St. Vincent regresa con Masseduction, un complejo trabajo sobre la frivolidad de la fama en clave de pop electrónico y amparada a la producción por Jack Antonoff
St. Vincent es creativa como pocos. En su imaginario encajan tan bien piezas diferentes de diferentes artes y escenas que a veces resulta hasta complicado ponerles un poco de orden. Concibe sus discos desde el punto de vista de un personaje, y eso le ha valido no pocas comparaciones con David Bowie, aunque algunas de ellas sean insidiosas y vengan derivadas del asalto involuntario a la fama que dio Annie Clark cuando empezó a salir con Cara Delevigne en 2015. Fama de quilates, disfrazada… fama de tabloide y corazón, amarilla y rosa, que no son por casualidad los dos colores entre los que se mueve la tonalidad de la portada. Fama de fiestas exclusivas y de eventos y pasarelas. St. Vincent le ha dado forma, en plena resaca, al producto de toda esa farra de nuevo personaje, y se ha sacado la frivolidad como concepto casi filosófico.
¿Qué hay más frívolo que el pop, St. Vincent, qué? ¿Qué hay más despreocupado? La metáfora, alegoría mejor, pop de la que tira Annie Clark es la propia esencia de Masseduction y de la nueva St. Vincent, que no es nueva sino la St. Vincent de 2017, una que sigue trasladando como nadie, peligrosamente agarrada a la cornisa, sus propias vivencias, su propio discurso y su propia realidad a su producto artístico.
Para esa forma pop no ha acudido a cualquiera. Ha confiado en Jack Antonoff, la «cheerleader definitiva», el lucero del alba del pop de Nueva York —la Taylor Swift de 1989 y Lorde han pasado recientemente por sus manos, que comandan también a Bleachers—, lo que vuelve a demostrar su tino. Con él ha escrito y grabado en la ciudad que nunca duerme la gran mayoría de este Masseduction que es ya su quinto trabajo y que llega después de haber conquistado un Grammy a Mejor Álbum Alternativo por el homónimo St. Vincent de 2014, el del personaje de líder de secta retrofuturista.
En él, disfrazada ahora, en sus propias palabras, de «dominatrix de psiquiátrico», ironiza sobre la fama pero desde un punto de vista siniestramente personal, como ajena pero implicada. Una pequeña pista de aquello vino de la mano de ‘New York’, un primer sencillo en forma de preciosa balada de ruptura que, aunque parezca más bien dedicada a la ciudad misma de Nueva York, se relacionó irremediablemente con el fin de su relación con la supermodelo. St. Vincent, que ve y aporta arte a casi todo, lanzó el trayazo ‘Los Ageless’ como segundo sencillo, y con él planteaba a través de un juego de palabras una cierta bipolaridad, dejando entonces el ataque mucho más claro. ‘New York’ era St. Vincent en su propia identidad, en su Nueva York de la costa este, lejos de cualquier consideración sobre la fama, íntima y personal, abrazada por un piano y por una sección de cuerdas; ‘Los Ageless’ una deconstrucción del star system hollywoodiano de Los Angeles que sí parece ir más directa contra los titulares: «burn the pages of unwritten memoirs».
‘Happy Birthday Johnny’ y ‘Sugarboy’ parecen ejercer de espejo de las otras dos, y profundizan a su modo en cada una de las facetas tan contrapuestas que defienden: lo acústico contra lo electrónico, lo introspectivo contra lo histérico, la costa este contra la oeste. La primera rebaja el pulso de ‘New York’ y deja la balada por excelencia del disco, pero además le sirve a Annie Clark para matar de alguna manera al personaje del disco anterior al despedirse de aquel Johnny que entonces era príncipe y que ahora solo es una parte aceptada del pasado. La segunda, por su parte, acidifica el ritmo de ‘Los Ageless’ y lo distorsiona hasta el delirio, hasta una histeria descontrolada de barbie robótica, e incluso «samplea» su leitmotiv en un precioso ejercicio de metalenguaje.
