Crónica: Royal Blood; sangre real, pólvora mojada

Mike Kerr y Ben Tachter, Royal Blood, nos dejaron fríos en Madrid con un concierto en el que se sudaba testosterona sin demasiado sentido


Sangre real, sí. De pálido azul casi gris. Sangre, pasional. Real, épico y ceremonial. Azul, triste. Gris, gris. Royal Blood se han sabido rodear de toda la pompa que implica una coronación y han aprovechado indudablemente toda su legión de seguidores famosetes para implantar su marca con tinta indeleble, y sobre el escenario son una apisonadora imparable, pero la propuesta tiene algo, un no se qué que qué se yo, que me deja frío no, helado.

Ya me pasó con su debut homónimo de 2014 y con los conciertos que lo acompañaron y, viendo el show actualizado y con los nuevos temas integrados, era ahí donde estaba la canelita. Pero la invocación a Jack White no me parecía lo suficientemente vívida por si misma, puede, u olvidaba todo el acerbo que guarda en su cabeza y en sus arterias el genio de Detroit y se quedaba solo en lo más puramente superficial. Como las dos coristas que sacan en lo alto del podio que es el escenario en la inicial ‘How Did We Get So Dark?’. En las siguientes, ‘Where Are You Now?’ y ‘Lights Out’ queda claro que otra de las influencias que han integrado para How Did We Get So Dark? son Muse, y a veces, aunque el bajo de Mike Kerr ruja como un hipopótamo cabreado gracias a un compresor definidísimo, se echa de menos una guitarra que chille de verdad, más como un guepardo.

Al final, quizá el problema es que los contextos no funcionan bien, aunque también puede ser que la gracia, su gracia sea precisamente la de ofrecerlos descuadrados. ‘You Can Be So Cruel’ o ‘I Only Lie When I Love You’ se asientan sobre el Jack White de Blunderbluss (lo de que Kerr coja además un teclado, no un Moog pero sí un Rhodes en ‘Hole In Your Heart’ ya es definitivamente revelador, y no puedo evitar acordarme de esto), pero pierden las aristas y la histeria y las sustituyen por una actitud hipermusculada de banda de rock estadios que no les hace demasiado bien. Podrían hacer lo mismo y más inspirado si fueran una banda en lugar de un dúo, o algo más rudo y menos fácil de decorar si siendo dos no tuvieran esas ganas de llenar estadios. Y es que, a veces, más sucio, mejor.

Hacia estas alturas, en ‘Come On Over’ y en ‘Little Monster’ sí han dado muestras de una personalidad mejor definida, y ‘Don’t Tell’ sorprende en directo por unos falsetes comedidos y una pesada y pantanosa base rítmica, pero en general la pegada es la tónica general y pronto deja de generar impacto. Se permiten momentos de rock star, Ben Thatcher se marca un par de solos de batería y hay un bong que solo recibe tres golpes en el clímax del concierto, dos de ellos con el micrófono cerrado; dan discursos, hay bastante parones entre canción y canción y todo sigue demasiado las líneas de un guion predecible por veces visto.

Por supuesto que suenan, repito, contundentes, y que como también he dicho antes es posible que su historia, su estrellita, su punto, su habilidad especial y diferenciadora, eso que en la industria les pone una etiqueta que los identifique inmediatamente sea el simple hecho de ser solo dos, un batería enérgico a morir más que un técnico virtuoso y un cantante bajista que llena como dos guitarras y que entra en trance especialmente cuando agarra el Fender Jaguar. Pero que se me queda frío.

Su mejor canción, ‘Figure It Out’ («¡figurita!», gritaban por ahí), cerraba el set principal, y teníamos que esperar con paciencia a que volvieran a salir, que se tomaron su tiempo; no es la primera vez que digo que el show está diseñado a la medida de las grandes rock stars. Un buen momento para pararse a reparar en el aparataje escénico, una especie de altar en cuyo brazo se sitúa la batería de Thatcher y presidido por los micros para las coristas intermitentes sobre el que pende una pequeña plataforma de luces que concentra toda la acción y la atención en torno a ellos y que le da, además, un aspecto combativo jugando con las formas triangulares.

Volvieron para hacer ‘Ten Tonne Skeleton’, otra de esas que les aportan algún puntito de personalidad. Y, entre ruido, sustain, golpazos de batería, un amago de stage diving por parte de Tachter, un discurso pre Halloween y otro poco más de ruido, se desquitaron con la mastodóntica ‘Out of the Black’, con ese ritmo difícil de cantar, que quizá recoja a su manera todas las virtudes y mejor oculte los defectos de este dúo de Worthing que ha hecho de una amable avalancha un éxito global. Mucho ruido, pocas nueces. Pólvora mojada.


Fotografía: Pablo Lafarga (@pablolafarga)

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