El Sonorama Ribera capea como puede y con emotiva modestia la crisis de la entrada a la madurez
Domingo por la mañana. Sale el sol y no nos hemos acostado. En la entrada del camping nos encontramos con una pareja extasiada de amor que nos dice haberse conocido en el Sonorama. Nos piden abrazos, besos, y después se van a la tienda de alguno a rematar la faena.
Pues un poco esto es el Sonorama, una historia de «amor» trompiconada marcada por la improvisación y salvada por la predisposición de unos y el ánimo insistente de otros. Un affaire de verano, un preciosísimo desastre.
Era mi primera vez en el festival porque reconozco que mi circuito es otro y, aunque no cambiara mi perspectiva sobre la necesidad de apuntalar la experiencia con una mayor cantidad de bandas internacionales —este año, bien sabido el homenaje a la música española y a la propia evolución del festival, tan solo nos sorprendieron con Monarchy—, sí descubrí que el Sonorama está hecho de otra pasta mucho más subjetiva e intangible: la magia; como decía Shakespeare, el mismo material del que están hechos los sueños.
El contexto
Quizá sea reduccionista decir que es la magia del vino, pero se me entienda: el vino es humilde como el Sonorama a pesar de haber cumplido veinte agostos, el vino es tinto como la pasión de la marca España o blanco, cristalino como la honestidad de un evento que piensa más en su entorno que en sí mismo y que se nutre irremediablemente de él. En todos los aspectos de la vida lo importante es el contexto.
El Sonorama Ribera es uno de los muy pocos festivales de su tamaño en el que la producción propia y el voluntariado superan con creces a la subcontratación, y superada la primera sombra de sospecha lo que vemos es un complejo entramado de trabajo en equipo.
Pero es que es evidente. Toda Aranda se vuelca con el Sonorama. No solo se palpa en la calurosa acogida que brindan el pueblo y sus gentes a los asistentes; también en el hecho de que muchos jóvenes que ya han abandonado su punto de partida, que continúan haciendo crecer sus vidas, sus logros y sus aspiraciones fuera de Aranda de Duero, regresen a casa solo para el Sonorama, para seguir dándole a su tierra un poquito de lo que ella les ha dado a todos durante toda su vida, que ya es casi la vida del festival.
Los voluntarios trabajan solo tres días durante un máximo de cuatro horas durante los seis que dura el festival, tienen habilitada una nave en backstage con comodidades, bocadillos y bebida y se les da una cantidad ligeramente variable pero agradecida de ‘sonos’ —tokens, euros a gastar en las barras del festival—. Los voluntarios de la organización trabajan un poco más, sobre todo si surgen problemas de última hora, pero en general responden sin compromiso a mis preguntas, mantienen la sonrisa y el ánimo y garantizan que repetirían… pero es que no hace falta: la mayoría llevan siendo voluntarios cuatro, cinco, seis, ocho o más años. Sonorama es una familia.
El pueblo. La plaza del Trigo
Aranda es lo mejor del festival. Cachís de croquetas por el pueblo, lechazo para los que van más de sibaritas, mañaneo con artistas —y artistazos— en las plazas de La Sal, el Rollo, el Trigo, en el Arco de Los Pajaritos, en el Charco frente al río Duero, en la plaza de Domingo Acosta —en la que el sábado lo petaron Second— y en el Parque María Pacheco… vino y cerveza por las calles, bocadillos y pan arandino. Música por todos lados, charangas que tocan por Vetusta Morla y por Izal, los dj del Rollo o la comunión del hit indie que vivimos en el Arco de Los Pajaritos el sábado, con la gente tirándose minis del agua de la fuente y abrazándose empapada. La morcilla de Burgos y esas maravillosas bodegas donde, además de unos Ribera exquisitos y del famoso agua de fantasía, se esconde uno de los tesoros mejor guardados de Aranda: el verdejo frizziante. Con hielo está espectacular —no Matt Berninger, no has inventado nada—.
