Mientras intentaba darle forma a la crítica de Ultraviolence, me ha venido a la cabeza la magnífica comedia de Woody Allen, Medianoche en París; en concreto todas las escenas en las que Marion Cotillard y Owen Wilson discuten sobre qué años fueron los más esplendorosos. Para Wilson son los de Cotillard; pero ella, que los ha vivido, rechaza tal idea y quiere remontarse a más atrás. Preciosa cinta, pero por muy redonda que le saliese a Allen, la idea no es nueva. Al contrario, se trata de un concepto más bien manido: cualquier tiempo pasado fue mejor, ya dijo Jorge Manrique en las coplas por la muerte de su padre, por poner un ejemplo. Lo relevante, lo bello, lo entretenido ya se hizo; lo que ahora vivimos es pura decadencia. Tranquilos, no os estoy intentado vender nociones de filosofía barata; simplemente éstas son las sensaciones que me vienen a la cabeza siempre que escucho a Lana Del Rey. Resumidas en un titular: decadencia en una nostálgica mirada al pasado.
Al igual que Gil Pender (Owen Wilson en Medianoche en París), Lizzy Grant (nuestra Lana) está fascinada por el ayer, por las torch songs que triunfaban en los años cincuenta y sesenta con voces como Billie Holiday, Glen Campbell, el mítico Frank Sinatra o incluso Marilyn Monroe (escuchen aquí ‘The Other Woman’). Pero Lizzy también está obnubilada por el lujo y la ostentación («I want money, power and glory» dice en una canción del mismo nombre) y por imitar a las grandes voces femeninas de la época como Patti Page o Dinah Shore y la magia que las envolvía.
Sin embargo, Lana triunfa en la década de los dos mil diez (suena mal, pero decir “en los años diez” aún peor); en la era de Internet, donde el mundo se conecta para que miles de personas se compren su disco y catapulten sus sencillos hasta los números uno de las listas musicales de todo el planeta. En la era en la que un ordenador puede meter mano hasta en lo más profundo de una grabación musical, perfeccionando cada ápice de la misma y así llevarla a la perfección formal. En la era donde todo suena a algo, que a su vez suena a otra cosa más antigua. Y eso, para la estadounidense, es una ventaja.
Pero centrémonos en el sonido, aunque para ello os pida volver al pasado de nuevo. No mucho, solo tres años, al 2011, cuando una neoyorquina con nombre artístico español subía un par de vídeos caseros con aire retro, llenos de recortes y decorados. Dos de las canciones que más iban a dar que hablar en los meses venideros: ‘Video Games’ y ‘Blue Jeans’. El sonido no era nuevo, pero ese tono de voz, esa forma de cantar y esa tímida y leve instrumentación orquestal habían estado soterradas durante tanto tiempo que su aparición sentó igual de bien que la brisa del mar en verano. Y así creó el hype más grande de los últimos años. Y no sin razón. ‘Video Games’ es una es una de esas pocas canciones mágicas capaces de hipnotizar a cualquiera.
Pero luego llegó Born To Die (el álbum) y el hechizo se rompió. Mil y una manos se introdujeron para asegurarse de que ese hype se transformase en éxito y, sobre todo, en dinero. ¿El resultado? Más bien irregular, con instrumentaciones pseudoapocalípticas, coqueteos con el hip hop y un ambiente épico demasiado sobrecargado; eso sin olvidar sus primeros y desastrosos directos, retrasos en las giras y rumores de todo tipo.
Sin embargo Lana sobrevivió a todo eso y ha vuelto con Ultraviolence, soltando sencillos (‘Ultraviolence’, ‘Shades Of Cool’, ‘West Coast’ y ‘Brooklyn Baby’) con ligereza (el hermetismo de Born To Die no sirvió para nada bueno) y acierto, creando de nuevo unas esperanzas que creía perdidas. Y es que hay algo diferente en este trabajo, con respecto a su anterior LP. La épica desmedida y la instrumentación barroca pierden relevancia (solo ‘Old Money’ o’ Black Beauty’ recuerdan a su disco debut); la mejor arma de Lizzy es su voz, y no duda en convertirla en el eje principal de cada canción. Ahora no hay ningún elemento que le haga sombra.
Y ese es precisamente el gran acierto de Lana Del Rey, conocer que su mayor éxito es, a la vez, su mayor limitación; es una artista de un registro tan limitado como las nostálgicas reminiscencias a las que emula. Lana es el destello de un recuerdo pero en su brevedad está toda su magia. Lana sabe que los recuerdos son fugaces, y lo más importante, Lana sabe que esa estrechez de registro está definida por ese pasado que tanto adora.
