Mejores conciertos 2016

Recopilamos los 10 mejores shows en directo del año


No podemos estar en todos los conciertos que se celebran. Ojalá pudiéramos… pero al final sí hemos disfrutado de unos cuantos y os lo hemos intentado contar siempre de la mejor manera que sabemos hacerlo, intentando haceros ver y sentir mucho más allá de leer y procesar información. Ahora, haciendo un poco de repaso del año y para cerrar definitivamente este accidentado y cambiante 2016 que recordará probablemente la historia, recogemos los 10 mejores conciertos a los que hemos asistido. Nos vemos en 2017, nos oímos en 2017, nos leemos en 2017. ¡Feliz año, bándalos!


Neil Young @ Mad Cool Festival

Neil Young. NEIL YOUNG. Con mayúsculas. La historia de la música sí se arrodilla con facilidad ante este gigante con cojera y mirada perdida nacido en Toronto, Canadá. Neil Young, junto con Willie Nelson —su hijo comanda los Promise Of The Real de los que se acompaña Young, será casualidad—, representa a esa generación perdida que en los 60 se desgarraba entre poesía, estrofas, fuego, guitarra, ácidos, paz y marihuana. A esa generación golpeada que se armó de mástil y baqueta, que hizo sus armaduras con cuerdas de nylon y escribió su nombre con armónica al viento. Neil Young es el rock. Es un estado mental y una condición de vida, es un pacto con las entrañas de la naturaleza sellado con el humo de la pipa de la paz. Es la sencillez de un fuego milenario, de la esencia misma de la unidad y el bien común, del compartir. Bob Dylan y Patti Smith se han quedado sin fuerzas o no las exorcizan con tanta facilidad; los Rolling y Springsteen se han apartado de lo esencial; otros, la mayoría, no han sobrevivido salvo en su música. Y a todas horas resuenan sus ecos. En Arcade Fire, en PJ Harvey, en Sonic Youth, en Pearl Jam, en los Pixies y hasta en Nirvana —a Young se le llegó a considerar el “padrino del grunge“— reconocemos su influencia, la mecha de este gran incendio que es el rock. «People Rocking In The Free World», acabó gritando todo el MadCool en una comunión. Grandes y pequeños, todos, amaron a este ermitaño mastodóntico, y todos estuvieron, estuvimos, de acuerdo en que el rock and roll es una de las formas más bellas de salvar el mundo, de hacer de este mundo un lugar más libre, más justo. Viva el Rock and Roll.


Florence + The Machine @ Palacio de Vistalegre

Ya contamos nuestra experiencia viendo a Florence y los suyos en el Super Bock Super Rock de 2015. El concierto de Madrid fue una extensión más de la magnífica gira con la que presentaron uno de los mejores discos de 2015, How Big, How Blue, How Beautiful: un vozarrón, una solvencia instrumental paralizante, un setlist devastadoramente bello y una actividad rockera inusual para un acto de su clase, que se balancea inteligentemente entre el pop comercial, el indie más accesible y el rock de estadios inteligente. Florence Welch se rodea de magia, abraza su intensidad casi teatral con unos coros de precisión francotiradora y unos vientos deliciosos y expansivos, y sobrevuela con elegancia y ligereza cada nota del océano grande y azul que dibuja la banda en su último trabajo. Invita a la comunión y hace del compromiso con su música uno de los estandartes más sobresalientes. Un ruido furioso dentro de la cabeza, más alto que las sirenas y que las campanas, más dulce que el cielo y más abrasador que el infierno. Un océano en el que navegar tranquilo y en el que naufragar a gusto. Una tormenta de química y momento.


Moderat @ La Riviera

Lo que hacen Moderat alcanza su dimensión más espeluznante bajo los techos bajos de una sala. Es el hábitat natural del trío formado por los integrantes de Modeselektor y Apparat, criados en la Berlín del techno industrial. Juntos exploran las posibilidades y texturas del sonido y de las vibraciones que genera, y te sumergen en una espiral profunda, reflexiva, onírica y electrónica, atacando con una épica implosiva e introspectiva.


