Crónica Dcode 2017: Dcode afina y mejora desde la discreción

25.000 personas se congregaron este sábado frente a la facultad de Ciencias de la Información para celebrar la edición más acertada de Dcode desde que es un solo día


La potencia del festival Dcode se presupone. Detrás está Live Nation, probablemente la promotora más fuerte del mundo, y esto les ha permitido siempre contar con artistas de altura. Pero sin embargo, desde que el festival se celebra en una única jornada —2013; la edición más memorable será difícilmente superable, aquella en la que The Killers y Sigur Rós encabezaban sendas jornadas—, hemos sacado a relucir fallos de la organización, distopías horarias, problemas de sonido y farsas como la perpetrada por Mark Ronson en la pasada edición que nos hacían dudar de la orientación del festival madrileño, clausura más o menos oficial de la temporada festivalera con permiso del Granada Sound.

Si el año pasado no había verdaderos cabezas de cartel internacionales, este año el Dcode parece haber tirado la casa por la ventana y poblarse de ellos. Y eso, en calidad, se nota. Sube indiscutiblemente el nivel. Daughter, línea alta del Primavera 2016; Liam, cabeza de este último FIB; Band Of Horses; Interpol y los infalibles Franz Ferdinand, todos seguiditos, tienen que hacerlo muy mal para que no te salga un festival casi redondo. Como ocurrió, por fin, en este Dcode 2017.

Y es que en un festival la música es al final lo más importante de todo y lo que decanta cualquier balanza. Sigue habiendo fallos de organización, y la decisión de incorporar los dichosos Tuents by Tuenti no ayuda a mejorar por ejemplo un sistema de pagos que en esta edición fue casi criminal. Pocos puestos de canje, colas infinitas y un mínimo para pagar con tarjeta de ¡18€! cuando todos sabemos que prácticamente todo el mundo tira ya de la tarjeta hasta para pagar un café —el sold out, 25.000 entradas frente a las 16.000 del año pasado, tampoco les disculpa; hay que prever bajo las condiciones del llenazo—.

Hay que sumarlo a la cuestionable decisión de no dejar salir a los asistentes a partir de las 5 de la tarde y a que siguen sin conseguir, por lo que sea, aislar el sonido del tercer escenario y hacerlo mínimamente disfrutable: cuando hay alguien tocando en la zona principal a la vez, su sonido se come al «pez pequeño» —si peces pequeños pueden considerarse Charli XCX o Daughter—… quizá cerrar el fondo, o cambiar la orientación, o situar ese escenario en la zona de descanso y viceversa. El caso es que los conciertos de la carpa dan siempre la sensación de coitus interruptus —los de la mañana están mejor, como constatamos el año pasado con León Benavente, al no tener a nadie compitiendo en el principal—, y es algo que no se puede permitir cuando son, repito, Charli XCX o Daughter los implicados.

Los Conciertos

La primera dio el pistoletazo de salida de nuestro festival, intentando hacer valer su pop electrónico, ecléctico y juguetón por encima del bombo de La Femme, que atronaba desde el escenario principal. En principio iba a tocar a las 2 de la mañana pero un compromiso con la televisión británica en la madrugada del domingo la obligó a adelantar su actuación y, aunque no era la hora adecuada, sí fue una buena inyección de energía positiva y buen rollo, empezando ya temprano con ‘Break The Rules’. Cómo molaría con banda completa, en plan diva del pop. De momento, una estructura en tres niveles para ir dando saltitos y dos pads electrónicos que hacen más bien poquito situadas por detrás. Y dos muñecos-hinchables-que-bailan-y-saludan-como-idiotas (hehehehe).

Aprovechó para tocar su sencillo más reciente, ‘Boys’, y nos dejó la perlita que firmó con Rita Ora, la seductora y flumera ‘Doing It’, además de otra en forma de ‘1 Night’, el hitazo que le ha dado este año su colega Mura Masa. Pero el fiestón venía al final, con ‘Fancy’ y su natural descaro, que es quizá la característica que destaca a esta aspirante a reina del pop por encima de las demás —cada vez más— competidoras, además de mezclar en su fórmula el pop comercial y la indietrónica. El estribillo de ‘Boom Clap’, que todavía ronda nuestras cabezas, cerró por todo lo alto un gran concierto de despegue, a pesar del sonido deficiente.

