Crítica: LCD Soundsystem asesinan al sueño americano

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El regreso de LCD Soundsystem tras siete años de silencio trata sobre la muerte, de Bowie y del sueño americano, pero también sobre lo complejo de la creación artística… y será el disco que pongamos durante el funeral de Donald Trump


La épica siempre ha acompañado a LCD Soundsystem. Se han construido en torno a ella, pero siempre de forma clarividente. Como esquivándola, como si no fuera con ellos. Como si fuera aquello simplemente lo que ellos mismos provocan al pasar. En su historia dejaron escrito un alumbramiento épico en el Primavera Sound, la construcción de un sonido que ha traspasado las fronteras de lo estético y que da alas y electricidad al relámpago de la DFA Records —el sello de James Murphy, la bola de discoteca pensante de esta ensemble del ritmo desenfrenado—, una obra maestra como es Sound of Silver o lo que parecía una despedida necesaria con aquel The Long Goodbye que recogía la —otra vez— épica noche del Madison Square Garden en la que, entre colaboraciones de Phil Mossman, Reggie Wats, Arcade Fire o The Juan MacLean, dijeron por fin adiós con cuatro horas de puro nervio electrónico.

Todo había sido diseñado perfectamente para elevar a la banda, por la gracia de la casualidad, del momentum o de la indiscutible e innegociable brutal calidad que atesora, al Olimpo de la música. Con solo tres discos habían conseguido colocarse a la altura de titanes históricos como U2, como Bowie o como Sonic Youth, pero lo más importante de todo es que habían conseguido empaquetar su fulgurante carrera para los restos, para hacerla consumible, para hacerla necesaria. Como asumiendo y representando que dar un salto generacional implica un reseteo, que lo mejor es justificar la reinvención con una brecha radical. Pero no la reinvención en cuanto a estructura, o en cuanto a sonido, o en cuanto a cualquier aspecto sustancial. La reinvención como cambio de ciclo necesario, como autoimposición de la 22ª enmienda. Todo tiene que cambiar aunque no cambie nada.

El propio Murphy lo reconoce en entrevista con el New York Times: «Quiero estar en una banda que sea relevante para mí, y empezaba a sentir que íbamos por el camino de ser una banda que no me resultara relevante», dice. Y añade: «Según las cosas maduran se va desarrollando una eficiencia que muchas veces desemboca en revelaciones más espirituales. Si sigues haciéndolo, te haces más grande aunque los discos sean peores… era nuestro momento, y algo se me revolvió en el estómago». Antes había confesado en BBC 6 Music que fue Bowie en gran medida quien le impulsó a reanudar el motor de LCD Soundsystem precisamente por la incomodidad que le generaba el futuro de la banda: «¿Te incomoda?», le dijo. Murphy respondió que sí. «Bien. Si no te incomoda no vas a ningún sitio». Era el momento de hacerse grande aun no mejor, objetivo que ya estaba bastante bien cubierto con los resultados de la primera etapa.

La despedida viene de aquello tanto como de redonda estrategia de marketing y de plan de venta de entradas que se fue de las manos, como también ha comentado Murphy: «El bolo del Madison ya estaba contratado, pero la propia sala no confiaba en que fuera a venderse bien. Intentaron conseguirnos un telonero importante y llegaron a proponernos un incongruente doblete con Big Boi de Outkast. Y a mí se me ocurrió que si lo anunciábamos como el último show las entradas se venderían en un par de semanas». Fueron segundos, y LCD Soundsystem escenificaron su propia catarsis oficiando la ceremonia de su propia consagración. Una decisión arriesgada que a punto estuvo con el tiempo de mandar al garete todo lo construido cuando, cosas del dinero, de la motivación o de la necesidad de expresarse, se empezaron a materializar los conciertos de la banda reunida a partir de la primavera de 2016 —tras cuatro años sin tocar—. No solo hacían parecer todo una gran farsa; también pudieron acercarse a una parodia de sí mismos al acabar recurriendo a una tempranísima reunión de forma algo injustificada y limitarse a tocar los éxitos bien concentrados.

