Arcade Fire son la mejor banda de la Tierra. Y punto. Podría hacer referencia a una pila de artículos que opinan esto mismo para reforzar mi humilde opinión pero estoy tan absolutamente convencido de lo que digo que, mire usted, voy a preferir pasar. Sí; no hay banda igual a la troupé de trovadores y juglares canadiense. Desde que empezaron no han hecho más que expandirse, que crecer, que ir absorbiendo sonidos (y artistas asociados a ellos) y que firmar discos siempre sobresalientes con los que han conquistado a propios y a ajenos hasta el punto de ganar un Grammy (The Suburbs, 2010) a Mejor Álbum del Año a expensas de la escena alternativa a la que representan con orgullo —y del mundo en general: batieron a Lady Gaga, Eminem y Katy Perry—. Arcade Fire son una excepción maravillosa.
Empezaron convirtiendo la música popular en una algarabía barroca, ominosa y orquestal y han transitado por el pop, el rock, el punk, la new wave, el post-rock, el waltz, la electrónica, el funk, el blues, el folk y todos los senderos que a cualquiera con una partitura y un instrumento le de por transitar. Siempre con una destreza envidiable y magistral y siempre originales y fieles a su modo de hacer las cosas. Siempre a su manera, que siempre es la mejor de las maneras. Arcade Fire se incendian desde dentro con la energía, la rabia y el poder de una bestia desatada y golpean con sinceridad y directos al cerebro y al alma. La ambivalencia que transmiten, lejos de ser un hándicap para hacerles digeribles, se acaba sintetizando en un polimorfismo capaz de atacarlo absolutamente todo: el ying y el yang copulan por igual dentro de la misma esfera; las partes, extremadas, radicalizadas, se unen formando un todo perfecto. Arcade Fire lo tienen todo. Todo lo que necesita una banda, todo lo que necesita un disco, todo lo que necesita una gira, todo lo que necesita una canción; también todo lo que necesita un oyente, también todo lo que necesita la música para seguir dando pasos hacia delante.
Arcade Fire son hoy, quizá sin saberlo y sin haber alcanzado esa posición de forma consciente, una de las bandas más influyentes tanto a nivel estilístico como de sonido y de recursos. ‘Hacerse un Reflektor‘ no tendría sentido si, después de este magnífico álbum, no hubieran sacado Belle & Sebastian su Girls In Peacetime Want To Dance o hasta nuestros Manel su reciente Jo Competeixo, por citar un par de ejemplos.
Así que me propongo aquí desglosar su significancia en diez facetas que les hacen ser superiores a los demás y les sitúan a la cabeza de los músicos de su generación. Cada faceta irá asociada a un tema clave de su discografía, pero por este tránsito nos acompañarán otras grandes canciones que son fundamentales para entender su sonido y algunas actuaciones en directo bastante especiales. Bienvenidos a la iglesia del nuevo mundo. Desde aquí se radiarán, por apocalíptica megafonía y con flema y grandilocuencia, los nuevos mandamientos. Aquellos llamados a destruir la cultura de la posmodernidad.
1. Sus whoa-oh!: ‘Wake Up’
En Arcade Fire los ciclos van cerrándose solos. Y ‘Wake Up’ es, en fin, la esencia de Arcade Fire. Probablemente todas las razones que vengan a continuación estén representadas a su modo en este colosal himno generacional que supone a la vez tantos principios como finales. Fue el último sencillo de Funeral pero su primer gran éxito, ha terminado por cerrar todos sus conciertos y sigue siendo la primera canción de cualquiera que se acerca. Principios y finales. Con ‘Wake Up’ se despertó el gigante al amparo de David Bowie, que acaba de desembarcar en el límite de su ocaso. El ying y el yang. Un todo perfecto.
La liberación máxima de un mundo de ataduras fijas reducida al sencillo hecho de gritar. Gritar tan fuerte y tan alto como puedas. Para que te oigan. Gritar. Y hacer patente como modelo filosófico válido la rebeldía juvenil. Soñar, sí, pero despierto, con los ojos bien abiertos, sin cerrarlos nunca. «Children, wake up. Hold your mistake up before they turn the summer into dust. If the children don’t grow up, our bodies get biggers but our hearts get torned up. We’re just a million little gods causing rainstorms, turning every good thing to rush».
