Vimos el triunfal regreso de Los Planetas con nuevo material, ‘Zona Temporalmente Autónoma’, en la que sigue siendo su casa, Granada
Los Planetas pueden dar bandazos. Los más o menos propios de una formación con ya un cuarto de siglo a sus espaldas. Pero al final siempre demuestran salir de las crisis reforzados y con renovado brillo, permaneciendo siempre fijos en el firmamento de nebulosas y estrellas de la música de nuestro país. Los Planetas han hecho con el tiempo de su nombre la más certera de las alegorías y en torno a ellos orbitan los satélites.
Cuando parecía que estaban muertos, resulta que estaban de jarana. Y al final sí respondieron, con un enorme manifiesto planetario que recupera de algún modo el lustre de una discografía interestelar. Pero no es momento ahora de hablar de Zona Temporalmente Autónoma (ya lo hicimos en su momento en nuestra crítica), sino de la zona autónoma itinerante en la que te empadronan Los Planetas cuando te sometes a su abrasiva canción jonda, a su embriagadora atmósfera de ruido ultrasensorial, a sus mantras de sebka y ataurique.
Que unos problemas de sonido abrumadores que impidieron entender apenas 30 palabras del ya de por sí difícilmente comprensible repertorio de Jota no lastren el resultado final de un concierto que comenzó con el público mudo y recostado en el asiento durante la progresión espacial de ‘Islamabad’ (su coda parafraseando a Yung Beef es ya historia de nuestro pop) y que terminó con la poesía de ‘Los Poetas’ con todos igualmente mudos pero abrazados, puestos en pie y completamente entregados a la comunión que sellan Los Planetas. En cuerpo y alma.
El guión de los conciertos de la banda de Granada en los últimos años no es tal, sino más bien un concepto en torno al que hilar los temas, unos más fijos que otros pero dentro de un mismo parámetro (fans acérrimos, no esperéis escuchar en los próximos conciertos ‘¿Qué puedo hacer?’ o ‘Toxicosmos’). En el Palacio de Exposiciones y Congresos de su Granada, que cerraba este primer asalto a salas que ya vio noches triunfales en Barcelona, Madrid y Valencia y que tendrá reválida en grandes recintos de Barcelona y Madrid en diciembre, se valieron del poder narcoléptico de algunos temas de su último disco para ir adentrándose en su propia bruma, llamando a la oración con su canto de almuédano. Es evidente la síntesis de lo árabe a través de la tradición flamenca en la propia ‘Islamabad’, en ‘Soleá’ o en ‘La Gitana’. Y es evidente como este espíritu en que han resucitado su propia alma psicodélica infecta los primeros clásicos que desempolvan, un ‘Señora de las Alturas’ que es lo mejor que quedó de Una Ópera Egipcia y la descomunal ‘Ya no me Asomo a la Reja’, una canción de amor de fandango contemplativo atormentado por el ruido.
A partir de aquí comienzan a adentrarse en el pop, más tímidamente con ‘Porque Me lo Digas Tú’ y más a fuego con la quinceañera ‘Corrientes Circulares en el Tiempo’ y ‘Hierro y Níquel’, demostrando entre otras cosas que Zona Temporalmente Autónoma tiene ganchos indiscutibles y que casan perfectamente con lo mejor de los granaínos. Y ya es un no parar, un todo ascendente que no para de crecer y de envolverse de ruido, que levanta la catedral que son a la postre Los Planetas. ‘Santos que Yo te Pinte’, ‘Rey Sombra’; ‘David y Claudia’ y ‘José y yo’… ‘Ijtihad’ y ‘Espíritu Olímpico’, esta última coreada por todo el auditorio y convertida en uno de los momentos más memorables, volviendo a poner de manifiesto la acertadísima vigencia del nuevo trabajo. Recta final de apoteosis con ‘Alegrías del Incendio’, favoritísima personal, y ‘Un Buen Día’, favorita de la historia que han ido trazando Jota, Florent y compañía desde que empezaran a dar guitarrazos antes del ecuador de los 90. Despedida con ‘Zona Autónoma Permanente’… es necesaria después de tanta euforia colectiva, y solo un aperitivo de lo que está por venir.
Regresan a las tablas acompañados de Soleá Morente para hacer ‘Una Cruz a Cuestas’, y echamos de menos la voz de Angelina de Apartamentos Acapulco (teloneros de lujo, toda su propuesta es una reverencia constante a Los Planetas y a La Bien Querida) en algún tema de los que nutre esta segunda venida, más contemplativa y doliente, más de camino del calvario y más de pasión a flor de piel. Hubiera quedado estupenda en ‘Segundo Premio’, único rescate de aquella semana que pasaron Los Planetas en el motor de un autobús y con la que se echa de menos una mayor conexión en el repertorio actual, aun de una forma actualizada. Volvieron a despedirse con la maldición noise gitana que es ‘Pesadilla en el Parque de Atracciones’, cuando el foso estaba ya tan invadido como el pasillo principal y había gente subida en las butacas.
Las entidades con las que se encuentran Los Planetas, o más bien las entidades a las que fuerzan a encontrarse son My Bloody Valentine y Triana, y en su extraño hacer de madurez, impasibilidad, superioridad y distancia, con su público y con su propia obra, se acercan a la actualidad de Radiohead. Sobriedad en el aparato visual, que en caso de Los Planetas ni existe, lo único importante es la propia historia que dibuja la música. A Radiohead se les agradece, sin embargo, algo que Jota todavía no parece haber interiorizado, que es darle una vuelta a su propio catálogo y dejar de pensar en él por un momento y algo más en lo que quieren escuchar los que llevan comprando sus discos desde el principio.
Con todo, estos son unos Planetas generosos, que dan conciertos de más de dos horas apuntaladas por más de 25 canciones y que se dan los mínimos baños de masa que se le pueden pedir a una banda tan aislacionista y que actúa tan al margen de los cánones de la industria. Estos Planetas vuelven de nuevo para contentar a un público extasiado, y lo hacen con ‘Soy Un Pobre Granaíno’, que en la ciudad de la Alhambra cobró un significado especial, y la atemporal ‘De Viaje’, pedazo de himno de pop ruidoso que terminó de tirar los límites del auditorio.
No contentos con esto, se despiden, se marchan a bambalinas y vuelven a salir… por tercera vez, en plan estrellas. Se les ha quedado en el tintero la que probablemente sea su mejor canción, la más redonda, directa e incisiva: ‘Reunión en la Cumbre’. Podríamos habernos quedado en un bucle eterno de bises, con Los Planetas despidiéndose y volviendo a salir para siempre de su zona autónoma permanente. Podríamos habernos quedado para siempre embobados con Erik en ‘Los Poetas’, con esa intensidad que te despega del suelo. Pero todo tiende a acabar, como algún día acabarán Los Planetas. No hay por qué temer. Los disfrutaremos mientras podamos (y mientras nos dejen los técnicos de sonido o los promotores que eligen recintos suicidas; no voy a olvidarme de que la voz no es que no se entendiera, es que no se oía —menos mal que nos las sabemos—), los reverenciaremos y los discutiremos. Pero han dejado para siempre su huella en el firmamento.
Otra noche más, otra alineación de Los Planetas.
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