Lorde monta con el glamour, los traumas románticos y el melodrama postadolescente una obra maestra de la transición a la madurez, un brillante conjunto de art pop vanguardista y directo que mejora de largo su debut y la convierte en una vibrante realidad
¿Creías que 1989 era el disco que definía el más puro milenialismo? Vale, pues te equivocabas, aunque ni tu mismo lo supieras. Lorde no necesita, como Taylor Swift, presumir de squad para imponer su éxito a la fuerza, aunque haya aprendido a necesitarla. La joven australiana es capaz de referenciar a sus ídolos sin forzarlos a aparecer dando menor sensación de catch all industrial que la diva neoyorquina.
Lorde no necesita exponer a Lena Dunham (la mujer detrás de Girls, serie emblema de la generacion Y) para que no parezca que Jack Antonoff, el padre del revival teenager de los 80 en Nueva York y pareja de esta, está detrás de los mandos; ella presume de él directamente («Jack truly pushed me to a place I’d never been with this album. I couldn’t love him more for it», llegó a decir en un tuit) y cuenta cómo controlaba sus manos en un trance para componer ‘Sober’. Ni necesita invitar a Kendrick Lamar a cantar; mejor homenajear a Kanye West en la que es su continuación natural, ‘Sober II (Melodrama)’. Y al Reflektor de Arcade Fire, uno de esos álbumes que si te pillan en el momento pueden cambiarte la vida y que parece haberlo hecho con Lorde, que sin renunciar en nada a su estilo ampuloso, arty y oscuro ha dado a luz una descomunal obra de arte de pop atemporal pero deudor necesario de su tiempo, con espacio para el r&b intenso y vaporoso, para el synth retrofuturista, para la deconstrucción rítmica y sónica del trap, para la EDM sutil que Calvin Harris se ha empeñado en llevar adelante con exquisito gusto, para pequeños guiños tropicales (‘Homemade Dynamite’) o para el sonido post club que cada vez más defiende Drake y la producción etérea pero certera que caracterizó al último álbum de Florence + The Machine.
Lorde siempre ha tenido oído y, sobre todo, siempre ha sabido ponerlo en orden para demostrar una clarividencia única para su edad en escribir, componer y contar historias, pero en Melodrama además ha conseguido trazar un paralelo entre su lírica y los instrumentos y ritmos del entorno para construir no canciones sino verdaderas catedrales modernas, emociones a flor de piel. Pure Heroine es Lorde terminando el instituto con notaza; en Melodrama ya ha vivido su Erasmus, ha aprendido a conducir, ha dejado y la han dejado algunos tíos (especialmente uno) y ha visto su lugar en el mundo, en el mismo olimpo de ídolos que decoraban las paredes de su habitación cuando apenas jugaba con una guitarra, un teclado y un ordenador.
Todo el trayecto conduce a ‘Perfect Places’, una excelente revisión de concepto que representa que no hay tanta distancia entre los dos discos, que los ha parido la misma persona, una chica en busca del amor y que ha visto como en estos años desaparecían algunos de sus referentes («all of our heroes fading» no puede parar de hacerme recordar, durante toda la canción, la alargadísima sombra de un David Bowie que, igual que hiciera con Arcade Fire, se encargó de dejar a Lorde apadrinada antes de marcharse), pero que además retrata a una generación que intenta buscar un camino sin terminar de aventurarse a echar a andar sin saber a donde dirigirse, que se olvida de que lo importante no es donde vayamos a llegar, sino el recorrido. Una autora que es capaz de dar rienda suelta tanto a preocupaciones exclusivas de alguien en el punto de mira («I’m a little much for e-na-na-na-na-everyone», canta con sorna genial en ‘Liability’, un personalísimo ejercicio de autoconocimiento —sale del personaje y se ve a si misma en tercera persona como esa mujer que es «un bosque ardiendo»— en forma de balada a piano desnuda y en el que también reflexiona: «The truth is I am a toy that people enjoy / ‘til all of the tricks don’t work anymore / and then they are bored of me») como a problemas universales centrados en el amor y el desamor.
Ella Yelich-O’Connor no ha abandonado el dramatismo y el mal augurio de sus letras, simplemente ha dado un giro al envoltorio para brillar con la intensidad pop de una corona de diamantes, de la explosión cromática del filo del crepúsculo, a medio camino entre la noche y el día, entre la resaca y el sueño. Así ha querido Lorde retratar esos dos años y pico comprendidos entre 2015 y 2017 en los que ha dado el salto de la adolescencia a la madurez (o de la postadolescencia a la premadurez, ahora que los tiempos están tan diluidos), como las pequeñas muertes rutinarias que suponen las fiestas en las que los veinteañeros ponemos a arder complejos, miedos, inseguridades y preocupaciones y que al final no van a ninguna parte, si acaso a un polvo, una anécdota o una resaca: «But what will we do when we’re sober?», se pregunta una Lorde robotizada en la descomunal ‘Sober’ a lomos de una producción bombástica tirada por épicas trompetas, y observa lúcida que «pretendemos que no nos importa cuando sí, nos importa». Cuando la noche, que hace pardos a todos los gatos, cede al día y este empieza a teñirlo todo de color, se desvela el melodrama. Es el paso que representa la unión de ‘Sober’ con su reprise, ‘Sober II (Melodrama)’, ese momento en que la luz desvela los estragos que ha causado la noche, que enseña las miserias propias y ajenas (el «paseo de la vergüenza», vaya, algo muy neoyorquino) y que está impreso también en la portada del disco (a cargo, por cierto, de Sam McKinniss, artista basado en Brooklyn y buen amigo de la neozelandesa).