Butler invita a la unidad del grito, a la catarsis mesiánica, al whoa-oh, a desgañitarse. La épica escurriéndose a trompicones por la garganta. El incendio. Y demostrar que a veces la mejor forma de resumir toda una vida de ideas es crear un solo concepto. Certero. Real aún incomprensible. Y allí, en la unidad del grito, ocultan Arcade Fire la esencia de lo que son; lo entenderás mientras comulgas. Todo para empezar por aquí pero para haber entendido que volverás, que con ‘Wake Up’ ya estaba todo dicho.
2. Su capacidad para sintetizar influencias y para entramar estilos: ‘Ready To Start’
Funeral apela a la rebelión juvenil y al amor adolescente; Neon Bible supone la madurez de esas ideas y se lanza a superar su imposibilidad desde el escapismo, desde la necesidad del individuo de huir de todo aquello que lo ata en contra de su irracionalmente sumisa voluntad. Musicalmente, ambos representan la faceta barroca, preciosista, sinfónica, engolada y más incendiaria. Con The Suburbs, en 2010, y con la entrada definitiva del productor Markus Dravs en el centro de operaciones de la banda de Montreal, se da un paso adelante en cuanto al envoltorio. Si la transición entre los dos primeros discos es conceptual, la que existe hacia esta tercera referencia es sonora y más profunda. Arcade Fire están «listos para empezar» a conquistar a las masas y desnudan su barroquismo y abandonan sus excesos orquestales. ‘Wake Up’ era la piedra angular, la piedra filosofal; ‘Ready To Start’ es la puerta y el nuevo principio —de hecho es su primer éxito en Billboard y masivamente radiado—.
Y en ella está también la declaración de intenciones de estos Arcade Fire renovados. Los que siguen sonando gigantes y expansivos aunque se comporten más como una banda de rock tradicional, los que agudizan su facilidad para trazar melodías fabulosas sin renunciar al lirismo y al compromiso con su concepto, que experimenta un cierto retroceso hacia delante aportando al ansia combativa y pasional de la posadolescencia un nuevo contexto social que hace más necesario el compromiso y no tanto la fuga. Estos nuevos Arcade Fire parecen estar más en la Tierra y consiguen mantener su autenticidad renunciando precisamente a ese sonido tan de viento y madera —que en ‘Rococo’ se mantiene, no son tan radicales— y acogiéndose a un ruidismo controlado, a la programación electrónica, a la elaboración y a la delicadeza de la masterización.
Todo a través de seguir fidelizados con su idea de hacer música, trazando recorridos incomprensibles entre sus cientos de bandas y artistas de referencia. Chris Martin llegó a comentar que Win Butler le comentó una vez que trabajar con Markus Dravs le llevaría a desarrollar los límites de su horizonte artístico. Y así formamos un crisol en el que el productor alemán, discípulo directo de Brian Eno y que venía de producir a Björk —y a los propios Coldplay de Viva La Vida apoyando al maestro británico—, se acaba convirtiendo en el productor principal de Mylo Xyloto, y del Sigh No More de Mumford & Sons y el sofomoro de The Maccabees, y recientemente del How Big, How Blue, How Beautiful de Florence + The Machine.
Mientras tanto, Richard Reed Parry, el multinstrumentista más reputado de la banda, sigue su camino paralelo y conecta a Arcade Fire con la gran familia de músicos alternativos, conectados con las raíces de la música americana, que se extiende desde Montreal a Wisconsin y pasa por Michigan, Illinois, Ohio, Vermont o Nueva York. A ella (la llamaremos The National Family a partir de ahora) pertenecen los hermanos Dessner de The National, Sufjan Stevens, Sharon Van Etten, Little Scream o Bon Iver.
Y es que en ‘Ready To Start’ se ve tanto la aportación de los Clash y el post-punk de U2 y otros grupos de la época producidos por Brian Eno como la síntesis de todos los estilos de pop de los 80: la new wave es, al final, uno de los filones más socorridos de los canadienses —con The Cure o Talking Heads—, hasta el punto de versionar Tears For Fears la susodicha canción, los ya mencionados episodios estelares de David Bowie y Peter Gabriel y la aparición de David Byrne en el bonus track ‘Speaking In Tongues’.
