Crónica panorámica del Primavera Sound 2018

cronica primavera sound 2018

El Primavera Sound alcanza la madurez que se presupone a toda una mayoría de edad encarando a la vez una nueva juventud, enfrentando su propia brecha generacional a base de música y reivindicándolo todo como antaño, con una buena fiesta

“En España se podrían hacer cosas mucho más grandes a nivel industria. Se está desaprovechando un momento que no se sabe cuánto va a durar”, decía Antón Álvarez, Pucho, C. Tangana en la rueda de prensa inaugural de este Primavera Sound 2018. Por ellos no será. El Primavera vuelve a salir triunfal por enésima vez y sella otro paso más en una trayectoria que ya más que descomunal resulta emocionante tapando cualquier error, fallo o laguna que pueda haber (y que hay) de la mejor manera posible: con música, y con música muy buena, además. Con un sonido espectacular en el 85/90% de los espectáculos, con una ética irreprochable. Pucho estaba acompañado en esa rueda de prensa de los otros dos tenores de la escena urbana nacional, Yung Beef y Bad Gyal, en lo que además era toda una declaración de intenciones del festival barcelonés. Y una manera de entender su posición. Entre la visión comercial de C. Tangana y la ambición anarcopunk de Yung Beef, entre el negocio y la más pura autenticidad y con una proyección internacional que cada día va a más y que seguramente irá más allá todavía.

Si todos los años son, además, un ejemplo en cuanto a programación y selección editorial, este año han hecho de esta virtud uno de los filones a explotar, con una diversidad genérica brutal y con una configuración descabelladamente cuidada. Podías pasar del hip hop techno de Vince Staples a la oniria electrónica de Nils Frahm o del festivo y carismático pop rock de Haim al brutalismo de Idles en lo que eran estimulantes rupturas, pero también disfrutar de transiciones perfectas como la que empalmaba a Father John Misty con The National en una orgía de vientos y arreglos a la americana o la que era toda la tarde del sábado, un trayecto de guitarras y synth pop que culminaban en sus respectivas cumbres los Arctic Monkeys y una maravillosa Lorde.

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Con buen tiempo, con la brisa del mar, hasta las seis de la mañana, con unos precios que ya no parecen tan descabellados como antaño viendo la subida generalizada que han abrazado todos los festivales y que en el Primavera, de momento, se mantiene (y esperamos que así sea). El Primavera Sound es único, y si no es único en el mundo al menos sí lo es en España. Puede quedarse sin mecheritos de merchan a la primera de cambio, sin agua ni café en la zona de prensa y sin botellas de agua en algunas de las barras; puede cancelar a Migos, uno de los cabezas más exclusivos, sobre la bocina; puede que cada año los fosos sean más grandes y cada vez estén más lejos los artistas y puede que este año haya habido algunos más fallos de organización de lo normal, pero el Primavera lo arregla todo con música. Consigue que los artistas brillen con luz propia y rompan el abismo del foso para fundirse con una audiencia siempre entregada igual que respetuosa, consigue que la caída de los reyes del trap se convierta en la oportunidad de degustar con propiedad una de las ya de sobra confirmadas más prometedoras estrellas de 2018: Jorja Smith. Consigue que cuando te faltan las fuerzas, que cuando te asaltan las dudas llegue ese concierto que te salva el festival y hasta puede que la vida, que te da alas para seguir toda la noche hasta un amanecer azuzado el jueves por el technazo de DJ Koze y el sábado por el de The Black Madonna. Logra lo imposible suavizando con la caricia espectral de Beach House el cabreo que te pillas cuando asumes que con el descalabre horario que supuso el tema de Migos y la inclusión en su espacio de Los Planetas, concierto sorpresa que celebraba por todo lo alto (y muy en la línea de los dos triunfos festivaleros de Sonorama 2017 y Tomavistas 2018) los 20 años de Una Semana En El Motor De Un Autobús, vas a acabar teniendo que ver entero el concierto de Haim (vaya problema) y perdiéndote a Tyler, The Creator (se subió a A$AP Rocky para hacer ‘Who That Boi’) porque el destino le enfrentaba con un Arca que subyugaba al escenario Pitchfork con una sesión que por su parte no estaba anunciada como tal. Luces y sombras, da lo mismo. Todo acaba en un bolazo. Todo acaba en The Blaze poniendo rumbo al amanecer con su propia aurora de pureza y humanismo electrónico. Todo acaba en una fiesta consciente y en una consciencia de fiesta. En la mejor fiesta del mundo, una que puede rodearse de marcas pero que sigue resistiéndose a perder esa esencia innovadora, transgresora, radical, aventurada.

La fiesta en la que Nick Cave y Björk demuestran que se puede encabezar festivales con propuestas esencialmente artísticas, la fiesta que celebra que The National pueden volver a hacerte llorar sin sorprender ni un ápice, la que arranca para todos con Belle & Sebastian reivindicando que vienen de un país chiquitito, “como este”, y la que acaba también para todos con Fermín Muguruza subido al escenario del patio del CCCB defendiendo la libertad de expresión en vasco y en catalán, pidiendo la liberación de los presos políticos, hablando de Valtonyc, de los jóvenes de Altsasu y de la independencia de Cataluña. La fiesta en la que todo Apolo se une para asistir a las confirmaciones de Kero Kero Bonito y Mavi Phoenix y en la que se puede ver a Spiritualized con coro y orquesta. A Jane Birkin homenajeando con una sinfónica el repertorio de Serge Gainsbourgh y a la hija que tuvieron juntos, Charlotte Gainsbourgh, dar uno de los mejores conciertos del festival. La fiesta que une sin tapujos generaciones enfrentadas entre el amor a mitos como Sparks, Peter Perrett, Cesare Basile o los mismísimos Bad Seeds con la nueva juventud contestataria y consciente, representada por C. Tangana, Yung Beef y Bad Gyal pero amplificada con la presencia de todo un circuito urbano que ha cobrado protagonismo evidente en un festival que tiene entre sus nuevas ambiciones la conquista del público joven.

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El rap ha tomado el lugar de la electrónica en gran parte de los escenarios del Fòrum, pero el Primavera Bits es ya un minifestival en sí mismo, con una programación espectacular y consolidada, así que nada ha relegado a nada. Todos tienen control de su propio Primavera Sound, una experiencia que en cierta manera es única y absolutamente personal. A su manera diferente todos los años dentro de que siempre está cortado por el mismo patrón. Sorprendente aun cuando ni puede ni pretende serlo. Y sin grandes aspavientos, al final, este Primavera Sound, incluso con el overbooking que provocó el concierto de los Arctic Monkeys el sábado (sold out total para esa jornada, que debió de andar por los 75.000 asistentes, una salvajada comparable recientemente solo a la de Radiohead en 2016), ha resultado un gran Primavera Sound. Maduro, serio; pero también fresco y despierto, vibrante. Casi como enfrentando una nueva juventud, preparándose para ampliar sus propios caminos. Hasta el infinito y más allá. Sus tres grandes máximas seguirán ahí, seguro, amparadas por el manto único de la mejor música del mundo (o casi): PARTY. RIGHT. PEOPLE. Personas con derechos celebrando la vida. ¿Qué más puede hacer falta?

Fotografías de Sergio Albert (principal) y Eric Pamies (Lorde y Nick Cave)

Seguiremos publicando crónicas por jornadas en los próximos días
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