Crónica | Kamasi Washington en Madrid (La Riviera): el árbol de la vida

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Kamasi Washington insufla vida a La Riviera con su jazz exquisitamente ejecutado, cósmico y rupturista

Son las fiestas de San Isidro en Madrid y la gente pasa el día en la pradera, por las calles de la ciudad, en las Vistillas. Asisten al florecimiento de la primavera, uno que en la capital de España se ha acostumbrado no solo ha vestirse de chulapo, sino a vestirse de música. Pero mientras despiertan los claveles, muy cerca del río, casi en las catacumbas, donde arraigan las raíces surgía una bomba de vida que alimentaba de savia el vergel que los que disfrutaban de las fiestas aprovechaban sin consciencia. Kamasi Washington estaba insuflando su mística energía en las arterias de Madrid, que reverdecía como nunca al ritmo de su jazz hirviente, panorámico y febril, desde dentro, desde su mismo corazón. Solo unos 1000 se perdieron el jolgorio de los fiestas para viajar al centro del árbol de la vida, sumergido bajo el peso de la tierra húmeda, y celebrar con Kamasi la ceremonia del alumbramiento.

Y no pudo ser más efervescente, más satisfactorio. Allí te sentías en el foco de las cosas que de verdad importan, pero también suspendido en el espacio y en el tiempo, en tierra de ninguna parte, en una cápsula inmóvil perdida en los confines de la galaxia. Es ahí donde puede residir la magia del colosal saxofonista de Los Angeles, en la sincronía de la conciencia social y del repaso de la historia con escuelas del jazz que pasan por la excelencia técnica pero también por la pasión improvisada y por la vibrante colisión de sonidos y estilos.

Sus composiciones, mastodónticas, crecen en directo alentadas por la propia energía de la interpretación, cobran vida y se van construyendo a sí mismas, como las plantas, como la vida misma, que se abre camino; como el gas, que tiende a ocupar todo el espacio disponible. Impredecibles y poderosas. Y dibujan siempre viajes con principio y final propios, suites narrativas y alegóricas que empiezan por el repaso a la historia afromericana que es ‘The Magnific Seven’ o por la celebración de la identidad negra que es ‘Black Man’, con la voz de Patricia Quinn, y que luego van a viajar a lugares más personales unas veces, más espaciales otras, para regresar de nuevo al viaje hacia las raíces afroamericanas, que ejerce de compresor y da sentido a todo el concierto.

Los temas se despliegan con calma, con tiempo, llegando a los 20 minutos y se sustentan en tres pilares jazzísticos fundamentales: pasajes de delirio técnico que conectan con las exploraciones de John Coltrane; la visión rupturista, agregadora, cósmica, tribal y africanista de la Sun Ra Arkestra y la capacidad visionaria de mezclarlo todo y llevarlo un paso hacia adelante de la que hacía gala Miles Davis en la era Bitches Brew. Una banda brutal tiene la culpa, además del genio inabatible de Kamasi. Integrada por hasta 7 músicos, mutaba en formas y colores para abrazar cada transición, las secciones más introspectivas, las más silentes, las más comunionales, las más psicodélicas, las más furiosas. Dos baterías conversaban entre sí con la inteligencia y la energía desbocada de los titanes del rock progresivo, empujaban con un ritmo implacable y levantaban con gracilidad cada nota, y llegaban a construir bases perfectas de hip hop que recordaban mucho a la obra de Kendrick Lamar, de la que Kamasi es habitual colaborador. El piano danzaba con el peso de la arquitectura sonora, y su responsable convertía su propia voz en un instrumento a través del autotune y de efectos sintéticos, creando un tímido tapiz electrónico que también afectaba a veces al contrabajo con pedal, que conducía la música desde la hondura profunda hasta los ríos del groove y del funk. Lo clásico y lo moderno, la excelencia técnica y una sensación de febrilidad improvisada, de creación institiva. «Just a genius musicians putting his shit together to create something beautiful».

El viaje pasa también por los recuerdos de infancia de Kamasi en ‘Leroy and Lenisha’, una recreación de los días en los que disfrutaba de su personaje de animación favorito, Charlie Brown de Snoopy, y por todo el mundo, paladeando sus diferentes sabores, dejando oler sus diferentes aromas. Celebrando la armonía de la diferencia a través de las cinco diferentes melodías que colisionan y dibujan sus propios caminos de ‘Truth’. La voz, suplicante; el trombón replicante; el saxo soprano dubitativo del padre de Kamasi, jazzman integrado en la banda que además celebraba su cumpleaños; el piano colorista y el saxofón esperanzador de Washington.

Y se dirige al espacio, con groove cósmico y mística psicodélica, en ‘The Space Cadet Lullaby’. Kamasi rompe sus propias barreras y las de los asistentes y deja La Riviera sin centro de gravedad, completamente a la deriva de su embrujo. Y es que el viaje al final es panorámico y pasa por todas los rincones de la emoción, abatiendo con carisma la mente, el cuerpo y el alma en una culminación total. Llega con la tremebunda y climática ‘Fists of Fury’, un rugido en el que todos los instrumentos contribuyen con una melodía desconcertante e implacable a generar una tormenta que azota hasta la perplejidad, que sigue y sigue subiendo hasta volverse inmanejable y que sumerge al cerebro, incapaz de manejar tanta información, tanta nota, en un trance hipnótico. Hasta que explota, allá en algún lugar de la cara oculta de la luna, en algún limbo perdido del universo. Un espacio regido por las leyes de Kamasi Washington, un hechizo de corazón y cerebro, nigromancia de máximo nivel.

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