Sí. Arcade Fire son pasado, presente y futuro. Son casi un género en sí mismos y son fundamentales para entender el desarrollo de la actualidad musical. Así de buenos son. No les requiere esfuerzo alguno, no saben hacer otra cosa más que homenajes a la música en todas sus dimensiones y vertientes, desde lo clásico a lo contemporáneo, desde lo orgánico a lo electrónico, desde lo ácido a lo melódico, de la épica a la desnudez. La última gran baldosa amarilla.
3. Su épica circense: ‘No Cars Go’
Antes he hablado de la naturaleza de ‘Wake Up’ como principio y fin de todo Arcade Fire: la materia prima estaba, no la han ido aprendiendo durante su trayectoria; son buenos desde el primer día, desde antes incluso de coger un instrumento.
‘No Cars Go’ aparecía ya en el primer EP homónimo de la banda (de 2003) y era en parte una canción-proyecto del excomponente Brendan Reed, que trabajaba con numerosos grupos de la escena de Montreal y era un enamorado de Broken Social Scene, de los que bebe la versión demo de este temazo que ha sonado hasta en los anuncios de la Champions League. También he dicho que, para Butler, el valor más importante que les ha aportado trabajar con Dravs —quizá el mejor productor de la actualidad— es la capacidad de desarrollo de sus horizontes musicales. Pues sí. Un productor bueno y gastarse la caja hecha con un debut exitoso en mejorar el sonido se nota, y mucho. ‘No Cars Go’ se regrabó para Neon Bible y no puede sonar mejor. Hace poco apareció un vídeo de la banda tocándola en 2003, para que nos hagamos una idea de la evolución, del pulido.
En esta algarabía un poco chatarrera muestran Arcade Fire su cara más orgánica y demuestran su gusto por lo tradicional, por lo hecho a mano, por lo acústico y lo natural; una faceta que ya manejan desde el principio pero que alcanza aquí una de sus expresiones más perfectas (también en ‘Crown Of Love’ o ‘In The Backseat’ de Funeral, pero ésta es la que nos ocupa). Épica circense, de troupe gitana que se dedica a recorrer los pueblos y sus fiestas para hacer bailar hasta a los abuelitos («old folks, let’s go», grita Butler), una orgía de vientos y cuerdas, coros masculinos. En ‘No Cars Go’ todo es ascendente y festivo, todo es pompa sin excesos o barroquismo sin pretensiones. Orgánico. Con una enorme apariencia de desenchufado. Por eso no desentonan ni en un festival ni en una boda ni en una entrega de premios ni en el descanso de un partido de baloncesto ni en una sala pequeña ni en el Madison Square Garden ni en unas fiestas de pueblo ni en un carnaval haitiano ni con las bandas callejeras de Nueva Orleans ni a la salida del metro.
4. Su constante capacidad renovadora: ‘Reflektor’
El cuarto disco de Arcade Fire es algo así como una buena hostia en toda la cara: pocos hubieran dicho que la forma de suceder el enorme éxito de The Suburbs sería acometer un cambio tan radical como el que supone Reflektor. El tema homónimo funcionó como primer single y venía tras una también revolucionaria campaña de marketing de guerrilla y con el visto bueno de David Bowie, que se metió con ellos en el estudio para grabar unas líneas hacia el final de la canción y bromeó con la posibilidad de robársela; lo habían vuelto a hacer, lo estaban volviendo a hacer. La enésima transformación de Arcade Fire, su enésima faz, esta vez asociándose con James Murphy, el ideólogo de LCD Soundsystem y de la DFA. Vestirse de electrónica, conseguir un sonido gordo, profundo y amenazador, irse al funk y a los calipsos, a ritmos tropicales y a la hipersaturación de los sintes ochenteros, traer ecos de Prince y de Dire Straits, de Blondie y de New Order y sumarse a un carnaval o a cualquier jarana allá por donde van son más razones —y ya hay de largo suficientes— para encumbrarles.
