Crónica: 2000 y 1 volcán llamado Damien Rice

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Damien Rice enmudece él solo al Circo Price con su estreno en la capital y un show impecable y emocionante


20 años han tenido que pasar para que Damien Rice se estrenara en Madrid. 20 en Madrid, pero tan solo un pequeño tour veraniego este mismo año por Mallorca y un par de veces en dos festivales de Barcelona, el Primavera Sound y el Cruïlla, dan fe de la presencia del cantautor irlandés en nuestro país. Nada más lejos de la realidad: este mismo año publicará un diario de diez canciones escritas hace diez años durante un viaje en coche de Dublín a la ciudad condal. Y anoche, en el Circo Price, se excusaba ante un atónito auditorio… “Me hubiera gustado mudarme a España, pero al final no pudo ser”. Y pasa el tiempo y apenas te percatas, y te ves un 20 de septiembre, 20 años después, 3 discos y bandazos varios con los ánimos y tiempos naturales de la industria, solo con tus guitarras de siempre, tu piano de siempre, tu peto y tu camisa que ya es de todo menos blanca, debutando en una capital europea. En un recinto mítico, pero casi más mágico también. Para dar tu recital. En el Primavera fue otro nivel, consiguió él solito silenciar a una explanada, pero lo del Price es de matrícula de honor. En primer lugar gracias a la organización, que nos dejó disfrutar de un sonido pulcrísimo, de los mejores que puedan ustedes imaginarse. Mejor que en disco se escuchaba a Damien y su guitarra, imaginen los pelos de punta de todos los asistentes, que contemplaban enmudecidos la belleza en forma de palabras que Rice escupía sutil por la boca.

Así arrancó, en completo silencio, ‘The Professor & La Fille Dance’, y sin mediar palabra soltó ‘Delicate’ y el público emitió un grito ahogado. Cuando terminó, con infinita delicadeza, y se sentó al piano para comenzar ‘9 Crimes’, la ovación fue cerrada. No es habitual ver a Damien ponerse nostálgico y repasar sus primeros discos con tanta calidez, pero estaba claro que esta era una noche especial.

A partir de entonces, Rice se mostró hablador y cercano (pese a algunas salidas de tono de poquísimos miembros del público, que aprovechaban el silencio sepulcral reinante en el Circo Price para pedir temas, declararle su amor o vitorear exaltados), y contó cómo surgió la siguiente canción a la que se enfrentó, el polvo frustrado de ‘Amie / Sex Change’, una historia de friendzone y días lluviosos.

Con ‘The Greatest Bastard’, una de las pocas concesiones al último My Favourite Faded Fantasy, desató su voz interior, esa que consigue proyectar gracias a su pedalera, esa que le electrifica con sutileza, que le aporta ese punto de rabia. Que le permite perderse entre la oscuridad mientras las luces se atenúan y dejar solo un hilo de voz a la vista del micrófono. Juega con lo poco que tiene alrededor, hace prestidigitaciones con el espacio y con cómo por él se propaga el sonido.

Deja la guitarra y se sienta al piano, y quizá pierde un poco su capacidad de emocionar, aunque se reserve para las cuerdas pulsadas una nueva canción, ‘Your Astronaut’. Después nos pide que pidamos una canción y la gente se arranca casi unánimamente con ‘Rootless Tree’. – ¿Guitarra o piano? – pregunta. Se decidió piano y al público le costaba aguantarse las ganas de cantar. Debió notarlo Rice. Sus conciertos son habitualmente una lotería, improvisaciones sobre un papel quizá establecido pero sin mucha rigidez, y están plagados de huevos de Pascua. Quizá en el Price faltaron, puede ser, como faltaron canciones y quizá sobraron interludios, pero en ese momento Rice agitó el repertorio y soltó ‘Volcano’ como en las mejores citas, invitando a un coro general a tres voces en canon que inunda el Price con la sutileza de una gota de rocío.

Invitó a una pareja que le vio en Milán a cantar con él ‘Cold Water’ y dejó a su mesita y a su copa de vino plantadas para evitar ‘Cheer’s Darling’, paradójicamente una de sus inamovibles.

El bis, lejos de sorpresas, le sirvió para desempolvar su macrohit ‘The Blower’s Daughter’ y ‘Trusty and True’, azuzada como buena clausura de show por esas proyecciones sobre el fondo en rojo y azul, las únicas notas de color que se atreven a asomar en todo el concierto, y el ruido psicodélico y garagero de sus pedales, que le hacen pasar fácilmente a él solo por todo un Radiohead.

Luces apagadas y micros desenchufados, Rice se despidió del Price y de Madrid entre las tinieblas con la eterna ‘Cannonball’, demostrando que se puede tener a 2000 personas completamente calladas escuchando música de verdad. Todos los años de ausencia del irlandés en nuestro país pueden quedar resumidos, condensados y compensados de sobra por momentos como este.

Un hombre solo contra el ruido, fundido con él, levantando la espada del silencio contra un auditorio enfervorecido. Damien Rice.

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