Jungle @ Dcode Festival

Los británicos que parecen negros constituyen una de las mejores reinterpretaciones del soul gracias a un debut (XL, 2014) elegante desde el diseño de la portada hasta su último arreglo de funky. Aunque el cómputo general del disco podía quedarse en el estudio en un ‘más de lo mismo’ de catálogo blackish, en directo crece con la fuerza y la intensidad de una máquina henchida de groove. Rezuman sexualidad, sudor y se presentan con una solvencia sorprendente. Desde el principio con ‘Platoon’ hasta el final con ‘Time’, van desgranando su repertorio de recursos, sus síncopas funk, sus sintes disco y sus hitazos que van elaborándose a base del entrelazado de sonidos y ritmos. Sus coros, sus falsetes y sus agudísimas guitarras. Pero es que lo mejor que tienen es que la tranquilidad RnB que lastra en cierta manera su versión de estudio desaparece en directo para desplegarse en un incendio de pulsión bailable. ‘Accelerate’ lo ejemplifica, o ‘Drops’, cuyos bajos vienen con varios kilitos de más. En ‘Lemonade Lake’ rozan la perfección (la armonía envolvente, la caricia húmeda, la agilidad de los arpegios), y son ‘Julia’ ‘Busy Earnin’, sus principales éxitos, los que menos llegan a crecer (lo que me parece un signo de salud en una banda). Y ‘The Heat’ les sale clavada. Puro flow, puro groove, puro funky incendiario recorriéndote las venas. No puedes parar y los vellos de los brazos te delatan. En aquel Ray-Ban del Primavera Sound prometí que volveríamos a vernos. Ahora prometo que no pienso perdérmelos.


Coldplay @ Estadio Olímpico de Barcelona

Coldplay están en horas bajas a nivel de creatividad, con una carrera ya muy dilatada y con el encadenamiento de dos álbumes que si algo ponen de manifiesto es precisamente eso, la incapacidad de dar pasos consistentes hacia delante y el anclaje a un sonido brillantísimo que les sigue reportando ventas millonarias y llenazos en directo, de vuelta a los estadios que les aceptan como invitados naturales. Su versión de estudio es evidentemente discutible pero sus masivos espectáculos de luz y color están entre lo mejor hecho y lo más disfrutable del mundo. Fuegos artificales, confeti, coros infinitos, buen rollo, temazos, megalomanía… una fiesta de la música.


Sigur Rós @ NOS Primavera Sound Porto

Sigur Rós no son una banda normal, no son cualquiera. Son un oasis de hielo en el que encontrar la paz que deniega el mundo moderno. Son una Iglesia sin credo, una religión sin nombre, una misa de fuego helado, una aparición mística, una experiencia sensorial. Son una canción eclesial entre la bruma de la noche, del humo. Son la expresión más certera de los arrullos de las profundidades de la tierra.

Los de Islandia aparecieron para cortar con un cuchillo de acero valyrio el relativo silencio sepulcral que reinaba en la colina del Palco NOS. Una hoja de electrónica seca y deformada que daba forma a ‘Óveður’, la canción que están debutando en esta gira. Todo detrás de una cortina de hierro velada que les ocultaba a medias. Eran el sacerdote al otro lado del confesionario, dispuestos a escuchar y expiar cada pecado de los asistentes. Con esta coraza de corriente alterna transformaron ‘Starálfur’, la única concesión a los Sigur orquestales, en una apoteosis circuital que deslució de la original más por desconcierto que por falta de acierto. Después se levantó el telón y la banda, en formato trío y simplificada hasta el desnudo, tomó sus posiciones delante de un complejo escenario de estrellas de LED, de pantallas arrastradas por metales hacia un punto de fuga y de brumosos e impactantes visuales.

