Crónica: La exultante redención de Arcade Fire

Diego Rubio Méndez

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cronica arcade fire madrid

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Arcade Fire conquistaron la capital con su batería de hits, su arrojo de soldado y su espíritu de charanga, apelando siempre a la comunión


Aquí, en la Tierra, todos somos mortales. Todos menos, quizá, quién sabe, los Beatles, que se criogenizaron, a lo Walt Disney, para no tener que empezar a ver gusanos escurriéndose por su piel. Arcade Fire no iban a ser menos. Después de cuatro discos en sus propias alturas, las de un grupo capaz de firmar un cuádruplo abrumador al alcance de otras muy pocas bandas (contemporáneas, de hecho, ninguna, ni siquiera Radiohead, que se quedó a punto; y en vías de hacerlo solo podemos considerar que estén Tame Impala o Vampire Weekend), Arcade Fire bajaron a la tierra y se hicieron mortales. Pueden fallar, entendiendo fallar como cualquier cosa que esté fuera de sus majestuosas medianías. Pero no es fallar realmente lo que hace la troupé canadiense en Everything Now.

Les han echado la culpa por no hacer lo que se espera de ellos, un trabajo sobresaliente. Les han puesto un 5 por haber sacado un 7, y no me gustaría que los profesores pusieran nota a mi hijo (cuando lo tenga, si es que lo tengo) con ese criterio en el colegio. Y a Win Butler, ese iracundo e incansable trabajador, le ha cabreado, como demostraba alardeando en entrevista con El País. «Seguimos siendo la mejor banda en directo del mundo». Aleix Ibars, de Indiespot, dudaba del sentido de este ya viejo tópico difundido por la prensa en el pasado al ser esgrimido ahora por la propia banda, como si ya estuviera todo demostrado, como si ya estuviera todo dicho. Pero, ojo, que lo diga Win no puede hacernos dejar de repasar los titulares de los conciertos que han formado parte de este Infinite Content Tour (casualmente se llama como la única canción del nuevo disco que no han tocado aún en directo) y darnos cuenta de que siguen diciéndolo prácticamente todas las cabeceras. Arcade Fire son la mejor banda en directo del mundo y lo volvieron a demostrar en Madrid recuperando el nivel de sus noches más gigantes.

Puede haber escépticos, pero el fervor que desprenden Arcade Fire no está al alcance de prácticamente ningún acto del planeta (y pueden presentar en los comentarios candidaturas). Dos horas y pico de bolo sin descanso plagado de hits, easter eggs, juegos de luces impresionantes, cambios de escena, charangas, baile, épica, coros, baladas, fuego sin pirotecnia y empaste perfecto son imposibles de obviar.

Y hacerlo todo mientras te traicionas a ti mismo y sin que se note nada tiene más mérito todavía. Me explico:

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Arcade Fire son más que una banda al uso y, como los grandes nombres, han empezado a trasladar su discurso a la escena y a la vida real como banda. Ya hubo un atisbo en The Suburbs con esas experiencias de vídeo personalizables, pero es a partir de Reflektor cuando se hace evidente, empezando por los primeros pasos de la campaña de promoción con la banda ficticia The Reflektors y terminando por el ya mítico videoclip-live rodado en plano secuencia por Spyke Jonze y protagonizado por Gretta Gerwig.

Después de Reflektor tuvimos la suerte de que decidieran traer su calentamiento a la península, y vinieron el concierto histórico de Razzmatazz en Barcelona o la pórfida noche de Lisboa, en los que parecían escenificar su propia catarsis. Algo en el ambiente olía a fin de ciclo.

Y en cierto modo lo era. Cuando anunciaron Everything Now en pleno Primavera Sound (show secreto mediante, en aquella colina en la que debutaron ya el formato cuadrilátero en torno al que se han hecho fuertes en esta gira y dos canciones, ‘Everything Now’ y ‘Creature Comfort’), también descubríamos que habían firmado por primera vez con una major, Columbia Records, propiedad de Universal Music. Para hacer frente a un hecho de esos que siempre se relacionan con una sustancial pérdida de independencia se abandonaron a la ironía. A una campaña de fake news, hiperactividad en redes, deformación capitalista de productos e imperio del contenido en la que aparecían sometidos a una corporación fictica, Everything Now, Co. Ya expliqué en su momento los entresijos de una campaña que perdió sentido según empezaron los conciertos de verdad (no los «minibolos» con los que hicieron durante el primer periplo europeo, antes de la publicación del disco), pero es interesante atender al último y más reciente paso, el videoclip de ‘Money+Love’, las dos canciones de Everything Now que mejor respuesta generalizada han recibido.

Esclavizados por Everything Now, finalmente entienden, «entienden» (y esto es muy importante), que la libertad no tiene sentido sin la banda y que se deben a la familia que han montado, la familia de Arcade Fire. Que su obligación es, pase lo que pase, seguir tocando como la orquesta del Titanic.

Por eso los Arcade Fire que vienen a Madrid son esclavos de sí mismos. De lo que quiere su audiencia, que no es mucha pero sí sibarita y en general leal: no llenaron el Wizink igual que no han llenado muchas de las arenas por las que han pasado, pero la gente que ha ido a sus conciertos compartía emoción de forma comunional y pocas veces retumbaba el móvil tanto como ayer,  con alabanzas por todos lados. Arcade Fire lo consiguieron, sembrar el éxtasis hasta la mismísima calle Goya, por la que se pasearon en charanga rodeados de miles de personas.

