Los Planetas regresan tras siete años de lapso con ‘Zona Temporalmente Autónoma’, un canto a lo cotidiano y a Granada
«Estoy cayendo pa’ arriba / mami dame la bendición / Y aunque no consiga nada / tuve mucha ambición. / Las calles están malas / necesitan medicación / antes no le temía a nada / y ahora temo perderlo to'». Es el mantra que proclama Jota hacia el final de la apertura de Zona Temporalmente Autónoma, ‘Islamabad’, en palabras de Yung Beef, y lo que constituye probablemente uno de los mejores «estribillos» de la carrera entera de Los Planetas.
Escuchando todo el disco, la sutilísima relación entre la banda y el trapero de Granada se diluye completamente, pero revela una de las claves: que Los Planetas ya no manejan los «estribillos», si es que alguna vez los han manejado, y que han preferido ahondar en los valores reflexivos y ensoñadores de su música. Todo lo que Jota canta, cada vez más inteligible pero cada vez más aflamencao, antes de la coda de ‘Islamabad’, es la verdadera esencia de estos nuevos Planetas que no son sino una versión honesta y relajada, tremendamente madura de sí mismos. Y quizá también una versión más granaína.
Los Planetas han pasado de los experimentos con el flamenco al abandono total a la esencia de las soleares, haciendo patente lo que en algún punto empezó como un pequeño giro hacia las raíces. Y sintetizando de alguna manera la experiencia de Grupo de Expertos Solynieve, heredando esos aires de The Byrds en temas como ‘Zona Autónoma Permanente’ o las atmósferas pinkfloydianas en las que respiran ‘Guitarra Roja’ o la ‘Seguirilla de los 107 Faunos’, uno de esos temas expansivos que tan bien le salen a Los Planetas, pero manteniendo siempre una fuerte esencia flamenca, convirtiéndose al final en los herederos modernos de Triana.
‘Una Cruz a Cuestas’ sigue la línea pesada y ominosa de Una Ópera Egipcia, y va desenvolviendo a ritmo de soleá ligera un cante amparado por la voz de Soleá Morente en lo que es una evidente declaración de intenciones, como la que le sigue, directamente titulada ‘Soleá’, con un narcoléptico final moruno. Una fórmula parecida adoptan para ‘La Gitana’, que adapta el poema del escritor ocultista Aleister Crowley.
Y es cierto que este discurso ensoñador a veces se hace tedioso, demasiado autocontemplativo, y que lastra un disco que se va hasta las 14 canciones y podría haberse quedado en 10. Porque hay una pequeña colección de temas directos y concisos en los que Los Planetas miran de cerca lo que hicieron en Unidad de Desplazamiento, a parte del calco melódico que hacen en ‘Hierro y Níquel’ sobre la eterna ‘Un Buen Día’, y que podrían destacar mejor en un contexto más recortado. Es indudable que ‘Ijtihad’ y ‘Espíritu Olímpico’ (esta con coros de La Bien Querida, que ya apareció en ‘No Sé Cómo Te Atreves’) son dos enormes canciones de pop de guitarras, apoyadas en todo eso que un día hizo grandes a Jota, Florent, Erik y compañía.
Líricamente, Jota ha encontrado inspiración para el concepto del álbum en el libro del mismo título del sociólogo Hakim Bey, que básicamente defiende la existencia de pequeños focos de plena libertad alejados de las normas definidas del sistema en el que se generan, unos más espontáneos y otros más premeditados, en una teoría que se acerca a los ideales del post izquierdismo y que defiende algo que en Granada y en la mente de Jota es casi una ley de vida: «buscarse la vida, no un estilo de vida», la grandeza de la vida cotidiana y de la espontaneidad e inmediatez de las relaciones que se derivan de ella.
El único problema es que apenas quedan retazos de esas teorías en ‘Guitarra Roja’ (adaptación del alegato anarco-comunista del cantautor argentino Martín Castro, uno de los inspiradores de la canción protesta) y en la descomunal ‘Islamabad’, de largo el mejor tema del disco, y que el resto regresa siempre a la lírica de la soledad. No son tan contestatarios y políticos estos Planetas como podía parecer cuando escuchamos aquel sencillo, así que no había porque teñir el disco de politicismo. Probablemente Los Planetas mismos no sean personas «políticas». Y casi mejor. En su ADN está el romanticismo impresionista de la cotidianidad, y aquí han podido pecar de perderse en referencias.
Con todo, es una enorme suerte asistir de esta manera al regreso de la banda de Granada tras siete años de lapso en los que se han ido sucediendo exabruptos varios que los han dejado sin discográfica y sin el apoyo de El Segell del Primavera y que han amenazado varias veces su estabilidad, su futuro y la esperanza de continuidad. Los Planetas han vuelto a tirar del sello de Jota, El Ejército Rojo (con el que ya lanzaron los primeros discos como Grupo de Expertos Solynieve y las reediciones limitadas de sus vinilos con Sony), para autoeditarse con la ayuda de su oficina, El Volcán Música, pero sobre todo lo que han hecho es volver a hacer lo que les da la gana, que es otra de las marcas de la casa.
Y Zona Temporalmente Autónoma es un producto meditado a la altura de una banda enorme que prefiere dar un tímido paso adelante a tomar cualquiera de las decisiones extremistas: la revolución chocante o el inmovilismo conformista. Que cierra un ciclo necesario en una trayectoria apabullante sucediendo naturalmente a Una Ópera Egipcia y todo su aparataje islámico (es evidente el contacto cultural de Los Planetas con lo árabe, igual que lo es en la propia Granada, aspecto complicado precisamente ahora que vivimos en una época islamofóbica azotada por las mentiras asociadas a las ideas de terrorismo, religión, radicalismo y fanatismo) pero sin renunciar a la inmediatez pop o a unos arreglos de cuerda que le dan a todo el disco un aroma parecido al de la recta final del gigantesco Una Semana en el Motor de un Autobús, como demuestra la cándida ‘Porque Me Lo Digas Tú’.
Que muestra a Los Planetas en Granada, envueltos en la magia de sus calles y embriagados en sus sonidos. Parados en el tiempo, como todo lo que acaba en Granada. Quizá allí se encuentre para Jota la verdadera «Zona Temporalmente Autónoma».