Estos Sigur Rós son pesados, graníticos, meteoríticos. Y se abandonan pronto a su repertorio más crudo, dejando de lado clásicos como ‘Hoppípolla’ por imposibilidad logística. Esta gira no es para adornos, y no es para grandes pasajes de sonido. Es para aplastar, para hacer daño y para demostrar que se puede, que no hace falta más en Sigur Rós, que con ellos vale. Que lo que hacen en el estudio se puede llevar a terrenos sinfónicos pero también puede abrazarse con fiereza a las raíces de la tierra. De una tierra seca, gris. De una tierra consumida por el azote del frío. La tormenta cae, se acerca el invierno y la muerte deja sus huellas en la nieve. Ya estás poseído por el viento helado, por la tierra fría, por el cielo incandescente y por la bruma de la noche. Ya estás a merced de Sigur Rós.


Michael Kiwanuka @ Teatro Barceló

El joven Michael Kiwanuka ha publicado uno de los discos del año, maravilló a horas tempraneras en el Mad Cool Festival y nos dejó boquiabiertos en el Teatro Barceló con una puesta en escena sólida y contundente que desgrana con autoridad y precisión quirúrgica un cancionero inusualmente disfrutable. La intensidad es siempre comedida y se nota quizá demasiado rigor y contención para un soul tan incendiario, pero la claridad de los sonidos llega a rozar la cubierta del alma y los punteos de guitarra se graban a fuego en la cima de los vellos.


Savages @ NOS Primavera Sound Porto

El poderío de las chicas de Jehnny Beth es indescriptible. Son un no parar, un gancho de post punk oscuro y visceral directo a la mandíbula que se hace agresivo sobre bases marciales y motórikas y viene disparado por una voz imperiosa y comandante. Las guitarras dibujan una cortina rasgada de noise, los ecos traen a Siouxsie & The Bansees y a Joy Division y la frontwoman más carismática del año se sumerge entre las masas con violencia en ‘Husbands’. Puro poderío femenino.


Arcade Fire @ NOS Alive Lisboa

Se respiraba en Oeiras la calma que precede a una tempestad, con el silbar de la brisa marina colisionando con los sonidos que todavía rebotan de resaca entre las paredes de los puestos, las barras, los árboles y los escenarios. Y, de repente, ruido; un ruido atronador.

Arcade Fire se saben humanos, profetas, mesías, y portan un mensaje inteligentemente diseñado que va más allá del simple marketing de guerrilla. Sin disco que presentar y menos encorsetados en la difusión de su palabra, van a desplegarse de forma totalmente comunional, representando el viaje nietzscheano del camello, el león y el niño, su propio camino del Calvario, y van a hacer más efectiva su apariencia de nueva iglesia. Los de Montreal cuentan con la pompa de quien se sabe en el centro de las cosas importantes, de la crucialidad del universo. Así, llegan humanos, terrestres. ‘Ready To Start’, desde el principio, como una simple banda de rock. Sin luces, aparte de la que ellos transmiten. Es la fase vital, la demostración y exaltación de la vida en que consiste su excepcional The Suburbs (2010). Tras ella, el tema homónimo, con su reprise nadir empezando a inundar la noche de penumbra.

La transición la puso ‘Sprawl II (Mountains Beyond Mountains)’, tan pre-Reflektor e inducida en la oscuridad a través del remix de Damian Taylor, y con ella vinieron las sombras violetas y las luciérnagas de discoteca espectral. Las cintas al aire desataron la celebración del nuevo funeral que supone Reflektor (2013).

La fase mortal, en la que Arcade Fire descienden a los infiernos para celebrar la vida a través de su oposición cenital, para encontrar un sentido y un enlace entre dos mundos antagónicos. Win y Régine son poseídos por Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl y hablan en nombre de todos los muertos, o son Ulises y Aquiles en el Hades. El violeta del que se tiñen es, y no es una casualidad, un espacio transicional de la luz entre el rojo purpúreo, no espectral, y el azul purpúreo, espectral. Púrpura espectral, la noche de los fantasmas. “Solo un reflejo”.

