Un cachondeo muy serio
Arranqué el día buscando el único momento en el que me encajaba, dentro de la locura horaria del Primavera Sound, ver a Sinkane, una de nuestras joyas previamente escogidas. Actuaba una media hora larga en el escenario Firestone, una especie de camión a un lado del merendero, y fue suficiente para comprobar que funcionan más bien como una big band cargada de recursos en la que Ahmed Gallab cede protagonismo vocal a Amanda Khiri que como un simple proyecto en solitario. El funk sabrosón se mezcla con el soul y con aires de fiesta tropical para levantar temazos como ‘U’huh’ o ‘Telephone’.
Muy bonito lo hicieron después los catalanes internacionales El Petit de Cal Eril, que amenizaron la tarde desde el Ray-Ban con su folk orgánico y festivo que mira de cerca a bandas como Beirut. Enormes estuvieron en los temas más etéreos y apegados a tímidos sonidos electrónicos de su nuevo trabajo, La Força, como en la sutilísima ‘El Plor’ o en ‘El Cor’, pero sigue siendo la excepcional y optimista ‘Amb Tot’ la que marca un hito en sus conciertos, invocando un espíritu comunitario que cierra siempre de forma mágica y expansiva.
Una pena lo de Mitski a media tarde en el escenario Pitchfork, pero parece que todos los años tiene que haber un concierto maldito en este escenario que suele dar enormes alegrías y que este año le tocó a la neoyorquina de origen japonés. El trío salió dubitativo, con Mitski mirando inquieta al lateral del escenario pidiendo que le subieran la voz o que le bajaran el bajo y con Patrick Hyland, guitarrista y productor de Puberty 2 y verdadero responsable de sus aludes sonoros, bastante metido en sus pensamientos, mirando a la lona y desconectándose cada vez más del público. ‘I Don’t Smoke’ sonó a ratos irreconocible, y toda la furia contenida y densa que deberían haber desatado en ‘I Bet on Losing Dogs’ se quedó en acoples desagradables. Y aún así faltaban los sintetizadores, que son innegociables en ‘First Love/Late Spring’ y necesarios en muchas otras, y eso no es culpa del sonido. Así que agradecí que pasada algo más de la mitad del show se deshiciera de ‘Your Best American Girl’, que tampoco llegó a igualar el impacto abrasivo del disco, para poder resolver una de las dicotomías más duras del festival y correr a ver a Whitney., asumiendo también que no era este el momento para tirar al aire los papeles y asistir a la sorpresa del día, el concierto que dieron Mogwai en el escenario Bacardí Live presentando íntegro y en primicia mundial su nuevo disco, Every City’s Sun.
Y no me equivoqué. Perfección, belleza y good vibes fueron todo lo que destilaron los chicos de Chicago. Con su debut, Light Upon The Lake, han parecido ponerse a la cabeza de un estilo revivalero que se asienta en el pop clásico y catedralicio de toda la vida, el de los Beach Boys, el más brillante y soleado que pueda imaginarse, con permiso de un Mac Demarco que se subió con ellos al escenario para solear fumándose un piti en ‘Red Moon’. Y desde luego demostraron por qué con interpretaciones magníficas de temazos como la deliciosa ‘No Matter Where We Go’, en la que destaca por encima de todo la guitarra de Max Kakacek, o ‘The Falls’, donde se luce Julien Ehrlich, dulce como pocos a la voz cantante mientras marca preciso el ritmo a la batería en una configuración de banda que además resulta siempre sorprendente. Para el final reservaron una divertida versión de ‘Magnet’ de NRBQ y su tema bandera, ‘No Woman’. Tan chicos buenos parecen que no nos podíamos creer verles luego a ambos liándola en el concierto de Mac Demarco, haciendo hasta stage diving.