Al final, puede que todo fuera una locura de Murphy para ponerse presión, para verse en la obligación de ofrecer algo relevante que justificara de algún modo el engaño de una ruptura que puede que nunca llegara a producirse del todo. Nancy Whang se reenganchó a The Juan MacLean, Pat Mahoney montó Museum of Love bajo la supervisión de DFA, Al Doyle se fue de jarana con Hot Chip —y se involucró más con ellos para hacer Why Make Sense?, llevando un paso adelante el rol de touring member que llevaba ejerciendo desde 2004— y el propio Murphy ganó reconocimiento como productor, nada que no haga una banda que se esté tomando un merecido descanso.

Cuando llegaron los bolos, Coachella y Primavera Sound incluidos, la pregunta era evidente, y no bastaba ese esperpéntico single navideño que al menos nos los situaba de vuelta en el estudio. ¿Habría disco? Esto tiene que ser por algo… y vaya que si lo era.

James Murphy es más que un músico, es probablemente padre, contenedor y continente de toda una escena en la ciudad de Nueva York, donde hicieron antes de estandartes culturales gente como Lou Reed, Iggy Pop, Debbie Harry y David Byrne. Lo que ha hecho al frente de la DFA, dando vida a gente como los antes mencionados Hot Chip y The Juan MacLean o a The Rapture, Hercules & Love Affair, Holy Ghost! o Sinkane, trasciende los límites de lo individual y llega a lo universal, a definir el sonido de toda una generación que se fijó en el house de la escuela de Chicago, en el disco, en el techno y en el punk para darle un vuelco a la pista de baile.

Por eso imagino que no podría permitirse mantener ese status mientras el crédito de su propia banda, en definitiva el origen de todo esto, iba deteriorándose. Imposible no echar de menos a LCD Soundsystem al oír aquella ‘Love is Lost’ que el propio Murphy remezclaría hasta el delirio para el retorno de David Bowie —para ello samplearía ‘Ashes To Ashes’ y regrabaría la pista de palmadas del ‘Clapping Music’ de Steve Reich—. Imposible no evocarles durante todo el colosal Reflektor que produjo para Arcade Fire.

Supongo que en una espiral, al final Murphy llegó a entablar una gran amistad con el Duque Blanco y participó en la percusión de Blackstar cuando en principio iba a coproducirlo junto a Tony Visconti. Todo debió superarle, sus propias circunstancias, las circunstancias de LCD Soundsystem, el sentido de la vida, la naturaleza de la música y, sobre todo, la muerte de David Bowie. James asistió en primera persona a la ceremonia funeral que el genio británico se había preparado a si mismo y debió de salir impactado.

Salió de allí y vio la luz del sol, que pese a todo seguía cegando. El mundo era ahora más oscuro, pero el sol seguía brillando abrasador. Lo mismo que después de la locura de histeria colectiva que desembocó en la elección de Donald Trump como presidente de los EEUU. Murphy se vistió de luto, de luto por Bowie y de luto por el sueño americano, miro al cielo, se puso las gafas de sol y debió pensar algo parecido a «estamos preparados».

LCD Soundsystem esperaban en un compartimento oscuro de algún lugar mítico de las catacumbas neoyorquinas —imagínese aquí algo parecido al arma perdida del Tony Stark de Los Vengadores— cubiertos por una manta blanca. Pero era el momento de hacerlos despertar. De que ese motor volviera a rugir desenfrenado para narrar el cataclismo.