Del techo de escenario se descuelga una estructura de espejos rotatorios que permite ver el suelo del escenario y al público de las primeras filas, y se desata el sintetizador implosivo de ‘Reflektor’. La discoteca del infierno. Que se continúa tras el recuerdo a Bowie con otro a New Order y a lo buenos que son Arcade Fire. ‘Afterlife’ es ya eterna, probablemente la mejor canción de esta década que se acerca peligrosamente a su final.

Piden excusas, en clave de Nirvana, por terminarla y se arrancan con ‘We Exist’, tan funky, tan Prince. Los espejos empiezan a bailar entre focos de neón. Arcade Fire empiezan a resucitar a través del refuerzo de su existencia, a alcanzar la inmortalidad. Recuperan el cuerpo, apelan a David Bowie, “we can be heroes just for one day”, y se convierten en personas normales, la fase de la encarnación. La preparación de su nueva venida al mundo para empezar a construir su nueva iglesia.

‘Normal Person’ funciona como un temazo y no necesita espejos para proyectarse. Puro rock serpeante al estilo Rolling Stones y coros expansivos para atraer la atención. Para ganarse la confianza de la gente a través del gancho de Bruce Springsteen que supone la pre-Suburbs ‘Keep The Car Running’. Cómo no querer a una banda capaz de firmar semejante belleza con tres acordes de ukelele.

A partir de ahora, y tras la declaración de intenciones de Win (“now, let’s go to church”), comienza la fase de inmortalidad. El púlpito al que se suben Arcade Fire para difundir su mensaje casi neo-leninista radiado por megafonía. Los acordes de órgano de ‘Intervention’ dan por comenzada la misa. Me acordé aquí de mi mejor amiga, que andaba por algún lugar del NOS compartiendo conmigo esta canción que terminaba con el lamento de “no future” del God Save The Queen’ de los Sex Pistols.

Luego me acorde de mí mismo con ‘My Body Is A Cage’, esa apoteosis introspectiva que se libera al calor de los órganos y explota con la ira de una revolución, a golpes de batería y bombas de fuego, explosiones y un rojo apocalíptico que tiñe la noche. Todo el poderío de Neon Bible (2007) desatado, la biblia de neón grabando sus letras en el incendio en que se había convertido el cielo de Lisboa. Y un recurso a The Suburbs para decir que es necesario esperar para el delirio y para dejar a Win Butler la movilidad del que quiere empezar a iniciar su particular confrontación.

‘No Cars Go’ es la antesala de lo que está por comenzar, el abandono al grito, a la descarga de energía y al siempre hacia arriba. Arcade Fire iniciando la fase del sacrificio, representada en una preciosista ‘Ocean Of Noise’ con Calexico a los vientos (!!!) y la primera de las ‘Neighborhood’, un ‘Tunnels’ que es toda una exaltación del amor puro entre pulsiones disco y coros infinitos.

Serviría de transición para la última fase: la catarsis. El sacrificio final en la hoguera de las vanidades del mundo, su propia incineración, su conversión en ave fénix a través del magistral Funeral (2004). Entre las motitas de luz del xilófono y el ruido incesante de las guitarras se levantó ‘Power Out’, la tercera de las ‘Neighborhood’ y un grito desbocado, irracional y encolerizado de todos contra todos, o de uno contra todos por acabar reforzando el concepto de individualidad. El riff de guitarra se prolonga hasta el final, envuelto en coros y en una batería hiperactiva, Win se baja con el público y levanta al cielo en tinieblas su Jazzmaster, y la iglesia explota en un orgasmo noise-rock del que empiezan a surgir tímidas las notas de piano de ‘Rebellion’, mecidas por una de las mejores líneas de bajo de la historia de la música y espoleadas por el bombo de Will Butler, aporreado con el alma. La gente no puede aguantarse las ganas de cantar. “Sleepin is givin in”, y todas sus frases que son el primer resumen del testamento de rebeldía que difunden Arcade Fire. “Come on baby, in our dreams we can live our misbehavior”. La progresión del tema te conduce a la locura, y te desgañitas con la poca voz que te queda, hasta que duela. “Now here’s the sun, it’s alright (lies, lies); here’s the moon, it’s alright (lies, lies)”. El final es lo mejor, un totum desatado que acaba arañando la noche con una agridulce melodía compuesta de uuhs en falsete que se acaba quedando sola y se rompe como una sola pieza sobre todas las cabezas. Tras el silencio, la fiesta.

