Crítica: Kendrick a por el mundo

Diego Rubio Méndez

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El nuevo álbum de Kendrick Lamar es toda una descarga urgente alejada de compromisos y abandonada al lirismo y a la melodía


«I’m not addresing the problem anymore». En toda esta frase resume el propio K-Dot el que es su tercer trabajo como tal, si no contamos mixtapes varias ni la magnífica recopilación de descartes de To Pimp A Butterfly que es Untitled Unmastered. En esta y en un verso del tema que sacó días antes del anuncio de DAMN., ‘The Heart Part IV’: «My new album, the whole industry on an ice pack».

En la primera, sacada de una entrevista con The New York Style Magazine, tenemos la evidencia de que Kendrick Lamar ha pasado de insistir en la reivindicación de los derechos de la comunidad afroamericana y en todo el discurso político recogido en el excepcional To Pimp A Butterfly de 2015, lo que puede suponer un paso atrás en la profundidad de las letras o en la riqueza de sonidos y samples con los que Kendrick reivindicaba, además, todos los recursos que ha ido aportando a la cultura musical su propia comunidad. Con todo, ‘XXX’ sigue manteniendo esas preocupaciones, al igual que otras más generales sobre la caída espiritual de la nación americana, más ahora que «the great american flag is wrapped and dragged with explosives» (alusión evidente a Donald Trump). Y U2 aparecen en ella para generar una atmósfera casi jazz (rota por una amplia sección en la que Kendrick se desquita con la violencia encima de sirenas y sintes locos) y para recordar que ellos una vez encarnaron la lucha por los derechos de una minoría en América, así como su grandeza como nación.

En la segunda, lo que al final se confirma, que en Damn reconocemos al Lamar más versátil, uno que introduce trap, nuevo RnB, hip hop más hardcore o sonidos psicodélicos como los de ‘Pride’. Uno que sabe como sumar todo su acerbo a un producto mucho más orientado a las listas de ventas.

Así que Damn, al final, es probablemente el disco más «convencional» de Kendrick Lamar. La buena noticia es que, pese al distanciamiento tangible con TPAB tanto en construcción y proyección como en concepto, el rapero de Compton sigue encarnando la verdadera autenticidad, sigue disparando frases afiladas y sigue ostentando un flow inigualable que lo sitúa (claramente) por encima de sus competidores. Pocos pueden presumir de un ejercicio tan inspirado como es ‘Fear’, que encara los temores personales en tres edades diferentes (la niñez, la adolescencia y la madurez) y que puede recoger en parte lo poco que queda del clasicismo y del espíritu jazzístico en este nuevo trabajo.

En 2013 Kendrick desató una especie de batalla de gallos vía internet con una estrofa en ‘Control’, de Big Sean (iba a entrar en Hall of Fame pero se quedó fuera por las licencias de los samples; podéis escucharla en la mixtape Black Hippy 2), en la que nombraba a una enorme lista de raperos de la escena y se autoproclamaba sobre ellos «king of the coast». Ahora, cuatro años después, parece recuperar ese espíritu revanchista del rap y se alza como lucero del alba del hip hop, «the realest nigga after all». So «bitch, be humble».

Es la idea sobre la que versa la descomunal ‘Humble’ que lanzó como primer sencillo justo después de anunciar en ‘The Heart Part IV’ el nuevo lanzamiento (el 7 de abril se abrió la preventa exclusiva de iTunes). Con un vídeo espectacular que trenza referencias católicas con visuales críticas contra la frivolidad, Kendrick reparte para todos sobre un oscuro y contundente riff de piano ideado por Mike Will Made It y amparado en el estribillo por un espectacular coro de voces masculinas de azabache.

La misma línea sigue la que puede conformar con ‘Humble’ el doblete ganador del disco: ‘DNA’. Abre tras la introducción de ‘Blood’, en la que Kendrick cuenta sobre una vibrante sección de cuerdas cómo se encuentra con una mujer ciega que le dispara, y presenta las credenciales del rapero, todas las cosas en las que cree y las otras que le convierten por derecho propio en el mejor, las que antes proferían otros y ahora enarbola él mismo. Eso sí, disparadas como por una ametralladora pesada que no da respiro en una atmósfera de trap hustler y secante.

Pero la autoafirmación está presente a lo largo de todo Damn, realizada de varias maneras: en ‘Element’ se vale de la paleta sonora de James Blake para decorar con su trap alienígena una cavilación sobre el ascenso al trono y los sacrificios que acarrea, en ‘Lust’ medita acerca de la monotonía derivada del tenerlo todo mecido por el tacto retrofuturista y jazzístico-espacial de BadBadNotGood, y ‘Feel’ se basa en la anáfora para retratar la soledad experimentada dentro de la industria.

Lo que también ilustran es el acercamiento de Lamar a los discursos más íntimos y reflexivos de Frank Ocean y los pulsos reposados del new RnB: a parte de ‘Duckworth’, que cuenta la historia de cómo Top Dawg, el que luego ficharía a Lamar para TDE, intentó matar a su padre, costaba pensar hace un par de años en Kendrick cantando (y digo cantando porque además hay, ahora, una vocación más melódica) al amor y a las inseguridades que genera, que es lo que hace en ‘Love’, con un featuring de Zacari que bien podría ser de The Weeknd, o en ‘Loyalty’, donde hace de Drake acompañado por Rihanna.

Otro de los temas recurrentes es la religión católica, que aparece directamente referida en ‘Pride’, asentada en la idea bíblica de orgullo como perdición del hombre, o en las numerosas alusiones a Dios, que además da nombre a dos temas: ‘Yah’ (apócope de Yahvé) y ‘God’, uno de los temas más emocionantes y accesibles de Damn, con esos deliciosos arpegios de sintetizador. Poco más allá de esto y el videoclip de ‘Humble’, con la última cena o el propio Kendrick vestido de Papa; el que busque aquí la mesianidad de Kanye West o el orantismo de Drake quedará decepcionado.

Kendrick Lamar ha regresado en su versión más urgente, acercándose al convencionalismo del género para aportar desde dentro una chispa lírica que siga confirmándole como el líder de toda una generación, como el rapero más genial e inspirado de los últimos años y, si no (también brilla Kanye en esta constelación), al menos como el mejor letrista. Y el que tiene más flow. En Damn lo derrocha, enseñando también un abanico de recursos fonéticos, sintácticos y léxicos tan amplio que está al alcance de muy pocos o de ninguno; sus palabras engarzan con la música en un baile siempre sorprendente y estimulante, los efectos y los charles se cruzan miraditas y los sintes incendian una belleza deliveradamente sutil. «I’m not adressing the problem anymore». Lo único que quiere Kendrick es demostrar que es una súper estrella del hip hop. La mejor prueba: su reciente actuación clausurando el escenario principal de Coachella el pasado sábado 15. Él. Solo él. Lejos parecen haber quedado los días de la banda, de una cierta pose intelectual. El ego desatado, Kendrick Lamar está listo para dominar el mundo.


8,9 /10


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