(Tercera entrega de nuestro especial sobre Pulp Fiction)
En el verano de 1993, Hollywood estaba pendiente de la producción de tres grandes películas. Ninguna de ellas era Pulp Fiction. Todas las miradas se dirigían a Forrest Gump, El Rey León y Cadena Perpetua.
A pesar del éxito de Reservoir Dogs, y de contar con Bruce Willis, Pulp Fiction era una nota al margen, una curiosidad. La apuesta personal de Harvey Weinstein (Miramax) por un tipo raro, un director excéntrico que muy pronto habría pasado de moda.
Era una película «pequeña», con un presupuesto de sólo 8.5 millones de dólares, muy lejos de los 55 millones que costó Forrest Gump. Estaba también por debajo de la media para películas con estrellas como Bruce Willis y John Travolta en el reparto. Como ambos querían trabajar con Quentin Tarantino, habían renunciado a su sueldo habitual.
No fueron los únicos; incluso Tarantino cedió parte de su sueldo como director para ayudar a completar el presupuesto. Todos los actores recibieron el mismo salario: 20.000 dólares a la semana, lo que en Hollywood equivalía a decir nada. Travolta, que trabajó siete semanas, decía que si descontaba lo que le había costado su habitación en el hotel Four Seasons de Beverly Hills, prácticamente había pagado por estar en la película.
La realidad es muy distinta. Travolta no sólo ganó reputación con Pulp Fiction; también ganó mucho dinero. Por contrato, le correspondía un porcentaje de los beneficios del film, al igual que a Bruce Willis.
El rodaje comenzó el 20 de septiembre de 1993. Duró 51 días, y se llevo a cabo en 70 localizaciones y decorados diferentes. En el set hacía siempre mucho calor. No por el clima de Los Angeles, sino por la extraordinaria potencia de las luces que usó Tarantino en todas las escenas.
Esto tiene explicación: Tarantino no quería que Pulp Fiction tuviese un look de producción barata. No podia permitirse las mejores lentes, pero sí podía usar un truco: usar el tipo de film más lento fabricado por Kodak, lo cual daría a la película un look más clásico y sofisticado. Pero este procedimiento requería iluminación extra. Todos los actores recuerdan haber sufrido un calor insoportable durante el rodaje. El truco funcionó, que es lo que importa.
De hecho, en el rodaje de Pulp Fiction salió todo bien, incluso las improvisaciones y los pequeños accidentes. El aspecto de Vincent Vega y Jules Winnfield, por ejemplo, tuvo un poco de cada.
El traje y la corbata negra eran idea de Tarantino. Pero Travolta propuso el pelo largo de Vincent. Quería darle un look más atrevido al personaje, y decidió ponerse extensiones para lograr un «peinado a la europea, que podía parecer tanto elegante, como un poco hortera, según se mirase».
Samuel L. Jackson también planeó cada rasgo de su personaje al milímetro: cómo se movía, cómo hablaba, y hasta de qué iglesia era. Se dejó crecer unas prominentes patillas, y optó por una peluca corta frente al típico afro, que era lo que Tarantino tenía en mente. El director envió a una ayudante de producción en busca de una peluca afro a una tienda, y esta volvió por error con la peluca corta, que a Jackson le encantó. «Era mucho más genuina; todos los matones llevaban el pelo así en los setenta» recuerda Jackson.
Travolta aportó algo más a Vincent Vega. Quería humanizarle y darle un toque de humor, en la forma de decir sus frases, por ejemplo, que no estaba en el guión. Tarantino se estaba comportando como un freak del control desde el primer día de producción, por lo que no estaba claro cómo se iba a tomar el giro que Travolta quería dar al personaje. A los pocos días de rodaje, Tarantino se llevó a Travolta y le dijo: «No sabía que esta peli iba a ser una comedia, lo que estás haciendo es divertidísimo».
La escena del baile
Uma Thurman temía la escena del baile en el Jack Rabbit Slim’s. Era muy tímida, y se moría de vergüenza sólo de pensar en tener que bailar con Travolta, quizá el mejor bailarín de Hollywood. La escena estaba en el guión desde el principio, pero ahora era el protagonista de Fiebre del Sábado Noche, gordo y cuarentón, el que salía a la pista junto con Mia Wallace.