A partir de aquí llegarían algunos de los grandes momentos de la jornada, empezando por el bolazo de Sampha en el Ray-Ban Stage, pura emoción y dominio de los tiempos con una propuesta que en disco puede excederse en su intimismo pero que en directo sabe incendiarse para alcanzar una dimensión mucho más combativa. Con una banda entregada en cuerpo y alma a lo instintivo y radical del ritmo, con un batería, otro dedicado a un pad de percusión electrónica y un teclista que también tenía una caja, la fórmula pasaba por endurecer todos los lamentos del británico, como ocurrió en ‘Too Much’, uno de los más explosivos momentos del set. Los músicos de Sampha saben cuando apartarse y limitarse a escuchar sus palabras, su voz personalísima, y cuando incendiarse y acompañar con su estallido unas baladas que trascendieron siempre sus límites. Es lo que sucede con ‘Incomplete Kisses’, en la que la tormenta rítmica representa la ansiedad del joven productor de la familia Young Turks. Una ‘Kora Sings’ endurecida que terminó con los cuatro integrantes reunidos en torno a un kit de batería dio paso al temazo por excelencia, ‘Blood On Me’, que crece en directo amparándose en un desgarradora interpretación vocal en la que Sampha, que a veces llega justito, consigue echar el resto y hacernos sentir el raspado de sus cuerdas vocales. Después, tras correr una cortina invisible y consciente de que con esta poco más se puede hacer, se sentó al piano mientras la banda se sentaba a disfrutar y observar para acometer la intimista y desgarradora ‘No One Knows Me Like The Piano’, un momento precioso de esos que suelen enamorarnos del Primavera Sound.
Y de lo bello de Sampha pasamos sin mucho tiempo de asimilación a lo bestia de Mac Demarco. El canadiense hizo lo que mejor sabe y demostró por qué no hay que tener nunca dudas de él. Si en su actuación de 2015 fue capaz de colgarse como pocos el papel de animador de tarde, para este año ha entendido perfectamente el contexto de «abrir» para The xx, desde el escenario Mango y ya caída la noche. ¿Qué iba pedo? Seguramente (¿cuándo no?). ¿Que dio uno de los conciertos del festival? Seguramente también. La preciosidad de los temas de su nuevo disco, como ‘On The Level’, una dulce caricia de smooth synth psicodélico, se tornó en ironía romántica, en cachondeo con amigos después de que te deje la novia, en un resacón de polvazo. Los chicos de Whitney, Kakacek y Ehrlich, se subieron a liarla y acabaron abandonando el escenario por encima del público, consiguiendo sacarle a un chaval una botella (botella, entera, de cristal, a saber cómo la metió… he visto apaños interesantes para colar alcohol en todos los festivales, unos más profesionales o chapuceros que otros, pero lo de la botella me dejó loco) de algo que parecía whisky del Mercadona y pegando tragos de ella. El propio Demarco brindaba a su salud y a la de todo el Primavera con otra botella, en su caso una Font Vella de plástico rellena de alcohol. A todo esto, el batería salió al escenario completamente desnudo, y en ‘Together’ Mac acabó en tanga fumándose un cigarrillo y dando berriditos con una pose de frontman salvaje, desfasado e irresistible.
En una especie de homenaje paródico a la película Cruce de Caminos, inspirada en Robert Johnson, guitarrista del diablo, y en la que Ralph Macchio, el famoso Karate Kid, reta a un duelo shredder al todopodeo Steve Vai, Mac se enfrentó a su guitarrista durante un solo eterno y chirriante y acabó lanzándose al suelo sobre el micrófono, golpeándose con él en el pecho. Y las carcajadas diabólicas de ‘Moonlight On The River’, el tema que más me ha enamorado del nuevo hueso de este perro viejo que ya es Mac Demarco, resonaron atronadoras por toda la explanada, como nunca pudo imaginarse seguramente el propio Demarco, que dio probablemente en el Primavera Sound uno de los mejores conciertos de su vida. Como las viejas ruinosas estrellas del rock.
Muchísimas ganas tenía del bolo de The xx, pasadas las once de la noche en el escenario Heineken, sobre todo por comprobar en propias carnes por qué una propuesta tan minimalista ha conseguido alcanzar la cima de los festivales y, en definitiva, la cima del pop. I See You, su tercer disco, les ha puesto en el epicentro de la corriente, algo que ellos mismos buscaban pero sin sumergirse a fondo en su fluir, manteniéndose siempre en el difícil filo entre la autenticidad y el best seller. Y el paso, en directo, refuerza su condición de golpe maestro, de órdago inapelable, de envido y de jaque mate. Sirva como prueba la irrelevancia que adopta ‘Crystalised’, soltada de primeras tras la apertura con ‘Say Something Loving’ y la que antaño fuera su canción de estudio más directa, en un setlist arrollador que la hace palidecer frente al brillo deslumbrante de los temas del nuevo disco. El tercer concierto de The xx en el Primavera Sound (ellos mismos reconocían lo mucho que ha significado el festival en toda su evolución: han presentado en él todos sus discos y ya han asistido como público más de una vez) arrancaba quizá a medio gas, poniéndose en rotunda evidencia el hecho de que es Jamie xx el que conduce el hilo narrativo de esta historia de emoción y sensibilidad electrónicas. Con él más moderado, era Oliver Sims el que tomaba la voz cantante, actuando con una solvencia y firmeza de frontman seguro que fue lo que más me sorprendió de los primeros compases del show; nunca me había planteado con tanta seriedad la idea de que es él el que sirve de pegamento para The xx, el que pese al indiscutible protagonismo de Jamie en el devenir musical, ejerce de líder, de cabeza visible y mantiene unidos a los tres en espíritu.