La tarde-noche se presentaba larga, así que decidí ponerme de fondo a Carlos Sadness para ir haciendo avituallamiento y esperar a que empezara uno de los favoritos del cartel, Daughter, también en el escenario 3. Los londinenses sufrieron como nadie el azote del sonido del escenario principal por su propuesta introspectiva y ensoñada, pero también como nadie erizaron los vellos de la piel. La sensación que consiguen te atrapa, desnudando el magnífico Not To Dissapear casi en riguroso orden, otorgándole la coherencia que encuentra en su implosión de oscuridad. Elena Tonra suspira a un vacío que responde con un eco de guitarra doliente y con la embestida de una batería embravecida.

Desde la apertura con ‘New Ways’ hasta algún momento de la preciosa progresión atormentada de ‘Alone/With You’, todo es un desgranado lento, son siempre dosis justas de onírica melancolía, que es lo que da el equilibrio a ‘Doing The Right Thing’. Hasta allí, a esos nuevos terrenos más gélidos y grises que sobrevuelan en su excepcional segundo trabajo —en algún lugar entre Mogwai, Warpaint, The xx y The National—, consiguen llevarse algunas joyas pretéritas como ‘Medicine’ o ‘Smother’. Otras, sin embargo, demuestran que no hay tanta distancia, que es tan solo una cuestión de profundidad, como ‘Winter’ y ‘Tomorrow’. Que es lo que tiene que tu tema más conocido esté más cercano al folk que a la ensoñación oscura. Es con ‘Youth’ con la única que abandonan el ruido contenido, dejando además uno de los momentos más preciosos y emotivos del festival… «we are the reckless, we are the wild youth». También saben hacerse más directos con ‘No Care’, abandonados a un espídico post punk sereno, y cerrando con una enfurecida ‘Fossa’ que sabe a descarga final, a último grito, a portazo, a lágrima viva. Una pena el sonido, o no haberles puesto al ladito de Interpol en algún momento de la noche, pero ellos son impecables.

Según salimos nos dio tiempo a recargar, a buscar buen sitio para el concierto de Liam Gallagher y a disfrutar del hit de Milky Chance ‘Stolen Dance’, así que todo seguía desarrollándose de maravilla. Y así iba a seguir, porque el concierto del hermano malo —al menos el hermano bocazas— de Oasis superaría aunque sin mucho aspaviento, con las manos a la espalda, todas mis expectativas. Imposible no rendirse ante un comienzo tan declarativo como empalmar ‘Rock and Roll Star’ con ‘Morning Glory’. De primeras y quitándose de encima cualquier cuestión sobre estrellas del rock a base de gafas de pasta y sudadera de chándal con bermudas, a base de, básicamente y discúlpeseme por la grosería, sudar pollas de cualquier debate más allá de los que a él le interesen como buen bocachancla que es. Cantando, estuvo correcto, activo, diría hasta simpático y elocuente —«there are many things that I would like to say to you but… I don’t speak spanish»—, y la banda que le rodea es solvente y compacta. Es verdad que, a excepción quizá de una ‘For What Is Worth’ que asienta sus bases en la más pura tradición britpop, los temas nuevos, anticipos del As You Where que verá la luz este próximo 6 de octubre, palidecen un poco ante el esplendor de los temas de Oasis, y que Liam los reproduce de forma más fiel que su hermano Noel, que prefiere hacer hincapié en que el era el músico en esta relación, así que el concierto es más bien una excusa para volver a recordar a aquella banda que en su día tocó la cima con What’s The Story, Morning Glory. Y a Liam se la suda, y bien que hace. El momento final, con todo el Dcode ayudándole a cantar ‘Wonderwall’, ya hubiera valido para hacerle salir por la puerta grande.

Tras él se subían al escenario contiguo Band Of Horses, que siguen sin terminar de emocionarme en la gira del último Why Are You Ok. La nueva dirección de su folk épico hacia sonidos más reposados y country —Bridwell, además de haberse dejado crecer peligrosamente la barba, parece pasar más tiempo a la pedal steel que en un formato más habitual de frontman— me sabe a descafeinado en directo. Como entre las dos tierras de los estadios y los bares de madera. A veces cerrado y obtuso en su elaboración —‘In A Drawer’—, otras épico y abierto —‘Is Thers’s A Ghost’, que vino después de algo parecido al ‘Can’t Hardly Wait’ de los Replacements—; siempre sobrio y contundente, como en ‘Solemn Oath’, pero también frío como en ‘Casual Party’. Tienen canciones mucho, muchísimo mejores que las que tocan, facetas por descubrir y por explorar en directo, y alguien puede pensar que es una virtud no demostrar ambición por hacerlo. Eso sí, nos quedamos con lo bueno, con grandes momentos como los del country soleado ‘Throw My Mess’, con la deliciosa construcción melódica de ‘No One’s Gonna Love You’ y con el himno final ‘The Funeral’.