Los miembros de Art de Troya, la productora del festival, pasean por el pueblo durante todos los días del festival, saludan y atienden a la gente. Con ellos, cientos de artistas que participan de algún modo en el festival, que siempre se presta a sorpresas y sabe generar expectación. El miércoles vimos a Iván Ferreiro subirse a pinchar en uno de los bares de la plaza de La Sal a las tres de la madrugada, no se paraba de oír a la gente especulando sobre la identidad de los varios artistas sorpresa que poblaban el cartel y la plaza del Trigo asistió a algunos de los momentos más apasionantes del festival.
El viernes fueron León Benavente los que la asaltaron —literalmente— a las 3 de la tarde, y esa misma noche unos amigos se encontraron de jarana post concierto a Sidonie y les dijeron que iban a tocar el domingo en la plaza del Trigo. No podíamos faltar, pero lo que no imaginábamos es que el concierto empezara en forma de homenaje a Supersubmarina con un buen repaso a sus mejores temas en el que también participaron Jorge Martí de La Habitación Roja, Rufus T. Firefly o Mikel Izal —los tres omnipresentes durante todo el festival—… Él fue sin duda una de las comidillas de este Sonorama, pues se le vio desde el jueves rondar por el pueblo y por el recinto —incluso le vimos bastante acaramelado con Maryan Frutos de Kuve— y parecía evidente que tenía alguna sorpresa reservada. Y sí. La que acabó, además, resultando ser el momento más emotivo y mágico del festival. Izal, el sábado en el Trigo, hicieron magia sin efectos especiales.
Tarta de Cumpleaños
Pero la sorpresa que el Sonorama se reservó como gigante fue la mejor de las sorpresas. Vale que Vetusta Morla dejaron justamente su estela en Aranda toda la semana, que su nombre fue el más comentado entre la gente que especulaba sobre la identidad, especialmente, de ese artista del cartel del sábado que aparecía bajo el nombre Tarta de Cumpleaños. Vale que era justo y necesario que Vetusta estuviera en este Sonorama aniversario, aunque solo fuera en espíritu —igual que Supersubmarina, estos por motivos mucho más amargos—. Pero las velas que soplar no podían ser otras que las que encendieron Los Planetas hace casi 30 años.
Se levantó una enorme cortina mientras la gente se mordía las uñas y rezaba por la anciana tortuga, se proyectó un saludo de Supersubmarina y un repaso en imágenes a las diecinueve ediciones pasadas del Sonorama Ribera, desde aquel 1998 con solo tres grupos y 300 asistentes —«no nos recuperamos de las pérdidas hasta la sexta edición», comentaba Javier Ajenjo, director del festival, durante la rueda de prensa de inauguración— hasta este quizá excesivamente multitudinario vigésimo aniversario, y un estallido de batería desató los acordes de ‘Segundo Premio’.
Cayó la cortina, se revelaron los de Jota y el cielo se cubrió de fuegos de artificio. Qué listos empezando con una canción que habla precisamente de las expectativas. Qué finos al reconocer con tanta sutileza que allí la gente estaba por Vetusta Morla. Qué bonita una pelea amistosísima entre estas que son las dos mejores bandas de la historia de nuestro indie. Pero allí estaban Los Planetas tejiendo su conjunción astral aunque el público se empeñara en minusvalorarlo —e incluso abuchearlo; vergüenza ajena— y se marchara incapaz de comprender la narcolepsia etérea de los de Graná. Quedamos la vieja guardia, y los que quedamos disfrutamos sin duda del mejor concierto del Sonorama. Clásico tras clásico, demostraron además que los mejores temas de Zona Autónoma Permanente están a la altura de su mejor discografía. Era necesario que estuvieran, pues no hay celebración posible de nuestro orgullo musical sin Los Planetas.