Es a partir de ‘Lips’ cuando el trío de Londres empieza a desatar su verdadera potencia y profundidad, pese a un sonido que nunca llegó a ser todo lo atronador que quería imaginarme, con un Jamie preciso y letal en ese ritmo latino tan nicolasjaariano. Enorme noticia también que hicieran ‘Replica’, una canción que como el propio Sims reconocía tenían un poco olvidada en el tour porque fallaba cada vez que la tocaban (volvió a entrar mal y la empezaron otra vez, entre risas, qué maravilla ver a Oliver tan jodidamente feliz) y que en directo se confirmó como un temazo en el que los tres asteroides orbitan en perfecta y sutilísima armonía, especialmente hacia el final, con ese mantra definitorio y preciosista que reza «do I chase the night or does the night chase me?».
Los tres, que como espejos en movimiento mostraban a veces caras oscuras e introvertidas y otras mucho más luminosas, tuvieron sus momentos de autoafirmación y confesionario en un espectáculo que al final termina emocionando por mostrar a una banda en armonía y sincronismo celebrando su amistad, su profesión y la disparidad de sus vidas, personalidades y problemas, exorcizando sus propios demonios con valentía en una orgía comunitaria. Es lo que hace Romy en ‘Performance’, sola a la guitarra y acaparando el único foco de luz mientras canta «You won’t see me hurting / when my heart it breaks /I’ll put on a perfromance / I’ll put on a brave face» (momento emotivísimo). O lo que hace Oliver en ‘Dangerous’, dedicada por su parte a todos los solteros como él y a lo agridulce del amor, o en ‘Fiction’. El momento de máximo apogeo de Jamie es el que precipita el final del concierto, con el clímax lumínico en el que el pequeño genio de las calderas convierte ‘Shelter’, transformada en himno house, y con cómo la hace empalmar con su hit en solitario ‘Loud Places’, en fin una de las canciones más agudas, coloristas y efectivas de The xx (aunque se echara de menos el estallido vibrante que aportarían unos vientos en directo). Romy y Oliver se marchan y Jamie se hace con todo el escenario, lo convierte en pista de baile y deja una muestra de lo que es capaz a los platos (luego le tocaría hacer de sustituto de Frank Ocean, y no se le olvidaría tampoco hacerle referencia, abriendo con un remix de ‘White Ferrari’ y cerrando con un mash up de su ‘Gosh’ con el ‘Nikes’ del californiano). Lo que hace es preparar el bis, que se desata con una ‘On Hold’ confirmada ya como verdadero himno contemporáneo.
Y para himno, este desde un punto de vista completamente diferente, la progresión guitarrera eterna de la implosivamente épica ‘Intro’, la instrumental más reconocible de los últimos 20 años. Sirvió como punto final para un concierto que todavía tenía reservada la guinda de ‘Angels’ en reprise acústico, para deleite de todos los corazones, los sanos y los rotos. Pura emoción, pura sensibilidad, lo verdaderamente impresionante de estos nuevos The xx es que consiguen mantener vivo el pulso de una fiesta sin olvidar que han venido aquí a hacerte llorar, que logran que bailes de felicidad en un halo constante de melancolía. Bravo por la que de momento es la banda que quizá mejor esté definiendo su década y su generación.