El fénix ya ha quedado reducido a cenizas y no queda más que celebrar su resurrección. El crepúsculo a ritmo del calipso ‘Here Comes The Night Time’, con tiempo para el despiporre, para el juego de los reflejos con los cabezudos y el de Win con el micrófono multiefectos. “Thousand horses running wild in the city on fire”. Al final va a resultar que Arcade Fire son los jinetes del Apocalipsis, aquellos riders on the storm que aparecían en la profecía de los Doors. Confeti por todos lados, tanto que oculta la negrura y no te deja ver nada, y se te pega en el sudor de los brazos.

La despedida es el renacimiento, por eso los de Montreal te dejan desierto y vacío cuando se marchan, exhausto y feliz por el resultado del combate. Se envuelven en llamas por última vez, cegando con la intensidad del destello que se cruzó en el camino de Pablo de Tarso. Y no queda de ti más que el reflejo de su luz cegadora, la huella visual. Con ‘Wake Up’, Arcade Fire no solo vomitan su verdadero mensaje de rebeldía y levantamiento, sino que exhortan a la acción desde la catarsis del grito, del aullido y dejan a todos despiertos y listos para buscar por sí mismos una respuesta final. Colosal despedida, con su trayecto disco-punk y los coros de comunión, y la calidez de los melancólicos violines. Mejor ir a buscar el amor. Si para eso habíamos venido.

 


Radiohead @ NOS Alive Lisboa

Radiohead hacía el silencio. E inundaba la noche con un halo celestial, con un sabor a centro de atención, a historia, a lugar adecuado, momento adecuado. Estás donde están Radiohead. Y ahora van a empezar a sonar.

Lo que destaca de estos Radiohead no es que presenten nuevo trabajo; llevan 10 años inaugurando temas en sus directos, muchos habían sonado ya y la eterna perpetuidad de la espera ya es todo un sello de identidad y parte de la marca. Sueltan lo nuevo desde el inicio y de carrerilla, solo salpicando con gotitas el grueso del concierto. Lo especial es que parecen entregarse ahora a las apetencias de un público masivo que puede ir desde los no iniciados hasta los sibaritas de la banda. Radiohead parecen ser así conscientes de su propia identidad, de su representatividad, y convierten su espectáculo en un repaso a su propia historicidad, siempre fieles a su efecto sorpresa con un setlist impredecible que se hace personal y único en cada recinto y que abarca todos los estilos que han recorrido alguna vez. En este caso dejó para el final no lo mejor sino lo que todo el mundo espera: ‘Creep’ y ‘Karma Police’, los dos luceros de unos tipos cuya trayectoria se mide más por la masa de hielo del iceberg oculta debajo del agua.

El principio, ya lo hemos comentado, despliega A Moon Shaped Pool, con la acidez inicial de ‘Burn The Witch’, la introspectiva ‘Daydreaming’, ‘Decks Dark’ o ‘Ful Stop’, el comienzo de un delirio electrónico que empezará a alternarse con la alternatividad ruidosa y rockera de los Radiohead de los 90. ‘My Iron Lung’, ‘Talk Show Host’ y ‘Exit Music (For A Film)’ – sí, la tocaron, recordando a mis mejillas lo que se siente al volverse a humedecer y haciéndome recordar a uno de mis mejores amigos y algunos momentos en su coche, y miles de discusiones sobre por qué este es el mejor tema de Radiohead. Su inicio acústico y su incendio coral, suave, sutil, su ascenso demorado, su implosión a golpe de batería y su sinte de iglesia robotizada, su estallido en el lamento vocal desgarrador de Yorke… – se sucedieron con los interludios epilépticos de ‘Lotus Flower’ y ‘The Gloaming’.

