Lo que hicieron The Strokes en el Primavera Sound (del que deberíais leer nuestra crónica completa) podría describirse como algo parecido a una sinfonía irregular al más puro estilo de las ‘Exogenesis’ de Muse en su quinto disco, solo que de unos setenta y cinco minutos escasos y sin tanta grandilocuencia purpurinesca.
La estructura de esta pintoresca obra musical consistiría en una sucesión de estrofas monótonas, aburridas y mal ejecutadas intercaladas entre unos estribillos brillantes, potentes, cargados de nostalgia. De los de antes, vaya. De estos estribillos que, si te descuidas, pueden hacerte sobrestimar el espectáculo contemplado. Porque estos estribillos son himnos con tanta solera que difuminan la mediocridad de las estrofas.
Pero dejemos de lado tanta metáfora, porque seguro que más de uno ya se puede imaginar por dónde van los tiros. Voy a ilustrar mi punto de vista con un breve ejemplo: basta con que os pongáis en YouTube el concierto ofrecido por este quinteto neoyorquino en la noche Barcelonesa y que escuchéis únicamente las dos primeras canciones. Hablando sobre el papel, por un lado tenemos ‘Machu Picchu’, una canción muy representativa de lo mejor que son capaces de dar de sí hoy por hoy The Strokes: un tema pop correcto, con gancho. Por el otro, también sobre el papel, aparece ‘Someday’, una oda atemporal que rebosa nostalgia por los cuatro costados. Los problemas, sin embargo, vienen cuando The Strokes tratan de trasladar esta teoría para aplicarla en la vida real, lo que en el mundo de la música se traduce en un concierto frente a decenas de miles de personas.
Tras una introducción consistente en un sample sacado de ‘80’s Comedown Machine’, un tema de su último disco casi homónimo, ‘Machu Picchu’ comienza a sonar y ya queda patente que algo no funciona tan bien como debería. Las guitarras suenan tímidas, y en general la parte instrumental suena muy por encima de la voz de Julian. Parece que al grupo le da cierta vergüenza interpretar la canción, como cuando cantas tú solo en tu habitación pero tratas de que no te oigan los que viven contigo, porque ni tú mismo estás convencido de que lo que estás haciendo merece ser oído. Y al final el resultado es que, cantes mejor o peor, si lo hicieses con ganas y fuerza seguro que te saldría algo mucho mejor que esos maulliditos de gato electrocutado que han generado tus cuerdas vocales. Aquí con los Strokes pasa exactamente lo mismo.
Si bien es cierto que a mitad de la canción se produce un reajuste mágico del sonido que permite escuchar mejor la interpretación instrumental (no recuerdo si esto ocurrió también en el directo, pero lo de los técnicos de sonido en el Primavera Sound daría para otro artículo aparte), esta ecualización le hace un flaco favor al señor Casablancas. Porque aunque se desenvuelve bien en su registro habitual y más clásico, cuando intenta salirse del mismo (o peor, cuando trata de marcarse algún falsete), la canción se desploma por completo como un castillo de naipes. Y aún tenemos que dar gracias de que en ‘Machu Picchu’ no tenga que alcanzar los tonos más agudos de otras canciones de sus dos últimos discos.
Y es que la esencia del problema es esa: las canciones de Angles y Comedown Machine no funcionan en directo, y la culpa fundamentalmente reside en las pretensiones de Julian Casablancas en el estudio. ‘Machu Picchu’ aún es un ejemplo incluso benévolo, pero en otras canciones más, digamos, radicales como puedan ser ‘One Way Trigger’ o incluso en otras de corte más clásico como ‘Taken For a Fool’ o ‘Under Cover of Darkness’ puede verse lo que intento decir. La voz enturbia la interpretación de toda la banda, ya no solo porque parezca que Julian se aleje dos palmos del micrófono para ocultar que no es capaz de rendir como debería en los registros que requieren dichos temas en ciertos momentos, sino porque además muchas veces, cuando se le olvida esconderse y se le escucha bien, lo que se puede oír roza a veces el patetismo. No le estamos exigiendo tampoco una actuación impecable e inmaculada con un par de salidas de tono puntuales, todo esto entraría dentro de lo normal de un directo. El problema es que Casablancas cruza completamente la delgada línea del ridículo en más de una ocasión.