Esa histeria acaba convertida en otro de los ejes centrales del disco y del personaje, un viejo tópico de clase alta del que tenemos nosotros un ejemplo cercano con las ‘Señoras Bien’ de Las Bistecs. Es la tónica dominante de ‘Pills’, una canción sobre rulas para todo —»para dormir, para comer, para pensar, para follar…»— inspirada por una extraña época que atravesó Annie con las pastillas para dormir. La canción está hecha con una especie de jingle publicitario sobre una base de Sounwave, colaborador habitual de Kendrick Lamar y del sello Top Dwag y con el que St. Vincent relata haber pasado algunas tardes en el estudio improvisando con la guitarra sobre algunas ideas barajadas por el rapero de Compton para su último DAMN., y cuenta en ella con la voz de Cara Delevigne en los coros —una curiosa forma de «quedarse» un recuerdo de la relación… ¿se habrá «quedado» también algo ella?— y con el saxo de Kamashi Washington para ofrecer uno de esos pasajes de metales saltarines tan característicos de otros discos de St. Vincent y que aquí ceden protagonismo a programaciones más sintéticas, pero es que lo sintético es básico para entender el concepto de fama sobre el que trata Annie Clark de ironizar, algo parecido a lo que refleja en el videoclip que estrenó para ‘Los Ageless’, con bótox, cirugía plástica y risas forzadas.
También ha paseado Annie en la iconografía de Masseduction el estampado de leopardo y el látex de colores chillones, como histerizando también con el sexo y dando ese aire de señora que se resiste a hacerse mayor y sigue llevando ropa de veinteañera devorahombres, poco elegante, muy explosiva. En el tema que da título al disco, ‘Masseduction’, por ejemplo, dibuja a esa Lolita pecadora sobre una producción sin mácula —«Black saint, sinner lady / Playin’ knockoff soul / A punk rock romantic / Slumped on the kitchen floor / Nuns in stress position / Smokin’ Marlboros»—, y juega otra vez con la palabra «Masseduction», entre la seducción de masas y la construcción «my-sedduction»… o, lo que es lo mismo, la idea de que el atractivo es una cuestión de quien lo vea y de cómo lo vea.
Mucho más explícita está en ‘Savior’, un tema sugerente y sexual con una guitarra sutilmente psicodélica que recuerda a Jimmy Hendrix y en el que dice directamente «You dress me up in a nurse’s outfit, it rides and sticks to my thighs and my hips», aludiendo a todo tipo de fetichismos sadomasoquistas.
La distopía romántica se convierte en otro de los temas, este más frecuente y común a toda la carrera de St. Vincent, y además de asomarse en la introducción sonora que supone ‘Hang on Me’ se convierte en el eje de ‘Fear the Future’, que por su parte da nombre al tour y vuelve a demostrar todas las virtudes que ha dado Jack Antonoff a la producción.
Es cierto que el final de disco pierde algo de fuelle, que ‘Young Lover’ pese a su explosión final no consigue superar una cierta insustancialidad, pero también lo es que la preciosa ‘Slow Disco’, compuesta con la compositora americana y miembro de The Civil Wars Joy Williams, con su arreglo de cuerdas y esa frase lapidaria que reza «leave you dancing with ghosts», puede acabar representando a su manera uno de los momentos álgidos del trayecto por poner a St. Vincent en un registro más clásico que nunca, como una enorme baladista en la intimidad. Es cuando el disco se oscurece de pronto y entendemos que Annie Clark ha convertido el baile en la danza de la muerte, en una especie de último waltz.
El toque de Antonoff vuelve a ponerse por las nubes en el cierre que supone ‘Smoking Section’, con abruptos sintetizadores y un final con ecos de Pink Floyd. Annie se disecciona aquí más que en otros temas de forma metafórica, se sitúa en el mundo de la fama —«I’m too big to be a lake, too small to be an atraction»— y decide salir de él en una especie de suicidio implícito. Esa smoking section no es más que una metáfora que hace referencia a los familiares que esperan fumando y mordiéndose las uñas a que alguno de los suyos salga del quirófano. «It’s not the end», se repite en bucle al final. Solo el final del personaje, otro punto y aparte. St. Vincent regresará en la forma de otro. De momento, queda ver cómo escenifica la caída de este encima de los escenarios.