Run the Jewels, después en el escenario Mango, tenían papelón, pues asumían como Mac Demarco la responsabilidad del ascenso desde los escenarios secundarios al escenario principal y con la condición de cabeza de cartel (hemos hablado de agradecimientos, y ellos recordaban en la clausura con ‘Run The Jewels’ a todos los que habían estado en el Primavera de 2012 apoyando su debut; esta es otra de las bandas que ha visto reflejada su progresión en el festival de Barcelona). Y, pese a sufrir durante ‘Blockbuster Night, Part 1’ un apagón que les dejó sin luz ni sonido más de diez minutos, los raperos de Nueva York consiguieron dar la talla y mejorar un show que la última vez se quedaba largo en su repetición de conceptos y que esta ganaba en consistencia gracias a varios temas poderosísimos de su tercer disco, como ‘Legend Has It’, nuevo martillo pilón, ‘Talk To Me’ o ‘Panther Like a Panther’. O ‘Down’, que les sirvió para cerrar el set principal y para que Killer Mike diera un discurso inspirador y le declarara su bro-love a El-P.
https://www.youtube.com/watch?v=Ui96pvC-Tdw
Con el puño y la pistola pendiendo sobre sus cabezas, se valieron de la contundencia oscura y mercúrica de los trayazos de su segundo disco (‘Oh My Darling Don’t Cry’, ‘Close Your Eyes And Count To Fuck’; imposible olvidar su sample de base con el nombre de la banda, último grito en el soylapollismo hiphopero) y del temazo que firmaron para el último de DJ Shadow, ‘Nobody Speak’, para redondear una gran noche de rap.
Los cambios de planes de última hora no iban a hacer que me perdiera a Operators, así que con bastante dolor renuncié al DJ set de Jamie xx para pegarme el fiestón que me debía el último proyecto de Dan Boeckner. En él se desquita a gusto con todas sus obsesiones ochenteras, y llega al delirio del Jarvis Coker de Pulp o al dramatismo doliente que ha heredado Win Butler del eterno David Bowie, con unas canciones que pueden oscilar entre el éxtasis dance punk a lo LCD Doundsystem de ‘Control’ y ‘Ecstasy in My House’ (curioso cómo crecen cuando Dan deja a un lado la guitarra) o el synthrock ochentero de ‘Nobody’, pero el concierto, que fue divertido en general, quedó un poco lastrado por una mezcla confusa y por unos visuales bastante deficientes y mal encuadrados. Un gustazo, eso sí, ver disfrutar tanto a Boeckner, emocionadísimo por tocar en el Primavera Sound y echando el resto en consecuencia. El final, con ‘Blue Wave’, ‘Cold Light’ y ‘True’, para enmarcar.
Después de la relativa decepción que sufrí el jueves con Aphex Twin, un placer poder disfrutar de una sesión decente de IDM para quitar el sabor de boca agridulce. Y digo decente y digo IDM por no cebar mucho las expectativas del que lea y pueda sorprenderle como a mí me sorprendió lo que vi hacer a Flying Lotus en el Primavera Sound de 2017. Una figura enorme, casi monstruosa y amenazadora, erguida en completa oscuridad tras los platos y una enorme pantalla transparente sobre la que iba proyectándose un engendro de paranoias visuales eran toda la escenografía, pero el avanzado genio de este adicto a la marihuana terapéutica se las arregló para hacer de la manipulación del espacio y del tiempo su propio hábitat, para conseguir que escenario, foso, cielo, sonido y personas de en derredor desaparecieran y pasasen a ser hologramas de las diatribas que guarda en su cabeza Steven Ellison. Sí, las leyendas eran ciertas. Flying Lotus te saca del cuerpo en un viaje astral apenas perceptible y sin que repares en ello te sumerge en sus pensamientos, en sus ideas, en su cabeza, en sus pesadillas. Aphex Twin quería freírnos el cerebro; Flying Lotus lo hizo sin compasión destruyendo el sonido de todas las formas posibles, mezclando el jazz con el trap , el g-funk con la música clásica y el soul con un rugido futurista y alienígena que recordaba por momentos a las bocinas apocalípticas de los trípodes de La Guerra de los Mundos que también acompañaron a Bon Iver y que otras se asentaba sobre technazo. No hacía falta vocal alguna para hacerte caer en la cuenta de lo que cada una de las vibraciones a las que FlyLo hacía retorcerse chillaba más allá de los umbrales que podrías reconocer: el sentido de la vida, el incansable y húmedo aliento de la muerte tras la nuca, la locura, el caos, la física cuántica o la ironía tecnológica. Todo era una amalgama brutal de deconstrucción rítmica, sonora, estética… el viento se comportaba al corte de cada vibración como un líquido no newtoniano, fluía a veces con acuosidad o con viscosidad de mercurio y golpeaba seco y contundente otras, como poniendo cada vez más muros entre el entendimiento y la abstracción más degradante.