‘Reflektor’ concentra aunque jugando un poco al despiste todas las excentricidades de estos Arcade Fire que no son sino el producto del mirarse en un espejo: un reflejo algo diabólico, poseído por la pulsión bailable de un ritmo infeccioso y empapado en purpurina; una sombra a la que solo da cuerpo una envoltura de cristales. Y transformar todo su repertorio a este nuevo sonido electrónico y mecido por ecos industriales para recrearse en su grandeza con el colosal Reflektor Tour podría ser otra razón más. El tema es burbujeante, seductor, acuoso, ensoñado en sí mismo, explosivo e implosivo a la vez, y está trazado por una producción excelsa que le da la intensidad justa, sin excesos pero adoptando la apariencia de un exceso permanente, de una completa ida de olla. Bravo por el temazo, pero bravo sobre todo por seguir sobresalientes tras tamaña reinvención.
5. Su despliegue técnico, vocal, instrumental: ‘My Body Is A Cage’
Estudiar las distintas alineaciones de Arcade Fire en directo y los créditos de sus temas en estudio podría dar para tesis doctoral. Todos lo tocan todo. Todos son capaces de mezclar y de producir. Todos tienen formación clásica y todos son ávidos conocedores e intérpretes de la música popular. Y todos dominan a la perfección el lenguaje de la música en todas sus vertientes y formas.
Sobre sus escenarios y dentro de sus estudios (me da igual un piso, un garaje, una iglesia reformada, unos estudios formales o una mansión apartada en las costas de Jamaica) se encuentran disponibles guitarras eléctricas y guitarras acústicas, bajos y contrabajos, sintetizadores de programación, máquinas multiefectos, panderetas, tambores, baterías a pares, metalófonos y marimbas, congas, violines, acordeones, zanfoñas, clavicordios y clavicémbalos, micrófonos, pianos, teclados y hasta una sección de viento metal. Todo esto cuando no les da por hacer una canción con un ukelele, el sonido de las páginas de una revista al ser arrancadas como beat y golpes en la pared haciendo de bombo. A todo esto se suma la potencia de Win Butler a la voz cantante, que se comporta como un predicador moderno y adopta un tono casi mesiánico que invita a creer. Nunca suena desganado, siempre suena comprometido. Con lo que canta, con lo que dice, con cómo lo canta y cómo lo dice. Tras él, la banda, militarizada a los coros, conformando por inercia un torrente melódico siempre deliciosamiente dibujado.
‘My Body Is A Cage’, elevada a la leyenda por Peter Gabriel como ya hiciera David Bowie con ‘Wake Up’, ilustra esta virtud a la perfección (ver el warm-up vocal antes de los conciertos con este tema a capella da escalofríos), pero bien podría hacerlo cualquier otra de su discografía porque, al final, esta expansividad emocional y apoteósica es un sino de Arcade Fire. Y esto no es una canción. Es una misa, es un incendio, una explosión. Es una cárcel y es un aullido. Es un recital en una lengua muerta resucitada para la ocasión. Es un hombre de Vitrubio y una ecuación irresoluble. Es canto pero no es canción. Es más. Siempre más. Es mi mente sosteniendo la llave. Es un espíritu libre de un cuerpo liberado. Es grito y es tormenta. Es la expresión de la invencibilidad y la súplica del genuflexo. Es una elegía, una oda, un himno. Es épica sin conquista. Es conquista interior. Es un océano en un segundo, son 1000 años metidos en un centímetro de corazón. Es sangre que se derrama por los cuatro costados. No es canción. Suena. Pequeña y sutil. Gigante y ominosa. Sueña. No es canción. Es el primer mandamiento de una nueva religión.
Es pop sin instrumentación pop, es electricidad desenchufada, es un cruce temporal y un engendro de sonidos, es Bach, Handel y Wagner tomándose un café con Lennon, McCartney, Bono y el Merrit de los Magnetic Fields en el expreso del tiempo. Es un género nuevo que podría haberse hecho hace 400 años. Y si Beethoven o Mozart levantaran la cabeza y escucharan este ejercicio no podrían más que derramar lágrimas de frustración por no poder comprenderlo, por no poder haber vivido en esa era que grita tu nombre en la oscuridad de la noche y que llama a tu puerta para desaparecer cuando te decides a abrirla. Por no haber vivido en la era de Arcade Fire.