Así que aquí estamos, con nuevo disco —por fin—, pero sobre todo con la sensación de que todo esto, desde luego, ha valido la pena. Murphy nos ha hecho entender hasta que era necesario. Era, quizá, la única manera de seguir creciendo en su leyenda sin acometer ninguna revolución ni ningún cambio radical. Si la propuesta se ha oscurecido es, seguramente, por la sensación de contexto funeral que comentaba antes y por la evidentísima influencia que ha ejercido sobre este nuevo American Dream el último David Bowie.

Podría decir que está en todas las canciones, pero desde luego está en ‘I Used To’, un lamento denso y oscuro que recuerda a la histeria contenida de Talking Heads y que parece hablar de él mismo —«you made me throw up hands at my own traditions» o el leitmotiv final «I’m still trying to wake up, now is your time to wake up»—; en ‘Change Yr Mind’ y sus guitarras crepitantes y en la industrial y doliente ‘How Do You Sleep?’, nueve minutos de pura progresión y melodía apocalíptica que hacen de lo mejor del trayecto. En ella, que parece tomar el nombre de aquella otra ‘How Do You Sleep?’ en la que John Lennon cargaba contra su ex compañero en los Beatles Paul McCartney, Murphy repasa las traiciones de su otrora amigo y co fundador de la DFA Tim Goldsworthy, y le reprocha haber huido —«standing on the shore, facing east»— para reconocer que nunca habrá rencor en él con la ironía voraz del que lo resume todo con una frase que suena como el estallido que consigue la canción… ¿cómo consigues dormir por las noches? Pero sobre todo Bowie está, y aquí de forma mucho más explícita, en el cierre del disco, una ‘Black Screen’ en la que narra su relación, dolorosa por lo efímera, como una especie de elegía platónica: «you could be anywhere, on the blackscreen».

Líricamente, en ‘Change Yr Mind’ Murphy desnuda sus preocupaciones sobre el retorno de la banda y cómo puede tomárselo el público, consciente de la pantomima perpetrada y del nivel que había de alcanzar el disco para conseguir que lo olvidáramos, como ha terminado ocurriendo —deseando estamos, de hecho, que vuelvan a confirmar fechas y podamos ver estas nuevas canciones brincando junto a ‘Us V Them’ o ‘Losing My Edge’—. Unas tribulaciones que sirven en parte para dar cohesión a todo el álbum, empezando por la hiperactiva ‘Other Voices’ —algo tiene de los Metronomy más ácidos— en la que además empieza a coquetear con tímidas ideas políticas y con el paso del tiempo, algo en lo que siempre ha destacado este hombre que puede ser el que mejor lleva del mundo el síndrome de Peter Pan. ‘Tonite’, sencillazo, danza sobre ese virtuosismo colectivo que al final es el verdadero protagonista de LCD Soundsystem y frasea sobre la muerte y sobre la trascendencia con inspirada clarividencia. ‘American Dream’, por su parte, ejerce de paseo de la vergüenza a ritmo de waltz de alguna jarana desenfrenada que empezara en ‘All My Friends’ y que demuestra que en James Murphy siempre serán topicazos la cocaína y el snobismo. El triángulo maléfico que forman con la madurez —estás mayor y la única manera de salir hasta quemar la ciudad es con un poco de coca, que es cara, pero así de paso aireas la altura de tu estilo de vida— es uno de los componentes combustibles que alimentan a su máquina del beat, como demuestra ‘Call The Police’.

Destacable además el trabajo de Al Doyle a la guitarra, que da alas a todos los temas y salva por los pelos ‘Emotional Haircut’, la única canción que amenaza con lastrar el discazo. Con Bowie se cierra, haciendo caer otra vez en la enorme influencia, constante y perpetua, del camaleón del rock, probablemente el ser que mejor represente el rock —o el pop, o como queráis llamarlo— de todos los que han pasado por aquí. De su funeral emerge American Dream, de su partida gotea el regreso del motor de combustión rápida de la ciudad de Nueva York. Y sonará bien alto en el funeral de Donald Trump, mientras toda Norteamérica baila en éxtasis sobre su tumba.


8,7 / 10


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