El dj británico combina sus dos últimos discos para un show compacto y elevado que apela a su visión cosmológica de la electrónica desde un músculo y una pegada inusuales
“Hey, man, do you have a setlist?”, le dije al técnico de la mesa de sonido a eso de las 23:50, recién encendidas las luces de La Riviera. “No, bro. It’s all in the brain”.
Puede ser la manera perfecta de resumir lo que vino a hacer a Madrid Jon Hopkins tras haber perpetrado noches mágicas en el Primavera Sound y el BIME durante la gira de presentación de su nuevo trabajo, el ya encumbrable Singularity. Construir una experiencia real, sólida, contundente mediante el enhebrado perfecto y metódico de sus manías, plantear un viaje centrípeto hacia las profundidades del techno de vanguardia en los brazos inspiradores de maestros como Alva Noto o Steve Reich que trasciende y sale a la luz de nuevo, como el imbécil corriente que consigue escapar de la caverna platónica, en un universo de ambient impresionista y espoleado por la pulsión del trance. Darle la vuelta a su estilo, más contemplativo, y entregarse a una zapatilla muscular y controlada que renuncia a cualquier drop fácil pero los enlaza, uno tras otro y sin piedad, de la manera más orgánica posible.
Una esfera azul, un universo. Una esfera roja, otro totalmente diferente. La mirada aérea y exterior de Singularity, su ansia plenairista, su ánimo expansivo. El intimismo opresivo de Inmunity, su reflexividad, su crepitante angustia. Son las dos realidades, los dos planos que flotan durante los primeros compases del show, por cierto uno de los lives más desnudos y rompedores del panorama electrónico actual, al nivel de Four Tet, sin banda y tan solo con dos majorets con espadas laser perfectamente sincronizadas y unos visuales inmersivos y en ocasiones narrativos (‘Emerald Rush’, por ejemplo) que apelaban al sincromisticismo, a todas esas aristas que hacen que cada elemento de la naturaleza esté irremediablemente conectado con otro y a su vez con el universo en general. Es lo que trasmite ‘Singularity’ para abrir por todo lo alto el concierto, en una calma tensionada que pronto explotaría en un torrente desmedido de más calma, sí, pero ahora incontrolable, un alud de seda, un ejército berreándote a suspiros, mientras las atmósferas etéreas de ‘Neon Pattern Drum’ colisionan en el aire con partículas de fuego sacadas de las pistas más profundas de ‘Breathe This Air’. Como si de una cartografía cuántica se tratase, Jon Hopkins maneja en un segundo toda su música a la vez, todos sus loops, todos sus sonidos, sus crepitares… y en directo, en ese momento inapreciable que pasa entre la conciencia y la realización, suelta su mezcla, la única posibilidad que ha decidido por pura intuición hacer realidad de entre todas las del universo infinito.
Trance y techno se dan la mano, pero hay también una flema pop, un alma electro, espíritu vanguardista… al final, y como en todo el organicismo electrónico que se respira en el concierto, todo está conectado. La magistral ‘Everything Is Connected’ da pie a la colisión final, y ya es imposible salir de ella. No hay sino precipitarse a su vacío hasta que abandona sin decir ni mú el escenario por la puerta de atrás, desde la caída libre que es ‘Open Eye Signal’, momento celestial en el que Hopkins levantó La Riviera hasta el cielo y luego la enterró en sus propios deseos, contemplando anonadada el azul hacia arriba, el rojo hacia el suelo, hundiendo sus garras en las profundidades de un techno reptil y amenazador, hasta el aterrizaje que es ‘Luminous Beings’ y pasando por la tubular ‘Collider’, más hiriente por momentos. Ya no hay dos colores sino uno, ya no hay dos discos históricos sino solo uno, el duro que guarda en su cabeza Jon Hopkins y que ha conseguido que su sonido sea, por encima de todo, una experiencia religiosa. Ya no hay ni siquiera discos, sino un dj espectacular que sabe leer las necesidades de su público y que transforma perfectamente su mejor temazo en el principio de un fin que mejor te pille confesao, más propio de un Fabrik o de un Macumba y de unas 4 de la mañana que de una Riviera de miércoles night.
Tan caldeadito estaba el ambiente (hacía calor de verdad, del bueno, así que seguramente no soy el único que se ha pillado un buen trancazo por culpa de la vuelta a casa, sudando bajo el implacable frío que azota a Madrid en estas fechas) que el público empezó a abuchear cuando se fue, demasiado pronto, tras haber pinchado solo algo más de 50 minutos. Faltaba lo mejor, que dirían algunos. Porque ya hecha la presentación de lo que se acerca más al concepto que entendemos por Jon Hopkins, una electrónica más cerebral y sesuda en la que los subidones abrazan a los drops en vez de desplazarlos sin compasión, se dedicó a apelar a la energía más club, a su versión más eminentemente dj para trazar un final apoteósico en el que podían encontrarse melodías silbando por el fondo, subidones de electro, loops más felices y progresiones lumínicas y brillantes en un momento de puro tech-house, guiadas por ‘Life Throught The Veins’, uno de los clásicos más clubbers de su discografía.
“Hay algo que es como si se pudiera cantar”, le digo a un amigo. Me salía una cosa parecida al ‘Crystalized’ de The xx. Tuve que ir a la biblia de los setlist al llegar a casa para descubrir con brutal sorpresa que las dos canciones con las que Hopkins se había atrevido para carburar el final eran nada más y nada menos que ‘Magnets’ de Disclosure y ‘Two Dancers’ de Wild Beasts. Las hizo suyas hasta tornarlas algo irreconocible. No hay más preguntas.