Arcade Fire sitúan su acción en Nueva York circa 1977 para un Everything Now en el que minimizan el impacto de su épica mientras potencian su fragilidad
Un big bang en constante expansión. Es la mejor definición que encuentro para esta troupé canadiense que nunca se conforma. Jamás. Arcade Fire lo quieren todo y lo quieren ahora. Y así actúan y así atacan.
Si Reflektor fue el incendio, la catarsis de Arcade Fire como banda independiente, el estallido en su propio fuego, Everything Now es la síntesis de sus cenizas y su resurrección como banda de aspiración comercial. Tiene que suponer por tanto un nuevo comienzo, y es lo más natural después de haber clausurado con Reflektor una conversión pocas veces vista. Más hacia arriba no se puede ir, así que mejor buscar la diagonal a la derecha.
Me voy rápido a la metáfora, pero lo que hay detrás es que los canadienses han coronado cimas personales en cada uno de sus últimos trabajos —el Grammy de The Suburbs o su primera entrada en el Hot 100 de Billboard con el sencillo ‘Reflektor’—, y para este parten bajo la premisa de ser el primero con una major: Columbia Records. Ahora, con ‘Everything Now’, han conseguido su primer número uno en el chart de rock para adultos, lo que no deja de ser curioso para una banda que siempre ha hecho suyos tópicos adolescentes y que resultaba inspiradora hace ya casi 15 años por, precisamente, su canto de algarabía a la rebeldía juvenil. Sí, cada vez parece más evidente la idea del lavado de cara de buque indie desbocado preso por el cliché de un coro eterno y un estribillo pegadizo.
Pese a que esos sean los tópicos a los que recurren en ‘Everything Now’ (qué recuerdos imborrables del Primavera Sound en el que la presentaron casi por sorpresa) y que les han valido, por otro lado, para firmar el temazo del verano, Everything Now el disco nos enseña a unos Arcade Fire más minimizados que nunca, que han perdido —si perder se puede utilizar refiriéndose a una banda tan enorme como esta; mejor contenido— su espíritu expansivo y sus ansias grandilocuentes.
Las canciones parecen hechas por menos personas y en una habitación diminuta, y efectivamente el disco ha sido grabado en parte en los estudios Boombox de Nueva Orleans, donde han entrado hasta 18 personas en habitáculos para no más de cinco —menos si metes la cantidad ingente de sintetizadores y teclados que mete esta gente—. Todo lo ampulosos que podían ser en Reflektor, grabado en una mansión con lugares abiertos y diferentes espacios, o Neon Bible, con la expansividad y el sonido cavernoso y abierto que te ofrece una iglesia, se ve aquí coartado por una inusitada intimidad y un hacer más tradicional de banda de rock que lo sitúa más bien cerca de The Suburbs, aunque con las lecciones de electrónica y groove funk bien aprendidas. Cabalgando su propia new wave.
Desde luego, si querían que el disco sonase a lo que suena, pocos lugares mejores que otro de los estudios en los que se han sumergido. Los Sundragon Studios de Nueva York fueron icono de una era, a finales de los 70, cuando pasaron por sus cabinas Talking Heads, Arthur Russell, Philip Glass, Blondie o Chic, artistas muy presentes en Everything Now. También lo están los Clash, versión británica del movimiento y largamente admirados por Win Butler, y qué importante es para su integración Stuart Bogie —miembro de Antibalas y pieza fundamental de la banda en su nueva gira— con su saxo más infeccioso, más punk y más ska. Su Sandinista! y su Combat Rock son imprescindibles para entender ‘Signs Of Life’ (imagínate a los esqueletos reflectantes de Reflektor saliendo de sus tumbas haitianas para unirse a la coreografía de ‘Thriller’; por ahí van los tiros de cómo suena), como lo es la banda de David Byrne, aunque en algunos momentos del disco las influencias se vayan de las manos como nunca en Arcade Fire.