Con ‘Identikit’, el mejor de los “nuevos” temas, empezó el mejor pasaje del concierto, una orgía experimental que venía a reconocer que los de Abingdon ya han recorrido más camino desde Kid A, su punto de inflexión: lo sintético gana en sus presentaciones, con Jonny Greenwood atacando todos los instrumentos y cachivaches disponibles en su esquina. La seguirían ‘Reckoner’, buque insignia de In Rainbows, con sus coros expansivos, y ‘Everything In Its Right Place’, anticipada por un jueguecillo de palmas y pedales y ennegrecida en directo por un beat más violento que el del estudio, más techno, más grave y rabioso, y por la sombra oscilante de la voz de Yorke loopeada pendiendo sobre las cabezas de unos asistentes acongojados y mudos, entregados a la histeria introspectiva de uno de los históricos de la banda británica. El círculo, en una noche ya condenada a la locura y a la esquizofrenia, iba a cerrarse entre las bombas invisibles que teje su sonido con las moléculas de aire con ‘Idioteque’, para un servidor cima artística de Radiohead. El látigo seco que marca su ritmo, el velo numérico de su armonía y los gemidos saliendo a borbotones del secuenciador se incrustan en los cerebros. Todos gritan “ice age coming, ice age coming”, y Thom se deja poseer por un androide y acaba bailando de epilepsia e increpando a la gente en lenguaje binario.

La normalidad regresaba en ‘Bodysnatchers’ para preludiar ‘Street Spirit (Fade Out)’, ese lamento eterno de la banda británica que todos coreamos al unísono y con el que la banda se despedía por primera vez. El año pasado pisaban ese mismo escenario Muse y no podía dejar de recordar lo mucho que han bebido de Radiohead, una especie de Beatles modernos. Regresaron con ‘Bloom’, y volvieron a arañar el manto de estrellas con un breakbeat hiperactivo – Jonny a un tercer kit de batería -, y- una calma expansiva.

Y todavía faltaban la inconmensurable ‘Paranoid Android’ y ‘2+2=5’, con su “payin’ attention” y su despiporre rockero final, la mejor forma de sumirse en el profundo bosque sonoro que supone ‘There, There’. Guitarras como escarpias, la caja marcada a golpe de himno, la voz desgarrada y fundida a negro sobre las aguas del istmo del Tajo. “Just cause you feel it doesn’t mean is there… there, there”. Les sientes, pero ¿están ahí? ¿Son los de verdad? ¿Son Radiohead?

Por si había alguna duda, después de volver a irse volvieron a volver y regalaron, como ya he dicho, ‘Creep’ y ‘Karma Police’. Para todos. Y que todo el mundo quiera ‘Creep’ no se me antoja irracional. No estaba en setlist, la empezaron y Thom preguntó “I don’t know, what you think?”. El estruendo sirvió de confirmación y se desplegó la canción que siempre acompañará a Radiohead, para bien o para mal, les guste o no, te guste o no, me guste o no; la que más les define sin ser definitoria: Radiohead soñando con ser especiales pero reconociéndose como rarunos, grimosos y aterradores.

Suena a lo que estaban llamados a sonar. Si se hubieran quedado ahí hubieran constituido un one-hit-wonder maravilloso. No lo hicieron. Se multiplicaron por 9 dejando ‘Creep’ en testimonial. Y convirtiendo la destrucción en una forma sólida de seguir construyéndose. Enormes, fieles a su historia y levantando encima del escenario la historia en general. Dejaron la noche desierta, las almas abiertas en canal abandonadas al reprise acústico de ‘Karma Police’. “For a minute, there, I lost myself”. Y ahí nos perdimos todos, en un minuto de dos horas, en un silencio de ruido eterno.


 

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