Crítica: ‘A Deeper Understanding’; The War on Drugs

Diego Rubio Méndez

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El cuarto disco de los de Philadelphia supone a todas luces una continuación de ‘Lost in the Dream’ en la que se afinan las virtudes sin caer en nuevos defectos


The War on Drugs dieron un puñetazo sobre la mesa en 2014. Antes poco sabíamos de ellos, al menos a este lado del charco, y gran parte de lo que conocíamos pasaba por la premisa «el bueno era Kurt Vile, así que mejor vamos a centrarnos en seguir de cerca su carrera». El susodicho se había borrado de los War on Drugs para dar ímpetu a The Violators —ambas bandas se cruzaban con libertad hasta este momento— y a Adam Granduciel, que empezaba a ver una nueva dirección en los WoD, le pareció perfecto: era la oportunidad para empezar a definir su sonido.

Si Slave Ambient, de 2011 —gran disco—, mostraba todavía a un conjunto dubitativo y en busca de su propia adaptación de las diferentes influencias, Lost in the Dream, de 2014, las asentaba todas casi mágicamente, les daba una coherencia nueva para la banda y les valía para firmar el que aquí consideramos mejor disco de su año. Pocas bandas han conseguido hacer equilibrismo con tanta elegancia en la cuerda floja de la radiofórmula rock americana que pende sobre la década de los 80. Pocas que no sean sus propios hacedores, Springsteen, Petty, Buckingham, Knopfler o Neil Young.

The War on Drugs aportaban con frescura su revisión, empaquetando deliciosas melodías con incesantes solos de guitarra tintineantes, un bajo engolado, ritmos simples e irresistibles —con baterías orgánicas, no con cajas de ritmo u otros salvavidas electrónicos—, el abrigo de rutilantes sintetizadores y una atmósfera que parecía querer construirse en torno a tres pilares o conceptos fundamentales: el sol, la carretera y la soledad.

Lost in the Dream daba completamente en el clavo y les ponía en un nuevo y merecido nivel de repercusión. Me parece fundamental retomarlo porque este A Deeper Understanding que entregan tres años después y tras haber firmado por Atlantic Records —abandonando a la discográfica indie Secretly Canadian— pretende hacer exactamente lo mismo, funcionar como un «¿por dónde lo habíamos dejado?»

La decisión, lejos de resultar conservadora, se antoja comprensible y necesaria. ¿Para qué? Para asentar definitivamente el sonido de una banda con aspiraciones masivas y con ganas de llenar grandes recintos. Ya consiguieron en 2014 encontrar las cantidades ideales para los ingredientes de su fórmula, ese cóctel de kraut, pop guitarrero, americana, folk y rock de carretera pensado para disfrutar de lo solemne de la soledad.

La idea en A Deeper Understanding va encaminada hacia el refinamiento. Sus canciones tranquilamente podrían haber aparecido en su predecesor —y viceversa— sin perder en ningún momento la frescura, como si no hubiera pasado el tiempo. Y es que todo se detiene en ese universo tan limitado y a la vez infinitamente posible que construyen The War on Drugs con su música.

Dice la antropología que lo que nos hace humanos es la capacidad de evocar al tercero ausente. Es la imaginación lo que nos permite volar y acabar construyendo aviones, lo que nos permite pasar de lo concreto a lo abstracto. De lo concreto, comprimido, acotado de una habitación a lo abstracto e infinito del sueño. Lost in the Dream no se llamaba así por nada, igual que este A Deeper Understanding que supone en definitiva una profundización en su ideario.

La fuerza evocadora de la mente en aislamiento, capaz de perderse por la Ruta 66 con las gafas de sol puestas y la radio a todo trapo desde la intimidad reflexiva que aporta la protección de las 3 dimensiones. The War on Drugs suenan siempre perfectos, redondos, cohesionados y abrigados por la seguridad de un excelente trabajo de estudio, pero sus ansias son las de volar, las de escapar, las de pintar en la cabeza todos los colores que impiden ver las paredes de la habitación.

