Mike Milosh regresa al frente de Rhye con una fuerza renovada, con más pasión que romanticismo y más sexual que sensual
El minimalismo y la sutileza en la que se desenvuelve ‘Waste’, apertura de Blood, contrasta del todo con su exuberancia instrumental. Y es que no hay que desperdiciar el espacio, un concepto que alcanza aquí categoría de obsesión. Rhye llenan con poco las ampulosas cavernas de su sonido, con poco de mucho. Cuernos, trompetas trombones, cellos y violas, guitarras, bajos musculares y desnudos, teclados futuristas y pianos simplísimos.
Y es esa exuberancia lo que late durante todo su esperado segundo disco, más contenida a veces pero siempre a punto de morder. En su debut Rhye acariciaban, a veces no llegaban ni a tocarte, extasiados por ese respeto milenario a la mujer como musa inexpugnable. En Blood se lanzan directamente a comerte el coño, «drink this wine from your sweet», y arañan de pasión, como si hubieran aprendido de pronto a moverse bien en la cama, a ratos duro y a ratos suave.
Como en ‘Taste’ y en ‘Feel Your Weight’, con ese cuerpo de guitarra y bajo funk tan sensual y el movimiento de caderas del riff de teclado, y como en ‘Please’ luego, que empieza recordando al ‘Do I Wanna Know’ de los Arctic Monkeys. Blood y su A.M. tienen en común pocas cosas, pero los dos son discos imbuídos del espíritu más soul del r&b; que pertenecen al reino de la noche, del deseo, de la espera y de su consecución, de la belleza de la suciedad, de la presión de una habitación anegada en sudores y vapor, de la complicidad tóxica.
«Bring your songs to me, I’m not afraid to hear them», suplica intenso, con su voz frágil y su falsete de porcelana, Mike Milosh en ‘Count To Five’, y no hace sino representar esa especie de combate, o de coreografía que puede establecerse entre dos amantes que se acaban de conocer y que no tienen planes de volver a verse mañana.
Microhistorias de amor y odio, de violencia y de cariño. Es un reto, un diálogo salvaje, como el del bajo y el órgano. Pero el reto es rendirse al placer. El reto es el orgasmo.
Las caricias las ponen los vientos en ‘Song For You’, y es a partir de entonces cuando comienza la fase del enamoramiento. ‘Blood Knows’, el tema central del disco y sobre el que orbitan todas las temáticas, al igual que los pulsos rítmicos, la gasa electrónica que lo cubre todo y el ornamento instrumental, marca el momento en el que Milosh se despeja de miedos para dejarse llevar en busca de algo más real. Y todo se hace más patente en ‘Stay Safe’, en la que ya empiezan a aparecer la pertenencia y la protección.
Pero el amor se acaba, más «este tipo de amor inestable», y en vez de hundirse Milosh renace como el ave ‘Phoenix’ en la canción más ambiciosa del disco, un g-funk poderoso y dramático con ánimo rotundo danzado por Nate Mercereau a guitarras y bajos y rematado por los siempre emocionantes arreglos de cuerdas.
Y después del envalentonamiento, la sinceridad emocionante, el lamento preciosista de ‘Softly’, que aporta el piano más optmista del disco y una estructura más pop en una canción descorazonadora, de desamor, de súplica. «Don’t run away, where are we know?».
Al final, Blood es un disco que retrata de algún modo el ciclo de una relación desde el punto de vista pasional, y así se desvanece en una canción que sirve para cerrar el círculo. En ‘Sinful’ Milosh asume con serenidad la distancia, los nuevos caminos, y canta esperanzado para volver a encontrar el amor sobre un precioso arpegio de guitarra de folk etéreo muy Junip. Dispuesto a volver a empezar.
Igual que estaba tras asistir casi a la debacle del proyecto cuando cayó en las garras de Polydor, que en ningún momento aceptó la inclusión oficial de Robin Hannibal en Rhye por estar firmado en su otra banda, Quadron, por el sello Epic ni las ventas decepcionantes de Woman.
Hannibal, que fue la mitad de aquel prometedor debut, abandonó y Milosh se embarcó un poco por su cuenta en un tour de casi 500 conciertos para poder pagar el despertar de Rhye. Para hacerlo más auténtico, más honesto, más real. Más bailable, más mordiente.
Para demostrar que lo importante es lo que él mismo tuviera que decir. El microinfarto del primer amor,las cuerdas que anuncian la épica de una mirada, de una caricia, de un beso, de un revolcón cómplice debajo de las sábanas; la tensión entre ceder a la confianza, dar un poco de si, bajar la guardia y una recompensa en forma de pequeña muerte, de explosión, de jadeo ahogado.
Lo maravilloso de vivir el amor. Anhelarlo. Gozarlo, sudarlo, disfrutarlo. Llorarlo. Sufrirlo y olvidarlo. Asumirlo. Recordarlo.