Crítica: La fuga de RHCP hacia la autocomplacencia

Diego Rubio Méndez

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Reseñamos The Getaway, undécimo trabajo de Red Hot Chili Peppers y el primero sin Rick Rubin a la producción desde 1989


Una de las cosas que marcan indefectiblemente la carrera discográfica de los Red Hot Chili Peppers es la conversión del productor de turno en prácticamente el miembro número 5 de la banda. Igual que terminaron de definir su faceta iniciática más funk gracias a la participación de George Clinton, el histórico líder de la Parliament/Funkadelic, y se endurecieron tanto hacia el lado del rock como hacia el lado del rap gracias a Rick Rubin, productor de los Beastie Boys o Slayer y responsable de la fusión de ambos estilos a mediados de los 80 con el ‘Walk This Way’ de Aerosmith y Run-D.M.C., no supieron sincronizarse con Dave Navarro, de Jane’s Addiction, para superar el hiato que se tomó John Frusciante durante el grueso de los 90. Esto explica, en parte, la irregularidad de una banda que, parece mentira, lleva más de 30 años en activo. Después del descalabro que supondría One Hot Minute (1995) y el consiguiente éxito de Californication (1999), parecía además que la presencia del mítico guitarrista era condición sine qua non para la pervivencia de los Red Hot.

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Lo mismo valdría para justificar el bajón de I’m With You (2011), el primer álbum tras la salida definitiva de Frusciante, después de una década en lo alto gracias a la consolidación de un estilo más experimental y melódico llevado a cabo con By The Way (2002) y Stadium Arcadium (2006) y con el virtuoso guitarrista responsabilizándose de gran parte del proceso creativo.

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Por lo tanto, ahora se trataba de demostrar que hay vida después de Frusciante aunque su sustituto, John Klinghoffer, haya sido discípulo suyo y ya participara en la grabación del álbum previo. Con The Getaway, Red Hot Chili Peppers afrontan una especie de nuevo comienzo, mucho más tranquilos, con tiempo para pensar y con un nuevo productor, Danger Mouse, después de haber permanecido con Rick Rubin a las mesas desde 1991.

Y el resultado ya a primera escucha supera con creces a su antecesor y se mantiene en un nivel aceptable sin Frusciante pero con todo un tratado en busca de reconquistar la personalidad de su instrumento en el conjunto. El aparato melódico se ha suavizado, las canciones no tienen las aristas de antaño y, en parte, han perdido el espíritu saltarín, pero la guitarra vuelve a sonar con energía y con criterio, que es lo que parece que han querido conseguir. La elección de Danger Mouse para este apartado es crucial. El problema es que este productor, uno de los cabeceras de la actualidad, tiene una identidad tan reconocible y tan impositiva que desluce a veces el carácter de los músicos a los que produce y los hace parecer meros colaboradores en su propio trabajo —que se lo digan a U2…—. El solo final de ‘Dark Necessities’, el primer sencillo, sirve como muestra, igual que los riffs de ‘We Turn Red’ ‘Feasting On The Flowers’ o toda ‘Sick Love’.

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Pero lo más preocupante es el contagio de los Black Keys —también les produce Danger Mouse; las coincidencias no existen— para elaborar el módulo más rockero, todo el final del disco. Están en ‘Detroit‘ y, sobre todo, en ‘The Hunter’ ‘Dreams Of A Samurai’, con esa saturación cercana a la psicodelia, el uso abusivo del wha-wha y un ritmo serpenteante y seductor.

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También es cierto que en el single vemos a los mejores Red Hot, abandonados a la melodía, guiados por un beat infeccioso y funky y con un Flea que sigue dominando el bajo a la perfección y firmando impactantes líneas de bajo, con un slap especialmente agresivo, como también se aprecia en ‘Go Robot’, uno de los momentos álgidos del álbum, con querencia hacia el bailoteo y un fondo sonoro electrificado y relleno de matices. O que la incursión en el math rock que supone ‘The Getaway’ se hace más pegadiza a cada escucha.

En cuanto a la lírica, Kiedis ha recurrido a los viejos tópicos de siempre de la banda: California, fama y amores complicados, en parte por la incapacidad de la aleatoria susodicha de comprender la semioscuridad del personaje. También la incomplacencia que genera el mundo moderno y la decadencia de la edad, entre referencias a Calexico, a los Beatles, a los Stooges de Iggy Pop, a la Funkadelic y a la ciudad de Detroit.

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Al final, una huida hacia un nuevo comienzo que se queda en fuga hacia la autocomplacencia. Pero es cierto que con varios traumas superados y con un savoir faire que parecían haber perdido y que ahora, al menos, se les vuelve a presuponer.


6,5 /10


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