Es la diferencia que puede haber entre ‘Peter Pan’, una canción cuca con pulso dub en la que recorren el Studio 54, el punk y el ska y en la que traducen ‘Haití’ al lenguaje de Reflektor, y ‘Chemistry’, que la sucede con peor fortuna. Pese a una melodía, como es natural en Arcade Fire, irresistible e incisiva, se abandona a una experimentación de jolgorio punk que cruza su ‘Here Comes The Night Time’ con el ‘Tusk’ de Fleetwood Mac y que nunca llega al nivel de verbena al que sí llegaban las otras dos.
Mientras hacen su parada en el Nueva York de 1977 se dejan olvidada la profundidad de las letras, que se limitan al deseo, al baile, a los placeres momentáneos y volátiles, pero criticar esto me parece lo mismo que hubiera sido hacerlo como con el Let’s Dance de David Bowie. Sí, Arcade Fire también pueden dejar de ser mesiánicos, y pueden dejar la flema apocalíptica de nueva iglesia para tiempos más oscuros; la nueva América de Donald Trump se presta más a la autoparodia y a la ironía. En Everything Now simplemente han querido dejar atrás el contenido, toda vez que el propio Win reconoce en ‘Infinite Content’, el eje central del disco y una descarga punk algo destartalada (¿dónde habrá quedado ‘Month Of May’?), que «todo tu dinero ha sido gastado ya en contenido infinito». Su desdoble acústico bien podría sonar en ascensores esponsorizados o como cuña en el hipermercado del capitalismo.
Todavía no sabemos si es como reacción a las críticas a la duración de Reflektor, doble CD de hora y cuarto, y a su épica inflamable o porque realmente les apetecía tomar una nueva dirección, pero lo que es evidente es que Arcade Fire se han abandonado a un heartbreaking comeback, a un retorno desgarrador y descorazonado a la línea de salida. Dispuestos a volver a incendiarse de cero, a redefinir su propio modo de conquista.
Con una producción de nuevo excelsa, que se asienta en una estructura fija de miembros y en una cada vez más variopinta colección de miembros adhesivos —excelentes ingenieros, productores y músicos que siempre aportan su visión particular—, Everything Now también refina el pulso disco de LCD Soundsystem. La culpa, en parte, la tiene Thomas Bangalter de Daft Punk, en cuyas manos adquiere una elegancia sutil y una cadencia indolente muy en consonancia con algunos de los viajes sonoros en el tiempo que dejó su banda en Random Access Memories. Pero también Steve Mackey, bajista de Pulp que siempre añade un punch especial a todos los trabajos que produce. Lo que hacen esas cuatro manos en el sencillo es pura visión comercial —un hit redondo, con su «na-na-na-na-na-nanana», sus violines, el sample de ‘Coffee Cola Song’ de Francis Bebey, la flautilla de su hijo y una letra esta vez sí inspirada—, pero pura magia en ‘Electric Blue’, probablemente la mejor canción de Régine Chassagne a la voz protagonista —y, eso sí, la única en la que no aparece apoyada de algún modo por Win— pero además un delicioso y sutil suspiro de glitter, con aires de Blondie en Rapture, un falsete arrebatador y otro «na-na-na» sobre un riff de sinte japonista.
Mackey además está de 10 en uno de los highlights tempraneros de un disco que arranca dando un golpe contundente sobre la mesa soltando los sencillos principales: ‘Creature Comfort’. También asistimos a su primicia mundial en el Primavera Sound y nos conquistó desde el primer momento… para cuando sacaron el sencillo, y más tarde aquel videoclip que parodiaba los comentados de VH1, ya estábamos seguros de que sería uno de los momentos más rabiosamente punks del disco. Y se confirma. No solo por su base de sinte trémula e histérica, por su jingle de xilófono o su rabia contenida e implosiva. También por tratar en su letra un tema tan oscuro como el suicidio, al que regresan más tarde en ‘Good God Damn’, esta vez con un algo inane numerito de rock tranquilo y seductor.
