Espectáculo inmaculado el que dio Bonobo en el WiZink de Madrid, en un ambiente casi de festival y entregado a su colorismo impresionista
Un rato antes de ir hacia el WiZink Center hablaba por teléfono con Miguel López Mora a tenor de la publicación del primer disco de su proyecto con Stefan Oldsdal de Placebo y me decía que «la electrónica es el lenguaje del siglo XXI». Casi una premonición de lo que luego iba a tener ocasión, nuevamente, de comprobar. Y es que, si la electrónica es, efectivamente, la forma de comunicación más natural, aunque suene ya de origen paradójico, de la actualidad, Bonobo es uno de sus académicos. Pocos como él entienden sus capacidades y, sobre todo, sus posibilidades. A nivel expresivo, pero también a nivel estético, visual, conceptual.
Simon Green moldea el sonido y el espacio a su antojo para dibujar un espectáculo que puede estar planteado bajo unas mínimas ataduras de género, es cierto, entre el ambient, más canónico en el arranque de ‘Migration’ o en ‘Cirrus’; el house, más claro en el final que empalma con ternura ‘First Fires’ y ‘Know You’ y hondo y techno en ‘Outlier’; y el electro que destaca sobre todo en ‘Break Apart’, pero que realmente se comporta como un ente vivo capaz de adaptarse a cada atmósfera, ya sean los mantras tribales de ‘Bambro Koyo Ganda’, la jungla que proyecta la progresión ‘Kiara/Kong’ o la mismísima caverna en la que entra la recta final del bolo para prendernos a todos fuego.
No hay encorsetamiento en Bonobo, todo lo contrario. Hay absoluta libertad, un horizonte infinito de sonidos. Si en su último concierto en Madrid, en La Riviera, el que significaba su debut en nuestra capital después de quince años de trayectoria (que las cosas por aquí están cambiando ya no puede dudarlo nadie), hablaba precisamente del viaje virtual que dibujaba con su música, más medido y directo a por todas las direcciones y espacios que pueblan la ambientación de su directo, anoche, en el WiZink Center, mucho más magnificado, dibujó el camino mucho más intrincado, con más aristas y cambiando la linealidad por el músculo, en un concierto con más altibajos pero también con mayor intensidad.
Evidentemente lo paisajístico es no una inspiración, es base y es esencia, y sobre aquello sobrevuela todo lo demás. Tormentas tropicales suceden a erupciones volcánicas que no son sino la tempestad que precede y anticipa por igual una calma que pende constante como una espada de Damocles pero no termina de asimilarse nunca, y el bosque se funde con el mar. Los visuales viajan a vista de pájaro y a velocidad vertiginosa por todos esos paisajes, pero ahora, divididos en cinco planchas, encuentran su configuración final gracias a estructuras industriales intermedias de luces rotatorias.
Naturaleza artificial, o en fin alegoría de la vida misma tal y como hoy la conocemos. Pocos, repito, como Bonobo, lo escenifican de igual manera. Con una banda al servicio único de la música y de su desarrollo, que va yendo y viniendo formando diferentes configuraciones. Sam puede quedarse solo y despacharse a gusto con su faceta de dj, más machacón pero siempre sensual, o jugar a crear atmósferas sobre la batería. También añadir el piano y las guitarras, y luego los vientos (qué belleza levantan en ‘Ontario’), y acompañarse con el bajo cuando todo el conjunto está bien asentado, pero igual ir jugando con sus músicos y quedarse solo abrigado por las trompetas o un tímido piano. La jam session incendiaria en la que se funde toda la banda tras la descomunal ‘Kerala’, entre el jazz y sabores de fusión, está al alcance de pocos, poquísimos lives de su clase…
Con Szejerdene, vocalista habitual en gira y en algunos momentos de estudio, de vida a los temas vocales, y no hay mucha noticia hablando de su precisión y sentimiento, con calor tribal y cadencia de r&b. Pasa bien por voces masculinas tan reconocibles como las de Rhye o Nick Murphy, y está espectacular en ‘Towers’, rodeada de un aura casi mística.
Pero lo que hizo de verdad a este concierto especial, además de que cada uno de Bonobo lo es y la lluvia de confeti que vino con el temazo ‘We Could Forever’, fue el segundo bis, cuando Bonobo se quedó solo para culminar a los platos la catarsis, más cercano a su faceta dj set y golpeándonos con un sonido mucho más contundente, convirtiendo el WiZink en una discoteca gigante, dejando la cara B del sencillo de ‘Bambro’, ‘Samurai’, y llegando a pinchar el ‘Blurred’ de Kiasmos, que recientemente ha remezclado.
Qué recuerdos de esa noche en la que cerraba en Mondo su concierto en La Riviera. Puede que Madrid haya acabado empachada de Bonobo, si es que es eso posible, pero también puede que el empacho haya sido de uno de los mejores discos del año. Seguro que de uno de los mejores artistas de electrónica que se pueden disfrutar en la actualidad. Uno con una efectividad letal.
Fotografías: Miriam Augustin (@miriam_augustin)