Un homenaje a la música española
Y en cuanto a esta celebración, quizá faltara un poco de Movida por todos lados. Es cierto que el jueves estuvo Loquillo con un concierto que en el último cuarto fue un bombardeo de clásicos de la época, que Fangoria es literalmente la fábrica del hit y que Santiago Auserón supo desempolvar con solvencia el sábado los infalibles de Radio Futura (¿el mejor grupo español de su generación?) al abrigo de Sexy Sadie, pero también lo es que, tras Loquillo, el concierto de 20 años de Sonorama dirigido por Charlie Bautista y en el que participaron Xoel López, Izal, Kuve, León Benavente —no olvidar que Boba es el teclista de Nacho Vegas y que Tachenko estaba en el cartel; era difícil que León Benavente no aparecieran en modo alguno), Iván Ferreiro, Mikel Erentxun —que sorprendió el miércoles a la plaza del Trigo—, Niños Mutantes, Dorian, La Habitación Roja, Lichis —con un homenaje un poco gris a su descomunal Vestidos de Domingo— o Shinova —flaco favor el que le hicieron al ‘Emborracharme’ de los Lori— fue bastante flojito, con versiones que no le hacían justicia a las originales —¿una charanga pseudopsicodélica para levantar la que es a todas luces una de las mejores canciones de nuestro pop; es que nadie se atrevió a ponerle voz a ‘Saharabbey Road’? ¿y qué pasó con Love Of Lesbian? ¿no había canciones más representativas que ‘Planeador’ o es que los de Santi no lo permitieron?—, con varios errores de falta de ensayo y con excesiva fijación por los clásicos más modernillos y evidentes de nuestro indie: si no escuché unas 15 veces el ‘A Cualquier Otra Parte’ de Dorian —faltó solo la que no pudieron hacer ellos al fallar el sonido de su bolo y tener que abandonarlo— y el ‘Que No’ de Deluxe, no las escuché ninguna y fue todo una manía obsesiva de mi cabeza.
Un sonido mejorable…
Y bueno, vamos a lo importante… la música. Y es que se me hace imposible no dar un pequeño toque de atención al respecto de la calidad de sonido en ambos escenarios principales. Se puede aceptar lo de Dorian, aunque ya cueste imaginar que sea imposible reanudar un concierto por un fallo técnico, pero se repitieron en menor medida en Lori Meyers o en Los Planetas, y en varios conciertos de cabezas de cartel, lo que es una pena en un festival de estas características y con esta trayectoria. Si sumamos esto a que, por ejemplo, Lori no tuvieron una de sus noches más inspiradas y se les veía un poco dormidos e inactivos o al descontrol generalizado que rodeó todo el bolo de Sidonie —mucho, muchísimo mejores el domingo levantando a la plaza del Trigo, bendito lugar—, acabamos con un saldo bastante negativo para los grandes nombres del cartel… Izal, repito, los arrolló a todos en la plaza del Trigo.
Mejor estuvo Leiva. También bajo pero mejor, y es que es difícil no estarlo con una banda tan descomunal, a la que se unieron su hermano de Sidecars y Sidonie para el clímax. Eso sí, su carrera va perdiendo enteros según avanzan los discos, su pose desentendida ya nos pilla a todos confesados y la sombra de Pereza es cada vez más alargada —cómo sonó ‘Animales’; qué pedazo de tema es ‘Lady Madrid’—. Que queremos una reunión ya, Leiva, YA. La pagamos al precio de Oasis…
Amaral no falló porque no sabe dar malos conciertos, aunque también estuviera lastrado el suyo por un sonido demasiado compactado. Con todo, supo teñir la noche y todo su propio hatillo de éxitos de la oscuridad brillante de Nocturnal con una inmejorable sobriedad, con tablas de maestros y con un caramelo que se deshace por igual en todos los oídos.
Lo mismo que Xoel López, pero en su caso sufriendo más por los avatares de la hora a la que le tocó actuar, rondando las dos de la mañana —decir que desde el primer momento del festival todo fue acabalgando un ligero retraso que llegó a dilatarse hasta los 45 minutos, lo que estuvo bien para los que agradecen ir sin tantas prisas a los sitios y que el camping se convierta en un after todas las mañanas, pero no tanto para los que querían organizarse—. Adoptó un registro más rockero y no soltó ‘Que No’ de inicio como nos tiene acostumbrados para ir relajando su concierto y dejar que vaya calando su dinámica de cantautor, sino que la reservó para una posición final en un show más ascendente. Pero el problema es que quizá la mejor discografía de Xoel y la faceta en la que probablemente se sienta más cómodo es la de cantautor, y tiene demasiados temas relativos a ella, tantos que no puede renunciar a todos —se dejó por el camino ‘Patagonia’… dolor—, así que además hubo demasiadas interrupciones para ese discurso de rock que se quedó en un entre dos tierras insuficiente para consagrarlo como una de las mejores noches de Xoel.