El mayor fallo de Born To Die fue tratar de hacer un disco clásico pero mezclando elementos actuales; en Ultraviolence Lana renuncia a ello y se centra en las reminiscencias clásicas aportando, eso sí, su oscura marca personal (‘West Coast’), siguiendo el camino marcado por ‘Video Games’ y ‘Blue Jeans’. En otras palabras, Ultraviolence es el disco que Lana debería haber presentado hace dos años; un disco de espectro breve (de ahí que muchos la encuentren aburrida) pero con una magia muy difícil de encontrar en otro artista. Por eso me encanta este disco, porque me da la impresión de que Lana ha tenido más libertad para buscar su sonido y madurez para ejecutarlo con calidad. ‘Ultraviolence’, ‘Shades Of Cool’, y ‘Brooklyn Baby’ son inmensas canciones en las que Lizzy nos muestra su mejor versión (otra cosa es saber cuánto aguantaremos a la chiquilla haciendo lo mismo una y otra vez). Y aunque la mayoría de los sencillos presentados pertenecen a la primera parte del disco, la segunda no tiene nada que envidiar, pues aun más calmada, nos muestra el lado más clásico de la artista (‘Old Money’ y ‘The Other Woman’, que es una auténtica maravilla y un cierre tan doloroso como impresionante).
Hoy en día Lizzy Grant es única. La imagen que proyecta y su voz reverberada y lejana, que se columpia entre el susurro y el lamento, al borde del descalabro, a veces desganada y editada una y otra vez hasta lograr un eco mágico (‘Brooklyn Baby’), es algo lo suficientemente peculiar como para darle una oportunidad. Lana es un recuerdo, un momento de reminiscencia total, un viaje al pasado. Si pretendes alargar ese destello y escucharla durante horas, todo se desmoronará. Pero si escuchas sus canciones en los momentos adecuados, te recompensará con una sensación indescriptible y una conexión única. Me gustaría terminar este bonito párrafo aquí, pero a todos los elogios les sigue un pero, el pero que forman el innumerable equipo que desde el primer momento se aseguró de que Lana Del Rey sirviese fielmente al capitalismo musical. Detrás de su talento, y sin restar calidad, hay todo un ejército de personas encargadas de hacer que Lana lucre a la industria sin dejar nada al azar. Así que por muy bueno o malo que sea el disco, siempre nos dejará preguntándonos cuánto ha hecho la artista (parece que las letras son suyas casi siempre, excepto la de ‘The Other Woman’, aunque en los créditos aparecen otros colaboradores) y cuánto el equipo de producción, entre los que se cuentan Robert Orton (Lady Gaga, Enrique Iglesias, Flo Rida,…) o Dan Auerbach (The Black Keys). Sin embargo, en para una artista que despierta tanto interés comercial es lo normal hoy en día. Nada extraño.
En cuanto a los directos y para ir cerrando la crítica, este fin de semana ha actuado en Glastonbury, en un concierto lleno de voces e instrumentos de apoyo pregrabados, altibajos de todo tipo y un público estático durante casi todo el concierto. ¿Qué esperaban? No se me ocurre un artista menos indicado por el que pagar una entrada. Escuchemos sus discos, que es cuando todo funciona y obviemos toda la maquinaria oculta que la mueve.
Nota bandálica: 7,5
Me gusto mucho la crítica. Fuiste objetivo, y eso se agradece. El disco, para mi, es maravilloso. Aunque quizá un poco monocromático. Es un disco para un día de lluvia, cafés de por medio, noche, y luces de colores. Me encanta. Saludos.
A mi me parece una obra maestra dentro de su genero. Si entendemos que su genero es el fast food musical prefabricado de facil y placentero sabor pero dificil y con via crucis digestión.
Este disco es la Doble CheeseBacon Burger XXL del Burger King. Podria ser un triste Big Mac o una Crispy Chicken de relleno, pero no, es la joya de la corona del fast food.
Ojala los discos prefabricados de las grande compañias con estrellitas de moda tuvieran todos temas como Fucked My Way Up to The Top o la propia Ultraviolence.
Discazo. Sin lugar a dudas.
Me gustó tu crítica, aunque he de decir que el disco me parece cualquier cosa, al igual que Lana del Rey , a quien lo único de «raro» (?) que le veo es el intentar (solo intenta) emular el pasado (pero en se emular, es una cosa tan mezclada, que pierde cualquier tipo de magia). Es un producto más, de una industria que ya no sabe qué más inventar. Lana del Rey es una «estrellita» de moda, al igual que cualquier otra, que explota un espacio que a lo mejor a nadie se le había ocurrido antes.
Además, seamos sinceross! en vivo canta como el traste! es imposible de escuchar!. No pega una nota y encima toda rodeada de humo y de cosas que la hacen parecer mucho más prefabricada que la mismísima Miley Cirus .
No comprendo muy bien tu comentario. Para empezar esa es la principal magia de lana del rey, no es una mera estrella prefabricada de una discografica que ‘no tiene nada mas que inventar’, asi es ella y asi es como nos lo enseña. Empezó con una web-cam y unos cuantos videos random de internet acompañados con una de sus mejores canciones, ‘Video Games’. Actualmente es una mujer que se podria decir de gran fama a escala internacional y gracias a un espiritu melancolico, languido y original en los tiempos que corren.
Para cerrar, me parece un tanto erroneo tu comentario sobre su falta de canto en vivo, su gran voz no es ni menos que talentosa, ¿problema? sus nervios hacen que falle en determinados acordes y que haga sus cosas ‘raras’ pero si escuchas conciertos al aire libre, libre de ansiedades, veras su espectacular voz.