Royal Blood – Royal Blood

royal blood 2014

La mayoría de canciones encuadrables en el universo amplísimo del rock (y pop rock) constan de riff, estribillo y puente. Para no sonar siempre a lo mismo, los grupos tratan de disfrazar o complicar un poco el esquema. Royal Blood no.

Al contrario, Royal Blood se propusieron reducir la fórmula del rock hasta su mínima expresión. Sus canciones son riff, riff, riff. Y, tócate los cojones, mariloles: la cosa funciona.

Este dúo de Brighton ha cuajado un larga duración sin tacha a base de repetir y repetir riffs impecables, armados únicamente con un bajo y una batería. Pero no crean, no intenten hacer lo mismo en casa. Porque esto sólo pasa una vez en la vida.

Estoy tan convencido de que el debut de Royal Blood tiene ese algo que lo hace único entre los cientos de LPs de rock, blues rock, indie rock y sucedáneos que salen cada año, que me voy a atrever a compararlo con esos debuts históricos que todo buen fan del rock tiene en mente.

Y no hay que limitarse, como he leído en incontables medios, al vendaval indie rock que sacudió el panorama en la pasada década (que por cierto, vuelve, y no sólo con Royal Blood) o a la ola inmediatemente anterior de stoner rock.

Porque cuando escucho el ruido que arrancan a sus instrumentos Mike Kerr y Ben Thatcher, no sólo pienso (inevitablemente) en el primer disco de Arctic Monkeys o The White Stripes, no. Ni siquiera me quedo en Queens of The Stone Age. Podemos irnos más allá, hasta estilos menos sobados por la crítica especializada (en repetirse).

Los martillazos de la intro ‘Out Of The Black’ arrancan ecos que me llevan volando hasta el Appetite For Destruction de Guns N Roses, o a los mismos Rage Against The Machine.

Y sí, viajando hacia atrás por esta senda salvaje, no es difícil toparnos con el grito original que echó a rodar todo esto: unos ingleses melenudos llamados Led Zeppelin y su reinterpretación de los Padres del Blues. Si no me creen, búsquenlo. Está en Royal Blood.

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Dicho esto, resulta un poco superfluo desmenuzar canción por canción el debut de Royal Blood. Aunque hay himnos e Himnos con mayúscula, lo importante es que todos y cada uno de los 10 títulos del disco dan para saciar la sed de un joven (y no tan joven) ávido de rock, contundencia y mosh pits.

Porque si esto es un pelotazo enlatado dentro de un vinilo o Spotify, imagínense lo que es disfrutarlo en directo. Baste la anécdota de su paso por Glastonbury, programados a las 2 de la tarde y cuando su álbum aun no había pisado las calles (de hecho sólo habían publicado 3 canciones).

Resultado: casi 12.000 personas en un escenario pensado para mucho menos público. La carpa del escenario John Peel se vio totalmente desbordada según avanzaba el bolo y la batería y el bajo escupían sus todavía inéditos hitazos, dejando «en bragas» a los artistas programados, con letras más grandes, a la misma hora. Suele pasar cuando se asiste en directo al nacimiento de una leyenda. Que alguien le diga a Muse que vayan haciendo hueco (aunque igual Matt Bellamy ya lo sabe, porque es fan reconocido del dúo, al igual que lo son Jimmy Page o Foals).

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¿Exagero? Puedo tirar de números: así creció, durante la pasada temporada de festivales de verano, su volumen de reproducciones en Spotify. Como un cohete. Más hazañas: han sido profetas fuera de su tierra, al llegar con su debut a lo más alto en las listas de rock de Estados Unidos.

¿Por qué no ha pasado lo mismo con cualquiera de los grupos que en los últimos años han intentado conseguir un efecto similar aferrándose al más estricto clasicismo blues rock? ¿Por qué no revientan escenarios los demás? Fácil: porque los planetas sólo se alinean una vez cada muchos años. Disfrutemos con ello, y que no venga nadie a decirnos que suenan al o 2006, o que el disco de St. Vincent es más artístico. Señores, esto es R O C K.

Nota bandálica: 9

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