Todo parecía perdido en tan solo tres minutos y medio de concierto, cuando suenan los acordes de ‘Someday’. Y se hace la luz. Parece que haya empezado un concierto diferente, de hace quince años. Incluso el juego de focos, sin ningún protagonismo en el tema anterior, nos remonta ahora a algo parecido a los primeros segundos del videoclip de ‘Last Nite’. De repente empiezas a recordar y añorar aquellos años de principios de siglo y milenio deambulando por los bares de los bajos fondos de Nueva York, tomando unas cervezas con los colegas… aunque ni por asomo hayas hecho tales cosas y probablemente aún ni fueses al instituto cuando salió esta canción (como es mi caso). Si me apuras igual ni siquiera has salido en toda tu vida de tu pueblo, pero ‘Someday’ es capaz de hacerte añorar Nueva York. En serio. ‘Someday’ es capaz de eso y mucho más. Todo cobra sentido: las guitarras suenan sólidas y brillantes en su distorsión adecuada, la batería hace que se te muevan los pies al ritmo de la música antes de que seas capaz de darte cuenta y el bajo es capaz, al retumbar, de hacer entrar a tu corazón en arritmia. Y por encima de todo esto, Julian suena seguro y convencido, hace una actuación perfecta y nos deleita desgañitándose como solo él sabe. Como lo hacía antes. Como lo hace en sus tres primeros discos. Y si algunos me preguntáis por qué incluyo el ‘First Impressions of Earth’ en este segundo grupo y no en el primero, solo tenéis que ver cómo interpretaron ‘Juicebox’ y lo entenderéis. Aquí abajo os dejo el vídeo (minuto 30:45):
[youtube id=»OVmms-Tu6NA»]
Porque en directo, los Strokes de los tres primeros discos suenan sólidos, soberbios y convencidos de lo que hacen, mientras que los Strokes de los dos últimos discos suenan mal. Punto. Y bajo esta disyuntiva de su discografía se mueve la interpretación de todas y cada una de las diecinueve canciones que nos ofrecieron. No se hace necesario ni analizarlas una por una ni entrar en valoraciones sobre si la elección del setlist fue la correcta o no. La sensación general que le quede a cada uno dependerá mucho, por tanto, de lo admirador que sea o no de la banda.
Si tuviste la suerte o desgracia de asistir al concierto, además, esta sensación dependerá tremendamente de si lo viviste en las primeras filas o en las últimas. Yo me encuentro en este último grupo y quiero hacer hincapié en que la calidad del sonido que nos llegaba hasta allí era, cuando menos, nefasta. Sin que esto sirva de excusa al irregular recital que nos dieron los Strokes. Y no, no me encontraba en el confín más recóndito de Mordor viendo el concierto: estaba a la altura de la torre de sonido, que se supone que es desde donde controlan todo. El caso es que salí muy descontento del concierto por este punto, aunque mis sensaciones vayan mejorando con el tiempo. El problema viene en que este inconveniente no se limitó a The Strokes sino que se extendió como una plaga infecciosa a los conciertos de otros cabezas de cartel como el de The Black Keys (aunque no así para otros de segunda línea como el de Foxygen o el del propio Julian Casablancas+The Voidz).
El Primavera Sound no puede permitirse rendir a un nivel tan bajo en un aspecto tan básico para un festival de música que aspira a codearse con la élite mundial. Porque aquí no se iban a llevar palos únicamente los Strokes, ¿no? Pero como ya he dicho, el sonido daría para un artículo aparte, y yo ya he desviado demasiado el tema del mío.
Texto por Juan Navarro
Fotos por Matias Altbach