Ambas son lo más verdaderamente sombrío de Everything Now, que es en general un conjunto luminoso, brillante y empapado en una purpurina delicada pero imposible de diluir. No significa, eso sí, que hayan renunciado a su humor melancólico, que toma la palabra hacia el final para dejar el mejor trayecto del disco.
Primero, ‘Put Your Money On Me’, un pedazo de tema del que estaría orgulloso Devonté Hynes, puro pop new wave a lomos de un bajo sintetizado que arrastra como una corriente, sumergido por debajo de la canción. Por fin Win, que aunque distante se muestra retador y algo comprometido («If you think I’m loosing you you must be crazy»), genera aquí imágenes de esas que se clavan en la cabeza («Above the chloroform sky / clouds made of ambien / sitting on carpets in the basement of heaven») sobre una melodía que retoma otra vez, como en el sencillo homónimo, a ABBA y que los cruza con Metronomy y su visión descorazonada de la pista de baile. El empaste perfecto que ofrece aquí el matrimonio y el arreglo de vientos que se asoma hacia el final no hace sino redondearlo.
Y si ‘Put Your Money On Me’ enseña algunas de las mejores virtudes de los Arcade Fire más bailables y electrónicos, la que le sucede viene a hacerlo con los Arcade Fire más clásicos y acústicos —aunque esté sostenida por una programación electrónica; ya sabemos cuáles son los nuevos derroteros del pop—. ‘We Don’t Deserve Love’ puede ser, de largo, la mejor canción del disco, una preciosidad conjunta donde sí vemos de nuevo a esa mega banda cohesionada a la que estamos tan malacostumbrados crecer en torno a lo que mejor dominan del mundo: la música. Desde los arreglos orquestales, arrancados por Owen Pallett con mimo de seda, y ese slide de guitarra procesado; desde esa guitarra en gotera de Reed-Parry y desde el efecto theremin del teclado de Régine hasta ese estribillo perfecto que se va repitiendo ingrávido hasta que empieza a desbordarse, que atraviesa un cambio modal hacia la oscuridad y se proyecta entonces hacia el infinito en un viaje en el que van de la mano Régine y su theremin, todo es Arcade Fire en su mejor versión y volviendo a hacerte llorar. Nunca puedes bajar la guardia con una banda tan colosal.
Así, colosalmente cierran el disco, con la versión orquestada del slow ‘Everything Now’ en un bucle que vuelve a despertarse con el principio dejando evidencias de la parte más conceptual, aquella que gira en torno a la idea del «contenido infinito». Vuelves a estar sumergido en el disco y, de repente, estalla de nuevo la algarabía. Quizá este sea el movimiento natural, y el disco esté concebido como uno de aquellos libros de «escribe tu propia historia», o mejor como un ente vivo que puede empezar donde tú prefieras pues siempre llegará con coherencia al mismo lugar. Y, allí, volverá a empezar de cero.
¿El peor disco de Arcade Fire? Que injusta y absurda una comparación con ellos mismos a estas alturas, a sus alturas. El mejor disco de Régine Chassagne, y eso sí nos atrevemos a proclamarlo. Un precioso y discreto baile entre la euforia y la melancolía.
De la pedazo de campaña de social media marketing de guerrilla que se han marcado para presentarlo —y para hacer su particular comentario satírico sobre la nueva América de Donald Trump— hablamos otro día. Para la música resulta irrelevante. Arcade Fire siempre tienen mucho que decir…
Lo mejor ⇑
- ‘We Don’t Deserve Love’, ‘Everything Now’, ‘Creature Comfort’, ‘Put Your Money On Me’, ‘Electric Blue’ y ‘Signs Of Life’ (por ese orden).
- Régine.
- La orgía de sintetizadores que tienen montada.