Y de algo parecido pecaron Interpol, de fría sobriedad. El concierto de los neoyorquinos empezó impecable, al abrigo de ‘Untitled’, de su progresión reposada y sumativa, y dejando claro que iban a ir a por Turn On The Bright Lights desde el principio. Con él definieron allá por 2002 la dirección del revival del post punk y sirvieron de referencia para decenas de músicos de diferentes estilos y géneros, y qué gusto poder disfrutarlo dentro de su propio contexto. Pero fue desinflándose, como ocurrió en el Primavera de 2015, a propósito de una actitud excesivamente impertérrita, de una pose de Entrevista con el Vampiro, sobrios y sombríos y demasiado preocupados en no despeinarse. La elegancia va con ellos allá por donde pasan, y le sienta de maravilla a ‘NYC’ —«come on to me now, turn on the bright lights»—, pero echamos de menos algo de despiporre en ‘Say Hello To The Angels’, que no llega a incendiarse como debiera. Y quizá el final necesite algún retoque, algún cambio de orden, porque después de ‘Stella Was a Diver…’ todo parece venirse un poco abajo hasta la final ‘Leif Erikson’, en un punto en el que ya se han expuesto demasiadas veces todas las virtudes de Interpol.

Como lo importante era la ejecución de su debut y tenían poco tiempo, el habitual bloque de temazos con el que redondean este homenaje se convirtió en un bis de tres temas que prefirieron centrar exclusivamente en Antics. Personalmente hubiera preferido algo más trasversal, dar espacio a temas más diferentes entre sí como pueden ser ‘Pioneer To The Falls’, ‘The Heinrich Maneuvre’, ‘Lights’ o ‘All The Rage Back Home’, pero los de Paul Banks encontraron mayor sentido en dar continuidad a la oscuridad primigenia que los caracterizaba. Así, ‘Not Even Jail’, ‘Slow Hands’ —este fue uno de los mejores momentos del concierto y del festival— y ‘Evil’ pusieron el broche a un bolo demasiado contenido de una banda indiscutiblemente buena y quizá demasiado perdida en su aceptación de la madurez.

Franz Ferdinand, sin embargo, terminaron resultando los absolutos triunfadores de la jornada. Diríamos que contra todo pronóstico, pero tampoco es para tanto: son una fiesta infalible a pesar del estancamiento creativo que les ha acompañado toda esta década. La banda está fresca, se notan las ganas de tocar de los nuevos componentes y Alex Kapranos, que no engaña a la edad pese a ese tinte rubio Targaryen, salió bastante animado al escenario. Y la premisa, sin los corsés de presentaciones o aniversarios —aunque tocaran hasta cuatro temas del que será su quinto disco de estudio—, pasaba por la batería de hits, por fusilar a los asistentes del Dcode con clásicos apabullantes, que es lo que sí supieron hacer Franz Ferdinand en sus dos primeros discos.

Se quitaron rápido ‘Stand On The Horizon’, que pasó casi desapercibida, y lo mismo hicieron con ‘Walk Away’, que ya empezaba a captar atenciones. Para ‘Jacqueline’ ya tenían a todo el mundo en el bolsillo y su maquinaria de kraut-funk-punk-rock perfectamente engrasada, y consiguieron retenerlo ahí y hacer que ‘Lazy Boy’, una de las nuevas, pareciese conocida, un clásico como también parece ‘Love Illumination’, quizá la única canción del último Right Toughts, Right Words, Right Action que resiste la comparación con sus colegas de discos pretéritos. Cómo se incendió el Dcode cuando sonó ‘Do You Want To’ solo lo saben realmente los pies de los que estábamos entre la masa.

Kapranos, entre gritos y saltitos, daba rienda suelta a un buen registro vocal que empezaba a revelarse como fundamental en la construcción del sonido Franz Ferdinand en ‘The Dark of the Matinée’, con ese engole seductor que le conecta de alguna manera con Blondie. El Studio 54 del que fueron icono es un lugar recurrente en la ideología de los galeses, y explota al calor de una línea de bajo hipersexualizada en ‘N0 You Girls’.