Se codea ahora con divas adolescentes como Taylor o Carly Rae Jepsen en un movimiento que ahora también está intentando hacer Selena Gómez y que a Miley Cyrus no le sale tan natural: el de mirar a los 80 con la mística y la idolatría del que no ha tenido la suerte o la desgracia de vivirlos. Este ánimo es probablemente el instigador de ‘Supercut’, joya de Melodrama (¿una de las mejores canciones pop del milenio?) que seguramente intentará levantar el vuelo del álbum lanzándose como sencillo de aguante cuando el foco empiece a distraerse y que se hace grande gracias a una base trémula de eurodance que encajaría perfecta en el Body Talk de Robyn, a un ritmo machacón y, por encima de todo, a ese momento desgarrador y maravilloso en el que todo se desenchufa para dejar a Lorde cantar desde el alma «In my head, I do everything right / When you call, I’ll forgive and not fight / Are the moments I play in the dark / And fluorescent, come home to my heart, uh!».
Pero ella, además, se muestra mucho más madura, mucho más en control, y sigue fijándose en Kate Bush y su obsesión experimental para dar una vuelta a cualquier concepto excesivamente sencillo. Hasta en ‘Green Light’ (luz verde para olvidar, luz verde para el fiestón en el que empieza sumergido el disco, in media res), tremendo pelotazo destinado a comerse las radios aunque no lo haya conseguido del todo y hit redondo en todas sus facetas, empezando por el infeccioso piano de house, Lorde se permite el lujo de anticipar el estribillo haciendo más grave su voz y renunciando al subidón fácil, que va más bien por dentro.
Uno de esos detalles ya aparece desde el principio, y son las segundas y terceras voces procesadas de la propia Lorde, sirenas a veces sutiles y delicadas como las de ‘Green Light’ y a veces despiadadas y siniestras, en la línea del último Bon Iver, aspiradas hasta el engendro: cómo juegan todas ellas amparando una melodía que a veces llega al deje dance de la mejor Rihanna es otra de las cosas que hacen de ‘Sober’ un single redondo. Otro, los arreglos de cuerdas que abrigan su segunda parte y la que le sigue, un ‘Writer In The Dark’ que supone un capítulo excepcional en la discografía de Lorde por mostrarla en un registro vocal de engole más clásico alejado de su susurro oscuro habitual.
Decía antes que el movimiento genial de Lorde con Melodrama ha sido no perder la esencia pero llevar su pop a un nuevo nivel de reverberación, de repercusión, mucho más encarado hacia la conquista. En ‘Homemade Dynamite’ tira de la dicción personalísima que la encumbró (entre otras cosas) con ‘Royals’, pero además parafrasea a otras divas como Ellie Goulding o la propia Taylor Swift sin recurrir a sus destellos de bisoñez, los suspiritos, risitas y demás guiños seductores; ella prefiere entrelazarse con los instrumentos, encontrar su espacio dentro del ritmo, asumir y asimilar los silencios, soltar un sonoro «boom» y hacer su gancho chá-chá-chá con la palabra «dinamita».
En ‘The Louvre’ recurre, además de a Flume para parte de la producción, al spoken word para terminar de redondear el rollazo de un tema deliciosamente progresivo que rompe sin evidencias, con una ola de distorsión nívea y con guitarra de sabor Haim. Pero también revela una de las claves de todo el trabajo: «Megaphone to my chest / Broadcast the boom, boom, boom, boom / and make’em all dance to it». Lorde abriéndose en canal, exprimiendo al máximo su sinceridad, narrando por capítulos el amor, el desamor, la excitación, la ilusión, el olvido, el abandono, la pelea y la reconciliación y convirtiéndolo a través de su expiación (la fiesta, la bacanal moderna) por parte del espíritu de la juventud en una alegoría del curso de toda una generación.
Los millennials ya son una evidencia, y la propia Lorde se adhiere a ellos, los de la «L.O.V.E.L.E.S.S. generation», en la trapera segunda mitad de ‘Hard Feelings/Loveless’; la primera, por su parte, es una soberbia y dura aceptación del adiós alejada de rencores y asentada en una producción profunda y sorprendente que deja ver toda una factoría de sonidos puestos al servicio del mensaje: que, aunque bailemos pletóricos conscientes de que todo se pasa con una buena jarana, al día siguiente veremos la luz de toda nuestra mierda; que lo sabemos, que aun así bailamos. Y que aun así bailaremos. Está escrito en el manifiesto que es ‘Perfect Places’. Con ella se cierra el álbum, pero también se desata el bucle: «All the nights spent off our faces / trying to find these perfect places / What the fuck are perfect places anyway?».
¿Querías saber qué es lo que pueden ofrecerte los millennials? Pues aquí está: «Todo el glamour, el trauma y el jodido melodrama».
9,7 /10
Recordamos: Lorde estará en el Sant Jordi Club de Barcelona el próximo 9 de octubre en una fecha única en España, que además supondrá la primera actuación de la neozelandesa en nuestro país.