Editorial
Madrid despertaba la semana pasada orgullosa. Orgullosa de celebrar un evento de tamaño calibre y repercusión como es el World Pride, pero sobre todo orgullosa de celebrar la unidad, la libertad, la diversidad, la igualdad y, en definitiva y lo más importante de todo, el amor. Entre personas. Sin calificativos, sin etiquetas; cada día caben más, en forma de siglas iniciales, en el acrónimo inclusivo del colectivo (LGTBIQ, etc.), pero, al menos en Madrid, hacen cada vez menos falta. Madrid es queer.
La capital de España, que habitualmente se comporta como capital de la diversidad sexual nacional e incluso de la europea, ha sido estas dos últimas semanas también de la mundial, y ha estado más que a la altura, demostrando que puede ser el centro de libertad sexual más importante del planeta.
Sí. Como rezaban todos los eslóganes de una campaña de comunicación preciosa en su simplicidad, «ames a quien ames, Madrid te quiere». Y amor era lo que se respiraba en Madrid, por sus cuatro costados. El de millones de personas de todo el mundo reunidas por una de las luchas que mejor ha sabido librarse y cuya necesidad mejor ha sabido reivindicarse.
Ya sea por la fiesta, por el despiporre, por ligar o no ligar (o, al menos, intentarlo), por lo que importa de verdad o por curiosidad, toda la semana ha reverberado, y por parte de todos los que han participado, el espíritu de reivindicación original. Madrid ha abierto sus brazos como nunca, recibiendo sin distinción a los peregrinos del amor. Ni una pelea, ni una subida de tono, apenas problemas en unas calles infestadas de personas disfrutando de su libertad.
Qué bonita es cuando está bien entendida. Cuando sus límites están en la mano del de al lado. Un despliegue de policía bestial, que mostraba la colaboración entre el cuerpo nacional y los municipales, junto a un trabajo descomunal de los servicios sanitarios y de limpieza han permitido la celebración de una fiesta sin incidentes que se ha desarrollado siempre fluida. Que ha dejado a Madrid, orgullosa, en el lugar que merece como ciudad más abierta y tolerante del mundo.
Podía beberse en la calle, había escenarios repartidos por muchas de las grandes plazas del centro de la ciudad, música por todos lados, actividades, parejas de la mano, colores. Diversidad. Heterosexuales abrazados, gays cogidos de la mano, lesbianas besándose. Amigos besándose. A dos, a tres y a cuatro bandas, y a las que hagan falta. Risas y respeto. Charlas en el nuevo esperanto que es picar un poco de francés, un poco de italiano y traducirlo todo al spanglish. La familia de travestis y divas de Chueca, que pelea día tras día con más o menos éxito por hacerse un hueco, triunfar o sobrevivir, se dio cita casi al completo en todos los escenarios del Orgullo, desde el de la plaza de Sol a los de las Plazas del Rey y de Pedro Zerolo. La Prohibida, Chumina Power, La Plexi o Libertad La Pinchos fueron solo unas pocas, y compartieron escenario con Fangoria, con las Nancys Rubias, con Azúcar Moreno o con Mirela, pero también con C. Tangana, con Loreen, con Kate Ryan o con Baccara; otra muestra más de diversificación. Igual que voz tuvieron las salas y fiestas que noche tras noche hacen de Madrid un ejemplo de apertura (Mala Mala, Delirio, Tanga, LL, la We o Tragaperra) y los medios que la auspician con firmeza: Shangay, Onda Orgullo o Ponte Chueca. TVE no estuvo muy presente, pero Telemadrid le tomó el testigo para dar una amplísima cobertura.
Entre las carrozas del desfile del sábado desfilaban orgullosos todos los partidos políticos del Parlamento, demostrando además que en España solo estamos de acuerdo en una cosa. Al menos es de las importantes. Ciudadanos, con Albert Ribera a la cabeza, y Podemos, con Iglesias y Errejón, acompañaron a PP y a PSOE en una marcha en la que se alternaron con Google, con Netflix (que venía abanderada, por ejemplo, por el aclamado director de Pieles, Eduardo Casanova) o con Spotify (con Soraya…), pero también con la We Party y con multitud de colectivos con algo que decir. Ni una sola voz disidente de nuestro país se atrevió a alzarse en contra de un Orgullo cada vez más grande.
Chapó además para la organización, que ya la quisieran para si muchos macro festivales del mundo. La diversificación de escenarios y actividades (conciertos, galas, marchas y mítica carrera de tacones incluida) ha permitido repartir de una forma inteligentísima a todos los asistentes, que se distribuían simultáneamente entre la puerta del Sol (cerrada desde las 6.45 de la tarde en cada jornada; un fastidio para muchos residentes que imaginamos han sido los grandes héroes ocultos de este World Pride, pese a que algunos disfrutaron de lo lindo de sus «palcos» privilegiados), la plaza del Rey, la Puerta de Alcalá, la plaza de Pedro Zerolo, la calle Pelayo, la propia plaza de Chueca o Plaza de España.
Era necesario hacer este editorial para agradecerle a Madrid todo lo que nos da, siempre. Yo, que escribo estas líneas, he nacido y crecido siempre en una ciudad que me ha enseñado, sobre todo, a respetar y a amar la diversidad, a aceptar las diferentes caras de algo tan fundamental en la vida como es el amor, probablemente su razón de ser. Pero también he visto como esta dama a veces hostil y cascarrabias aceptaba a amigos de cualquier parte de España, de cualquier parte del mundo y les invitaba a quedarse acurrucados en sus calles, que siempre apestan a vida. He visto a esta ciudad difícil resistirse y al final dar a cada uno lo mejor de si misma, dar una oportunidad al que ya no sabía dónde buscarla. Viva el amor, viva la libertad. Viva Madrid. Orgullo de Madrid.
[Fotos: Jaime Villanueva (El País), AFP]