Pero la recta final, de órdago, se llevó el concierto y el festival por delante. Empezando por ‘Michael’, que desató el delirio que luego reposa la intro de ‘Take Me Out’, esa que se va cocinando hasta el punto de ebullición del cambio de ritmo y ese riff de guitarra ya legendario… y entre los guitarrazos finales, secos y stacattos como cuchillos, emergió una oscura y reptil línea de bajo sobre la que empezó a frasear Kapranos con ese deje sensual de no-me-aguanto-a-mi-mismo-de-lo-sexy-que-soy, tan traído de Billy Talent o de Iggy Pop. ‘Ulysses’ va progresando, va viajando como el héroe de regreso a Ítaca, atravesando las tormentas de los sintetizadores y llevando el timón del barco en las aguas que embravecen las guitarras. «You’re never going home, you’re never, you’re never, you’re never, you’re never, you’re never, you’re never, you’re never going home». Difícil superar semejante empalme, así que para relajar un poco presentaron el último de los temas nuevos, ‘Always Ascending’, y dejaron para el verdadero final, casi con sorna, el que fue su primer sencillo y no gozara en su momento del éxito que quizá merecía como una de las mejores canciones de aquel debut homónimo de 2004, ‘Darts Of Pleasure’. Como ya es tradición, se despidieron con la versión extendida de ‘This Fire’. Y a mi, personalmente, me dejaron dando vueltas por el césped del Complejo Deportivo Cantarranas gritando como un loco aquello de «this fire is out of control / we’re going to burn this city, burn this city».

Poco podían hacer después The Kooks, que a veces se acercaban a la parodia de ese estilo de «rock» británico del que pocos han demostrado saber salir con suficiencia —Franz Ferdinand, a día de hoy, de hecho, parecen tener más en común con Nueva York que con Reino Unido—. Aprovecharon, como casi todos los artistas del cartel en este Dcode —¿tendrá algo que ver con su éxito?—, para darse a los grandes éxitos, y eso por lo menos dio varios momentos coreables. ‘Sofa Song’, ‘Bad Habits’, ‘She Moves In Her Own Way’, ‘Westside’, ‘Junk Of The Heart (Happy)’, ‘Ooh La’, ‘Naive’… la verdad es que estos ya no tan chavales de Brighton tienen suficientes ganchos como para hacer sus conciertos al menos entretenidos. Aún así, yo me quedo con que tocaran ‘Sway’, con ese deje de gatito punky y la mejor pista de guitarra que jamás han firmado. Ahí sí llegué a disfrutar como un enano, más por la canción en si misma que por la interpretación, que estuvo siempre algo blandita.

«Teníamos que habernos ido a Varry Brava«. Puede ser el resumen más acertado que se me ocurre para el concierto de Yall, un dj set con visuales cortitos y algo incongruentes que, aunque pusiera buena cantidad de musicón, acabó invadiendo con vulgaridad el terreno de la pachanga verbenera. Nos sirvió para encontrarnos con Elena Tonra de Daughter, que nos atendió encantada y siempre agradecida por cualquier comentario positivo, nos dijo que en Porto el año pasado temblaba ante uno de esos conciertos «importantes» y nos respondió, a la pregunta sobre el no haber incluido en su concierto ningún tema del recientemente estrenado Music from Before The Storm, que pertenece más bien a un proyecto paralelo y que preferían centrarse en la presentación, que aún no había pasado por Madrid, de Not To Dissapear.

Para seguir la noche, para medio cerrarla —nosotros la acabamos a ritmo de disco infeccioso en el Café Berlín—, siempre resultan acertados Elyella Djs, su presentación es siempre divertida y sinónimo de fiesta. Pero a nosotros, madrileños e indies —¿pero qué acabo de decir?—, nos acaba recordando demasiado al Ochoymedio. En verano, perdidos de festivales por la geografía española, nos hace gracia e incluso nos toca la patata de la nostalgia cerrar sintiéndonos como en casa, en nuestro Ocho. Pero estando en Madrid se antoja un poco redundante —no deja de molar por eso que abran sobre la cabecera de Stranger Things y que pinchen el ‘Everything Now’ de Arcade Fire—, así que todavía hay que mejorar en la parte electrónica del cartel. La verdadera fiesta a este punto, al final, la pone cada uno, pero no está mal que ayude algún estímulo exterior en forma de decibelios.

Por lo demás, gran Dcode. Sobre todo, más honesto que otros años, distribuido, atado y traído con mimo. Afinado como hacía tiempo, mejorando con sutileza, con calma y desde la discreción a pesar de no ser perfecto. Pero ¿quién lo es? El Dcode puede haberse convertido en la belleza de la imperfección, pero el de este año es el camino a seguir. Con ambición, sí, pero con moderación. Con más realismo y con más sinceridad. Con más coherencia. Nos vemos, como siempre, el año que viene… al lado de donde empezó todo.

Puntuación de los lectores

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