Hablo de la banda, pero es Granduciel el que vela por todo el proceso de composición, instrumentación, grabación y producción de forma obsesiva. En la portada de Lost in the Dream le veíamos a él, reflexivo, mirando desde su habitación en penumbras de refilón por la ventana. Ahora, sentado al Wurlitzer, mira al oyente, y lo que vemos delante es el estudio, de nuevo en semioscuridad. Como reconociéndose autor y algo más que líder del grupo. Son sus reflexiones personales las que dan hilo conductor a The War on Drugs, y es él mismo quien toca más de la mitad de los instrumentos aunque la banda que lo acompaña en directo tenga cada vez mayor protagonismo.

Y es quizá este el primer y más evidente punto de partida de A Deeper Understanding respecto a su predecesor. Que los músicos aparecen con mayor presencia y conforman un todo más ampuloso. Que aunque, por ejemplo, ‘Nothing to Find’ parezca la segunda parte de ‘Burning’ o ‘Holding On’ la de ‘Red Eyes’, ambas escenifican la multiplicación de la paleta sonora. En la primera la personalidad del riff de guitarra se viste con otro solo ensuciado, con sintes en cascada y con un incisivo pasaje de armónica; en la segunda, single indiscutible del disco, la línea de bajo juguetea sobre la aullante slide guitar de Anthony LaMarca —con la colaboración de Meg Duffy, la virtuosa guitarrista de Kevin Morby— y sobre un ritmo kraut, y se decora con los tintineos glockenspiel que recuerdan tanto a los Arcade Fire de Neon Bible.

Junto con ‘Up All Night’, tan Heartbreakers, tan Tom Petty, y con ‘In Chains’, que surge del ángulo oscuro de la habitación en que se esconden Fleetwood Mac, representan la parte animada de A Deeper Understanding, y en todas ellas podemos seguir sacando docenas de sonidos y diversos detalles de brillo. La riqueza con la que se visten The War on Drugs parece ponerse solo los límites de su propia imaginación o, mejor, imaginería.

Pero es en la vertiente más contemplativa donde terminan de resultar desgarradores, como ocurría también en Lost in the Dream. Sus ganchos son directos y arrebatadores, pero qué serían sin sus pasajes de insolada psicodelia, sin ese embelesamiento contemplativo, sin la evocación, sin el sueño en definitiva. Sin que Adam Granduciel intente contagiarnos a todos de alguna especie de síndrome de Stendhal.

‘Knocked Down’ epiloga con tímida incandescencia aquella ‘Suffering’ de Lost in the Dream; ‘Pain’ y ‘Thinking of a Place’ sacan a relucir las mejores virtudes de la banda y de este nuevo trabajo: el enriquecimiento sonoro, la explosión de belleza. Todos los instrumentos danzan en perfecta armonía en la que compone una de las mejores mezclas del año… cómo se entrelazan para llenar todos los huecos, para invadirte de su brillo ecuatorial.

En ‘Strangest Thing’ todo alcanza factura colosal. Comienza al arrullo del mar, con olor a sal, y se va desplegando cansada, repitiendo la primera estrofa y dejando a punto el estallido, que llega en forma de un riff de piano irresistible. A partir de aquí todo es crecimiento, todo es sumativo para el efecto coral, para la construcción del efecto de inmensidad instrumental. Y llega el solo de guitarra, gordo y distorsionado, de súplica rugiente, y se cruza con el de los sintetizadores y el totum se queda suspendido en el aire, por encima de vientos y mareas.

Es evidente que The War on Drugs no han inventado nada, que su fórmula pasa por el revisionismo. Pero también lo es que es muy complicado mantener cierta frescura fijándose en un género o un estilo tan concreto como puede ser el heartland rock, ese americana roots del que salieron volando los Killers a lomos de águila y que está tan identificado con tótems como Fleetwood Mac, Bruce Springsteen, Neil Young, Tom Petty o Bob Seger, con la carretera, con el sol, con partirse las venas.

Como cierto es que, junto con Haim, Kevin Morby o Arcade Fire, The War on Drugs son una de las pocas bandas capaces de manejar en tan cromático unísono tal número de referencias intocables y mantener sin embargo un aroma original, un frescor intemporal. Y saber a sí mismos como a nadie más.

Lo que dirá el futuro no lo sabe nadie, pero The War on Drugs han completado la reválida esperada, han demostrado que la magia no fue solo cosa de un día, que daba para, al menos, otro más. Y que, aunque no haya un cambio de dirección sorprendente ni se ofrezca nada nuevo, Granduciel y los suyos saben cómo hacerlo en el estudio para entregar, al final, lo más importante de todo: música.


8,8 / 10


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