6. Su facilidad rítmica, su facilidad pop: ‘Keep The Car Running’
Igual que Neil Young representa musicalmente a las principales generaciones perdidas de Canadá, Bruce Springsteen lo hace con EEUU; y Arcade Fire pretenden hacerlo con la posmodernidad. Erigidos como una especie de nueva iglesia musical, desde su posición comprometida lanzan mensajes de escapismo, de cambio y de rebelión, pero del mismo modo trabajan sobre su música con una vocación masiva y fácilmente digerible.
Los dos músicos de arriba resultan también ser influencias básicas para los canadienses, que en algún momento quisieron ser como Springsteen, como Elvis, como aquellas grandes estrellas de rock que nunca renunciaron a sonar en la radio ni a convertirse en ídolos generacionales. Para los canadienses o para Butler, que ha llegado a decir al respecto, increpado por sus intentos de parecerse a los mentados, «soy súper idiota porque he tocado con David Bowie; Bruce Springsteen quiere versionar mis canciones porque soy así de idiota. A ver si es que no soy tan idiota… soy una jodida estrella de rock».
Pues a través de The Boss me vengo a ‘Keep The Car Running’, uno de los mejores temas de Arcade Fire, sin duda. La apertura de Neon Bible es un Springsteen en toda regla, un particular ‘Dancing In The Dark’, pero sobre todo es una pildorita maravillosa que encierra todo el concepto sobre el que versaba Born In The USA. Rock para las masas pero rock bien hecho, con mensaje y envuelto en el terciopelo del pop. La megabanda de Montreal también hace canciones fáciles, también sabe quienes eran los Beatles (y se les ha llegado a ir la pinza como a ellos; unos hicieron ‘Helter Skelter’ y los otros ‘Awful Sound (Oh Eurydice)’) y también puede hacer genialidades con un ritmo rockabilly y dos acordes de ukelele.
La cosa es que para una banda tan grandilocuente, tan expansiva es impresionante poder sonar tan sincera y completa sin apenas artificio. Buenas letras, cantadas con pasión, alternando el susurro y el grito, melodías pegadizas, una armonía siempre agradable, ritmos familiares, una ejecución contenida que sabe administrar su intensidad y que hace de los matices sonoros la verdadera esencia de su pegada. Espontaneidad. Calidez. La que se ve en ‘Une Année Sans Lumiere’. O en ‘(Antichrist Television Blues)’, otro guiño a Springsteen y otro temazo incontestable (también de Neon Bible, para un servidor mejor disco de Arcade Fire y de su década). Los estallidos vienen desde dentro, la partitura está escrita en las neuronas que activarán los músculos encargados de aporrear cada instrumento.
En The Suburbs se descargaron de pop. Lo que hasta entonces eran solo retazos, en el disco de los tejados paso a ser hilo conductor, y canciones como ‘We Used To Wait’, ‘City With No Children’ o ‘The Suburbs’ completan a la perfección esta faceta, a la que regresan de la manera más desnuda posible en ‘Crucified Again’, joyita de The Reflektor Tapes.
7. Su espíritu levantista, revolucionario, reaccionario: ‘Rebellion (Lies)’
Ya ha quedado dicho: Arcade Fire son una nueva iglesia, o de esa pompa se rodean; una banda de trovadores y juglares, de cuentacuentos, de trotamundos y de propagandistas comandada por un Butler con aires de predicador moderno, de nuevo Mesías; un circo con esquema de familia en perfecta dictadura. Win vomita las palabras, escupe su mensaje desde las profundidades de una garganta rota y conmueve, despierta. El arte de la provocación de los griegos, del carnaval bachtiniano, de Bertol Brecht.
Hoy, ya bien pasados los 10 años, Arcade Fire dominan la escena alternativa con puño de hierro, como hace Butler con su banda; de ahí, seguramente, su espíritu levantista: viven en la tensión de todos los frentes, contra el mundo, contra el destino, contra las normas, contra los estereotipos, contra sus instrumentos, contra su público y contra sí mismos. «Elvis se me apareció en sueños y me dijo que si queríamos triunfar como banda teníamos que ensayar 37 horas a la semana… y funcionó», revela el líder —nótese el regustillo sectario del término— en The Reflektor Tapes. Maneja su tinglado como el que maneja una colectivización socialista, un koljoz. Y es deudor de la ambición. Para Arcade Fire, la música actúa con pureza como elemento confrontador y unificador, demuestra su fuerza como sujeto tensionador entre las emociones más radicales y extremas. Extremar la desunión puede llegar a ser la mejor forma de arraigo comunitario. Una forma de violencia solidaria. Un mensaje de unidad desde el autorrefuerzo de la individualidad.
