Entre el folk y el soul electrónico, la promesa de Los Angeles Moses Sumney se prepara para darle otra vuelta más a los rincones de los géneros con los que juega y a los que maneja
La evolución de este joven californiano de ascendencia ganesa desde que comenzara a emerger, si no con fuerza al menos con una atención bastante especializada —Solange, Grizzly Bear o Sufjan Stevens están entre sus primeros seguidores—, desde finales de 2014 hasta la reciente publicación de su debut, el excepcional Aromanticism que viene editado por Jagjaguwar, sello que comparte con Bon Iver, Sharon van Etten, Angel Olsen o Foxygen, es tan abismal como imperceptible. Y es que Moses Sumney tan solo ha sabido reordenar su punto de vista, regular el enfoque con el que capta la música.
Nació en San Bernardino, California, donde vivió con sus padres, ambos pastores ganeses, hasta la edad de diez años, momento en que se mudó con su familia a Agra, la capital de Ghana, para pasar su adolescencia. Cuenta a Pitchfork que en la escuela tanto compañeros como profesores le maltrataban por ser americano y pensar que se creía por ello mejor que los demás. No integró por eso prácticamente nada de su cultura de origen; aprovechaba los viajes de su padre a California para que le trajera discos americanos de gente como Vampire Weekend o Dirty Projectors, que llegaron a ser bandas muy influyentes para él, aunque ni él mismo lo supiera entonces, por su tratamiento r&b de un indie pop tropical y electrónico que deja espacio para el folk en su ideosincrasia.
De vuelta en California, Moses Sumney ingresó en la Universidad de Los Angeles para estudiar escritura creativa, y ahí fue donde empezó a desarrollar su personalidad musical, siempre lejos de los conceptos de banda y de circuito universitario. Confiesa a Issue ser una persona tímida, aunque lo haya ido controlando en la versión de si mismo que ofrece encima del escenario, así que sus amigos empezaron a saber que cantaba cuando tenía 20 años.
En sus primeros conciertos, teniendo en cuenta que vive en Los Angeles y que la ciudad es un hervidero de actividad cultural, había más agentes, promotores, ojeadores y caza talentos que público, y con una propuesta tan desnuda, él solo con una guitarra y un looper, se entiende el estado de presión, algo de lo que siempre ha tratado de escapar.
En 2014 ya había llamado la atención de Karen O., de Beck o de Solange, y cada uno de ellos le embarcaría en interesantes proyectos que le harían dar el paso definitivo para dejar su trabajo como community manager de California Pizza Chicken y centrarse exclusivamente en la música. Con Karen O. se alistaría como guitarrista en la gira que hizo en solitario, Beck contó con él para escribir y producir una canción para la versión grabada de su extraño proyecto Song Reader —‘Title of This Song’— y la pequeña de las Knowles le presentó en la Fashion Week a Dave Sitek de TV on the Radio.
Fue él quien le prestó la grabadora con la que Moses Sumney daría a luz su primer EP, Mid-City Island, una pequeña pieza de folk con aires tropicales de dormitorio centrada en el aislamiento —un concepto que será recurrente en todo su desarrollo— de Mid-City, en el corazón de Los Angeles, frente a la «escena» más propiamente dicha del Eastside. Contenía un par de canciones que le hicieron visible, ‘Man on the Moon’ y la preciosa y clásica ‘Plastic’, pero estaba sin acabar. Cuando Chris Taylor de Grizzly Bear se fijó en él y le metió en los estudios de su sello, Terrible Records, para un 7″, llegaría el primer gran momento de inflexión, y es que al final Grizzly Bear han sido una gran influencia en la forma en la que Sumney empezó a integrar el tratamiento de la voz en su folk. El resultado se ve prístino en ‘Seeds’, su primera canción «completa», pero sobre todo en ‘Everlasting Sigh’ y su tropicalismo heredado de Shields. El intimismo de la primera o de ‘Pleas’ le pone en la línea de Sufjan Stevens o de Junip, bandas para las que ha abierto y con las que tiene gran relación; su versión Grizzly Bear conecta entonces con Dirty Projectors. Es curioso que él mismo reconociera que una de las cosas que mejor le habían sentado en su carrera era haber pasado de telonear a Dirty Projectors o a Local Natives a hacerlo con Sufjan Stevens porque con los primeros se sentía presionado a animar su show, mientras que con Stevens el público venía más mentalizado para escuchar que para bailar.
Por 2015 ya tenía claro que iba en busca de enfatizar su presencia no-humana en el escenario. Explica que su siguiente paso, ya en 2016, fuera seguir ahondando en el procesamiento de las voces y experimentar con la electrónica, construyendo un electro soul que se acercaba a Kanye West y a esa familia de héroes del autotune que formaba con James Blake y con Bon Iver y siempre sin renunciar al folk, a un folk cósmico y divino como el de ‘Incantations’ que hace recordar que lo importante en Moses Sumney es su vozarrón lleno de soul. En esa búsqueda, recogida en el EP Lamentations que publicó de nuevo por su cuenta —pero con muchos más recursos—, encontramos ‘Worth It’ o el trayazo ‘Lonely World’ en el que ponía el bajo el maestro Thundercat y que pasa por todos los estados del artista hasta el momento, y puede ser en parte lo que le abre las puertas de Jagjagawar.
Como seguramente en Thundercat se arraiguen los pasos que van desde Lamentations hasta ahora, a los resultados logrados y contenidos en el que por fin es su debut en largo de estudio. Y es que al final, en Aromanticism, el jazz emerge en el sonido de Sumney de forma sorprendente y sentando sus bases, relegando el folk en el que al principio de esta historia se sentía tan cómodo a una excusa para acceder a sabores más caribeños, smooth, y elevarlos siempre con una oniria electrónica. El concepto no ha cambiado, pero la evolución es palpable y, sobre todo, perfectamente sintetizadora, camino de la excelencia, integrando cada uno de los elementos que le han ido dando una voz tan reconocible en el panorama actual.
Cuando lanzó ‘Doomed’ a mediados de año ya puso las cosas claras, acompañándose de ese procesamiento vocal de apocalipsis industrial alienígena que después del 22, A Million de Bon Iver se ha convertido en religión. Y sin embargo, con ‘Quarry’ o con ‘Indulge Me’ le situábamos más en una playa de arena blanca soleada, soñando con James Blake en una o con Hawai en la otra… donde se revelaba el verdadero alma jazz era en esas deconstrucciones finales, en esa psicodelia modal ácida pero sutil heredada de Flying Lotus.
Para cerrar de algún modo el tramo promocional —intuyo que ahora llegarán festivales, nominaciones, éxito de resaca—, se reservó la que es el resultado de una de las decisiones más inteligentes a nivel comercial de Aromanticism. ‘Lonely World’ había aparecido en Lamentations —ponía el bajo Thundercat, ¿recuerdas?— en una toma más acústica, al menos más orgánica, y la versión que finalmente aparece en el disco, el lanzamiento que ha acompañado a su salida, atraviesa antes de estallar en la fuerza del bajo un pasaje de electrónica febril con tintes de world music que es de lo mejor del disco, pero que sobre todo sirve para atraer hacia este chico con presencia y voz magnéticas a algunos oídos despistados. Es un cebo, la belleza está en el interior. Lo esencial es invisible a los ojos.
Fotografías: Brandon Hicks, Ania Shrimpton.