Enric Montefusco cumplió como siempre con su estilo reconvertido en verbena popular y con el indiscutible savoir faire de su banda, pero es evidente que cuando más voces arrastra es cuando ataca los clasicazos de Standstill, como ‘Adelante Bonaparte’. Además, su numerito acústico del final, ya una costumbre en la gira de presentación de su aventura en solitario Meridiana, quedó un poco deslucido por la incapacidad de enchufar unos pequeños micros al violín y a la trompeta.
Y una pena también que el concierto más grande que tuvieron Rufus T. Firefly, que están lindando la confirmación y el salto definitivo a la primera línea, fuera el de apertura en el camping el miércoles, que sonó bastante deficiente y quedó eclipsado por el de unos correctos y juerguistas Varry Brava. Repitieron en un showcase y en la plaza de Santa Catalina, donde me cuentan que estuvieron mejor, pero nos quedamos pendientes de algo más espectacular para el año que viene… yo personalmente me esperaba Trigo y al final resultó que no. Otra vez será.
Lo mejor
A parte de lo de Izal en el Trigo —¿cuantas veces lo he dicho? ¿tres? pocas son…—, el Sonorama nos ha dejado otros momentos inolvidables y varias confirmaciones.
La más importante es la de Viva Suecia. Enorme banda, arrasando las tardes festivaleras de este 2017, los murcianos han conseguido encontrar con inteligencia, delicadeza y visión de futuro el punto aristotélico de la coctelera del indie nacional y, ahora que suena en la radio comercial, continúan navegando en la frontera con destreza de almirante. Si Los Planetas y Vetusta Morla tuvieran algo que ver sería Viva Suecia. El año que viene, doblete con noche y plaza del Trigo. Allí, que se eleven sus dibujos de guitarras afiladas y expansivas y su épica rítmica, esas que dan olor de victoria a temazos incontestables como ‘Hemos Ganado Tiempo’, ‘El Nudo y La Esperanza’ o ‘Bien Por Ti’.
Pero también enormes son Kitai, que desplegaron su descabellada oscuridad histérica saliendo al escenario de madrugada cubiertos solo con un calcetín en la polla. Alex se pasó medio concierto entre el público, pero lo más brutal de todo fue que Deivhook también, montando su batería sobre una especie de sedia gestatoria…
El Langui sorprendió con un show divertido auspiciado por una buena colección de samples de diversísimos estilos, desde el rock de estadios a los clásicos del hip hop de la vieja escuela de Los Angeles.
Y muy destacables el concierto de Apartamentos Acapulco —enorme futuro aplicando las armonías femeninas a la sonoridad ensoñada de Los Planetas— en la plaza de La Sal el viernes y la que liaron The Royal Flash en la carpa Circo Meeting Arts, una descarga de rock sin complejos.
Aunque para descarga, la de Berri Txarrak, arrolladores y precisos con su punk rock contestatario y reivindicativo y un sonido contundentísimo.
En cuanto a la electrónica, nos quedamos con la pedazo de noche que nos dieron Virginia Díaz —desde aquí confieso mi amor absoluto—, Eva Amaral y Xavi B y We Are Not Dj’s el jueves en el escenario Burgos Origen y Destino. Ni nos enteramos de quien se bajaba y se subía del escenario o cuando, solo podíamos bailar con los tobillos incendiados en llamas con una selección de clasicazos disco funk escuela Moroder entrelazados con hits indies y temazos de rabiosa actualidad como el ‘Humble’ de Kendrick Lamar. Un fiestón y, sobre todo, una buena muestra de cultura musical por parte de los responsables.