Travolta recuerda que Tarantino quería que bailasen el Twist. Pero Travolta le propuso añadir otros bailes que habían estado de moda a principios de los 60: el Watusi, el Autoestopista, el Batman… Le enseñó los movimientos, y a Tarantino le encantaron. Rodó la escena él mismo, cámara en mano, moviéndose alrededor de Thurman y Travolta. Ellos cambiaban de baile a la voz de Tarantino, que iba gritando sobre la marcha: «¡Ahora Watusi! ¡Autoestopista! ¡Batman!»
En el restaurante, Mia Wallace se levanta para ir «a empolvarse la nariz». Lo que Uma Thurman esnifaba en el baño era, en realidad, azúcar. Según recuerda Uma, Tarantino le dijo cómo hacerlo. Las drogas tienen un papel importante en la película, y QT quería asegurarse de que todos los detalles eran correctos, por lo que recurrió a un «experto».
Craig Hamann había sido compañero de Tarantino en la escuela de actores. Había superado una adicción a la heroína. Entre otras cosas, su función era familiarizar a Uma Thurman y Travolta con los hábitos de un adicto. Hamann explicó a Travolta cómo simular un subidón de heroína. «Bebe todo el tequila que puedas, y luego date un baño de agua caliente», fue su consejo.
La reacción a la inyección de adrenalina fue una aportación de Uma Thurman. Se basó en un hecho ocurrido durante el rodaje de Las Aventuras del Barón Munchaussen (1988), en España. Tenían que usar a un tigre para una de las escenas, y lo habían sedado tanto que estaba profundamente dormido. Para revivirlo, usaron adrenalina. Esa fue la inspiración de Uma. En efecto, al recibir la inyección, parece que salta como un tigre.
Otra curiosidad: cuando Vincent Vega sale del baño y encuentra a Mia medio muerta, la espuma que le sale por la boca era crema de champiñones Campbell’s. Vincent la lleva a toda velocidad a casa del camello Lance en un Chevy Malibú del 64, color rojo; era el coche de Quentin Tarantino.
El rodaje acabó el 30 de noviembre de 1993. La última escena que se rodó fue la del monólogo de Christopher Walken; la historia del reloj. El monólogo duraba 4 minutos. Cada vez que Walken llegaba a la parte en la que explicaba cómo había ocultado el reloj a los Vietcong, tenía que parar porque no podía contener la risa.
Eran las 8 de la mañana. La escena se alargaba, y el niño pequeño al que Walken cuenta la historia se estaba quedando dormido; al final, Walken acabó recitando el monólogo directamente a la cámara. Otra más de las muchas escenas redondas de Pulp Fiction.
Veinte años después, sigue siendo la obra maestra de la filmografía de Tarantino. Cada nueva película del director recibe comparaciones con Pulp Fiction. ¿Por qué es tan especial? Se podría debatir durante horas. Pero Tarantino es enemigo de darle una excesiva importancia. «De lo que estoy más orgulloso es de que partí de tres historias separadas, y luego intenté que las tres funcionasen juntas, como una sola» explica. «Y eso es lo que hice.»
Pero queda una importante cuestión. ¿Qué había en el famoso maletín, cuyo interior brilla misteriosamente, pero nunca vemos a lo largo de la película? Responde lacónico Samuel L. Jackson: «Una bombilla y dos baterías.»
PD: En la próxima entrega hablaremos sobre otro aspecto magistral de Pulp Fiction: su música.
Genial, ya me estaba desesperando porque no publicabas la tercera parte, hoy si me hiciste sufrir con la espera, pero como siempre, valio la pena. 😉
Aunque esperaba aclararan lo del maletin… aunque bueno, la explicacion de Jackson es… bastante «realista» porque te deja una racada de ¬_¬
Gracias por la fidelidad, Eduardo! Lo que había en el maletín es un misterio sin resolver, y cómo tal debe quedarse… 😉
El maletín en sí es un Mcguffin:
http://es.wikipedia.org/wiki/Macguffin
¿Podrías aclarar qué, exactamente, aportó Travolta en la forma de decir sus frases que las hiciera graciosas?