‘Rebellion’ lo ejemplifica de forma certera, invitando a creer en el poder del yo, haciendo hincapié en que la única forma verdadera de soñar es despierto, con la acción por delante. «Sleeping is giving in, no matter what the time is». Dormirse es rendirse, es sucumbir a la ficción. Cada vez que cierras los ojos, mentiras. La única forma de caminar hacia delante es con los ojos bien abiertos y el puño levantado, sujetando el corazón. La única manera de hacer la rebelión.
8. Su lirismo mágico: ‘Afterlife’
Las canciones de Arcade Fire encierran conceptos. No sólo en cuanto a sonoridad sino también bajo el prisma de lo ético y lo filosófico. Con sus letras, de las que es responsable mayoritariamente Win Butler, construyen paisajes, narran vidas tan personales como corrientes, se acercan a los grandes problemas universales y generan un abanico de potentísimas imágenes que se fijan con facilidad y levantan todo un ecosistema en pequeñito. El mundo de Arcade Fire, ese que se comporta como un adolescente en la brecha sumido en el caos de un mundo apocalíptico del que sólo es posible escapar. Los canadienses se atreven incluso a seguir a Kierkegaard en la reflexión sobre la carencia de pasión de la época en la que viven, cada uno la suya. «Una época que despega en un momento hacia el entusiasmo solo para caer de nuevo en la indolencia».
A veces las letras de los canadienses se quedan en una sucesión de tópicos, como en ‘In The Backseat’ o en ‘We Used To Wait’ —que sin embargo están rodeadas de un aparataje instrumental megalítico—; otras, incluso parecen meramente insustanciales, una broma de sí mismos, como en ‘Flashbulb Eyes’. Y en algún caso alcanzan la profundidad de un túnel sin salida, de un enorme pozo sin fondo.
Aquí, en ‘Afterlife’, se preguntan sobre el destino del amor cuando se marcha, sobre si este tiene arreglo aunque sea a gritos y sobre el sentido de la vida, y dan toda una sarta de referencias a la muerte en dos concepciones tan opositadas como la occidental tradicional y la katrínico-festiva que tanto les marcó en su estancia en Jamaica y Haití, en busca de los orígenes culturales de Régine Chassange, alma femenina de Arcade Fire. Todo enarbolado sobre una reinterpretación del ‘Temptation’ de New Order pasado por el filtro de los Blondie de ‘Heart Of Glass’. Más evidencias del crisol estilístico de los canadienses. Como sus vídeos musicales, siempre vanguardistas. La siguiente perla, dirigida por Spyke Jonze y filmada en plano secuencia, ganó el YouTube VideoMusic Award y todavía hoy me resisto a desvelar el final: sigue resultando igual de estimulante con cada visionado.
9. Su preciosismo barroco, su riqueza sonora: ‘Neighborhood #1 (Tunnels)’
Arcade Fire no saben hacer malas canciones. Las hay mejores y peores, y podría hablarse de ausencia de hits claros o de exceso de ellos, pero nunca malas canciones. Con sus caras B se puede hacer un disco por el que muchos matarían. La orquesta de fuego está rendida de forma sublime a la melodía.
Ya desde Funeral, los canadienses elaboran un discurso destartalado, caótico, rústico. Como el empaquetado del disco, que así mantiene Merge Records. Eran una banda de folclore del pueblo, hacían chanson française, usaban guitarras ruidosas y violines, baterías y acordeones y mezclaban el barroquismo con el punk. Cantaban a la insolencia juvenil, a la libertad, a aceptar que se yerra y se volverá a errar, y se desenvolvían en una algarabía musical donde se fusionan la marcialidad de los ritmos ochenteros, el ruido de las guitarras noventeras, la ardiente delicadeza de las secciones de cuerda, el pulso bailable del disco y la cadencia emotiva del waltz. Pop fácil magníficamente realizado y de minuciosa factura, modernista, plateresco; melodías irresistiblemente trepanadas, la versatilidad de una orquesta de rock.