Es eso lo que su público quiere, y más a estas alturas. Que cada oportunidad de verles sea la oportunidad de encontrarse con uno de esos conciertos diferentes que les han hecho famosos. Quieres que aparezcan entre el público y desenchufados como en aquella mítica Blogotheque, quieres que interactuen con el foso como en aquel Coachella, quieres que den un show secreto o encontrártelos improvisando en el metro. Pero también quieres oír ‘Wake Up’ y ver un espectáculo de luz tan impactante como el del Reflektor Tour, y disfrutar de la energía que derrochaban en la gira de The Suburbs (esa que les trajo por última vez a Madrid en 2011) o de la oscuridad ritual de los tiempos de Neon Bible. Lo quieres todo y lo quieres ya. ¿Cómo van a hacer ya Arcade Fire lo que ellos quieran de verdad? ¿Cómo van a coger el dinero y correr? Así que tocan, y tocan, y tocan, y dan cientos de veces el mismo show con los mismos detalles. Y, sin embargo, sigue pareciendo improvisado. Sigue pareciendo único y especial. Como si todas las virtudes de Arcade Fire pudieran conjugarse por arte de magia en una sola noche, que es justo esa para la que has comprado el boleto. Arcade Fire han tocado para ti.

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La idea se refuerza gracias al hecho de que su público es en general maduro y respetuoso. Sin grandes aglomeraciones, ni prisas, ni entradas locas y arremolinadas para hacer sentadas eternas en las primeras filas… todo cómodo y ordenado, había espacio para bailar y cercanía con la banda. Y se refuerza aún más precisamente por la situación del escenario, el famoso cuadrilátero en el centro de la pista. La visibilidad es perfecta en prácticamente cualquier rincón del Wizink Center, pero es que además da la sensación de cercanía, y se mueve perfectamente entre la intimidad magnificada que supone el momento coro de luces de ‘Neon Bible’ y el desparrame de estadios, implacable y explosivo, de ‘Ready To Start’.

El recinto parece cobrar vida propia y adaptarse a las necesidades de cada canción: hacer gigante la pista iluminando las bolas de discoteca en la parte retrochentera del concierto, casi un baile de instituto con Régine danzando entre brillantes púrpuras y azules eléctricos en ‘Sprawl II’ y con el público en ‘Reflektor’ y con Win enfrentándose a ellos durante ‘Afterlife’; una caldera cuando suena la industrial ‘Creature Comfort’ o en casi cualquier momento en que arremeten con hits.

El comienzo fue letal, literalmente. Entran entre el público mientras el speaker presenta todos sus premios y nominaciones (incluida la «inexplicable nominación perdida en los Oscars» por la película Her), se suben al ring como boxeadores y descargan ‘Everything Now’, para después asestar sin piedad ‘Rebellion (Lies)’ y liberar los «cientos de caballos que corren salvajes por la ciudad en llamas» de ‘Here Comes The Night Time’, ese calipso espectral. Sin descanso, sueltan ‘No Cars Go’ y la emoción toca techo, se nota en el ambiente. Los primeros coros a prolongar, el primer feedback que empieza a exigir el predicador cansado, Win Butler.

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12 músicos comienzan a desfilar por un escenario relativamente pequeño que gira muy poco a poco en su círculo central pero que está configurado casi como una gynkana, para poner las cosas difíciles, para obligarles a no dejar de prestar atención, y ya con los visuales y juegos de luces realzan un espectáculo que en lo musical, quitando limitaciones de sonido y típicos embarullos del viejo Palacio en algunos sectores, especialmente cerca del escenario, permanece inmaculado. Esfuerzo, agresividad, arrojo, pasión. A veces flojera, como pudo pasar en ‘Electric Blue’ o en ‘The Suburbs’, que cada vez suena más desganada, pero recuperada siempre con fuego y con tralla. Con ‘My Body Is A Cage’ contruida con una celda de luces en torno al cuadrilátero presidido por un enorme cubo de pantallas gigantes; con ‘Power Out’ y ese rojo que ciega.

Pocas sorpresas en cuanto a setlist, en Madrid las «exclusividades» se pueden resumir en una que puede pasar por alto: todo el epicentro de su concierto se configuró con canciones de Neon Bible, un disco muy querido en esta redacción. La propia ‘Neon Bible’, la apocalíptica ‘My Body Is A Cage’, la springsteeniana ‘Keep The Car Running’ y (la sorpresa, la canción que hizo grande al setlist de Madrid por encima de otros de la gira, debut además en este tour, aka) ‘(Antichrist Television Blues)’. Rematadas por ‘Tunnels’, y hay poco que pueda decir yo que no digan por sí solos trayectos como este o el que se marcaron al principio. Que las del nuevo pueden ser bajona, que los clásicos pueden estar demasiado vistos. Pero que no todo el mundo los tiene tan vistos, que no todos los que les tenemos vistos dejamos de flipar cuando suena la guitarra rugiente de ‘Wake Up’. Que su vendaval todavía tiene fuerza para llevarse por delante a cualquiera, aunque se hayan pasado creyendo que podían llenar estadios. Mejor Razzmatazzes y Rivieras para unos pocos y valientes, mejores los techos bajos que ellos siempre han preferido, los focos bien pegados y el sudor encharcando la tarima.

Cuando acabe el Infinite Content Tour será buen momento para pensar. De momento Arcade Fire seguirá dando conciertos espectaculares con el piloto automático puesto y bien encadenados por el tobillo al centro del cuadrilátero, haciendo su performance única cada noche, pero siempre igual. El mejor robot de combate del mundo, una máquina imbatible de directo. Cinturón de Campeón indiscutible.

Puntuación de los lectores

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