Surrealismo embarrado, dadaísmo constructivista, futurismo sustentado en la marcha militar de un ejército de cuchillos sin orden ni concierto, sin formación estudiada más que la retórica azarosa del comportamiento más natural del pentagrama con el ritmo, de las caderas con el suelo, de los pies con el pabellón central de la carretera al lado más oscuro de la mente. Un pasadizo de espectros, de aullidos, una salvajada que trasciende los límites de la electrónica, de la performance, del espectáculo, de la música en general, y que apela mucho más a lo demoníaco del baile, como en una especie de ritual de electrónica voodoo. Sonó el tema de ‘Twin Peaks’ de Angelo Badalamenti, y los de ‘Ghost In The Sell’ o ‘Final Fantasy’, lo que habla en parte de las obsesiones distópicas y del absurdo lynchiano que exuda el discurso de Flying Lotus, y presentó la sinfonía caníbal de ‘Kuso’, su recientemente estrenada película gore, pero lo que no podré olvidar nunca será ese sonido atronador que fraccionaba el cerebro en parcelas de atención, que distorsionaba la realidad y los sentidos con ella, o al revés, en el infierno más frío y delicioso en el que se habría imaginado acabar algún diablillo perdido. Sigo buscando las palabras para definir el show de Flying Lotus, y al final lo único coherente que me sale decir es filosofía, muerte, apocalipsis, sombra, oscuridad y destrucción, una albricia de puentes sin luz, carretera farola muelle, sin más, no más, no menos, mental, fluir, gris, verde, sonido, explosión. Un sinsentido que venga a representar el pasote tremendo que levantó el californiano en el escenario Ray-Ban, una de las sesiones más flipantes que he tenido la suerte de disfrutar en toda mi vida, algo diferente, indescriptible, absorvente y mágico, una puta ida de olla que no fue lo mejor del festival porque el Primavera es tan grande que también vivió el apocalipsis post industrial de Bon Iver, el estreno mundial de lo nuevo de Arcade Fire o a las esperadísimas Haim, pero que se codeó con todos ellos por su descarnado vanguardismo. Brutal es poco; locura es conformista y reduccionista… y decir que fue una puta pasada me parece malsonantemente innecesario. Pero, como no hay palabras, me limito a decirlas todas, para avasallar como lo hizo Flying Lotus cada pequeño cerebro desorientado que caía inocente en su tela de viuda negra gigante, de Ella Laraña marciana. El final lo marcó además, su vertiente como colaborador del gran ausente de esta edición (no, no fue Frank Ocean): Kendrick Lamar. Un puro gustazo poder escuchar la voz del mejor rapero del mundo en un Primavera Sound en el que en varios momentos echamos de menos el que de momento puede ser el mejor disco del año (con permiso de I See You), Damn. Sonaron ‘Eyes Above’, ‘Wesley’s Theory’ (epic win) y ‘Never Catch Me’. Un show tan completo como la vida misma, incluso más. Un vórtice en el que se cruzan, en el mismo abrir y cerrar de oídos, muchas de las posibilidades de un universo infinito de ellas. No hay palabras para definirlo porque habría que inventar una que sonase en si misma a infinitas cosas a la vez. La palabra definitiva, esa que lo significa todo y que tampoco signifique nada. F-L-Y-I-N-G / L-O-T-U-S.
Aunque me escapé un rato a ver a Priests al escenario Pitchfork (a lo mejor es que no son horas para las bandas de rock, pero estuvieron bastante activos para ser las cuatro de la madrugada, con un punk trémulo y oscuro) renunciando a la apertura de la sesión del tándem electrónico conformado por John Talabot y Axel Boman en el Ray-Ban Stage, al final acabé completamente entregado a este proyecto llamado Talaboman. El resultado es una cooperación viva y vibrante entre el barcelonés y el sueco, que integra todo el discurso deep house de uno con el imaginario colorista y lleno de detalles del otro, dejándose llevar los dos por un back to basics rítmico que a veces encuentra en la pureza machacante del tech house su principal valor ofensivo y otras recupera el tribalismo al que tanto de apelan los dos productores para invocar al espíritu comunitario del baile. Si buscaban el trance no llegaron a producirlo del todo, pues al final sus recursos se vuelven repetitivos y falta algo de acidez psicodélica, pero desde luego dieron una clase magistral de mezcla de estilos, de clase y de empaste elegante para clausurar una jornada quizá algo por debajo de la media y que pudo notar ligeramente el descalabro de Frank Ocean.
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