Y lo siguen haciendo. Siguen sonando, siempre, preciosos. Obsesivos con los detalles, con la lluvias de armonía, con los destellos de unas melodías que brillan bajo cualquier prisma de luz. Como decía Spinoza: «sub specie aeternitatis», bajo el ángulo de la eternidad.
10. Su directo arrollador: ‘Month Of May’
He dejado lo mejor para el final. La razón definitiva, después de todas las razones, por la que Arcade Fire es, al menos y según muchos medios, la mejor banda en directo del mundo.
No es ‘Month Of May’, temazo meramente testimonial, pero me sirve para explorar esta faceta. Y es que Arcade Fire tienen el sonido, tienen la técnica y tienen un concepto desarrollado tanto a nivel lírico y filosófico como estético y formal, pero no es eso lo que les hace sobresalir. Es su arrolladora energía, son los cojones y las gargantas, son el sudor, la sangre y el amor por su trabajo. Un trabajo que realizan con la disciplina que los padres transmiten a sus hijos sobre los valores del esfuerzo y el espectáculo en las familias de tradición circense. Win Butler, ese predicador baloncestista de dos metros, comanda el grupo con mano de hierro, somete a sus camaradas a abusivos ensayos e implanta rutinas de concentración que estresan hasta el punto de generar ambientes de tensión en los que hasta Bowie se ha sentido amenazado ante un personaje, según él, «tan intenso como Trent Reznor». El tránsito de energía entre todas las partes que conforman a los de Montreal es palpable y, en directo, hasta brilla y cobra forma física. La tensión, la provocación, la batalla, el rugido.
‘Month Of May’ es solo la puntita, una demostración de la agresividad rockera en que pueden llegar a moverse Arcade Fire. Pasándose por los Clash y por los Ramones, por Iggy Pop, por Neil Young y los Sonic Youth. Haciendo odas al mal comportamiento y con el ruido por bandera. El arrojo, la violencia. Butler ha expuesto en varias ocasiones su parecer acerca de los conciertos: confrontaciones entre su banda y el público, al que «coge del cuello y zarandea», del que busca una respuesta enfervorecida y al que azota sin piedad. ‘Neighborhood #3 (Power Out)’ representa esta faceta, esa liberación de endorfina y adrenalina, esa actitud punk y destructiva —«I woke up into the night, I went out to pick a fight with anyone», dice la canción—, ese empoderamiento irracional en el que todos los elementos se abandonan a una vorágine caótica de la que al final se deduce un racionalismo controlado. Es casi kandinskyano; la belleza emergida del caos.
La oscuridad también les acompaña para generar esta tensión, como lo hacía la sombra de Lou Reed con la Velvet Underground: la segunda parte de ‘Black Wave/Bad Vibrations’, ese ‘Abraham’s Daughter’ para Los Juegos del Hambre (temática que comparte con la anterior), una versión desnuda y apocalíptica del ‘Guns Of Brixton’ de The Clash. Con The Suburbs quisieron reducirse y actuar más como una banda de rock tradicional y, aunque siempre sonarán expansivos, ‘Month Of May’ confirma que saben pegar puñetazos, fugaces, certeros, directos a la mandíbula. La misma fórmula se repite en ‘Joan Of Arc’, donde parafrasean a Queens Of The Stone Age, o en ‘Normal Person’, hitazo de rock de toda la vida que vuelve a demostrar, de nuevo, y ya estoy cansado, que estos tipos pueden hacer lo que les de la real gana. Siempre lo harán bien. Es una cuestión de desparpajo, o de pasión, o de compromiso, o de trabajo, o una suma de todas las demás, o algo sencillamente inexplicable.
Arcade Fire vinieron para hacer esto. Para competir con Wagner. Para dar sentido a todos los acordes que se dieron antes de que existieran. Para demostrar que la música, como la energía, no muere. Solo se transforma. Gracias a quien las tenga por hacerme vivir en la misma edad de oscuridad. Por compartir cartel con Arcade Fire en el festival de mi generación.