
Antes de terminar la noche en el Primavera Bits me puse en manos de Tycho en el Ray-Ban Stage para bajar las revoluciones de la jornada. Apoyado por una banda de enorme solvencia, con bajo, sintetizador, batería y él mismo a la mezcla, teclados y guitarra, dio rienda suelta especialmente a su último Epoch en un concierto de ejecución perfecta que se quedó frío en muchos momentos, extasiado en su excesiva contemplación. Su estilo es indiscutiblemente etéreo, vaporoso, pero también lo es el de Bonobo, por ejemplo, y él si sabe adaptarse a las más difusas leyes del directo. Aunque el sonido fue impecable y pocas pegas se le pueden poner a viejas joyas como ‘A Walk’ o la clausura espacial que supone ‘Awake’, sí me faltó algo de ritmo, algo de intensidad y alguna arista que les separara un poco de la versión de estudio a la que se aferran con tozudez matemática (o algún vocalista invitado para romper la bruma instrumental). Lo mejor, el empalme climático de ‘Horizon’ y ‘Epoch’, el único momento en que el ambient de Scott Hansen pareció mirarnos a nosotros más que a sí mismo.
https://www.youtube.com/watch?v=Zgo3DQeMHeY
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