Kings Of Leon se encomiendan al post-punk, a la no wave y al pop en su séptimo disco de estudio, que viene tras encauzar las relaciones entre miembros y un cambio de productor
Esto es un no saber por donde empezar. El nuevo álbum de Kings Of Leon encierra tantas particularidades que no sé muy bien si son ellas las que se enlazan y suceden entre sí para dar sentido a esta historia o si es que todas confluyen en un momento y se hacen realidad en un estudio-mansión en Los Angeles.
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El caso es que aquí está el séptimo disco de los Followill, y viene otorgando calma tras el momento más convulso que ha sufrido la banda de Nashville. Tras el abandono por desfase del Come Around Sundown Tour de 2011; tras el fallido retorno a los orígenes de Mechanical Bull, que les mostraba impersonales, conservadores y encorsetados en su posición de comodidad; tras la ruptura interna entre sus miembros; tras la cocaína y el alcohol. WALLS, We Are Like Love Songs, al fin, supone un honesto intento de cambio y espera la reconducción de una banda al filo de la navaja. Y aquí son muchos los factores determinantes.
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“Viajábamos en jets privados y ni nos dirigíamos la palabra. Cada uno decía: ‘yo soy el bajista, o yo soy el batería’… Habíamos perdido la esencia como banda”. Con sus matrimonios, con las paternidades, etc, los Followill parecen haber recuperado la morriña del hogar y vuelven a ser una piña, y pretenden hacer lo mismo con su sonido: unificarlo. Pero, seguros ya en aspectos más personales, van a llevar a cabo dicha unificación con un importante componente de riesgo: el cambio de productor. Ojo, si se puede considerar riesgo echarse a los brazos de Markus Dravs.
Todo está relacionado, fíjese, pues una de las bandas con las que trabaja habitualmente puede presumir del mayor espíritu comunitario del mundo de la música, de una unidad casi tribal. Qué mejor que fijarse en Arcade Fire para henchir tu orgullo de banda familiar.
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Además de que Dravs también es bueno para bajar los egos. Es, según Caleb, el único capaz de tirarles una canción y de machacarles con la idea de dejar de sonar a lo que se espera de ellos. De ahí pueden venir temas como ‘Around The World’, un funky juguetón, o ‘Muchacho’, de ritmos latinos y muy vinculado también a los experimentos de la banda canadiense. Vaya, que las credenciales de Markus Dravs ahí están: Björk, Coldplay, Arcade Fire, Mumford & Sons, (The Maccabees…,), Florence + The Machine…
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Así que vamos al tajo. Porque con todas estas pequeñas circunstancias no tenemos por qué hacer un gran disco. Y el de Kings Of Leon tampoco termina de serlo, o tendría que haberlo sido hace tres o cuatro años. Es muy destacable el amago de cambio, aunque no llegue a ser del todo radical. Y es agradable ver como los que en su momento, allá por 2003, eran llamados “los Strokes sureños” se visten de riffs que sí recuerdan a los de la primera etapa de la banda de Nueva York. Sobre todo, mola ver a Kings Of Leon (aunque sea con retraso) enzarzados con la no wave y los bajos y ritmos de post-punk, a lo Editors en ‘Waste A Moment’.
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Pero el ejercicio no termina de ser emocionante y no es el disco que puede esperarse de un grupo como el de los hermanos Followill, cada día más incapaces de sorprendernos y, lo que es peor, de explorar con verdadera solvencia nuevos terrenos: aún con un solo de guitarra notable, ‘Reverend’ pasa totalmente desapercibida entre la apertura de ‘Waste A Moment’ y la festiva ‘Around The World’; tras algunos buenos momentos en ‘Eyes On You’ (¿os acordáis de lo que decíamos de los Strokes?), ‘Wild’ y la baladita rockera que da título al disco, ‘WALLS’, matan al conjunto a base de sopor.
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Con la suavidad del entrelazado de influencias o de sonidos que nutren al disco, en definitiva tenemos a Kings Of Leon entregados al AOR más tradicional, con una fórmula pegajosa, melódicamente agradable pero rockera en el fondo y reconciliada con el éxito mundialmente radiado que lograron con aquellos dos singles de Only By The Night: ‘Sex On Fire’ y ‘Used Somebody’.
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Eso sí, sustentada en el trabajo sonoro de Markus Dravs y su repertorio de efectos, palpables en cada guitarrazo de ‘Over’ (sobre el alcoholismo de Caleb) o en toda ‘Conversation Piece’, que puede recordar a ‘Crucified Again’. Por todo el álbum corren sus marcas características: las baterías marciales pero expansivas, los bajos machacones de fondo y las guitarras suspendidas, todo procedente del The Suburbs (y visible también en Mylo Xyloto y en lo último de Florence). Y la forma de hacer colisionar y suceder todas las líneas melódicas, todas las pistas. En ‘Find Me’, que Caleb escribe en referencia a su mujer (una supermodelo), el trabajo de producción llega a un punto culminante, pero también Kings Of Leon se sacan un último rugido que sí suena personal y sí asoma como paso hacia adelante.
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Por ahí hay que seguir: vertiginosos riffs de guitarra, brillantes progresiones, vocación de estadios y un rock que se sabe deudor de los 80 y reverencia a Talking Heads, los Smiths y Joy Division. Con cuidado. Que al final te acabas poniendo el chaquetón de pluma de águila y te empiezas a dar ínfulas de Brandon Flowers. Y acabas confundiendo a Kings Of Leon con los Killers…
¿Pero no estábamos hablando de rock?
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Sí, amigos, the times they are a-changin’.