Y, cómo no, con el templo del hedonismo que levantó La Casa Azul, que a mi me dislocó la cadera y los pies al ritmo de ese nuevo clásico que es ‘Podría Ser Peor’, del hit ‘Superguay’ o del tour de force de sonidos de vuelta al mundo que es ‘La Fiesta Universal’. Para el final, con ‘Hoy Me Has Dicho Hola Por Primera Vez’ y la eterna y líricamente poderosa ‘La Revolución Sexual’, estaba completamente rendido, entregado al placer por el placer… «Va a suceder el verano del amor, va a suceder la revolución sexual». Bravo por uno de los grupos filosofales de nuestro país y por uno de los mejores conciertos de este Sonorama.
El camping y temas de producción
Poco que decir… relativamente cómodo aunque las duchas renunciaran a la intimidad y a pesar de la nube de polvo que se fue levantando conforme pasaban los días, y que el domingo empezaba a resultar insoportable.
Muy interesante la idea de tener allí un escenario para amenizar el momento punto de control que representa la zona de acampada entre el día en el pueblo y la noche en el recinto; de la jornada del domingo nos quedamos sin duda con la sensibilidad escacharrada de Rusos Blancos y con la enorme solvencia de Nunatak, una de las bandas más interesantes de nuestra armada indie actual —de Camela ni hablo, que fue un poco despropósito con sonido de lata, vendiendo camisetas y dando charlas eternas mientras decían que no tenían tiempo…—.
Sin embargo, y sumándose a otros ligeros fallos de producción que seguramente tengan que ver con la enorme afluencia de público, que se le fue de las manos a la organización en varios momentos, el domingo la cafetería estaba ya bajo mínimos y en reserva, y lo de que en esas circunstancias no devuelvan los ‘sonos’ en dinero queda un poco feo.
Hablaba de problemas de producción, y es que el jueves las colas para recoger la pulsera se hicieron incontrolables… el miércoles estaba habilitado un puesto de canje en el camping, pero no todos llegaron el miércoles, y a la prensa no se nos permitía hacerlo entonces… teníamos que ir a la mañana siguiente al recinto, cuando ya teníamos la pulsera VIP puesta que se nos entregaba en la rueda de prensa.
Algo incomprensible, pero nada en comparación con lo que se vería el jueves: el puesto de canje del camping se deshabilitó, y la gente llegaba cargada de cosas sin poder entrar en la zona de acampada. Un amigo se quedaba con las cosas, los otros iban a por las pulseras pero todavía quedaban sin pulsera los que se habían quedado… un caos. «No previmos que la gente llegara en masa el jueves, que normalmente era un día flojo para el festival», diría Javier Ayuso en la rueda de prensa del sábado en el recinto. «No estábamos preparados». Y evidentemente no lo estaban. Tan solo una caseta con cuatro o cinco personas para atender a unas 40.000.
Este año la afluencia ha sido atroz, tanto que el domingo aún estaba a tope y el lunes seguía quedando una gran parte de los asistentes. Se ha batido un récord con 75.000 personas, pero surgen dudas razonables sobre lo adecuado de un recinto que este año ha quedado en evidencia por su pequeño tamaño, que necesita un ampliación importante para seguir creciendo. El tránsito entre los dos escenarios principales podía llegar a resultar bastante agobiante, y las colas en barras y puestos de recarga eran a veces interminables, incluso en la zona VIP, lo que habla de una situación cercana al overbooking.
En cualquier caso, los imprevistos se fueron solventando sobre la marcha con relativa solvencia y el festival retuvo su magia natural, una que sigue pareciendo única… que se mueve entre la modestia y la honestidad, que brilla con la humildad de los trabajadores, de las hormiguitas del indie. Un festival en el que la energía fluye de forma diferente.
Por muchos años más Sonorama. Bandalismo brinda por vosotros, pero brinda más por el amor con el que trabajáis.
Fotos: Diego Santamaría, Rodrigo Mena.